El hecho de que una persona pueda sufrir el dominio mesmérico de otra
persona, de un modo tan completo que llegue a absorber la identidad de esa otra
persona, convirtiendo al individuo domina-do, por un tiempo más o menos largo,
en un verdadero instrumento sujeto a la voluntad del operador, viendo lo que el
operador quiere que vea, hallando en todas las cosas el gusto que el operador
quiere que halle, e imaginándose ser realmente todo lo que el operador quiere,
constituye una verdadera clave o piedra angular con respecto al misterio de la
reencarnación, en la cual vemos que un espíritu se ha incorporado a otra
existencia terrena, olvidándose completamente de sus anteriores existencias o
personalidad, del mismo modo que el sujeto que está bajo el dominio de una
sugestión poderosa, por un tiempo más o menos largo, se olvida completamente de
su propia individualidad y pierde la noción de su existencia.
Un mortal puede mesmerizar o sugestionar a un espíritu, y esto puede ser
hecho inconsciente-mente por su parte. Una mujer, antes o después del acto de
la concepción, puede aspirar a obtener para su hijo este o aquel carácter real
o ideal, y esta aspiración puede ser tan fuerte que atraiga a ella el carácter
deseado espiritualmente. Pero se ha de notar que no existen verdaderos ideales
en el mundano sentido. El ideal mental nos representa siempre en el espíritu
alguno de los tipos ya existentes. El más elevado carácter que somos capaces de
concebir tiene en el espíritu una representación propia, y además nuestra
concepción actual, por elevada que sea, ha de ser relativamente imperfecta. De
aquí que nuestro ideal, realmente atraído por nosotros desde el mundo espiritual,
puede ser imperfecto, incompleto, aunque nuestra carencia de la luz absoluta
nos disimule los defectos.
De este modo puede un espíritu ser atraído por una mujer, no siempre
conscientemente, antes que nazca su hijo, y este espíritu puede ser el de
alguien que fue muy eminente en una existencia terrenal anterior, de alguien
que fue un excelso poeta, un gran artista, un filósofo, un hombre de Estado, un
guerrero...Pero, al propio tiempo, este espíritu puede que sea en el mundo
espiritual muy infeliz; puede que ande buscando tranquilidad y sosiego, y no
los sepa hallar; puede también, debido a sus imperfecciones, más o menos
relativas, ser incapaz de acercarse a aquellos que más y mejor lo quisieron en
su anterior existencia terrena. En la tierra, los espíritus encarnados pueden
evidentemente contraer la más estrecha asociación. De manera que si uno puede
servir de castigo o de aflicción a otro, puede él a su vez tener que sufrir el
castigo de un terceo. Y así vemos, en muchos matrimonios, que mientras el marido
es cruel, insensible y tiránico, la esposa es siempre amable, siempre
considerada y siempre complaciente; en la vida espiritual no podrán unirse otra
vez, hasta que los defectos del uno o del otro no hayan sido totalmente
corregidos. Los espíritus no pueden estar en permanente y estrecha asociación,
a menos que hayan llegado a un mismo grado de perfección; no pueden disimular,
no pueden fingir.
La mujer que piensa mucho en alguno de esos conturbados espíritus puede
llegar a atraerlo hacia sí y proporcionarle de este modo el único descanso y
sosiego que podía hallar. Todos nosotros deseamos naturalmente, siempre estar
allí donde mejor se nos ha querido y mejor se nos ha hecho sentir el calor de
la familia. Lo mismo exactamente le sucede al espíritu. Si guardamos en la
mente el recuerdo de algún espíritu a quien apreciamos o admiramos, conociendo
toda su vida, sólo algunos de sus hechos y de sus dichos, y nos sentimos
tiernamente conmovidos por ello, dejamos abierto el camino para que dicho
espíritu venga hasta nosotros, porque así como hemos proyectado nuestro
espíritu o nuestro pensamiento hacia él, del mismo modo él proyecta el suyo
hacia nosotros, correspondiéndonos, y en proporción de la intensidad de nuestra
admiración o querencia será también la concentración de este espíritu en
nosotros y tanto más cercana estará su presencia.
El espíritu en cuestión así atraído por la mujer en el período de qué
hablamos, incapaz de hallar ningún otro descanso en su turbación, puede al fin,
en virtud de esa concentración de simpatías, ser del modo más absoluto, aunque
inconscientemente, sugestionado o mesmerizado por ella, y sintiéndose siempre
unido a ella, es incapaz ya de abandonarla, de tal manera que acaba por ver
únicamente con los ojos de esa mujer. Sus opiniones van desvaneciéndose, pues
las van substituyendo más y más cada día las opiniones de ella, hasta que deja
de tener ninguna de las propias. La condición mental producida de este modo en
los espíritus podemos observarla todos los días en torno de nosotros, en mayor
o menor escala. Millares y millares de personas pierden de este modo, más o
menos, una parte de su individualidad bajo la influencia de otras personas.
Inconscientemente, piensan las tales con los pensamientos de otros, se guían
con las opiniones de otros y ven con los ojos de otros. La dominación mesmérica
no es otra cosa que la dominación del pensamiento. Estar muy seguidamente con
una persona, no tener ninguna más o muy pocas otras relaciones, hacer depender
por completo de esta persona la propia felicidad, es atraerse el peligro de
tener que sufrir la dominación mesmérica o mental de esa persona; en otras
palabras: de pensar nada más que con sus pensamientos y de seguir en todo sus
opiniones, en vez de pensar y de aconsejarse por sí mismo. La sugestión o
dominio mesmérico de que hablamos puede ser ejercido conscientemente o
inconscientemente, y contra él podemos guardarnos y defendernos sosteniendo el
mayor número posible de relaciones y procurándonos, además, ciertos periodos de
aislamiento, en los cuales podemos recobrarnos, volver a ser realidad nosotros
mismos.
Debiendo ser absorbida por una mujer, la mente del espíritu se inclina
siempre hacia aquella que con mayor fuerza atrae su atención, y ésta,
naturalmente, será la mentalidad del hijo que esa mujer traerá al mundo, o sea
el nuevo organismo que se ha formado dentro de ella, unidos ambos por medio de
un lazo espiritual, pue en efecto la mujer, siquiera inconscientemente, ha
ejercido sobre el espíritu una verdadera sugestión, poniéndolo en un estado de
sueño mesmérico, estado en que el espíritu ha perdido en seguida el recuerdo de
sí mismo y de su anterior existencia, acabando por ser, en cierto sentido, nada
más que una parte de esa mujer, obrando y pensando tal y como ella quiere,
hallándose por medio de un lazo espiritual unido al hijo que se está formando,
pues la mujer aspira a tener un hijo semejante al ideal que ella se formara. El
lazo espiritual de que hablamos constituye la continua corriente mental de la
madre dirigida hacia su propio deseo o ideal. Dicha corriente mental es una
corriente de substancia tan positiva y real como la substancia que vemos y
tocamos. Una corriente de esta naturaleza constituye un verdadero lazo de unión
entre nosotros y otras cualesquiera personas, no importa que nuestros cuerpos estén
separados por distancias inmensas.
El cuerpo del niño viene, pues, al mundo llevando consigo un espíritu
mesmerizado o sugestionado, pero no podemos decir que el espíritu esté dentro
del cuerpo del niño, pues ningún espíritu se encuentra hoy encerrado en ninguna
humana criatura. Su núcleo únicamente está en el cuerpo, pero el espíritu es un
organismo que puede alejarse cuanto quiera de su cuerpo y que se halla siempre
allí don-de ha dirigido sus energías, no significando nada para él ni la
distancia ni el tiempo.
Proyectemos toda nuestra fuerza mental hacia un lugar determinado, y la
mayor y mejor parte de nuestro YO se hallará en aquel lugar.
El cuerpo es una organización muy distinta, aparte totalmente del
espíritu; es tan sólo el instrumento de que se sirve el espíritu en el estado
de su terrenal existencia. Viviendo una vida terrenal, el espíritu necesita un
instrumento de naturaleza terrena para poder adaptarse a las exigencias de esta
misma vida terrena; del mismo modo que si hemos de bajar a la oscura galería de
una mina de carbón, nos convendrá, bastante mejor que un vestido de seda y
lleno de bordados, el grosero traje mucho más adecuado que usan los mineros. En
este sentido el cuerpo es una verdadera coraza protectora del espíritu mientras
vive la vida terrena; los espíritus que abandonan su cuerpo antes de haber
alcanzado un cierto grado de conocimiento y el consiguiente poder, sienten y
sufren muchísimo a causa de este prematuro abandono, pues el cuerpo espiritual
o espíritu puro, obligado, en virtud de no haber obtenido aún toda su madurez,
a permanecer en la tierra –y muchos se ven obligados a esto, por dicha causa-,
sufrirán y padecerán intensamente en razón de las ideas y pensamientos emanados
de los mortales que los rodean aún, hallándose en un grado de sensibilidad que
muy difícilmente puede ser soportado en el mundo terreno. La persona muy
impresionable y que con mucha facilidad experimenta un gran placer o una
impresión fuertemente desagradable a la sola presencia de otras personas, puede
comprender de manera bastante aproximada el grado de sufrimiento de los
espíritus débiles al ser atraídos hacia determinada persona, atracción a la
que, por otra parte, no pueden o no saben resistir. El cuerpo aun con toda sus
imperfecciones y todos sus dolores, resultado de la ignorancia de las leyes
espirituales, viene a ser como un magnífico protector de nuestro todavía
atrasado espíritu contra la influencia de los malos pensamientos.
De manera que, sencillamente, lo que la madre hace no es sino proporcionar
un cuerpo nuevo para el uso del espíritu. Sin embargo, este cuerpo tiene una
parte de vida que le es propia, parte de vida que viene a ser algo así como la
vida de una planta. Del mismo modo que el árbol, tiene también el cuerpo del
hombre su edad juvenil, su edad madura y su edad de decaimiento. Cuando el
espíritu está poseído de suficiente conocimiento, puede detener por mucho
tiempo esta decadencia y mantener el cuerpo, que es su instrumento, no tan sólo
en un estado de perfecta madurez, sino hasta en el de un vigor siempre
creciente. Y esto lo puede lograr el espíritu proyectándose a sí mismo –esto
es, su energía mental hacia las más elevadas regiones de su espíritu, y,
siguiendo siempre la línea recta que sirve de lazo de unión, atraerse los elementos
vitales que necesita y que ha de hallar en aquellas elevadísimas regiones. A este
proceso espiritual le damos el nombre de aspiración. Con otras palabras,
podemos decir que en el fondo no es otra cosa que el deseo, expresado en forma
de plegaria o de petición, de obtener lo mejor y más elevado. Esta acción
mental está basada en una ley científica, del mismo modo que lo están los
principios de atracción y de la gravitación, y no es, en el mundo actual, otra
cosa que la proyección de una parte de nuestra real existencia –el espíritu- a
un lugar de donde puede traer nuevos elementos de vida. El pensamiento, la aspiración
o la porción de energía espiritual que lanzamos al espacio es una cosa tan
real, aunque invisible. como es real un alambre telegráfico, y del mismo modo
que este alambre es conductor de electricidad, el nuestro es conductor de
elementos vitales; por este mismo alambre viene también a nosotros el
conocimiento de medios y de formas nuevos para acrecer la intensidad de nuestra
vida y de nuestro poder.
El espíritu así unido a un cuerpo nuevo no constituye, sin embargo, una
existencia nueva. No es sino el mismo espíritu que ha entrado en posesión de un
instrumento nuevo, con el que obrará en lo futuro; pero puede decirse, aunque
limitando mucho el sentido de la palabra, que es un espíritu dormido. El poder
mental de la madre sigue actuando sobre él aun después que el nuevo cuerpo ha
venido ya al mundo, recibiendo directamente su influencia, con todos sus
errores y toda la ignorancia de cuanto lo rodea. Se halla en el mismo estado
que el espíritu que está sujeto a la influencia de un operador mesmérico, y
hasta operadores, haciendo este oficio por un lado la madre y por el otro lado
todas las personas que están en estrecha relación con la madre. El sugestivo o
mesmérico poder mental de varias personas, enfocado en un solo ser, resulta
proporcionalmente mayor que el de una mente sola y aislada, lo cual habrá de
influir en la dirección que tome el espíritu. En la existencia anterior puede
haber sido católico, o judío, o mahometano; pero si la madre y quienes están
con ella son protestantes, él será también protestante, a causa de que la
mentalidad de cuantos lo rodean lo inclinará a esa creencia.
Mientras el cuerpo se halla en la infancia, el espíritu no puede hacer
sino en muy limitado uso de él. En los años infantiles, efectivamente, en el
espíritu que anima al cuerpo nuevo no hay todavía más que una pequeña parte del
total espíritu. Cuando llora de hambre o porque alguna incomodidad lo hace sufrir,
le sucede al niño lo mismo que cuando pinchamos o golpeamos el cuerpo, de una
persona adulta que está durmiendo, la cual e el sueño del cuerpo, dispone
apenas de la fuerza o energía necesaria para protestar contra eso con un grito
o un movimiento semejantes a los del niño. Porque, en realidad, en el sueño
reparador y saludable, nuestro espíritu, nuestro YO verdadero, no está con
nuestro cuerpo, sino fuera de nuestro cuerpo, lejos o cerca de él, solo o
reunido con otros espíritus en otros lugares, y unido con el cuerpo solamente
por medio de un sutilísimo lazo.
El espíritu unido al nuevo cuerpo, durante el periodo que denominamos
infancia, se halla como mesmerizado, sugestionado; no se puede decir que sea él
mismo, ni puede de ninguna manera servirse ventajosamente de su pasada
existencia, pues está sujeto a la voluntad de cuantos le rodean. Si es un
espíritu verdaderamente fuerte, y ha pasado ya por muchas reencarnaciones, a
medida que vaya creciendo y se sienta bajo la influencia de otras mentalidades,
dicho espíritu irá poco a poco mostrando algo de su verdadero YO, empezando por
contradecir y protestar contra muchas de las opiniones que verá expresadas y
sostenidas en torno de él, y tendrá mil y mil ideas que no logrará inculcar a
los de-más, a causa de que la sociedad las tachará de oscuras o de visionarias.
No hay nada que sea visionario, en el sentido que el mundo da a esta palabra:
todo son visiones de alguna realidad que puede no ser la nuestra, pero que no
deja por eso de ser real. Lo que hay son premoniciones del alma. Lo que hay es
que el verdadero YO, el espíritu, puede ver y alcanzar todo lo que es verdad,
aunque esté muy lejos, a pesar de las desviaciones y obstáculos que ponen en su
camino los pensamientos y preocupaciones que lo rodean.
El nuevo cuerpo que se ha dado al espíritu puede ser un cuerpo
imperfecto. Como las semillas de plantas defectuosas producen otras plantas de
inferior calidad, asimismo hay cuerpos que producen otros cuerpos imperfectos,
y la influencia mental de aquellos que lo rodean puede todavía agravar tales
imperfecciones físicas; esto es: si los padres están siempre pensando en la
enfermedad, esta enferme-dad se mostrará en su hijo. La madre que esté pensando
siempre en sus dolores o en sus penas, legará unos y otras a su hijo. De ahí
que veamos con frecuencia espíritus que están sugestionados por la creencia de
que tienen un estómago débil o enfermo los pulmones. El padre que siente
constantemente el deseo del alcohol, aunque puede muy bien no haber bebido una
sola gota, legará a su hijo el gusto por el alcohol. Ésta es la verdadera y
real causa de lo que llaman enfermedades hereditarias. No son en verdad
herencias del cuerpo; lo que se hereda es la mentalidad predominante en quienes
engendraron al niño o lo rodean en los primeros años de su infancia. Lo que han
de hacer los padres, pues, aunque se hallen afligidos por grandes dolores o por
alguna enfermedad, so es sino pensar constantemente en el estado de salud y
combatir la tendencia a pensar siempre en sus penas, con lo cual irán curándose
gradualmente a sí mismos y harán sanos y fuertes a sus hijos, aun a pesar de
las imperfecciones físicas con que puede haber nacido el niño, las cuales, a su
vez, no se deben sino al estado mental predominante en la madre o en los que la
rodean, en cuyo caso el espíritu a quien se ha proporcionado en tales condiciones
un cuerpo nuevo vendrá al mundo a continuar su lucha cargada ya, desde el
principio, con un nuevo haz de errores.
El verdadero YO permanecerá enteramente dormido e insensible a los poderes de que puede
haber usado en una reciente pasada existencia, quedando sujeto a las
influencias mentales que sufre y acostumbrándose con los años a esta
influencia, la cual acaba por formar en él un hábito mental hecho de ruinas, y
pues se le ha enseñado a burlarse de todo poder espiritual, mira su propio
espíritu como cosa sin sentido. El espíritu genial de un Napoleón, de un Byron,
de un Shakespeare, puede ser atraído a un cuerpo ruin, lleno de enfermedades y
de vicios, de manera que mientras viva en el cuerpo de ese infeliz, aquel
espíritu superior estará sufriendo algo así como un afligente sueño. Este sueño
puede prolongarse durante varias y sucesivas reencarnaciones, hasta ser
quebrado por la influencia de algún espíritu superior conocedor de la verdad.
Pero el despertar a este conocimiento y la realización de esta verdad son una
cosa muy difícil, tan complicado es el proceso de la educación que se ha ido
recibiendo, en tan extensa proporción se apoyan nuestras creencias en ideas falsas,
tan grande es la tendencia en todos los hombres a alejarse siempre de la
verdad, tan fuerte es el poder de las mentalidades que nos rodean para ponernos
en la peor de las corrientes espirituales, tan escaso es el conocimiento que
tenemos de las leyes y de las fuerzas reales de la naturaleza, tan incrédulos
nos mostramos ante las verdades que llegamos a descubrir, tan absolutamente
fabuloso nos parce el hecho de que lo que creímos nuestro verdadero YO no era nuestro YO verdadero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario