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DE LA COOPERACIÓN MENTAL Capítulo XX de PRENTICE MULFORD






Una de las aspiraciones mías al escribir este libro es la de sugerir a los hombres la manera cómo puede ser aumentada su fuerza, así como también la de enseñar la manera cómo ha de ser aplicado nuestro poder espiritual para atraernos y atraer para los cuáles los mejores y más felices resultados.

La evolución de la fuerza fuera de nosotros, en lo externo, puede ser muy activada y en gran manera ayudada por otras fuerzas similares que deseen lo mismo y lo deseen con un espíritu análogo.

Todo lo que hacemos o realizamos en este plano de la existencia necesita de esta fuerza en mayor proporción de lo que podemos comprender.

Cotidianamente hemos de luchar con infinidad de invisibles males. Vivimos generalmente entre personas, con las cuales tenemos relaciones más o menos estrechas, que tal vez inconscientemente emiten pensamientos maléficos o de muy relativa bondad. Vivimos, quizás, en medio de envidiosos y maldicientes, en medio de personas en quienes la murmuración y la crítica acerba se han convertido ya en un verdadero hábito. Podemos estar obligados a comer todos los días con personas llenas de cinismo, de perversidad, de mal humor; y en tal situación absorbemos con la comida los elementos mentales que emiten las personas sentadas en torno de la mesa. Podemos también estar diariamente obligados a juntarnos y mezclarnos con personas que debilitan y enferman sus cuerpos por vivir constantemente sometidas a pensamientos de debilidad, con lo cual ponen en acción la fuerza que la produce, que es en realidad la misma fuerza o elemento mental que produciría la salud y la alegría si se aplicase a ideas de alegría y de salud. Necesariamente hemos de ponernos con frecuencia en relación con personas llenas de tristeza, de mal humor, de desaliento, de avaricia, de víctimas de cualquiera de los más bajos y desordenados apetitos animales. Hemos de relacionarnos más o menos con la gran masa de humanidad que vive en la creencia absoluta de que todo es material y perecedero, y a cuyas mentes no ha llegado siquiera una sola vez la idea de que la verdadera vida, la salud, la felicidad durable, solamente pueden conseguirse por medio del conocimiento y la observancia de la ley que nos enseña que el hombre ha de ser, física y mentalmente, tal y como se imagine o quisiera ser.

Por grandes que sean nuestro conocimiento, nuestra fe y nuestra práctica de esta ley, necesariamente resultaremos, en más o en menos, afectados por los bajos y groseros elementos mentales a que hemos aludido más arriba y que incesantemente se mueven en torno de nosotros. Si hacemos vida en común, o siquiera muy frecuente, con personas que piensan siempre erradamente, o que emiten pensamientos malos, no importa contra quienes vayan dirigidos, es fuerza que, en mayor o menor grado, hemos de ser perjudicados por ellos. Los pensamientos de tales personas son como el humo, que nos ciega los ojos. Si estamos con los que tienen por norma de su conducta la incertidumbre y la duda, absorbemos elementos de vacilación que nos dañan mucho, vemos ya las cosas con menos claridad, y nuestra propia fuerza se adultera y neutraliza con los bajos pensamientos que se le añaden.

Del mismo modo exactamente podemos absorber el miasma de la enfermedad o de la idea equivocada, que el miasma material de los pantanos y de las cloacas, y así, por un tiempo más o menos largo, el pensamiento infeccioso forma parte de nosotros. De manera que no solamente estamos siempre en guerra con los males que vemos, sino con los que no vemos también, sosteniendo constante lucha con los poderes de las tinieblas. Toda mente enferma o rastrera que esté en uso de un cuerpo físico va seguida o rodeada de otras mentes del mismo modo enfermas o bajas, aunque sin cuerpo físico, pues la mayoría de las mentalidades que vagan todavía en las esferas de la ignorancia y del error se juntan en este plano físico de la vida y se ocupan en acumular en torno de nosotros toda clase de males, por lo cual es muy grande la influencia que puede ejercer sobre nosotros esta combinación de atroces maldades.

Todas estas fuerzas obran contra nosotros, nos aplastan y retardan nuestro progreso hacia una condición mental más llena de felicidad y de esperanza, más alegre y absolutamente sana. Tales fuerzas combinadas nos impiden con frecuencia alcanzar una más perfecta una más perfecta salud, un mayor vigor, una más completa agilidad en nuestros músculos. Ellas retardan la realización de una condición mental mucho más fuerte y sana, en la cual nunca caeríamos en períodos de depresión y de melancolía, en los cuales lo más trivial e insignificante toma proporciones gigantescas y se pasan los días temiendo males que no han de venir, debido a que no pensamos entonces de conformidad con nuestras propias cualidades mentales, sino con las de los hombres llenos de temor y pusilamidad que viven en torno de nosotros. Ellas retardan el desenvolvimiento del espíritu que habría de traernos una creciente claridad y brillantez de ideas, determinando el éxito en cada uno de los negocios por nosotros emprendidos, rehaciendo y rejuveneciendo nuestro cuerpo, proporcionándonos una perpetua madurez, libre de todo decaimiento físico. Porque “el último gran enemigo que será destruido es la muerte”, pues el espíritu irá adquiriendo poco a poco el portentoso poder que ha de permitirle conservar el cuerpo en buenas condiciones de vida todo el tiempo que le plazca. El hombre va acercándose a la adquisición de este poder o posibilidad.

En cuanto a sus poderes mentales y físicos, la raza humana no puede permanecer estacionaria. En el mismo caso se halla el individuo. No deja nunca el hombre de adelantar, inventando y desarrollando nuevos métodos y nuevos procedimientos para disminuir o hacer más descansada su labor física.

A una fuerza sucede pronto una fuerza nueva, cada vez más poderosa. Así, en el dominio que el hombre ejerce sobre las aguas, vemos que la vela viene a suplir al tosco remo, el vapor toma más tarde el lugar de la vela y la electricidad o alguna otra nueva forma de fuerza vendrá a substituir al vapor.

Pero mucho más grande, mucho más poderoso que todo esto, son las fuerzas que ha de hallar el hombre en sí mismo, cuyos efectos, para dicha suya, dejarán muy atrás todo lo que ha soñado, efectos que causarán una verdadera revolución en el modo actual de vivir y de obrar; revolución, empero, absolutamente pacífica, pues los poderes superiores no se anuncian jamás a golpes de trompeta; vienen siempre con las más humildes e inesperadas fuentes...como la de Cristo, naciendo en un pesebre de Judea, aunque su advenimiento sobre la tierra fue una verdadera dispensación de poder y de luces espirituales, y quien seguramente habrá de ser seguido por otros espíritus siempre más perfectos, relativamente, y con los intervalos que sea menester.

En cuanto a esos intervalos, conviene notar que diecinueve siglos son un bien corto espacio de tiempo en la vida de un planeta, como son también cosa insignificante en el desarrollo y crecimiento del espíritu.

Para conseguir mejor estos resultados necesitamos cada uno de nosotros la cooperación y asistencia de los demás, mediante el invisible poder de la mente. Es necesario que todos los que se hallen conformes con este modo de pensar y que en más o en menos acepten las verdades que dejamos demostradas en nuestros escritos, dirijan, si es que están dispuestos a ello, todos los días algunos minutos su poder mental a fortalecerse mutuamente unos a otros en la lucha contra el mal o los males que nos asedian. Yo necesito,y tú necesitas, y todos los que tenemos fe en estas leyes necesitamos de la diaria cooperación y asistencia los unos de los otros, expresadas enérgicamente por el vivo deseo de obtener la fuerza necesaria para rechazar el mal.

Algunas veces se me ha hecho esta pregunta: “¿Y tú prácticas, acaso, y vives de conformidad con lo que escribes?”, a lo cual contesto: “No, yo no puedo. Todos los males y todos los defectos e imperfecciones de que hablo en mis libros los hallo también en mí mismo; pero que los vea con claridad y los señale y los combata no es razón para que pueda inmediatamente librarme de ellos. Tales defectos vienen en parte de hábitos mentales muy antiguos e inveterados, y todo hábito de esa índole sólo puede ser combatido poco a poco y destruido despacio y gradualmente. Puedo ahora ser un temperamento fácilmente irritable, o rencilloso, o desesperado, o caer en otros modos mentales todavía peores, y aun en muchos de ellos a un mismo tiempo.

Conozco muy bien el perjuicio que me resultará del hecho de exteriorizar o proyectar fuera de mí tales elementos mentales; pero mi conciencia, por profundo y extenso que sea, es una cosa, y mi energía para esquivar o apartar de mí algún modo mental que ha de perjudicarme es otra cosa muy distinta.

Siento la necesidad de obtener mayores fuerzas para poder resistir con algún éxito a tan perversas tendencias, y sé que vendrán a mí mayores fuerzas por medio de la silenciosa e invisible cooperación mental que pueda despertar o sugerir en los demás, así como también todos aquellos que se junten conmigo en el mismo esfuerzo obtendrán mayores fuerzas; lo cual significa que muchas manos pueden apoyarse en un mismo bastón, y que muchas manos lo levantarán más fácilmente que una sola”.

En la medida que sea posible, conviene que el pensamiento de mutua ayuda sea tenido por todos a un tiempo mismo, y como hora muy a propósito para ello señalaría las seis en punto de la tarde. Todo aquel que pueda distraer de sus ocupaciones cinco, diez o quince minutos, y retirándose a solas los dedica a proyectar o emitir la idea de mutua ayuda y fortalecimiento de las mentalidades que están con la suya en simpatía, hará cosa verdaderamente buena. Empero, el que no pueda recluirse ni abandonar el trabajo, se halle en el escritorio, en la calle o en el taller, dedique siquiera un solo minuto a la proyección de la misma idea, y esté bien seguro de que su esfuerzo no será perdido, pues constituirá una porción más o menos grande de fuerza constructiva lanzada al espacio, que irá a juntarse con los riachuelos o grandes corrientes de elementos constructivos similares proyectados por otros individuos, se encuentren cerca de él o muy lejos sobre este mismo planeta.

Ello constituye una fuerza benéfica, y, naturalmente, ha de producir bien en el mismo que la ha desarrollado. Ello constituye una especie de tesoro, el cual, si hemos tenido en su formación alguna parte, por pequeña que sea, se nos ha de devolver aumentada con grandes intereses, y así estableceremos la cooperación con todas aquellas mentalidades que están en relaciones de simpatía con la nuestra, séannos conocidos o desconocidos los cuerpos que usan esas mentalidades.

Pero la proyección de la mencionada idea es más y mejor aprovechada por nosotros y por todos los demás si se efectúa en una hora del día fija y determinada, permitiéndonos indicar la conveniencia de que la necesaria concentración mental se realice en el mismo instante en todas partes, por la razón de que, al hacerlo así, una mayor cantidad de fuerza se reúne en una sola corriente, como sucede siempre que varios individuos vuelcan su energía en un esfuerzo común.

Lo más elemental y simple que esta silenciosa cooperación mental nos haya sugerido será como el primer paso que daremos para ponernos en comunicación espiritual con aquellas mentalidades que han de reconfortar y alimentar la nuestra. Hemos de convencernos de que cada uno de nuestros pensamientos es una parte realísima de nosotros mismos, y que cuando los emitimos con la intención de hacer bien a los demás hombres, va a juntarse con alguna corriente mental de naturaleza análoga, se mezcla con ella y aumenta dicha corriente mental en un volumen proporcionado al número de mentalidades que también han emitido sus pensamientos con el mismo espíritu. De esta manera contribuimos a generar una verdadera e invisible fuerza natural, la cual constituye un positivo lazo de unión y de comunicación entre nosotros y los seres de mentalidad análoga a la nuestra. Y éste es un lazo de comunicación mucho más potente que cualquier otro lazo material, pues está formado por una FUERZA VIVIENTE, la cual algún día ha de producir en nosotros los más beneficiosos resultados de orden material.

Esta misma fuerza, en virtud de la misma ley, puede estar actuando ahora sobre nosotros, aunque produciendo nada más que desagradables resultados, debido a que estemos tal vez rodeados por malos o no bien madurados pensamientos, a los que inconscientemente abrimos nuestra mente, emitiendo luego también, en más o en menos, ideas de tristeza, de desaliento, de mal humor o de cualquier otro orden de insalutíferos elementos. Ha de sernos mayormente imposible evitar este peligro si acaso vivimos en una esfera donde dominen tales ideas-elementos, a las cuales nuestra mente puede ya haberse acostumbrado por un largo hábito, que nos lleva a cooperar inconscientemente todos los días en la producción de semejante orden de ideas.

Ahora, de lo que se trata es de buscar el modo de desviar esta fuerza, llevándola por más elevados y mejores cauces, y esto lo hemos logrado ya cuando, aunque sea por un solo momento, deseamos el bienestar de todo el mundo, sin excluir de semejante beneficio ni aun a aquellas personas que nos puedan ser más repulsivas y odiosas, porque cada uno de nuestros pensamientos, al ser emitido, constituye una fuerza natural, y cuanto más lleno esté de intenciones benéficas más grande es esta fuerza, y cuanto mayor es el bien que se hace a los demás, más grande es asimismo el beneficio que se recibe al reaccionar el esfuerzo hecho. No hay un solo pensamiento que se pueda considerar perdido por completo, y si un día decimos con toda sinceridad: “¡Que el Espíritu Infinito del Bien beneficie a todos los hombres y a todas las mujeres!” con seguridad hallaremos, cuando nuestra existencia haya sido andada, que el momento que ocupamos con aquella idea fue de todos el más provechoso, de tal manera que la fuerza exteriorizada al formular aquel benéfico deseo puede haber sido la única que penetrase en la lóbrega atmósfera formada por los pensamientos predominantes en torno de nosotros, enviándonos a través de ella los rayos de una más pura, más elevada y más constructiva fuerza; porque cada pensamiento de bondad que expresamos nos trae indefectiblemente la parte de felicidad que por él nos corresponde.

Alguno de los que lean este libro estará, sin duda, mentalmente solo por completo, pues aunque rodeado en el mundo por su familia, por sus relaciones y por sus amigos, nadie se junta estrechamente con él hasta formar parte integrante de su existencia. Sus ideas, si acaso llega a expresarlas, serán calificadas de fantasías, y aun él mismo puede ser llamado hombre excéntrico y visionario, con lo cual habrá acabado por aprender a guardarse para sí mismo sus pensamientos, encerrándose dentro de sí mismo y juntándose con aquellos que lo rodean únicamente en lo que se refiere a su vida cotidiana, a sus intereses y a sus particulares simpatías. Por lo demás, vive el tal como encerrado en sí mismo y tan sólo como si hubiese sido arrojado, igual que otro Robinsón Crusoe, a una isla deshabitada. El que se halla en este aislamiento espiritual sufre el más triste de los aislamientos, sintiéndose extranjero en su propio país, y extraño entre aquellos que son de su propia sangre y hablan su misma lengua, pues los lazos físicos que nos proporciona el mundo de las relaciones físicas no constituyen nunca los lazos reales y positivos. Constituyen únicamente nuestras relaciones verdaderas aquellos que piensan como nosotros, que creen lo que nosotros creemos y simpatizan con lo que despierta nuestras simpatías, y los tales pueden muy bien ser personas a quienes no hemos de ver jamás, de otros países y de otras razas.

Nuestras relaciones verdaderas son aquellos espíritus cuya comprensión de la vida y de todo lo que ella envuelve es en algún modo semejante a nuestra propia comprensión. Con éstos, estén en posesión de un cuerpo o no, necesitamos juntarnos.

No es bueno para nadie vivir completamente aislado, esto es, vivir fuera de toda relación espiritual. En semejante aislamiento no podríamos proveernos de lo que es necesario a nuestra vitalidad, pues tanto para la salud física como para la salud mental nadie puede vivir de pan solamente ni de otro alimento material cualquiera. Para la sustentación y el mantenimiento de nuestra salud en este plano de la vida, necesitamos de la presencia de quienes piensan como nosotros pensamos, generadores de una corriente espiritual hecha de pensamientos de amor, de bondad y de simpatía; y esta corriente podemos atraerla hacia nosotros por los medios de que hemos hablado, aunque los cuerpos físicos en que se albergan los espíritus simpáticos estén muy lejos de nosotros o no los conozcamos siquiera. También puede suceder que tengamos en torno gran número de amigos a quienes ni tan sólo hemos visto jamás y los cuales, sin embargo, sienten la necesidad de proporcionarnos una mejor salud física y un más poderoso vigor mental.

Un aislamiento permanente y la falta de alimentación mental que se le sigue producen mentalidades desviadas y mustias, sin vigor, por la carencia de la adecuada alimentación, acabando por determinar la locura en alguna de sus numerosas formas o grados, la melancolía, la tristeza y una multitud de males físicos, para curar los cuales serán en vano recomendadas las medicinas, los cambios de clima o cualquier otro de los medios de que se echa habitualmente mano para combatir esa clase de afecciones.

Si a un niño lo separamos de sus juegos infantiles o lo mantenemos constantemente en la compañía de personas ya viejas, cuyas inclinaciones y simpatías son las propias de la edad avanzada, este niño pronto irá desmejorando y crecerá como tonto y sin la natural viveza de la infancia, pues el niño necesita, tanto o más que de cualquier otro alimento, de la corriente mental procedente de la reunión con los otros niños, sus compañeros. Si obligamos a un hombre de educación tosca y baja, que se encuentra bien únicamente reunido con sus compadres en torno de la mesa de una cervecería, a pasar muchos años en la sola compañía de hombres filosóficos y científicos, no hay duda que este hombre llegará a sufrir mental y físicamente a consecuencia del aislamiento en que se hallarán sus cualidades espirituales, las cuales constituyen para él la más apropiada alimentación.

Cada uno de nosotros vive bajo la acción de esta misma ley –la ley según la cual nuestra mente ha de ser alimentada por otras mentes análogas, que sientan las mismas simpatías y estén solicitadas por intereses semejantes-; de lo contrario, vendrá pronto la enfermedad física por la falta de alimentación invisible adecuada, tan necesaria, o más aún, que la visible.

Hasta ahora, sólo se ha considerado posible la cooperación por medio de la reunión y ayuntamiento de los cuerpos físicos de las personas. Pero, como se ha visto con mucha frecuencia, la reunión de los hombres en sociedades y en organizaciones semejantes ha producido muy escasos y aun nulos resultados, cuando las mentes de esos hombres asociados no funcionaban al unísono.

La única cooperación de resultados efectivos y capaz de hacer triunfar un negocio o una empresa cualquiera es esta cooperación de los elementos espirituales procedentes de varias mentalidades que obran en el más perfecto de los acuerdos. Ninguna organización externa, en el orden de la humanidad, sea de carácter político, religioso o financiero, puede florecer y prosperar de otra manera. Esta cooperación puede ser verdaderamente efectiva aunque los cuerpos físicos de aquellos que en tal sentido hacen uso de su espíritu o fuerza mental estén muy diseminados y se desconozcan físicamente los unos a los otros. Dicho más claramente: aquel que todos los días dedique un corto espacio de tiempo a emitir un pensamiento lleno de la más perfecta bondad y del más ardiente amor para todo el mundo, amigos y enemigos, se atraerá la benéfica corriente espiritual que forman todos los pensamientos de una naturaleza análoga. Si todos los días dedicamos un cierto espacio de tiempo a desear el bien de los demás, comenzamos a metodizar y organizar esta corriente espiritual. De manera que si dos, tres, cuatro o más personas se juntan siquiera una vez a la semana con el objeto de reunir toda su fuerza mental, aunque sea tan sólo durante unos pocos minutos, en la común aspiración de que se realice el bien y la felicidad de uno mismo y los de todos los demás, verificamos una verdadera acumulación de esta constructora e invisible fuerza, y como las juntas o reuniones periódicas continúen, se genera cada vez más un volumen mayor de fuerza que se desarrolla y constituye ya un poder organizado, que seguirá cada día más numerosos cauces, para el bien de cada cual y de toda la sociedad; del mismo modo que cuanto mayor es la caldera, es mayor también la fuerza generada en ella, más grande el número de máquinas que puede mover y más numerosos y más diversos empleos.

Como la humanidad entera está espiritualmente reunida, no formando más que un solo cuerpo espiritual, dejar olvidada, en el acto de formular nuestros buenos deseos, la mínima parte de ella, es lo mismo que si, al tratar de curarnos alguna dolencia que sufra nuestro cuerpo físico, dejásemos olvidada –fuera de nuestros cuidados- una parte de ese cuerpo, con lo cual, naturalmente, perjudicamos a la totalidad. De igual modo, al olvidar, por odio o por mala voluntad, a una parte de la humanidad, aun la más insignificante, causamos un daño a los hombres todos, incluso a nosotros mismos.

Y si persistimos en la reunión periódica indicada, no hay duda que, mediante este mismo poder silencioso y lleno del más profundo misterio, seremos guiados hacia otras reuniones similares tenidas con un propósito análogo, juntándose y fundiéndose nuestra fuerza con la suya, y de esta manera, sin previa organización externa de ninguna clase, sin la fundación formal de ninguna especie de sociedad, sin tener para nada en cuenta las leyes y las instituciones escritas, nos hallaremos un día a nosotros mismos en la más completa y más simpática comunión de propósitos y de deseos con personas de todos los países, quienes por su refinamiento mental y por sus gustos elevados se han sentido atraídas hacia nosotros, del mismo modo que nosotros hacia ellas.

Existe actualmente en el nuestro y los demás países, a consecuencia del relativo avance y progreso de las mentalidades que pueden usar sus cuerpos físicos, una proporción mucho mayor que antes de espíritus que han adquirido con su crecimiento mental la capacidad de rencarnarse. A medida que nuestras opiniones se ensanchan y se elevan, y nos hacemos, por lo tanto, más liberales aquí en la tierra, abrimos, como quien dice, el camino para que se acerquen cada día más a nuestro planeta espíritus de tipo más refinado, asegurando de esta manera la llegada de nuevos entes a la tierra, los cuales actuarán eficazmente sobre ella, en el sentido de hacer posible la adquisición de ese grado de poder que hará libres e independientes a los espíritus y dueños en absoluto del mundo material. Cada uno de nosotros, como espíritu que es, está obligado a poseer y a usar un cuerpo físico le proporciona, hasta que haya adquirido o crecido totalmente en él aquel gran poder; y así es preciso que reencarne cada uno de nosotros y use un cuerpo físico después de otro, hasta que haya alcanzado la conveniente medida de conocimiento espiritual y la consiguiente adquisición de poder.

Entonces, y sólo entonces, se puede decir que comienza nuestra verdadera y positiva existencia; donde termina el necesario periodo de las pasadas inconscientes rencarnaciones, allí mismo se inicia nuestra vida verdadera, en la cual ya no será, como ahora lo es, nuestro dueño material.

Entonces seremos nosotros los dueños de la materia, y con el poder que poseamos sobre los elementos nos será posible formarnos un cuerpo físico según nuestro gusto, y hasta podremos fabricar cualesquiera otras cosas de orden material; éste es un poder que en lo pasado algunos hombres han tenido y que en lo futuro muchos más tendrán. Otro de los resultados de este desenvolvimiento o evolución será el de mezclar y fundir los más elevados mundos espirituales con nuestro mundo material, inferior y atrasado, o sea la venida de la Nueva Jerusalén, que algunos de los videntes o profetas de entre los primitivos cristianos anunciaron ya, diciendo que un tiempo vendrá en que los hombres podrán vivir en espíritu o en materia, según les plazca.

Si el que lee estas páginas pertenece a este orden mental o es uno de esos espíritus verdaderamente avanzados, resulta de la mayor importancia que atienda y siga nuestras sencillas y claras indicaciones, a fin de que, al proyectar su pensamiento en el espacio, pueda establecer lazos de comunión mental con otras mentalidades de naturaleza semejante. El que así lo haga logrará con el tiempo atraerse la cooperación de aquellos a quienes necesita y que a su vez necesitan de él. Nos es preciso comunicarnos y establecer un especie de intercambio con espíritus de un orden análogo al nuestro, con el objeto de fortalecernos y de afirmarnos en estas ideas que ya conocemos, las cuales han estado años y años llamando a nuestra puerta, y son verdades vivientes, no fantasías o ficciones, de lo que habremos de convencernos cuando hallemos que otros hombres, alejados de nosotros y a quienes no conocimos tampoco en nuestras vidas anteriores, han estado obedeciendo a ideas semejantes.

El deseo de cooperar en el espíritu de la más perfecta bondad, aunque no logremos físicamente reunirnos o juntarnos con aquellos que sienten el mismo deseo, será para nosotros como un primer paso para la adquisición de un mayor poder aquí en la tierra, poder que vendrá más tarde o más temprano a ahorrarnos la prueba de una nueva inconsciente rencarnación, en la cual, debido a las experiencias relativamente lentas que resultan del nacimiento y del crecimiento físicos, hemos de aprender a vivir una y otra vez a cada nueva entrada que hacemos en el mundo físico.

Cuando hemos logrado un estado espiritual apropiado, tranquilos y sosegados el cuerpo y la mente, en mayor medida que sea posible, libres de cuidados y de cotidianas preocupaciones, constituimos alrededor de nosotros una atmósfera espiritual, a la que otros espíritus iguales al nuestro en elevación de miras u de inclinaciones pueden venir y permanecer en ella tanto tiempo como mantengamos la pureza de esa atmósfera, de lo cual puede muy bien seguirse la más esplendorosa iluminación de la mente. Como quien dice, hemos de esta suerte creado un lugar especial en donde los espíritus puros se sienten perfectamente, deseando cada vez más permanecer en él, de donde resulta que ellos necesitan de nosotros tanto como nosotros necesitamos de ellos, y así serán cada día más y más estrechas nuestras mutuas relaciones. El espíritu desencarnado o sin cuerpo no es por completo independiente del encarnado o de los que vivimos en este mundo. En muchos casos, sin embargo, necesitan una mayor asistencia de la que a los encarnados es dable dispensar, y puede muy bien no existir tampoco rompimiento de los lazos de las relaciones espirituales, por el simple hecho de que una mente esté en pleno uso de un cuerpo físico y otra mente carezca de él. El ente que esté con nosotros más estrechamente unido entre todos los del universo, y cuyas relaciones mentales y perfecta comunión con nosotros podría sernos de la mayor utilidad, estará con seguridad aguardando ansiosamente la ocasión de acercársenos, aprovechando para ello los medios que hemos aquí indicado; y cundo los hayamos puesto en práctica, otros nuevos medios se nos ocurrirán, sugeridos por los primeros, los cuales contribuirán a fundir y a hacer cada vez más y más estrechas las relaciones de las mentalidades que se juntan y compenetran, haciendo de este modo realizables las más extraordinarias posibilidades espirituales, que los hombres de los tiempos presentes verían tan improbables como las fábulas que se cuentan en Las noches de Arabia.

Cuando cualquiera de nosotros, junto con otros hombres, o a solas en apartado retiro, fije en su mente el firmísimo deseo del bien para todo el mundo, atrae a sí y adquiere inmenso poder, poder que ya no lo abandonará jamás. No es siempre necesario, sin embargo, en el momento de juntarnos para la adquisición de poder, que mantengamos la mente en la dirección de un propósito determinado; basta con que el deseo de adquirir mayor poder sea fuerte y predominantemente mantenido en el espíritu. Si nos hallamos reunidas, dos, tres o más personas vinculadas espiritualmente por el mismo deseo del bien, después de algunos minutos de silencio para mejor concentrar el espíritu en el propósito determinado, podemos entretenernos oyendo buena música, o en una conversación agradable sobre cualquier asunto, con la condición de que no encierre el menor asomo de envidia, de burla o de mala voluntad contra nadie.

No es necesario que mantengamos firme en nuestra mente el acto de proyectar afuera un determinado propósito, pues un vez que lo hemos formulado y emitido con toda la energía de nuestra mentalidad, mientras no lo contrariemos con otro propósito distinto, constituye ya una fuerza que obra de igual modo lo mismo si pensamos en él que si no pensamos.

Aquellos que tienen fino el oído y muy aguzada la percepción espiritual comprenderán en seguida la importancia de lo que aquí recomendamos, aunque no es de esperar que nuestras indicaciones sean de buenas a primeras seguidas por completo y con regularidad. Y aunque lograsen despertar inmediatamente el celo de alguno, pueden venir períodos en la vida en que este celo y este interés decaigan completamente, solicitada su atención por graves cuidados o por grandes placeres o por otras fases cualesquiera de la vida mundanal, y aun puede abrirse en la existencia una especie de abismo entre nosotros mismos y la práctica de dedicar todos los días algunos minutos a la silenciosa plegaria mental. Pero la semilla, una vez sembrada en nuestro espíritu, ya no morirá. Alguna vez, después quizá de haber cometido una grave falta, esta semilla brotará de improviso, y entonces su acción nos será altamente provechosa, como que nos proporcionará nuevo vigor para redimirnos de la falta cometida, llegando por este camino a la comunión y cooperación mental, que ha de ser el primer paso para una vida nueva: la vida espiritual, con una felicidad infinita, después de la vida de nuestra existencia física. Entonces también comprenderemos que el cultivo de la plegaria mental, ya solos, ya reunidos en grupo con otros hombres igualmente creyentes, es el medio verdadero para proporcionarnos una vida nueva, una mayor clarividencia y un poder substantivo mayor para el más completo éxito de toda clase de empresas y negocios, comprendiendo finalmente que ésta es la manera más recta y segura de obtener participación en el riquísimo e inagotable venero del Infinito Poder del Espíritu.

“La plegaria de fe cura toda enfermedad”, y el pensamiento que emitimos deseando el restablecimiento de un amigo enfermo lleva a este amigo una ayuda que le servirá mucho. Si otros juntan a la nuestra plegaria su fe, aumenta proporcionalmente la fuerza desarrollada y que recibe como eficaz ayuda la persona enferma. Si el cuerpo físico está ya tan estropeado exteriormente que el espíritu enfermo no puede permanecer por más tiempo en él, entonces nuestra ayuda mental servirá para sostener al espíritu en trance tan difícil, sabiendo que cualquier espíritu no puede sentirse absolutamente curado mientras persistan las falsas imaginaciones y vanas aprensiones de enfermedades vanas.

Podemos ir corrigiendo nuestros defectos con períodos regulares de disciplina mental; pero no se olvide que es absolutamente imposible progresar y cambiar nuestro modo de ser en el transcurso de unos pocos meses, ni en años siquiera; y hemos de poner también mucho cuidado en no convertir la plegaria mental en un nuevo hábito o costumbre, que ejecutemos superficial y mecánicamente, como por la fuerza. Lo que no podemos hacer con toda la energía del corazón, es mucho mejor que lo dejemos de hacer. Pero podemos estar absolutamente ciertos de que el fuego vital que se encierra en estas verdades no ha de extinguirse jamás dentro de nosotros, aunque permanezca latente durante mucho tiempo.

No hay en el universo fuerza que pueda compararse al poder de las mentes reunidas en un solo propósito, y este poder está siempre en acción, en todos los grados del movimiento. Y cuanto más grade es la causa que lo mueve, más crece y más poderoso se torna este poder. Algunas veces, inconscientemente, se hace uso de este poder para el mal; pero su fuerza aumenta intrínsecamente cuando se emplea para el bien, de manera que el poder generado por diez mentalidades con intención benéfica es siempre superior al que pueden engendrar diez mil otras mentalidades con miras bajas o ruines motivos. Pero siempre es un poder invisible y silencioso, que se mueve y acciona por caminos llenos de misterio y sin ruido; no se opone visiblemente contra ninguna otra fuerza, y para exteriorizarse no emplea formas materiales ni ninguna otra clase de energía física.

La publicación de estos mismos libros fue comenzada en medio de las mayores dificultades, sin capital ninguno; y, tal es nuestra creencia, pudo ser llevada adelante y debe su éxito creciente a la fuerza reunida de unas pocas mentalidades que, siempre que podrían, juntábanse en silenciosa plegaria expresando un mismo y ardiente deseo.

Para aquellas personas que puedan desear tenerla, doy a continuación una fórmula o composición de palabras por medio de la cual se puede expresar la plegaria mental, aunque no debe olvidarse que no hay necesidad alguna de ella, como no la hay tampoco de formular en palabras la plegaria mental, que puede ser algo así:

Infinito y Eterno Espíritu del Bien, danos un nuevo poder para corregir y destruir nuestros defectos. Danos también un siempre creciente espíritu de benevolencia para con todos nuestros semejantes. Danos fe, y haz que veamos cada día más claramente la ley, y el camino y los medios por los cuales hemos de obtener la salud, y la paz, y la felicidad y el bienestar más firmes y perdurables. Danos, finalmente, una perfecta fe en la ley de la vida eterna.


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