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FUERZAS POSITIVAS Y NEGATIVAS Capítulo XXV de PRENTICE MULFORD






Nuestro espíritu está continuamente lanzando afuera su propia fuerza y recibiendo al mismo tiempo del exterior alguna de las cualidades producidas con esa fuerza, de igual modo que una batería eléctrica proyecta al exterior su energía al propio tiempo que son renovados en ella los elementos productores de la misma. Cuando hacemos uso de nuestra fuerza en hablar o en escribir o en cualquier otro de los esfuerzos físicos propios de la vida humana, somos cómo pilas eléctricas de cualidad positiva; cuando no hacemos ningún uso de esta fuerza somos como pilas negativas. Cuando nos ponemos en esta última condición, es cuando recibimos fuerzas o elementos, los cuales, según su clase o cualidad, pueden causarnos un daño temporal o un bien permanente.

Todo mal, de cualquier clase que sea, no puede ser más que temporal. A través de sucesivas existencias físicas, nuestro espíritu marcha indefectiblemente hacia condiciones en que ha de aumentar de un modo ilimitado su bien y su felicidad.

Hay corrientes mentales venenosas de tan positivos y reales efectos como los vapores del arsénico o las emanaciones de ciertas substancias tóxicas. Manteniéndonos en condición negativa, durante una sola hora que permanezcamos reunidos con personas cuya mente esté llena de los sentimientos de envidia, de celos, de cinismo o de hondo desaliento, absorberemos sus venenosas emanaciones, las cuales pueden llegar a producirnos una verdadera enfermedad, pues es su acción tan positiva como la de un gas asfixiante o la de un vapor lleno de miasmas. Es tanto más peligroso este veneno mental porque su acción es mucho más sutil que la de los venenos físicos, y muchas veces no se exteriorizan sus efectos sino hasta muchos días después, siendo entonces atribuidos a alguna otra causa.

Es de mayor importancia conocer siempre el sitio donde nos encontramos y los elementos mentales que nos rodean, principalmente cuando nos hallemos en el estado de negación o receptivo, pues entonces somos como una esponja que inconscientemente absorbe los elementos que están a su alcance, los cuales del mismo modo pueden hacerle en gran daño temporal o un gran bien permanente, así en lo que se refiere al cuerpo como en lo que toca al alma.

Durante las horas en que hacemos algún ejercicio de cualquier clase que sea, como el hablar de negocios, o pasear, o escribir, o entender en la marcha y arreglo de nuestra casa, u ocupándonos en algún trabajo de índole artística, nos ponemos en estado positivo, o sea en estado de exteriorizar nuestras propias fuerzas, a las cuales así damos curso en cierta medida; y si en esta disposición nos vamos inmediatamente a una tienda llena de parroquianos impacientes, o a ver a una persona enferma, o a visitar un hospital, o a tomar parte en una reunión turbulenta, o a tener una fatigante entrevista con algún antipático individuo malhumorado o amigo de pendencias, nos convertimos con respecto a ellos en elemento negativo. Somos entonces la esponja que absorbe los venenosos elementos mentales de los impacientes parroquianos que llenan la tienda, o los principios enfermizos que hay en la atmósfera del hospital, o bien las sutilísimas emanaciones de una persona o personas cuyo espíritu proyecta afuera cualidades mentales muy inferiores a las nuestras.

Si agotadas nuestras energías, por haber hecho un gran esfuerzo mental o físico, nos metemos entre una multitud de personas cuyo ánimo alguna causa extraordinaria ha hecho decaer o a excitado mucho, no tendremos fuerza para oponernos a su influencia perniciosa, y absorbemos algo, por el contrario, de su estado mental, apropiándonoslo, siquiera sea por breve espacio de tiempo, con lo cual bien podemos decir que nos hemos echado encima una carga de plomo; y al absorber, aunque sea momentáneamente, sus cualidades mentales, en muchas cosas pensaremos como ellas piensan y veremos cómo ellas ven, y sentiremos un gran desaliento en aquello mismo que antes nos inspiraba plena confianza. Nuestros mismos planes comerciales que anteriormente, cuando no habíamos recibido aún tan fatales influencias, nos parecían factibles y de éxito probable, nos resultaran ya irrealizables y dignos de un visionario; nos sentiremos cobardes y temerosos ante lo mismo que antes nos había infundido valor. Y aún es posible que de resueltos y decididos que éramos, nos tornemos irresolutos, y así, bajo la influencia de nuestra indecisión, es muy probable que compremos algo que no necesitamos en realidad, o digamos ciertas palabras y hagamos ciertas actos que no hubiéramos hecho ni dicho de haber permanecido “nosotros mismos”, de haber obrado según nuestro propio pensamiento, libres de las conturbadas emanaciones mentales de las personas que nos rodeaban.

Por todas estas causas, la persona con quien hemos de reunirnos dentro de una hora, o bien la propia condición mental en que nos hallemos al juntarnos con esa persona, puede ser el origen del éxito o del fracaso en la más importante de nuestras empresas, pues de esa persona podemos absorber, y tanto más cuanto más débil sea nuestro estado mental, pensamientos o ideas que alteren nuestros propios planes, y esto puede ser lo mismo en el sentido de aumentar las probabilidades de éxito que en el de llevarnos a la más completa ruina.

Si nos es forzoso reunirnos con personas de un orden mental inferior al nuestro, cuidemos de hacerlo únicamente cuando física y espiritualmente nos sintamos más fuertes, y abandonemos su compañía en el punto mismo que nos parezca habernos fatigado o debilitado en exceso. Cuando estamos fuertes, somos como el polo positivo del imán, arrojando fuera los elementos mentales que nos pueden perjudicar; cuando estamos débiles somos el polo negativo que atrae hacia sí todo lo que está en torno, sin mirar que esos elementos pueden estar llenos de enfermedad mental o física. Los hombres “positivos” son los mejores conductores o impulsores de la humanidad, y los que obtienen éxitos más fáciles en el mundo. Sin embargo, no es bueno estar siempre en una situación mental positiva, pues en ella es muy probable que arrojemos fuera de nosotros muchas ideas que nos hubieran servido grandemente.

Es preciso también destinar algún tiempo al estado mental receptor de fuerzas nuevas, las cuales más adelante habrán de ser exteriorizadas. La persona que se halla siempre mentalmente en estado positivo, luchando hasta destruirla con toda idea nueva que llega a ella, y que nunca se toma el menor espacio de tiempo para examinar con sosiego los pensamientos que de pronto pueden parecerle extravagantes y fuera de propósito, creyendo que aquello que le parece a ella poco o nada razonable ha de ser necesariamente irracional también para todos los demás, la tal persona, digo, a causa de mantener constantemente semejante condición mental, quedará por último despojada de toda fuerza.

Por el contrario, la persona que siempre está en condición mental negativa, o sea en situación de receptividad; aquella que “nunca es ella misma”, ni siquiera dos horas seguidas; que inconscientemente se desvía de su propio camino según la persona con quien habla por casualidad, y que una vez que tiene ya formado un plan o su propósito deja penetrar en su espíritu el desaliento nada más que por una simple burla o una sola palabra de oposición que se le dirija, viene a ser como un depósito de agua cuyo tubo de distribución interceptan el fango y la basura que va acumulándose en él; o sea, dicho en otras palabras, tal persona va destruyendo su capacidad para la exteriorización de las propias fuerzas. no logrando así más que fracasos en cada una de las cosas que emprende.

Como regla general, puede decirse que el hombre debe ponerse en situación “positiva” cuando ha de entrar en tratos o negocios con el mundo, del mismo modo exactamente que el pugilista lo ha de procurar también cuando se pone frente a su adversario; y se ha de colocar en situación “negativa” cuando se retira del círculo, es decir, en el momento en que deja de tomar participación activa en los negocios. Estando en lucha constante con adversarios o enemigos, aunque sea mentalmente, nos fatigaremos con exceso y en vano.

¿Por qué el Cristo de Judea se apartaba con tanta frecuencia de las grandes multitudes? Porque, después de haber puesto en acción, en alguna forma, su inmenso poder de concentración mental, ya por haber estado predicando largo espacio de tiempo, ya por haber curado a algún enfermo, ya por haber dado una prueba cualquiera de su poder sobre los físicos elementos, en cuyas ocasiones estaba en situación mental positiva, o sea en la de proyección externa de sus fuerzas, sintiendo que iba a caer luego en el estado negativo, se apartaba de la multitud para no absorber involuntariamente sus elementos mentales de un orden inferior. De no haberlo hecho así, Cristo hubiera gastado todas sus fuerzas en arrojar de sí los bajos y muchas veces insanos elementos mentales de la multitud, pues llevarlos consigo significa simpatizar con ellos, sentir con ellos y pensar de conformidad con ellos, como puede haberlo experimentado cada uno de nosotros al acercársenos alguna persona con el ánimo fuertemente atribulado: después de haber estado una hora oyéndole el relato de sus pesares y dolores, puede decirse que ha descargado sobre nosotros una buena parte del peso de su tribulación.

Simpatizamos con ella, su dolor es ya nuestro dolor y sentimos fuerte deseo de ayudarla y sostenerla, y cuando nos deja seguimos mentalmente detrás de ella. En este caso, lo que ha sucedido es que toda nuestra fuerza se ha empleado en sentir dolor y compasión por las tribulaciones de aquella persona, cuando pudo, por el contrario, haber sido puesta en acción empleándola en algo que hubiese sido de mayor provecho y beneficio para nosotros y para ella misma.

Un orador, por ejemplo, no se pondrá, una hora antes de que tenga que hablar en público, a arrastrar en una mina vagonetas llenas de carbón para relevar a un trabajador muy fatigado, pues, de hacerlo, la brillantez y la fuerza de su inspiración quedarán destruidas en su mayor parte, en virtud del esfuerzo puesto en la penosa labor. En cambio, ese mismo orador puede expresar con tanta fuerza ciertas ideas suyas que hagan progresar, directa o indirectamente, los medios para aportar el descanso a ese trabajador fatigado, y aun a muchos miles más. En nuestras relaciones privadas, pues, siempre que nos hallemos en presencia de personas profundamente conturbadas, hemos de ponernos en situación positiva y refrenar cuanto podamos la corriente de nuestras fuerzas simpáticas, con el objeto de conservar los poderes que nos permitan hacer en favor suyo todo lo posible.

En política y en el ejercicio de profesiones liberales, los hombres que tienen vida más larga y que ejercen una influencia mayor sobre los destinos de su país son precisamente los que se mantienen más alejados de las masas, pues el permanecer constantemente mezclados con toda clase de personas, absorbiendo las más variadas emanaciones mentales, no siempre ciertamente de orden superior, malgasta la mayor parte de nuestro poder en acarrearlas.

Considérese ligeramente la extensa lista de los más eminentes políticos norteamericanos que han muerto en la primavera de su vida, o poco después de haberla pasado, nada más que durante los últimos veinte años: Sewart, Grant, Morton, Mac Klellan, Logan, Wilson, Hendricks, Chase, Stanton. Su falta de cuidado para mantenerse en situación positiva –ignorando a lo que se exponían manteniéndose en atmósferas de elementos mentales inferiores cuando estaban en situación negativa- fue uno de los factores más importantes en su prematura muerte. Los grandes financieros, como Jay Gould, evitan meterse entre la muchedumbre y la farándula de la Bolsa; hacen una vida relativamente retirada y no son nunca de fácil acceso, pues hacen todas sus transacciones por medio de agentes, con lo cual evitan ponerse en contacto con atmósferas llenas de elementos mentales de un orden muy inferior; procuran mantenerse, como quien dice, dentro de una inexpugnable fortaleza, en la esfera más clara y más pura del mundo de los negocios, y desde allí domina perfectamente todo su plano de acción; sienten la necesidad de obrar así, aunque no son generalmente capaces de definir ni de explicar siquiera la ley en virtud de la cual obran. Sin duda que muchos de los métodos o caminos por los que han logrado grandes éxitos no pocas personas, en uno u otro de los campos de la actividad humana, han sido adoptados por entero inconscientemente, es decir, que han sido seguidos en virtud de las infusas enseñanzas de las leyes que gobiernan el funcionamiento de la inteligencia.

Si nos ponemos en constante o muy frecuente compañía de una persona cuya cualidad mental dominante es muy inferior a la nuestra, no hay duda que seremos afectados por la absorción de los pensamientos de esa persona, pues la verdad es que no podemos mantenernos siempre en estado positivo para poder resistir victoriosamente a la fascinación producida por el movimiento de sus principios mentales.

Cuando estamos muy fatigados, por cualquier esfuerzo que hayamos hecho, nos colocamos en situación negativa, o sea en estado de fácil receptividad, y entonces la mentalidad ajena, aun inferior, actuará sobre nosotros, y de esta manera haremos seguramente no pocas cosas de conformidad con los pensamientos de él o de ella, cosas que hubiéramos hecho de otro modo, quizá mucho mejor, a no haber estado expuestos a la absorción de sus elementos mentales. No crea nadie que si absorbe los elementos de temor o indecisión emitidos por alguna persona con la cual se haya puesto en contacto podrá luego obrar en cualquier negocio o asunto que sea con la confianza y la energía que le son propias. No importa que se trate de nuestro padre, de nuestro hermano, de nuestra esposa o de nuestro amigo, pues su temporal o permanente asociación nos causará igualmente perjuicio en cualquiera de los casos, siempre que su adelanto mental sea menor que el nuestro y no puedan, por consiguiente, ver las cosas como nosotros las vemos. Así, es cierto que en virtud de nuestra asociación, más o menos constante, con tales individuos, podemos muy bien padecer daño tanto en la salud como en el bolsillo. Por esta misma razón, el apóstol Pablo aconsejó al pueblo que nunca se juntasen en matrimonio dos personas de una condición muy distinta. ¿Por qué? Porque él sabía perfectamente que de dos personas que viven constantemente juntas y pertenecen a distintos planos mentales, una de ellas ha de recibir por ello mismo gran daño, siendo precisamente el perjudicado el que goza de una mentalidad más elevada y más adelantada, sobre el cual pesan horriblemente los elementos que absorbe la mentalidad inferior.

El que se halla en relaciones comerciales, o de cualquier otra índole, con una persona siempre nerviosa, excitada, irritable, carente de toda capacidad para el reposo, que se impacienta por cualquier cosa, y lo hace todo apresuradamente, desde la mañana a la noche, aunque esté separado de ella por centenares de millas, cuando se halle en estado negativo, o de receptividad, se sentirá indudablemente influido en sentido perjudicial por la mentalidad de esa persona, teniendo que malgastar parte de las propias fuerzas en rechazar sus elementos mentales inferiores, los cuales, sin embargo, habrán ya logrado agitar y perturbar su mente, en perjuicio muchas veces del propio cuerpo.

El único medio para evitar tan funestos resultados consiste en romper absolutamente toda relación con tal clase de personas, y esto lo más pronto que sea posible, procurando apartar su recuerdo de nuestro pensamiento y fijarlo en alguna otra cosa o entretenimiento todas las veces que surja ante nosotros. Cada vez que ponemos nuestro pensamiento en aquella persona, dirigimos hacia ella una corriente de vida y de fuerza por la cual tal vez logre un éxito relativo en alguno de sus negocios, éxito que hubiéramos podido lograr nosotros mismos a no habernos despojado de una parte de nuestras fuerzas propias; además, una mentalidad de orden inferior, no puede apropiarse más que de una pequeña parte de las fuerzas que se le prestan, quedando el resto completamente perdido. Sin embargo esas mentes inferiores pueden así mantenerse en actividad y aun prosperar no poco, aunque a cambio del beneficio que reciben sólo pueden devolver a su benefactor elementos que le traerán enfermedad, indolencia e ideas absolutamente estériles.

Una asociación bien apropiada es uno de los más seguros y mejores medios para lograr buenos éxitos, una duradera salud y una felicidad estable. Por asociación entendemos aquí algo que es mucho más transcendental que la mera aproximación de los cuerpos. En realidad, estamos siempre más próximos, en más estrecha relación, con aquella persona en quien pensamos más frecuentemente, aunque se halle muy separada de nosotros, que con aquellas personas a quienes vemos todos los días.

Si hemos estado mucho tiempo en relación con una persona de la cual hemos absorbido elementos mentales de inferior calidad a los nuestros, cuando rompamos con ella no quedaremos inmediatamente libres de la influencia de su corriente mental, pues ésta continuará todavía algún tiempo fluyendo hacia nosotros, aunque muchos centenares de millas nos separen de ella, porque la distancia no cuenta para nada en el invisible mundo del espíritu, y mientras la tal persona esté presente en nuestra memoria, continuará influyendo su mentalidad sobre la nuestra y enviándonos sus elementos de naturaleza grosera, que sólo han de causarnos prejuicio. No hay más remedio que aprender a olvidar para poder sustraernos a tan pernicioso influjo, y esto puede lograrse con más o menos rapidez, pero siempre gradualmente. Olvidarnos de esa persona es lo mismo que cortar el invisible hilo que nos mantuvo unidos a ella y por medio del cual nos enviaba sus dañosos elementos mentales.

Todo esto parecerá a muchos, seguramente, una cosa muy cruel y dura. Pero si se piensa un poco en ello se comprenderá en seguida que no puede haber beneficio para nadie en que dos personas permanezcan mentalmente unidas si de esta unión sale perjudicada una de ellas, o quizá las dos a un tiempo, pues no hay duda que si una de ellas se perjudica, tarde o temprano se perjudicará también la otra, aunque la mentalidad superior es siempre la que primeramente recibirá los mayores daños, como que muchas veces a esta causa se debe que una persona de inteligencia superior deje de alcanzar la posición o situación que por sus méritos se le debía.

También por esta misma causa sobrevienen a veces la enfermedad, la pérdida de vigor y la corpulencia, y aun la falta de habilidad en alguna esfera de la actividad humana. Pero los bajos elementos mentales que otra persona puede dirigirnos y absorber nosotros, una vez que nos los hayamos apropiado, pueden materializarse y convertirse en substancia física, tomando visiblemente en nuestro cuerpo la forma de una insana y excesiva gordura o bien la de una hinchazón anormal de ciertos miembros o cualquier otro signo externo de enfermedad y decaimiento físico. En este caso, el abultado y deforme cuerpo que creemos el nuestro, no es el nuestro realmente, sino el de otra persona que nos lo han transmitido poco a poco mentalmente; y como este proceso puede durar muy largo tiempo, año tras año, va debilitándose el espíritu, y al fin se hace el cuerpo tan pesado que el espíritu no pude ya arrastrarlo, y entonces muere...moralmente, pues va perdiendo la estimación de sus amigos y conocidos. Lo que sucede en realidad es que cae uno aplastado bajo un peso tremendo, que ya no puede sostener.

Hasta un libro por el cual nos sentimos grandemente interesados, atrayendo nuestra simpatía por lo que nos dice acerca de alguna enfermedad mental o física que sufre el personaje que más fuertemente nos interesa en él, si lo leemos en el estado negativo o de receptividad, es muy probable que nos traiga en forma más o menos determinada algo de la dolencia física o mental de que se nos habla en las páginas de ese libro; porque en realidad un libro es el reflejo de la mente del individuo cuya historia se cuenta en él, mente que ejerce influencia sobre el lector y le trae los elementos mentales que corresponden a la situación del héroe o de la heroína, elementos que cuando menos por un tiempo se adhieren a la mente y se convierten en verdaderos parásitos de nuestra personalidad. Por esto es muy grande, es inmenso, el daño que pueden llegar a sufrir las personas de mucha sensibilidad con la lectura de novelas o de historias verdaderas en las que se describan enfermedades mentales o físicas. Si en tal o cual libro se relata que un personaje, por el cual sentimos gran interés, ha sido encerrado en un calabozo y durante años y años padece allí grandes dolores mentales y físicos, quedando absorbidos por completo en la lectura de semejante libro, en realidad podemos decir que vivimos la misma vida del personaje imaginado, y al fin, siguiendo compenetrados totalmente, día tras día, con las desventuras del héroe, no hay duda que sentiremos disminuida vuestra vitalidad, o grandes desarreglos en la digestión o en cualquier otra de las funciones físicas del cuerpo, aunque nunca sonaremos siquiera que el resfriado que hemos cogido tan fácilmente a causa de haber perdido el cuerpo energías, o que el dolor de cabeza o la debilidad general que sentimos, pueda proceder de una temporaria perturbación mental producida en nosotros por haber vivido espiritualmente en las páginas de un libro hallándonos en estado mental negativo. Hay libros insalubres como también hay dramas que accionan perniciosamente sobre la emotividad de muchas personas, por medio de sus crudas escenas de horror, de miseria y de muerte. Millares de seres humanos se perjudican diariamente en su propia salud por exponerse, mientras se hallan en condición espiritual negativa, a la atracción de tan insanas corrientes mentales que son causa de grandes prejuicios así en el orden moral como en el físico.

Durante la comida hemos de procurar ponernos siempre en condición mental receptiva, pues entonces ingerimos elementos materiales para la nutrición del cuerpo, y si comemos con calma y sosegadamente, con el espíritu apacible y quieto, nos atraeremos elementos mentales de un carácter semejante. Comer estando malhumorados, o disputando violentamente con otros, o pensar, mientras se come, en los negocios o en cualquier otra clase de asuntos, es ponernos en condición mental positiva, cuando deberíamos precisamente estar en la negativa, y lo mismo sucederá si comemos ejecutando algún trabajo corporal, pues la disputa, el mal humor y aun la acción física malgastan la fuerza que necesitaríamos para hacer una buena digestión.

Importa poco que la disputa o la discusión la tengamos con otras personas de viva voz o tan sólo mentalmente, pues el resultado es el mismo. También nos perjudicará tener en la propia mesa alguna persona que, por una u otra causa –o porque tiene ciertos hábitos nada políticos o porque hace alguna acción que nos disgusta-, nos es justamente desagradable, estando sin embargo obligados a sufrirla. Entonces, en vez de alegrarnos, su compañía nos perjudica, pues todo sufrimiento significa un gasto de fuerza mental positiva, la que emplea el espíritu para arrojar de sí el dolor. Especialmente la última comida que se hace al día, al terminar el cotidiano trabajo, debe ser lo más tranquila y sosegada que se pueda, unidas y concordadas todas las mentalidades en una aspiración común, y sosteniendo una conversación ligera, brillante, llena de apacible humor, dispuesto el paladar a apreciar los más exquisitos manjares y regalados los ojos con el artístico arreglo de la mesa y del mismo comedor. No conviene olvidar que mientras nos hallamos en el estado mental negativo absorbemos elementos espirituales y fuerza invisible de las personas que nos rodean o están con nosotros, como ellos absorben la energía mental que nosotros emitimos. Así, si comemos con otras personas en un calabozo o en un mal fonducho, o en la mesa de una familia infeliz, donde no se oyen más que lamentos y mutuas recriminaciones, o en alguna infame casa de huéspedes, sin duda agotaremos todas nuestras fuerzas en resistir tantas y tantas cosas que nos serán desagradables, disminuyendo de este modo poder digestivo y de asimilación de los alimentos. Absorberemos, además, en mayor o menor cantidad, los elementos de mal humor o de profunda desolación de todas aquellas personas que nos rodean, lo cual constituye para nosotros una carga enorme, no solamente inútil, sino causa además de una digestión imperfecta, y, en consecuencia, de una gran debilidad física y de un estado mental intranquilo e irritable.

Aun estando solos y aislados, nos rodean siempre una atmósfera formada por elementos espirituales análogos a los nuestros y nos atraemos una corriente mental que procede de personalidades que simpatizan con la nuestra. A esto se debe que, en ciertos momentos de solitario retiro, nuestra inteligencia se aclara y se nos hace más agradable el pensar que cuando estamos en compañía de otras personas, y es que en tales circunstancias vivimos en un mundo ideal mucho más elevado que el que pisan nuestros pies. Pero es posible, aun en el caso más favorable, que tomemos todas estas ideas nada más que como vanos pensamientos, no atreviéndonos siquiera a mentarlos delante de otras personas. Nos reunimos después con otros individuos, cuya compañía hemos escogido nosotros mismos o nos ha sido impuesta por determinadas circunstancias: En aquel mismo punto queda destruido por completo nuestro mundo ideal y hasta llega entonces a parecernos absolutamente falto de sentido. Entramos en su corriente mental, en su manera de ver las cosas y hasta en su manera de hablar. Pensamos ya como ellos piensan y asentimos en todo, censurando y criticando y aun hablando mal de personas que no están presentes; y cuando otra vez quedamos solos y volvemos a ser nosotros mismos, un gran descontento surge, en el fondo de nuestra conciencia y sentimos una especie de autocondenación por todo lo que hemos hecho y dicho. Este descontento nos lo inspira nuestra mentalidad más elevada, nuestro verdadero YO, que protesta contra el daño que le ha causado la parte más baja y grosera de nuestra mentalidad.

Cuanto más baja sea nuestra mentalidad, más fácilmente absorberemos las emanaciones mentales de orden inferior que se producen en torno de nosotros, y las cuales se convertirán, por un tiempo más o menos largo, en parásitos verdaderos de nuestra personalidad, del mismo modo que la hiedra se agarra al árbol y lo cubre todo, desde las raíces a las ramas más altas, sacando una parte de su alimento del propio árbol y dándole en cambio a él tan sólo elementos venenosos, y aun llega a hacerlo de tal modo que algunas veces lo ahoga y mata.

De manera semejante, muchas veces una mente superior y muy refinada queda como ahogada y privada de su modo de expresión verdadero por una más grosera y parásita mentalidad, la cual causa inconscientemente inmensos males a los que se asocian y reúnen con ella y consienten su propia dominación. El que de tal modo se conduce no puede ser nunca personal, y quizá ni una sola vez lo ha sido desde su primera existencia física; al menos no lo ha sido en la expresión puramente externa...Es lo mismo que un árbol al cual la hiedra venenosa cubre y ahoga.

Alguien exclamara: “Pero, es que yo no puedo vivir aislado, no puedo dejar de reunirme con otras personas”. Muy cierto es. No es cosa de desear ni sería de provecho estar siempre solo; ni para el hombre ni para la mujer es cosa buena vivir aislado. Es más deseable, más provechoso y singularmente necesario que alimentemos nuestra mente con los sanos y fuertes elementos espirituales procedentes de otras mentalidades cuya aspiración, cuyo ideal y cuyos impulsos sean iguales o muy semejantes a los nuestros.

Al cortar nuestras relaciones con aquellos hombres cuyas emanaciones mentales nos perjudican y dañan, no solo evitamos la corriente mental de sus malas cualidades, sino que abrimos la puerta para que lleguen hasta nosotros corrientes mentales de orden superior. Así nos iremos atrayendo, en el mundo físico, a aquellos hombres que pueden darnos en un determinado momento ayuda más segura y más eficaz; porque si bien es cierto que la parte más elevada de nuestra mente es una fuerza o lazo de unión que nos pone en contacto con las más elevadas mentalidades que son iguales o muy semejantes a la nuestra, no pueden éstas ejercer su plena acción sobre nosotros mientras permanezcamos en relación continua o estemos unidos con mentalidades bajas y atrasadas, pues la relación con éstas cierra la puerta a mentalidades de orden superior.

¿Cómo adquirir la necesaria fuerza y ayuda que podemos sacar de nuestras cotidianas relaciones? ¿Cómo escoger a nuestros compañeros? ¿Hemos de ayudarlos nosotros a ellos, o ellos nos ayudaran a nosotros? ¿A quién corresponde reanudar la relación o asociación cuando ésta decaiga o flaquee?...

Es cierto también que muchas veces nos sentimos molestados por las tonterías que dice alguno de nuestros amigos, las cuales se las hemos oído millares de veces. En este caso, aunque no manifestemos de palabra nuestro disgusto, ¿no es cierto que lo hacemos mentalmente? ¿No es cierto también que la mayoría de las asociaciones que buscamos, o que nos buscan ellas a nosotros, son más perjudiciales que provechosas, siendo aceptadas tan sólo a falta de otras mejores?

De lo que podemos estar seguros es de que no nos cansaremos nunca de nuestras verdaderas y sutiles asociaciones, pues, fundándose en las más elevadas regiones de la mentalidad, atraen a ella siempre nuevas ideas, y con las nuevas ideas también nueva vida, la cual mutuamente se dan los asociados. En esa región superior brotan las fuentes de la vida perdurable; en ella están los salvadores que unen una vida con otra vida, nunca una muerte con otra muerte, como lo hacen los entes humanos que día tras día y año tras año piensan, hablan y obra rutinariamente, siguiendo siempre los caminos más trillados. Para éstos dijéronse aquellas terribles palabras: “Dejad que los muertos entierren a sus muertos”. La verdadera vida es un estado de variedad infinita que produce, siempre que abramos la mente en la verdadera dirección y la mantengamos abierta en ella, una estrecha asociación con otras mentalidades semejantes a la nuestra, las cuales se dan y reciben unas de otras los vigorizantes elementos de una juventud eterna.

La fuente de juventud, de la juventud eterna, es una realidad espiritual, que, como otras muchas cosas, ha sido juzgada hasta ahora como una vana fantasía, por haberse buscado erróneamente, en el plano de la vida física o material. La fuente de la juventud infinita, de la juventud del cuerpo y de la juventud del espíritu, consiste en saber voluntariamente alcanzar esa condición en que la mente se pone en estado positivo cuando ha de rechazar toda clase de pensamientos bajos, groseros o de maldad, y en estado negativo o receptivo para las corrientes mentales superiores y constructivas. Conviene también, de un modo principalísimo, sentirse siempre lleno de valor, despojado de todo miedo, no juzgar nada imposible, no odiar a nadie, no sentir desprecio más que por el error, amar a todos los hombres...pero también no prodigar la propia simpatía sino muy sabia y mesuradamente.



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