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DE LA FORMACIÓN DEL ESPÍRITU Capítulo IV de PRENTICE MULFORD





Como de la combinación de varios elementos químicos se forman o nacen nuevas substancias, asimismo de la combinación y fusión de la substancia espiritual que fluye de una inteligencia a otra, se forman o nacen espíritus nuevos.

El carácter y las cualidades de nuestro espíritu son coloreados, y a veces modificados más o menos extensamente, por cada una de las personas con las cuales nos ponemos en relación, pues nuestro espíritu se mezcla con el suyo y forma una combinación nueva. Venimos a ser como una persona diferente, en cierta extensión, según estemos hablando una hora seguida con fulano, o bien conversemos más o menos íntimamente con zutano; y es que la naturaleza suya o sus cualidades espirituales se han combinado con las nuestras propias y las han modificado.

Si tenemos frecuente comercio y trato con la gente baja y miserable, nuestro espíritu se combinará con los elementos espirituales suyos, y aunque hagamos grandes esfuerzos para mejorar y aspirar a lo más noble, acabaremos por ser tan groseros y bajos como ellos, pues “la comunicación con los malos corrompe a los buenos”. Si nos asociamos con espíritus refinados y puros, de nobles y excelsas aspiraciones, nuestro espíritu, resultado de la combinación con sus elementos, será también puro y elevado, noble y aun poderoso.

La asociación con los bajos y los impuros hace perder a nuestro espíritu todo su poder, y el que debilita su inteligencia debilita también su propio cuerpo, perdiendo entonces todo poder aun para obtener en los negocios de la tierra los resultados que desea.

Si hay constante comunicación y mezcla de sus elementos entre un espíritu grande y generoso y otro espíritu bajo, innoble y oscuro, la energía del espíritu mejor y más elevado puede quedar totalmente-te agotada, empleada únicamente en repeler las acometidas del espíritu inferior. Todos los días, millares de delicadas naturalezas se enferman físicamente a causa de que se saturan sus espíritus con los elementos que exhalan los más bajos, más innobles y más oscuros espíritus de que suelen, tal vez inconscientemente, vivir rodeados.

Toda nueva idea o todo elemento espiritual trae al cuerpo fuerzas nuevas en la medida misma que fluyen de la propia inteligencia. De ahí la gran fuerza intelectual de que gozaron en su larga existencia terrena seres como, Victor Hugo, Gladstone, Beecher, Bright, Bismarck, Ericson y muchos otros. En realidad, esto no es más que una especie de fosilización de la vida y de la inteligencia, la cual puede durar muchos años, aunque da muy poca alegría y no produce fruto sazonado. El mayor conocimiento de las leyes del espíritu, que guarda escondidas la naturaleza, hará en lo futuro inhábil al espíritu para el uso de su cuerpo, pero acrecerá todavía más en él y constantemente la perfecta posesión de sus poderes mentales y físicos, y esto durante todo el tiempo que le plazca.

El cuerpo de muchas personas decae y pierde vigor porque están las tales pensando siempre en una misma serie de ideas. Las ideas y los pensamientos son el verdadero alimento de nuestro espíritu, del mismo modo que el pan es el alimento natural del cuerpo. Toda idea vieja es literalmente vieja, productora sólo de elementos o substancias ya sin fuerza alguna y nada apropiados para la nutrición del espíritu. Si el espíritu se halla hambriento, el cuerpo sufrirá hambre también, convirtiéndose en una especie de fósil semianimado; y si el espíritu es suficientemente robusto aun para exigir lo que le demanda el hambre que siente, entonces experimentará aquella persona una perpetua inquietud, un gran desasosiego y tal vez hasta padecerá alguna enfermedad corporal, en cualquiera de sus variadas formas. Miles y miles de hombres padecen siempre, por esta causa, una verdadera hambre del espíritu. Y es que con su educación mundana, o mejor dicho, la parte de su espíritu educado descuidadamente, de conformidad con el sentir general y el modo de ser que en torno se desarrolla, son incapaces para seguir las advertencias y los consejos de los espíritus, los cuales toman casi siempre por falaces ilusiones o engañosas fantasías generadas en su propio cerebro.

Toda nueva idea es un nuevo elemento de vida, y viene a renovar las fuerzas de la existencia. Toda nueva idea, todo nuevo deseo, todo nuevo propósito, nos llena de esperanza y de vigor. El secreto de una vida eterna y feliz está en desear siempre, con plena actividad, todo lo nuevo, o sea: olvidar las cosas que han pasado e impulsar las cosas que están aún por venir. Ni la eternidad ni el espacio infinito agotarán jamás lo nuevo que contienen. La vejez se apodera del hombre que mira siempre hacia atrás y vive en el pasado. Nada ha de importarnos ya la persona con la cual estuvimos en relación un año ha, aparte del provecho que pudimos sacar de su personal experiencia. Esa persona es muerta para nosotros. I...yo de hoy no es el mismo de ayer, así como el yo de mañana no será tampoco el mismo de hoy.

“Yo muero todos los días”, decía Pablo, y lo decía pensando en que la idea de ayer era viva en él la hallaba hoy muerta y la arrojaba fuera de sí, del mismo modo que se hace con un vestido viejo, poniendo en su lugar ideas nuevas. Para que nuestro espíritu se mantenga siempre sano y fuerte, conviene que olvidemos cada día algo de lo que queda atrás, no conservemos nunca en nosotros una idea ya muerta, ni hagamos más uso de ella, pues en lugar de aprovecharnos, nos perjudicará. Arrojemos fuera de nuestro espíritu las ideas muertas, del mismo modo que el cuerpo arroja diariamente fuera de él una porción de tejidos muertos. El hombre y la mujer que refuerzan continuamente su espíritu con ideas nuevas, se elevan cada día un poco más hacia un mundo superior. Lo mismo que con la felicidad, que podemos hacer que reine donde estamos, así también podemos atraer constantemente hacia nosotros este flujo perenne de ideas nuevas. Así como podemos tener en nosotros la felicidad, viviendo en el fondo de un calabozo, asimismo el hombre que esta despojado de toda idea nueva será un miserable aun viviendo en un palacio. De este modo nos ponemos en camino de la más completa independencia con respecto al mundo físico, y la independencia es origen de todo poder. Si de algún modo nos acostumbramos a una clase determinada de alimentos, a una droga cualquiera o a un estimulante, llegaremos a no poder prescindir de ellos y acabaremos por ser sus verdaderos esclavos. El flujo perenne de las nuevas ideas llega a abrir un camino por donde se escapa fuera de nuestro calabozo toda material y espiritual miseria. Podemos en este mundo ser muy ricos en cosas buenas, y sin embargo ser muy pobres por no saber gozar de ellas. Mas no seremos pobres mucho tiempo en el mundano sentido, si somos acaso ricos espiritualmente. Sin embargo, el espíritu no aspira a atesorar ni a guardar sus riquezas en el fondo de sólidos subterráneos, sólo quiere poder gozar de ellas en la hora presente.

La corriente constante de nuevas ideas trae siempre consigo nuevo poder. El hombre y la mujer que diariamente reciben de este modo fuerzas de refresco, activarán y llevarán fácilmente adelante todas sus empresas, las cuales cumplirán con fortuna, pues la fuerza silenciosa de nuestra inteligencia mantiene perennemente su presión sobre otras inteligencias que, consciente o inconscientemente, son nuestras cooperadoras.

En las más elevadas esferas de la inteligencia humana están siempre aquellos que, alegres y contentos, confían en futuros triunfos y grandes felicidades. Han vivido de conformidad con la Ley, y su alegría es la prueba. En ellos, la fe ha tenido el origen de su victoria. Ellos saben que, manteniendo su inteligencia en estado apropiado para la inspección de sus ideas y pensamientos, atraen hacia sí una constante corriente de felicidad y de poder, y con ayuda de este poder y de esta felicidad tendrán siempre suerte en todo, sin disgustos, sin penas, sin debilidades. Ellos saben también que cada uno de sus proyectos, mientras observen la Ley, obtendrá completo éxito, de manera que su existencia no es más que una constante sucesión de triunfos. De ahí que la fe y la confianza en sí mismos se hacen tan ciertas y positivas como es cierto que el fuego quema y que el agua apaga el fuego.

Deseándolo de un modo muy serio y persistentemente, podemos llegar a ponernos en armonía con este orden intelectual y sacar del mismo nueva vida y elementos productores de energía. Con el esfuerzo que hacemos para arrojar fuera de nosotros toda envidia, toda tristeza, todo rencor o cualquier otro pensamiento impuro, desembarazamos el camino para hacer posible aquella confianza. Todo pensamiento que pueda causarnos algún daño es un pensamiento impuro. Desterrar una costumbre muy arraigada en nuestra existencia puede ser al principio una muy difícil tarea; pero, mediante nuestro constante esfuerzo o deseo de arrojar fuera de nosotros toda clase de perjudiciales ideas, se nos hará la empresa cada vez más fácil y llana. Todo pensamiento impuro es así como suciedad e impureza que nos priva de aproximarnos a los más elevados órdenes de la inteligencia. Para el espíritu, es el pensamiento o la idea de una cosa tan real y verdadera como lo es para nosotros una piedra. Así pues, y diciéndolo literalmente, puede nuestro espíritu cubrirnos de inmundicias o de flores.

Un gran poeta, un artista, un escritor, en general, y aun todo hombre que se distinga en un orden cualquiera de la vida, puede muy bien, en parte muy extensa, deber su grandeza a inspiraciones de invisibles inteligencias que le dictan su obra; de modo que el tal puede haber sido, no el verdadero autor de su obra, sino un intérprete nada más.

Un hombre puede ser ruin, mezquino, vano, víctima de pasiones desordenadas, y al mismo tiempo saber dar la más refinada expresión a sentimientos muy elevados, pues una pequeña parte de la inteligencia de este hombre responde todavía a esos sentimientos, aunque sus defectos y sus pasiones tienen ya mayor ascendencia en su espíritu. En cierto modo, puede este hombre elevarse, aunque con dificultad, a las más sublimes alturas; pero ordinariamente no es en realidad sino un hombre muy bajo. Ha habido poetas cuyos sentimientos, expresados en diferentes épocas de su existencia, son extraordinariamente contradictorios; unas veces han manifestado una gran pureza de alma, y otras ha sido todo al revés: pero siempre su vida pública ha sido baja, humilde o rastrera; y es que su naturaleza, en un momento favorable, fue empleada por alguna inteligencia invisible de orden más elevado para la expresión de sus propios pensamientos.

Es de absoluta necesidad para la inteligencia alimentarse con ideas elevadas, con visiones de la grandeza y de la belleza de la existencia, para adquirir la posibilidad de darles adecuada expresión. Esta necesidad es una ley de la naturaleza. Y téngase en cuenta que eso no es una obligación, en el sentido ordinario de la palabra, sino una verdadera necesidad. Si somos muy ricos espiritualmente, no hay duda que haremos uso de esa riqueza apenas hallemos oportunidad para ello. Somos entonces lo mismo que un árbol que eta sobrecargado de fruto bien sazonado. Cuando el fruto está maduro, por sí mismo cae; cuando el espíritu es muy rico, también por sí sólo adelanta; y si no tiene junto a él a nadie que lo pueda oír, se va a donde pueda ser oído, llevado por la necesidad de la propia conservación. No podríamos, con toda seguridad, conservar un don cualquiera con los demás, quedándonos siempre encerrados en nosotros mismos.

Cuanto más el espíritu crece en riqueza y elevación de pensamientos e ideas, impulsado por el conocimiento de su propio poder, con más ahínco busca la mejor dirección y el modo mejor de expresar externamente esta riqueza. De esta manera puede un día hallar en la esfera terrenal de la existencia una organización que se impresione al contacto de la suya, y aun puede lograr lo mismo con muchas organizaciones, individual y separadamente, y unidas luego en una especie de cooperación, un cierto número de esas inteligencias enlazadas por un común propósito, se dirigirán a él todas juntas y, durante un tiempo más o menos largo, lo rodearán y protegerán con su propia atmósfera espiritual, atmósfera que accionará como un verdadero estimulante sobre el individuo que la ha provocado, levantándolo espiritualmente muy por encima de su plano ordinario y que le es propio, y viendo durante todo aquel tiempo las cosas a la luz de una existencia mucho más pura y más elevada que la mayoría de los hombres que viven con él, o con ella, pues puede igualmente ser una mujer. En esta condición mental, el sentimiento de un orden de cosas más elevado que el ordinario queda impreso en nuestra mente; en otras palabras, esta cooperación de inteligencias más elevadas permite a un espíritu la adquisición de lo terreno. Absorbe aquellas inteligencias en sí mismo y siente su poderosa influencia, es como si, en realidad, estuviese por ellas alentado, vigorizado con su poder; y se siente alegrado, casi embriagado por ellas, a causa de que sus elevados y poderosos pensamientos son como un estimulante, cuya influencia en el individuo hallase relacionada con la organización de cada cual, con su impresionabilidad, con su capacidad para recibir esta clase de pensamientos. Esta especie de estimulación se conoce también con otro nombre, el de influencia magnética, en la cual está el secreto de la positiva atracción que una persona puede ejercer sobre otra. La persona atraída se siente positivamente estimulada a aproximarse a la otra, a causa de haber absorbido la idea de aquella que ejerce la acción.

En condición mental superior a su propio estado, un poeta puede dar expresión a los pensamientos e ideas que lo rodean, de conformidad con su propio gusto o tendencias en cuanto al ritmo y al metro; aunque también puede serle el poema dictado positivamente por las inteligencias superiores que han producido en él lo que llamamos estado de inspiración.

Muchas obras han sido escritas gracias a un semejante estado de la inteligencia, producido por las causas arriba mencionadas, y no pocos de los inventos que han sorprendido al mundo han sido de igual modo depositados en las inteligencias de un hombre, para luego surgir de ella esplendorosamente. Los artistas, pintores o escultores pueden también trabajar bajo la influencia de esta misma inspiración, como no pocos generales, en pleno combate, se han visto asimismo ayudados en sus operaciones militares. En el mundo comercial y financiero, la misma ley, exactamente, está en toda su vigencia ejerciendo su poder sobre nuestros propósitos e intenciones, sean de mucha o de poca relevancia. No hay hecho importante cumplido en una esfera cualquiera de la vida, ni hay poderosos esfuerzo intelectual, ni hay descubrimiento o invención, que sea resultado de una sola inteligencia, sin ayuda de ninguna otra fuerza espiritual, pues en realidad no somos sino partes de un mismo todo, no somos sino miembros de un mismo cuerpo. No podemos nada absolutamente sin la ayuda de los demás, y el hombre que piensa ser algo por sí mismo es porque se mueve entre las sombras de su ignorancia.

El poeta que ha escrito bajo el inspirante poder de otras inteligencias, tiene mucho ganado para pasar a la posteridad con un gran nombre, aunque puede no merecer toda la reputación que ha ganado. Sus escritos son en gran parte el resultado de una concentración intelectual ejercida en su mente por la asociación de invisibles inteligencias. Así reforzado su intelecto, fue ya capaz de elevarse cada vez a mayores alturas, absorbiendo en las altas regiones nuevas y grandiosas ideas. Puestos así en relación mental con otros hombres, les comunicaremos nosotros nuestras ideas y pensamientos, y ellos a su vez nos comunicarán los suyos. Si cerramos nuestra mente, nos privamos de la adquisición de ideas nuevas, de impulsos nuevos. En el momento en que encerramos dentro de nosotros mismos una verdad, un proyecto, una invención, con la idea de que son exclusivos y propios, nos quedamos aislados dentro del medio en que vivimos y de esta manera empobrecemos cada vez más nuestros sentidos. El que liberalmente da de lo suyo aumenta su riqueza, pues, prescindiendo de todo lo que es superfluo, puede fácilmente retener lo necesario para subvenir a sus necesidades materiales. La frase “El que literalmente da deliberadamente recibe” fúndase en un hecho científicamente demostrado y en una ley que rige el mundo invisible espiritual.

Hay actualmente en la tierra espíritus reencarnados que, durante una anterior y reciente existencia, gozaron tal vez de una gran fama en algún campo del esfuerzo humano. Hay genios entre nosotros que se ganaron una parte, si bien pequeña, de su nombradía en una existencia anterior.

Así se explica que muchas de sus fuentes de inspiración hayan desaparecido, o sea que el conjunto de inteligencias invisibles que en su anterior existencia acudieron a él para descargarse de una parte de su riqueza espiritual, dejaron de accionar apenas dejaron de sentir esta necesidad, pues eran inteligencias que habían de exteriorizarse de algún modo, y no disponían de un cuerpo propio, por lo cual aprovechaban un cuerpo ajeno, pero muchas veces sus ideas pueden resultar excesivamente sutiles para que las reciba un determinado ser de la tierra.

En algún modo, la idea es una cosa orgánica. Hay creadores de ideas, como los hay que únicamente asimilan las ideas de los demás. Los hay que pueden vivir, según un más elevado ideal, en la mayor variedad de ocupaciones y de existencia. Cuando uno descubre en sí mismo la necesidad de obrar en una forma determinada, procura atraer lo mejor del universo de que puede apropiarse y le haya de servir, convirtiéndose entonces en un absolvedor espiritual que a todos lados se dirige para captarse los pensamientos o ideas que le convienen, pensamientos e ideas, sin embargo, que luego modifica según su propia e íntima individualidad. Cada hombre y cada mujer vienen a ser así como un globo de cristal que refleja la luz según el color que tenga el globo. La luz que se refleja en él brilla en toda su pureza y envía sus rayos a todas partes; la luz, en este ejemplo, representa el espíritu, y el globo de cristal o reflector representa la inteligencia individual, que modifica la luz según su propio color... Todo el aceite que alimenta nuestra lámpara puede venir de esta misma y única fuente. Por lo tanto, en una serie de lámparas, los rayos luminosos que despidan serán de tan diversos colores como de diferentes colores estén pintados los globos que reflejen su luz. Así mismo, en una serie de personas distintas, aunque estén todas iluminadas por el mismo espíritu, sin embargo cada una de ellas reflejará ese espíritu según sea su propia individualidad.

Podemos ser creadores y originales aun absorbiendo la luz de otro espíritu, pues le damos nosotros una expresión propia y personal. Admiramos el arte de un actor cualquiera, y en aquel momento absorbemos algo de su espíritu; pero no queremos convertirnos en una copia servil de su arte, y entonces su espíritu se combina con el nuestro, efectuándose de este modo, entre invisibles elementos, una verdadera operación química. Y de esta combinación de su espíritu con nuestro espíritu resulta un elemento nuevo, resulta un arte original, que es nuestro arte propio. Nuestros más puros móviles y pensamientos, nuestros más generosos propósitos, nuestras más originales y sorprendentes ideas, son el resultado de estas rapidísimas combinaciones. Las cualidades de justicia y de generosidad o desinterés que podamos poseer nacieron en nosotros del mismo modo, pues son elementos que existen por sí mismos, como está de mostrado científicamente.

El espíritu egoísta se contenta con vivir de lo que toma de los demás. Se apropia ideas y pensamientos de otros, pero no pretende nunca hacer creer que son suyos, satisfecho ya con pasar por un simple copiador de los demás; pero no siempre se tienen a la mano modelos que copiar. Además, ha de venir forzosamente un tiempo, en esta o en otra existencia, en que todo espíritu ha de querer poder vivir de sus propios recursos, y entonces se verá pobre a sí mismo e inhábil para la creación, debido a su costumbre de copiar, hallando que esta costumbre lo imposibilita para la química asimilación de que hemos hablado, asimilación de que han de nacer nuevos elementos, o, dicho en otras palabras, pensamientos e ideas originales, pintados con nuestro propio color; aquél, pues, no habrá hecho más que tomar lo que es propio de otros, exteriorizándolo luego como si fuera suyo. No ha sido en realidad un verdadero fabricante, no ha sido más que un expedidor de las mercancías de otros, teniendo en cuenta que las ideas que asimilamos pueden igualmente venirnos de inteligencias cuyos cuerpos son visibles para nosotros o invisibles, no pasando los tales nunca de simples copiadores y perjudicando al poder, que está latente en todos nosotros, de iluminar según nuestra luz peculiar o personal.

Si un espíritu halla a mano una organización impresionable, e introduce en ella continuamente sus ideas y sus propios deseos, llega a convertirla en un intérprete suyo, que habla o escribe según la influencia recibida, y puede así acometer grandes daños e injusticias. Y ya es inútil que quiera hacer uso de su espíritu de un modo elevado y conveniente, pues la absorción continuada de las ideas y pensamientos del otro engendra en él la costumbre y el deseo de no hacer nada si no es hablar, escribir o dar cumplimiento a alguna cosa de lo que constantemente se le ordena. Por esto hay personas que no adelantan ni progresan más que en un solo sentido. La inteligencia bien equilibrada, el armonioso y bien organizado ajuste de cualidades que son necesarias para engendrar una originalidad cada vez más potente, ha de venir de nuestra contemplación y nuestra participación de la vida en todas o en muchas de sus esferas y aspectos, en tantos como nos sea posible, guiados siempre por los más puros y desinteresados móviles. Necesitamos mezclarnos y simpatizar con toda clase de hombre, con toda clase de ocupaciones, para que llegue nuestra propia concepción de la vida a caracterizarse por una grande y fuerte originalidad. Deseamos ya, entonces, siempre guiados por móviles generosos, no que sea nuestra inteligencia un simple conjunto de retazos tomados de aquellos con quienes hemos estado en contacto, sino más bien un hermoso mosaico en el cual cada una de las ideas tomadas de otros e injertadas en nuestra inteligencia presente una particularización propiamente nuestra.






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