sábado

QUÉ ES LA REGENERACIÓN Capítulo XL de PRENTICE MULFORD





Repetiré una vez más que no tiene el hombre, a pesar de todo, un conocimiento exacto de lo que es y lo que significa su propia existencia. La idea más común que acerca de esto se tiene es la que puede expresar con las palabras que siguen: Nacer, y luego ir creciendo de la infancia a la juventud, de la juventud a la madurez, de la madurez a la ancianidad, de la ancianidad a la muerte. Durante esos diversos estados de la vida, ir adquiriendo toda la fama o toda la fortuna que sea posible, siempre, empero, para acabar en la debilitación, en la enfermedad y en la muerte.

Pero la verdadera y progresiva existencia del hombre es tan distinta de su actual existencia en este mundo, que apenas si es posible formarse de ella una idea siquiera aproximada mediante una comparación entre las dos. ¿Aquel que nunca hubiese visto del árbol más que las raíces hundidas en la tierra, podría, aunque se lo explicasen con las más elocuentes palabras, comprender y aún menos sentir la inmensa belleza de sus ramas y de sus flores creciendo y desarrollándose esplendorosamente a la luz del sol? Pues bien, nuestra existencia física es como las raíces del árbol, de las cuales luego ha de brotar una indescriptible belleza, un poder inconmensurable.

No falta tampoco quien habla con cierto desprecio de su propio cuerpo, considerándolo como un obstáculo que le impide gozar de una vida gloriosa, convencido de que mientras no se haya librado enteramente de él no podrá marchar al reino espiritual de la existencia. Y en este concepto de la vida se encierra un inmenso y gravísimo error, porque para que resulte completa nuestra vida espiritual es preciso que, en cada uno de los diferentes planos de la misma, pasemos por una serie más o menos extensa de vidas físicas, con un refinamiento constante de nuestros sentidos corporales.

El Cristo de Judea habló de la necesidad de la regeneración, diciendo a las gentes: “Habéis de nacer otra vez”.

Todos hemos sido reencarnados muchas veces; pero la regeneración es, en realidad, un paso que damos más allá de la reencarnación.

La reencarnación no significa otra cosa que la pérdida de un cuerpo físico para adquirir un cuerpo físico nuevo, con la ayuda de otros seres u organizaciones.

Regeneración significa la perpetuación de un mismo cuerpo físico, cuyas cualidades o sentidos van purificándose cada día más, sin la total separación de cuerpo y espíritu, a que llamamos muerte.

Cuanto más bajo y más atrasado es un espíritu, más largo será el espacio de tiempo que necesite para adquirir un nuevo cuerpo físico por medio de la reencarnación; y a medida que el espíritu va adquiriendo o ganando poder, la duración de esos intervalos se hace cada vez más corta, contándose ya solamente por años si antes se contaban por centurias. Y cuando hayan aumentado más todavía sus poderes, buscará el espíritu la regeneración en vez de contentarse con el proceso de la reencarnación para perpetuar su propia vida física.

Un poder purificador y espiritualizante está continuamente ejerciendo su influencia sobre este planeta; y, a través de innumerables edades, este poder ha ido modificando todas las formas de la existencia, elevando poco a poco los tipos individuales de cuanto existe en la naturaleza, pues ese poder lo mismo influye sobre el hombre que sobre todos los demás organismos minerales, vegetales o animales, espiritualizando más o menos lentamente toda manifestación vital y haciendo pasar cada una de ellas desde un plano inferior de la vida a otro plano superior y más perfecto, y tiene todavía en reserva nuevos poderes, nuevas formas vitales, nuevas manifestaciones de una vida más pura y elevada. Este poder espiritual es el que ha ido siempre descubriendo ante el paso del hombre nuevos horizonte; él ha iluminado su inteligencia enseñándole la utilidad del vapor, de la electricidad y de otros muchos agentes físicos. Pero cosas más grandes tiene que enseñarle todavía. Tiempo ha de venir en que ya no necesite el hombre ni del hierro, ni del vapor, ni de la electricidad para procurarse toda clase de conveniencias y comodidades. Nuevos poderes nacerán en el hombre a medida que sea mayor la espiritualización de su vida y con ellos suplirá ventajosamente la ayuda que hoy se ve obligado a pedir a varios agentes materiales.

Día llegará en que en este planeta habrá una vida mucho más perfecta que la actual, bajo cuya acción irá desapareciendo poco a poco de entre nosotros la muerte física de los cuerpos organizados. Lo que, dicho en otras palabras, significa que todo espíritu se habrá hecho capaz de servirse juntamente de sus sentidos físicos y de sus sentidos espirituales, mediante la continua regeneración de su cuerpo material. Esta constante regeneración de los elementos físicos que componen el cuerpo del hombre será producto de los cambios también incesantes que sufrirá la mente. A cada nuevo estado mental, siempre más espiritualizado, se separarán de nosotros los elementos ya viejos y débiles, y así, por medio de esta continua regeneración, se producirán en nosotros nuevas individualidades. La verdadera regeneración suplirá entonces a la actual reencarnación, lo cual significará que hemos llegado a un orden de vida mucho más elevado que el presente, o sea producto de estados mentales mucho más espiritualizados.

A este proceso sin duda se refería Cristo al decir que “habíamos de nacer otra vez”, cuyo punto ya hemos tratado en capítulos anteriores, habiendo sido nuestro principal empeño el de mostrar lo que la vida realmente significa, y cómo la vida espiritual domina a la vida física y cómo toda clase de organizaciones marchan desde órdenes vitales inferiores a órdenes más elevados y más perfectos.

La vida es una eterna serie de regeneraciones; el espíritu se regenera cada vez que abandona un cuerpo físico ya viejo o prematuramente agotado, y lo abandona porque se cansa un día de alentar un instrumento del cual no puede servirse para la expresión exterior de cuanto desea. Al envejecer el hombre físicamente no envejece su espíritu, y aún puede afirmarse que su capacidad espiritual va aumentando incesantemente; lo que sucede es que cuando el cuerpo pierde vigor y fuerza ya no puede actuar sobre ese cuerpo, y en cierto sentido podríamos decir que es arrojado fuera del cuerpo se retira poco a poco de él, para abandonarlo finalmente del todo. Y el espíritu no tiene más remedio que abandonar un día el cuerpo que durante mucho tiempo alentara, porque, debido a su propia ignorancia, ha estado largos años atrayéndose elementos mentales de inferior calidad, con los cuales les era imposible la regeneración del cuerpo, como le sería imposible a un albañil restaurar con viejos y podridos materiales una techumbre que la lluvia hubiese deteriorado. Éste es el verdadero proceso de la degeneración corporal que todos experimentamos, y es también la verdadera causa de la decadencia física y de la muerte final del cuerpo.

Pero el espíritu verdaderamente esclarecido hallará un día el modo de ejercer toda su acción sobre el cuerpo y de regenerarlo por la acción de nuevos y siempre más elevados elementos mentales, con lo cual será ya posible mantener la necesaria conexión entre el espíritu y el cuerpo. En realidad no perdemos la vida al perder el cuerpo físico; lo único que sucede es que perdemos el más importante de los agentes para el completo goce de la vida física. Con lo que llamamos la muerte del cuerpo perdemos por completo el uso de ese cuerpo, que es el asiento de los sentidos llamados físicos y por mediación de los cuales sólo podemos ponernos en relación con el mundo de las cosas físicas. Sería deseable poder mantenernos en constante relación con el mundo físico, y de ahí que el espíritu, contrariamente a lo que se cree en general, lamenta la pérdida del cuerpo material y aspira a no perder jamás el uso de los sentidos físicos que residen en el cuerpo terrenal. De ahí que, cuando se halla el espíritu sin un cuerpo físico propio, en virtud de ciertas leyes psicológicas, tiende a hacer uso de los sentidos físicos ajenos, de los que tienen los encarnados sobre quienes puede ejercer alguna influencia y dominio.

Todo hombre y toda mujer, viviendo actualmente en el mundo que llamamos físico, sufren, sin duda, influencias procedentes del mundo invisible o espiritual. Los muertos, como inexactamente los llamamos, continúan más o menos imperfectamente su vida sobre la tierra, mediante la ayuda inconsciente que les prestan los vivos, a quienes llamaríamos con más propiedad espíritus que disfrutan accidentalmente de un cuerpo físico.

Si no sentimos e deseo de hallar los nuevos caminos; si rechazamos sin examinar muy a fondo lo que alguien puede llamar disparatadas ideas; si vamos siempre por los caminos viejos por donde fueron ya nuestros padres, lo que hacemos entonces es atraernos la compañía de mentalidades o espíritus tan atrasados y tan ignorantes como nosotros mismos, los cuales no harán más que precipitar la decadencia y la muerte de nuestro cuerpo físico, en cuanto hayan sacado de él todo el provecho que pudieron.

Existen, naturalmente, espíritus no regenerados, es decir, que desde que perdieron su cuerpo físico no han logrado adquirir sino muy pocos elementos mentales nuevos o más adelantados, y aun tal vez ninguno. Debido a su misma ignorancia, origen de la pérdida de su último cuerpo físico, desean entrar en un nuevo cuerpo físico, y tal vez tengan que entrar en muchísimos más, hasta que vayan adquiriendo a través de esas varias reencarnaciones un más completo conocimiento de las leyes eternas, las cuales les han de permitir al fin la regeneración del propio cuerpo físico.

Téngase en cuenta que esa regeneración no puede ser producida por ninguna clase de substancia material, ni por métodos puramente físicos, pues no es más que fruto del cambio de las condiciones espirituales. Cada una de estas nuevas condiciones del espíritu nos impulsará a adoptar nuevas costumbres y nuevas maneras de vivir, siempre más adelantadas y perfectas; pero la adopción de las mismas antes que nuevas condiciones mentales nos inclinen a ellas no nos produciría grandes ventajas.

Tenemos una vida que reside en nuestros sentidos físicos, y tenemos otra vida mucho más elevada que se funda en nuestros sentidos espirituales. Cuando estamos despiertos, son los sentidos físicos los que dominan, y, en cambio, cuando dormimos, el espíritu se hace completamente dueño de nosotros. Si estas dos vidas se hallan perfectamente equilibradas se ayudan la una a la otra y se mantienen así ambas en perfecto estado de salud. Cuando este equilibrio está asentado firmemente, los sentidos corporales reciben siempre a su debido tiempo todos aquellos elementos que les son indispensables para el mantenimiento de su salud y de su adelanto, a todo lo cual provee el espíritu mientras duerme el cuerpo. Por lo demás, también el espíritu recibe a su vez del cuerpo cierta cantidad de vitales energías. Así pues, cuando el espíritu se separa del cuerpo, quedan por algún tiempo, mientras esta separación dura, completamente cegadas las fuentes por las cuales se prestaban el cuerpo y el espíritu una mutua y eficaz ayuda.

La perfecta y en realidad regenerada vida de los tiempos futuros estará en la conciencia absoluta de que existen juntamente y se completan los sentidos corporales y los espirituales, pues la vida física y la espiritual son en absoluto necesarias la una a la otra, como para ser perfectas han de fundirse y completarse. Cuando esto sucede y tenemos plena conciencia de que es así, la vida es relativamente perfecta y el espíritu alcanza un grado de felicidad y de plenitud tal que ahora nos resulta muy difícil imaginar.

Desde los tiempos de Cristo hasta nosotros podemos afirmar que ni un solo caso se ha producido de este autorenacimiento o regeneración. Ninguna persona, aunque haya sido muy grande su reputación de hombre piadoso y recto, ha podido o ha sabido substraer su cuerpo al decaimiento, a la enfermedad y por último a la muerte, lo cual nos permite afirmar que nadie ha vivido según la Ley suprema.

“El premio del pecado es la muerte”, según la Biblia; pero quizás sería más exacto decir que el resultado de una vida imperfecta es la muerte del cuerpo físico.

El cuerpo débil y enfermo, falto de energías y lleno de achaques, de un hombre anciano, no es otra cosa que el producto de una serie de pecados cometidos en la ignorancia, pecados que arraigan en su propia mentalidad, de conformidad con la que construye primeramente su cuerpo espiritual, pues ya sabemos que el cuerpo físico no es más que una correspondencia material del cuerpo espiritual e invisible. Si el espíritu cree en el error, de conformidad con este error construye el cuerpo físico, y el resultado de esto es la enfermedad y la muerte. De ahí que no pueda imponerse ningún castigo a los que sufren, porque ellos han vivido según toda la luz y todo el conocimiento que poseían. Cuando pasen a una condición de vida más elevada, adquirirán también mayor conocimiento, y entonces descubrirán nuevos caminos para evitar los errores de sus vidas pasadas menos perfectas.

La caridad verdadera se funda en el conocimiento de que el hombre vive siempre según la luz espiritual que posee; tan sólo Dios puede iluminar las grandes oscuridades de nuestra mente, y cuando perdonamos las faltas que otros cometen, pedimos a Dios que nuestra mente sea iluminada de manera que vea el mal y pueda evitarlo. Éste es el único camino de la salvación.

Hay personas, no pocas ciertamente, que se sienten fatigadas de la vida, y es porque año tras año han estado pensando siempre lo mismo, alimentándose con una sola serie de ideas y de pensamientos, que han ido repitiendo incesantemente infinidad de veces. La vida eterna y feliz tiene su origen en la perpetua e inagotable corriente de nuevas ideas y de nuevos pensamientos, pues ya hemos dicho que ellos son un alimento verdadero para nuestra existencia espiritual. No alimentamos nuestro cuerpo físico con una misma clase de substancias nutritivas durante todo el año; y si no hacemos esto con el cuerpo, menos aún hemos de proceder así con el espíritu, pues ya sabemos que un espíritu enfermo pone inmediatamente enfermo al cuerpo.

La Ley de la Vida eterna no quiere esta continua repetición de unas mismas ideas; la ley nos dice:“No fue hecho el hombre para arrastrarse año tras año por un mismo surco, ni para vivir según rutinarias costumbres. No está destinado el hombre a representar eternamente una sola y única personalidad, como si fuese un poste clavado en la tierra”. Durante la vida actual disfrutamos de una mentalidad determinada, pero en una vida futura disfrutaremos de una mentalidad superior que tendrá poderes mayores y una percepción mucho más aguda. Continuamente estamos atrayéndonos y adicionándonos nuevos elementos mentales que van modificando nuestra personalidad a medida que vivimos, y como este proceso de autoregeneración nos hace renacer como quien dice de nosotros mismos, cada una de esas nuevas vidas ha de ser más pura y más elevada que la anterior.

Cuando hablo de vida regenerada refiriéndome al cuerpo físico quiero significar que se produce un aumento de vitalidad, que cada mañana al despertar se siente uno con mayor capacidad y más clara percepción para sentir la belleza que llena el universo y nos rodea por todas partes; quiero significar que cada día que nace es una nueva gloria para nosotros; que el sosiego y la tranquilidad de espíritu que experimentamos entonces nos permitirán sentir el alma que alienta en el árbol, en la flor, en el océano, en la estrella y en todas las expresiones naturales de la Mente infinita; que está continuamente fluyendo sobre nosotros una corriente de ideas y de pensamientos nuevos que nos llena de vida; que nos alegrará de ver crecer en nosotros la fe de que poseemos las necesarias posibilidades para el desarrollo de innumerables vidas nuevas; que tenemos el poder para olvidarnos de tal modo de nuestro YO material, que quede anulada la noción del tiempo y destruida enteramente toda fatiga mental y aun toda ansiedad y angustia; y significa finalmente que somos capaces de hallar intensa alegría en todas las cosas. Hallar alegría en todas las cosas es atraernos y apropiarnos el poder que está contenido en ellas, poder que nos dará el dominio de los físicos elementos, y este dominio, a su vez, nos permitirá la renovación continua de los principios materiales de nuestro cuerpo, manteniéndolo en una perpetua juventud.

El aburrimiento o fastidio es una verdadera enfermedad. Cuando no sabemos qué hacer, cuando matamos el tiempo y todo nos parece sin substancia y sin interés, es que nos hemos apartado temporalmente de la Fuente de vida eterna, de la Mente suprema y todopoderosa, absorbiendo entonces los fatigantes pensamientos de los millares de personas que nos rodean y que piensan siempre la misma cosa, un día tras otro, un año después de otro año, y cuyas mentes, sin embargo, andan siempre atareadas buscando el bienestar y la alegría de las cosas puramente materiales o físicas, las cuales nunca producirán la vida verdadera regenerada. Por esta razón, vemos que aquello que se puede comprar con dinero no nos causa nunca plena satisfacción. El demonio del descontento y del fastidio hace mayores estragos y más terribles en los palacios que en la cabañas. Salomón se hallaba bajo las garras de esa bestia miserable cuando dijo: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”, en cuyas palabras se encierra una gran ofensa contra la Mente infinita. Pronunció el rey de los judíos esa célebre frase precisamente porque pretendía hallar la vida eterna y la suprema felicidad en la madera, en la piedra, en los metales, en la carne, en la sangre, en todas las cosas materiales, y vio finalmente que no estaban en ninguna de ellas.

Pero cuando dirigimos nuestras plegarias a la Mente suprema y vienen incesantemente a nosotros nuevos pensamientos y nuevas ideas, las cosas materiales, que ayer despreciamos tal vez, se nos aparecen hoy llenas de encantos y de grandes atractivos, debido a que podemos asociar con ellas alguna nueva idea que nos ha sido sugerida, aunque a veces tales ideas resultan de tan extraordinaria sutilidad que ni siquiera podemos expresarlas con palabras, pues son ideas para sentirlas mejor que para pensarlas. Son en verdad incontables los pensamientos que, originados por la visión de las cosas materiales y físicas, el hombre es incapaz de expresarlos ni con la palabra ni con la pluma, habiendo de contentarse con sentirlos.

La verdadera regeneración del cuerpo nos será dada en justa correspondencia a nuestra creciente fe en el Poder supremo y a nuestro deseo también creciente de ser llevados por los caminos de la Sabiduría altísima, y la verdadera regeneración se producirá en nosotros cuando nos hayamos atrevido a creer ciegamente en ese Poder supremo. Por lo cual es muy dudoso que nadie pueda alcanzar a tanto en nuestros días. Verdad que todos queremos creer en Dios, pero cuando son llegados los tiempos del dolor y se nos pintan de negro todas las cosas, entonces nos inclinamos a poner en práctica uno cualquiera de los medios físicos más usuales para apartar de nosotros el mal. A pesar de todo, gradualmente podemos ir adquiriendo esta fe en el Poder supremo, esta fe que un día ha de convertir a los hombres en inmortales. Aquel que alcance en toda su plenitud esa fe de que hablo, puede decir que será regenerado.

Pidamos siempre nuevos pensamientos y una incesante aproximación a la Mente suprema, y sin cesar vendrán a nosotros elementos de vida nueva, los cuales podremos infiltrar en todas las cosas materiales que nos rodean, y entonces nos será dable decir que nos hallamos en el camino de la verdadera regeneración, pues nuestro espíritu, del mismo modo que nuestro cuerpo, se regenera por el cambio incesante de los elementos que lo constituyen. Atrae a sí mismo de continuo nuevas ideas, nuevos elementos mentales, y así va convirtiéndose literalmente en un nuevo espíritu, en un nuevo ser; y cuando el espíritu es así renovado o regenerado, el cuerpo físico lo ha de ser también.

A medida que nuestro ser se espiritualice; a medida que la mente material deje mayor espacio a la mente espiritual; en otras palabras, a medida que avance el proceso de la regeneración, nos sentiremos cada vez mejor dispuestos para el cambio de muchas de nuestras costumbres y modos de vivir, en lo referente a todos los aspectos de la vida cotidiana. Pero no conviene de ningún modo forzar nuestra manera de ser para llegar a esos cambios; dejemos que vengan por sí solos, pues ya el proceso de regeneración se cuidará, por ejemplo, de inclinarnos a hacer cada día menos uso de alimentos animales, hasta llegar a no comer absolutamente ninguno; pero nada ganaríamos con forzar nuestro modo de ser antes que hubiese nacido en nosotros el deseo formal de ese cambio.

El proceso de la regeneración nos impulsará también alguna vez a buscar la soledad y el retiro, pues al hallarnos solos con la naturaleza es cuando nuestro espíritu absorbe y se asimila las más puras y elevadas cualidades del pensamiento; pero vivir forzadamente, sin verdadero gusto o inclinación por ella, en la soledad del claustro o de la ermita, poquísimo bien habrá de hacernos, como lo demuestra el hecho de que monjes y ermitaños envejecen y mueren lo mismo que los demás hombres. Esa regeneración del cuerpo no puede venir en forma directa en un sistema de costumbres dado o de observancias de un orden enteramente físico. Vendrá cuando haya llegado la plenitud de los tiempos. A medida que este planeta en que vivimos va espiritualizándose, todas las cosas materiales que están en él participan de esa verdadera sazón espiritual. La vida de hoy, tan distinta de la de hace ahora quinientos o mil años, es una demostración cierta de ese desenvolvimiento progresivo. La tierra salió del caos y fue evolucionando hasta llegar a la época en que empezaron a desarrollarse los reinos animal y vegetal, y luego ha ido siguiendo su marcha ascendente hasta alcanzar su condición actual, un tanto más perfecta; pero este proceso de purificación o de regeneración no ha de cesar jamás.

Tal vez exclame alguno, después de leído lo que antecede: “¡Qué tiene que ver conmigo todo esto!Quizá sea exacto lo que acaba de decirme ese hombre; pero todo ello es muy lejano, muy vago, muy indefinido. Lo que yo necesito es algo que me mejore inmediatamente, en esta propia vida”.

Pues bien; esta idea de la regeneración corporal es ya para nosotros una confortación espiritual, si la aceptamos plenamente. Una vez que la hayamos admitido, ya no podrá ser arrojada de nuestra mente, y allí se estará como la diminuta semilla en la tierra, y aun es probable que pasen meses y años sin dar la más pequeña señal de vida, como si hubiese quedado olvidada o muerta. Pero no dejará de germinar con más o menos lentitud, desarrollándose luego y ocupando cada día mayor lugar en nuestra mente. Por gradaciones más o menos sensibles irá cambiando la cualidad o naturaleza de nuestros pensamientos, y así poco a poco arrojará fuera de nuestra mente una vieja y falsa concepción de la vida para traernos a una concepción enteramente nueva y verdadera, impulsándonos a mirar siempre hacia delante, siempre en busca de nuevas alegrías, y obligándonos a abandonar las añoranzas y recuerdos tristes del pasado, pues sabremos entonces que tales pensamientos sólo atraen decaimiento y muerte para el cuerpo. Ya hemos dicho que el cuerpo no es más que una resultancia de nuestros propios pensamientos, cuando hayamos comprendido que nuestras añoranzas, nuestras envidias, nuestras angustias y hasta la contemplación de cosas enfermas o espantables son verdaderamente cosas, y no tal sólo esto, sino que son cosas malas en absoluto – como que no son en realidad más que pensamientos que se ha apoderado de ciertos principios para hacérsenos visibles encarnados en los cuerpos de los hombres, proporcionándonos dolores y males de todas clases, enfermando nuestro cuerpo físico, envejeciéndolo y debilitando sus poderes-, tendremos entonces una buena y hasta tangible razón para buscar el olvido de todo ello.

El cuerpo de una persona que se entregue con frecuencia a estados de melancolía, podemos decir que estará literalmente constituido por pensamientos de tristeza que se habrán materializado en su carne y en su sangre.

Cuando comprenda una joven con mayor claridad cada día que los celos, el mal humor y las maneras displicentes hacen degenerar su buena presencia y su figura, no dudemos que se esforzará en olvidar todos aquellos pensamientos e ideas que pudiesen contribuir al desmejoramiento de su cuerpo y a la destrucción de su belleza. El Poder infinito del bien necesita que todas las cosas y todos los seres sean sanos y hermosos. Por eso tiende constantemente al aumento de esta salud y de esta hermosura, y por medio de un proceso de regeneración nunca interrumpido los mantiene y aun sin cesar los acrece; si no llega a realizar todo su propósito en un cuerpo u organización física, sin merced los destruye y da el espíritu a un cuerpo nuevo.

Cuando el hombre comprenda totalmente que su modo mental angustioso, envidioso o murmurador constituye uno de los elementos materiales que integran su cuerpo y que no puede darle más que dolores y enfermedades, hallará en su entendimiento buenas y útiles razones para poner un mayor cuidado en lo que haya de ser alimento de su mentalidad, a fin de mantenerla limpia de infecciones.

No abandonemos nunca la idea de que todo pensamiento desagradable es una cosa mala que viene literalmente a integrar nuestro cuerpo. ¿Qué esa o aquella persona nos repugna? ¿Qué sus aires de afectación, o su avaricia y deshonestidad, o su grosería y vulgaridad, nos ofenden? Intentemos apartarnos de ella y olvidarla. Hablar de ella o con ella una y otra vez mantendrá siempre en nuestra mente su desagradable imagen, y ya sabemos que todas las imágenes son cosas que afectan materialmente a nuestro cuerpo, que o perjudican y que contribuyen no poco a su degeneración. Toda esa clase de pensamientos, pues, ha de ser olvidada por nosotros.

Tal olvido no es más que el principio del camino que nos ha de llevar a la adquisición de un cuerpo nuevo, de un cuerpo que no ha de morir jamás, que a sí mismo se ha de ir regenerando perpetuamente. Si en virtud de antiguas costumbres adquiridas no podemos por nuestro propio esfuerzo mantenernos apartados de modos mentales tan dañosos; si de vez en cuando nos sentimos atraídos por las corrientes de las malas pasiones, abandonando todo esfuerzo propio, pidamos al Poder supremo que nos dé nuevos y mejores pensamientos; y este Poder, entonces, mediante nuestra plegaria o petición, nos dará una mente nueva, y esta mente nueva nos traerá finalmente un cuerpo nuevo.



💗



No hay comentarios:

Publicar un comentario