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EL VERDADERO PODER DE LAS MUJERES Capítulo XLV de PRENTICE MULFORD








Repetirá una vez más que en mis escritos hablo exclusivamente de las relaciones espirituales de los sexos, tratando de poner en evidencia los dos órdenes de elementos mentales que fluyen de ellos, comunicándose y confundiéndose. El los dominios del pensamiento, que son en realidad los dominios sin fin del universo, existen dos grandes divisiones, las cuales están constituidas por los elementos masculinos y los femeninos. El pensamiento masculino y el femenino existen, se mezclan y confunden en todas las posibles formas de vida, en los hombres, en los animales, en los vegetales, en los minerales y en otras muchas formas de vida que actualmente no están al alcance de nuestros sentidos físicos.

Cuanto más perfecta es la fusión entre estos dos elementos, más perfecto es también el matrimonio. El principio del matrimonio existe en todas las formas de vida que contiene el universo. En el hombre y en la mujer este matrimonio puede alcanzar el más alto grado de perfección. Cuando el hombre y la mujer, que han sido creados por el Supremo el uno para el otro, confunden en uno solo sus elementos espirituales, dan nacimiento a un poder que irá creciendo en ellos cada día, poniéndose en condiciones de crear más y más pura felicidad para sí mismos primeramente y luego también para los otros.

La primordial aspiración y la verdadera finalidad del matrimonio consiste en un constante aumento de felicidad expansiva, mediante el desarrollo de los poderes espirituales del hombre y de la mujer que han sido destinados por el Supremo el uno para el otro. Mediante la acción que la mente del uno ejerce sobre la mete del otro, tanto el hombre como la mujer unidos por ese matrimonio, adquirirán cada día una salud más perfecta, una fuerza más entera y más inteligente, se verán libres por completo de enfermedades, perpetuando su propia juventud, aumentando su poder mental y sus capacidades para gozar más completamente en cada una de las fases de la vida, y adquirirán, además, gradualmente todos los poderes que están fuera del dominio de los sentidos físicos. Ni el hombre ni la mujer pueden llegar a semejantes resultados viviendo cada uno separadamente del otro, ni puede tampoco llegarse a ellos sino mediante el matrimonio del hombre y de la mujer ya desde el principio destinados el uno para el otro, y la gran ayuda y el poder elevador de ambos estarán precisamente en su constante plegaria dirigida al Supremo para que los ilumine y los fortalezca. Todo esto se verá realizado en los futuros tiempos, a medida que la humanidad vaya saliendo de su presente grosero y bajo para entrar en estados de existencia más elevados y más puros.

La mente femenina tiene la peculiar condición de sentir y de adivinar más agudamente que el hombre todas las cosas que existen en el mundo de lo espiritual; la mente del hombre, por el contrario, tiene mayor poder para obrar con más energía que la mujer en el mundo de las cosas físicas. En el divino y verdadero matrimonio, el hombre conoce esta condición singular de la mujer, la respeta y gozosamente se aprovecha de ella.

El cuerpo del hombre está constituido de conformidad con el peculiar carácter de la mente masculina, es de elementos materiales más groseros y está físicamente mejor adaptado que el cuerpo de la mujer para los trabajos que requieren mucha fuerza muscular.

El hombre es más agresivo, y el Poder supremo lo ha dotado de un gusto especial en luchar y contender con los elementos naturales. El cuerpo físico de la mujer es mucho más fino, más delicado que el del hombre, y es así porque la mujer recibe del universo, y luego transmite al hombre, un poder mental y espiritual mucho más sutil y también mucho más poderoso que el que recibe el hombre directamente, y de acuerdo con esta fuerza femenina moldea y forma la mujer su cuerpo físico, con los caracteres que le son inherentes.

El mundo físico y el mundo espiritual o invisible están unidos tan estrecha y fuertemente como lo están en el árbol el tronco y las raíces. Lo que vemos, oímos y tocamos no es más que una mínima parte del mundo en que realmente vivimos. Todas las cosas que son tangibles y visibles a nuestros sentidos físicos en esta tierra que habitamos tuvieron su verdadero origen y comienzo en el mundo del espíritu. No ocurre en el mundo material suceso alguno, ni una guerra se declara, ni se hace un descubrimiento, ni se produce el más pequeño progreso que no se haya antes elaborado en el mundo espiritual, ese mundo que no podemos ver ni tocar. Los sucesos que se desarrollan en el mundo físico son algo así como las sombras o imágenes que se proyectan sobre una cortina por medio de una luz convenientemente dirigida. El mundo espiritual está representado por los personajes reales que se mueven detrás de la cortina, y el mundo físico puede compararse a las sombras que son proyectadas sobre esa cortina por las personas que están detrás de ella.

Los elementos mentales femeninos tienen mayor poder que los masculinos para penetrar en el mundo invisible, atravesando esa cortina que los separa del mundo físico, y sentir mejor todavía que ver la vida verdadera que en él se desarrolla. Este especial poder femenino, esta cualidad mental tan imperfectamente conocida aún, y porno pocos hasta negada, es llamada intuición por la generalidad de los hombres, creyéndose que consiste en una especie de conocimiento interno, fuera del alcance de los sentidos físicos, cuando en realidad este conocimiento procede del exterior. La mente femenina lo atrae y se lo apropia, y para alcanzarlo atraviesa enormes distancias, sin que logren detener su paso los mayores obstáculos materiales. Presiente la mente femenina la proximidad de un suceso por unos medios y por la intervención de un poder que no son de fácil explicación: presiente también las acciones o los motivos de esas acciones y adivina el carácter y naturaleza de las personas, del mismo modo que presiente todo bien futuro y todo mal futuro, llevando la adivinación de las cosas, lo mismo para el bien que para el mal, mucho más allá del dominio de sus sentidos físicos. El pode para entrar y penetrar muy adentro en el reino de lo espiritual o invisible que en el universo existe es un poder tan verdadero y tan cierto como el poder de que nos valemos para levantar del suelo un peso cualquiera y ese poder de relación con el mundo invisible es en la mujer mucho más fuerte que en el hombre, pues aunque la mente del hombre posee poderes semejantes, son en un grado potencial bastante menor.

Repitamos una vez más que todas las cosas, así las buenas como las malas, se producen o exteriorizan antes en el mundo espiritual que en el físico. El hombre que roba o mata, antes de dar cumplimiento al acto físico, lo ha ejecutado ya en su propia mente. Lo tiene en el corazón, según una frase comúnmente usada. Y como la mente femenina ve con mayor claridad que la masculina en la vida espiritual, siente en ese o en aquel hombre sus tendencias o sus intenciones con tanta precisión como si ya se hubiesen exteriorizado en el mundo material. De ahí la desagradable impresión que le causa una persona cualquiera, muchas veces in poder explicar los motivos, pues en realidad tales impresiones no se basan nunca en lo que llamamos razón. De manera que si preguntamos a esa mujer: “¿Sabes algo de ese hombre?”, ¿Tienes alguna prueba de que es un hombre malo?, con seguridad que nos contestará casi siempre: No, no sé nada. Y es verdad, esa mujer no sabe nada de aquel hombre, pero ha sentido en su presencia una impresión mental desagradable, y no hay más, lo cual clarifica muchas veces la gente de caprichos de mujer. Y no es sino una cualidad propia de la mente femenina, que le permite ver con mayor claridad que el hombre, del mismo modo que en el mundo físico los ojos de una persona determinada ven más claramente y a mayor distancia que los de otra.

Lo que llamamos razón o sentido común se basa enteramente en las causas y sus efectos que vemos accionando todos los días en el mundo físico, causas y efectos que son propios de ese mundo; pero en cuanto penetramos en el mundo espiritual nos encontramos con un sistema de causas y efectos completamente nuevo y distinto en absoluto del que domina en el mundo material, y allí la mente femenina es de una percepción inmensamente mayor que la del hombre.

En todos los pueblos de la tierra es también la mujer más inclinada que el hombre a la devoción religiosa, debido a que, con su mente mucho más sensible que la del hombre, con más o menos vaguedad, siente que las grandes verdades y las supremas realidades del mundo espiritual se presentan siempre bajo una forma religiosa, aunque casi siempre, siempre, llegan a nosotros más o menos profundamente alteradas.

Las mujeres también saben resistir con mayor serenidad que el hombre toda clase de tribulaciones morales, pues tienen mayor capacidad para atraerse la fuerza y la ayuda del Poder supremo. El hombre que se halla en alguna tribulación se siente casi siempre inclinado a tomar por confidente a una mujer antes que a un hombre, descargando en ella todo el peso de su dolor. Este mismo poder espiritual que la mujer posee es lo que hace de ella el mejor de los enfermeros.

En la Mente infinita, los elementos femeninos y los masculinos están perfectamente equilibrados y confundidos; el Poder supremo ni es masculino ni es totalmente femenino. Todo nuestro actual sistema religioso está basado en una Divinidad masculina, la cual es la única dispensadora de fuerza en el universo, y a las mujeres se las enseña directa o indirectamente que han de considerar a esa Divinidad como un Dios único y exclusivo, cuando en realidad los principios femeninos de que están ellas formadas constituyen la mitad exacta del Poder supremo, que es el verdadero Dios.

Desde los más antiguos tiempos, convencido el hombre de que posee una fuerza física mucho mayor que la mujer, e ignorando que esta fuerza física es la mente femenina quien se la da, ha fabricado una Divinidad masculina exclusivamente; y al ver también que los elementos masculinos son siempre los que poseen la fuerza física, ha creído del mismo modo el hombre que la fuerza masculina había de ser en la naturaleza la fuerza creadora y directriz. Cree el hombre que toda su fuerza la saca de sí mismo, y que una vez que la mujer le ha dado la vida, ya no tiene nada que ver con los elementos femeninos, ni por lo que se refiere al mantenimiento de sus fuerzas físicas, ni por lo que hace a la mayor claridad y potencia de su mente. De ahí que el hombre se ha llamado a sí mismo rey de la creación, como si en la creación no fuese tan indispensable como el masculino el elemento femenino. El hombre se ha atribuido casi siempre a sí mismo el poder dominador, interpretándolo y juzgándolo todo por medio de sus ojos masculinos; el hombre ha ridiculizado y ha tenido por cosa risible la idea de que nunca se obtendrá un juicio recto ni una interpretación justa del universo mientras no se considere a la mente femenina como un elemento indispensable, como un factor importantísimo para ayudar a la humanidad a descubrir el verdadero camino de la vida.

Pese a esto, la corriente mental femenina no para un punto de fluir hacia el hombre, constituyendo una parte primordial de su vida cotidiana. Su acción no se ve ni se siente por medio de los sentidos físicos, y no obstante le es tan necesaria al hombre para el mantenimiento de su vida y de su salud como lo es la presencia del elemento femenino en la vegetación para asegurar la productividad de las plantas, debiendo hacerse notar el propio tiempo que en el reino vegetal el elemento femenino constituye un verdadero poder espiritual, del mismo modo que sucede en la raza de los hombres. La fuerza espiritual femenina constituye la mitad de la fuerza universal que actúa sobre la naturaleza, es fuerza que indispensablemente ha de intervenir en todo lo que vive o se mueve en este planeta, en el orden civil, religioso, político o comercial.

La fuerza mental femenina no puede ser y nunca ha sido totalmente neutralizada por el hombre; todo lo más que éste ha podido hacer es detener parcialmente su acción en el plano de las actividades físicas, pero en su totalidad ni lo ha podido ni lo podrá jamás. Ningún hombre puede saber la dirección que tomará su mentalidad ni la forma en que podrá verse influido después de haber estado hablado nada más que media hora con una mujer, de la que puede absorber inconscientemente una determinada idea, de la cual ni siquiera habrán hablado, y esta idea puede alterar profundamente los destinos de toda su vida, lo mismo para el bien que para el mal. Si es cierto que la mujer no puede ser presidenta de una república, puede, en cambio, influir sobre la mentalidad del presidente, aunque uno y otra pueden vivir inconscientes de la acción de sus propias fuerzas espirituales y de la influencia que la una ejerce sobre el otro.

Una mujer astuta e inteligente que de algún modo influya sobre una corte o un senado puede fácilmente desviar las corrientes mentales predominantes, encaminándolas por los derroteros que a ella más le plazcan. La historia nos dice que Francia ha sido gobernada más por las queridas de sus reyes que por los reyes mismos. Este poder extraordinario que la mujer posee se emplea muchas veces en el mal, cuando no pide al Supremo la necesaria sabiduría para dar la mejor dirección a sus fuerzas mentales.

Toda mujer que en sus horas de soledad siente el ardentísimo deseo de que aumente el bienestar social, que experimenta un gran dolor ante los desastres y la terrible devastación de la guerra, que anhela que los hombres se amen entre sí, deseando que aún los fieros y duros de corazón se dejen al fin llevar por impulsos suaves y generosos, exterioriza más o menos conscientemente su fuerza invisible y sutilísima, la cual quietamente ejerce su acción sobre el mundo, llevándolo por los caminos del progreso. Esa corriente mental desarrollada por una mujer, mediante la cual se pone en conexión con el Poder supremo, va a unirse con otras mentalidades femeninas que piensan y desean lo mismo, aumentando de esta manera dicha corriente en volumen y poder. Esto es lo que calificamos de inconsciente e incesante plegaria, la cual lleva en sí el elemento espiritual que purifica y ennoblece el mundo. Si bien este elemento ni lo vemos ni lo tocamos físicamente, lo sentimos; es un verdadero poder que obra fuera del dominio de las causas y de los efectos físicos. Ni es, en resumen, otra cosa que el Poder supremo obrando para el bien de la humanidad por medio de la mujer, que es su instrumento más delicado y fino, y por medio del cual ha obrado siempre y obrará eternamente.

Si de pronto, en una gran ciudad, la simpatía femenina fuese retirada de los hombres, y las mujeres se ocupasen únicamente en negocios o se empleasen en alguna esfera especial de la actividad, olvidándose de los hombres o considerándolos como si no existiesen, dentro de muy pocos años esos hombres habrían ya degenerado terriblemente, lo mismo desde el punto de vista físico que mental, pues se verían privados por completo de la fuerza espiritual que les proporciona su energía y su vigor. Esta fuerza es tan necesaria al hombre cuando se halla en su edad madura, como en su infancia le era necesaria la leche que le dio la madre. La alimentación que da la madre a su hijo no es más que un medio físico para efectuar en el niño la transfusión de su amor, y cuanto más puro y más grande sea el amor que de esta manera infunda en su sangre, más fuerte y más vigoroso será el niño. Porque el amor, el amor verdadero y en su más pura significación, es vida y es fuerza que robustece y vigoriza el espíritu y el cuerpo, mucho más y mejor todavía que el pan y la carne. El elemento mental femenino es tan necesario al hombre en su madurez como en su primera edad. Esto no lo comprendemos bien ahora, pero absorbemos incesante e inconscientemente esta idea, y ella nos da la vida.

Los hombres que en el interior de su casa o en sus despachos y oficinas se hallan como rodeados constantemente de una especie e atmósfera femenina, absorben de ella gran cantidad de fuerza espiritual, la que les da nuevas energías y mayor capacidad para los negocios. Las mujeres dan esta fuerza inconscientemente y los hombres la reciben inconscientemente también. La mujer no puede impedir que este poder especialísimo obre por medio de ella, como nadie puede impedir que funcione su propio pensamiento; pero puede, cundo pide al Supremo ser guiada rectamente, dirigir su propia fuerza de manera que haya de producir la mayor felicidad. En nuestros tiempos, a medida que va dando al hombre sus fuerzas, éste se aprovecha de ellas sin devolvérselas en forma de gratitud, y malgastándolas muchas veces miserablemente.

En cuanto reconocemos y admitimos una verdad, y llega a formar parte de nuestro más persistente estado mental, a manera de una fuerza invisible, empieza a obrar sobre nosotros y sobre los demás, y desde ese punto la energía de su acción va aumentando y extendiéndose incesantemente.

A medida, pues, que crezca y se fortifique en la mente de la mujer la verdad de que Dios, la Fuerza Creadora infinita y eterna, es una fusión de las dos fuerzas masculina y femenina, y que esta fusión divina se descubre en la naturaleza toda, y comprenda además que su especial misión consiste en ver las cosas del espíritu más completamente que el hombre, con lo que presta al hombre la fuerza que le es indispensable para la acción, entonces la mente femenina actuará sobre la mente masculina con toda eficacia, haciendo sentir su influencia con la suavidad de una amorosa plegaria por la justicia, a cuyo impulso irá cambiando la actitud mental del hombre con respecto a ella, sin que aquél se dé apenas cuenta de semejante cambio.

Cuando algunas mujeres –no es necesario que sean muchas- comprendan que el amor y la simpatía femeninos es lo que mantiene verdaderamente vivo al hombre y le da fuerza y salud, impulsándolo hacia adelante en todas las esferas de la vida, habrán puesto en movimiento una fuerza incontrastable que rápidamente cambiará la manera de ser propia del hombre, haciéndole ver al fin que la mujer es su verdadera e inseparable compañera en todas las fases de la existencia, y no tan sólo un instrumento de placer del cual se hace uso cuando parece bien y se deja después completamente olvidado.

No se entienda, empero, que un cambio semejante ha de venir al son de trompetas y atabales, o que se producirá a fuerza de discursos combatiendo la pasada y la presente actitud mental del hombre con respecto a la mujer.

La fuerza del Infinito penetra en los corazones humanos “así como un ladrón viene por la noche”. El Infinito no vence al error como los gladiadores vencen a sus adversarios sobre la arena del circo, sino que cambia las opiniones de los hombres poco a poco y de un modo imperceptible; pone para ello en movimiento una fuerza suavísima en la acción, pero a la cual no puede resistir ninguna clase de elementos físicos; es su acción semejante a la del sol fundiendo glaciares.

¿Acaso rehusará un químico el empleo de un elemento material cualquiera, hasta entonces despreciado, si halla un día que su mezcla o aleación con otras sustancias le da por resultado un metal de mejor temple, más dúctil y más resistente a la vez, de aspecto más hermoso y de más fácil adaptación para toda clase de usos que todos los metales hasta aquel momento conocidos? Tampoco rehusará la mente masculina la ayuda y la fuerza física y espiritual que recibirá en cuanto conozca como indispensable el auxilio del poder mental de la mujer para hacer más robusta y más feliz su vida.

No hay que deducir de esto que los impulsos espirituales de toda clase de mujeres sean siempre de un orden superior y que el hombre los haya de seguir ciegamente. Nada de esto; porque la mujer que no pida la necesaria sabiduría al Poder supremo, lo probable es que reciba ideas e impulsos de muy bajas e impuras fuentes, con lo cual se extravía y extravía al hombre que va con ella, de lo que tenemos al presente numerosísimos ejemplos.

Pero como la mete femenina, es decir, una de las dos mitades en que se divide la verdadera y total Inteligencia, tiene un gran poder para ver y sentir las cosas del espíritu, cuando se pone en relación de plegaria con el Supremo, adquiere más fácilmente que el hombre el necesario conocimiento para guiarse mejor en los negocios de la vida, y cuando el hombre se dé cuenta de que es así, como algún día se dará, se alegrará infinito de poder recibir de la mujer lo que ésta, debido a su peculiar naturaleza, recibe directamente del Poder supremo. No hay signo alguno de inferioridad en esa dependencia del hombre a la mujer con respecto a los poderes espirituales propios de la mente femenina, como no puede considerarse la mano inferior a los ojos, pues ambos órganos son igualmente principales para el perfecto funcionamiento del cuerpo; ambos se muestras también igualmente contentos por la ayuda que se prestan el uno al otro, sin que ninguno pueda jamás usurpar las funciones propias de su hermano.

Ni con todo el empeño por establecer firmemente esta verdad, puede el hombre ser censurado por su ignorancia de una ley, como no se riñe ni castiga al niño que entra por la primera vez en la escuela porque no sabe leer ni escribir, ni conoce siquiera el alfabeto. Del mismo modo que el niño antes de ir a la escuela ignora las letras, el más sabio de los ángeles ignora hoy lo que habrá de ser conocido mañana, pues la revelación divina no se agotará jamás.

A medida que esta verdadera pre-visión femenina vaya entrando en juego y sea tenida en cuenta por el hombre, se irá produciendo en el mundo un perfecto y más equilibrado conocimiento de la vida, conocimiento que vendrá de la entera armonía establecida entre las cosas del espíritu, y la mente femenina representa el mundo espiritual. La fuerza espiritual de la mujer es el contrapeso del carácter materializado del hombre, que por eso mismo tiende a lo agresivo y brutal. En todos los aspectos de su actividad, la tendencia actual del hombre no es otra cosa que cargar sobre sus hombros un peso mayor del que puede sostener. Así se comporta en la ciencia, en la política, en las artes, en los negocios, trabajando sin cesar hasta que cae extenuado o muerto. El hombre suele quedar enteramente absorbido por la corriente mental a que lo ha llevado su propia vocación o los azares de la vida; y casi nunca atiende a las advertencias de su mujer para que descanse y procure recuperar las fuerzas gastadas, con lo cual va perdiendo paulatinamente su capacidad para el descanso, y entonces puede decirse que su fin material no está ya muy lejano.

Como el hombre depende de la mujer por la fuerza espiritual que ella le da, asimismo la mujer depende del hombre por la fuerza esencialmente masculina que de él se deriva. La mujer no podría vivir si no recibiese en cantidad necesaria esa fuerza especial del hombre. El amor y la simpatía de la mujer hallan siempre en el opuesto elemento algo en que puedan poner su más elevado ideal.

Así como la mujer posee un poder que en determinados aspectos es superior al del hombre, asimismo el hombre posee otro poder que en ciertas esferas es superior al femenino. En la más perfecta y absoluta fusión de las mentalidades femenina y masculina, no hay en realidad otra cosa sino que cada una de ellas domina, gobierna y dirige a la otra; no es más que una combinación de la pre-visión espiritual de la mujer y la extraordinaria fuerza física del hombre, para exteriorizar y realizar en el mundo material lo que existe verdaderamente en el mundo del espíritu. El poder especial de cada uno de los sexos es necesario al otro como, en el telégrafo, es necesario el alambre para servir de conductor a la electricidad. Sin el alambre, no podría ser transmitida la palabra, y sin la corriente eléctrica el alambre no tendría valor alguno para este propósito. Espiritualmente, los dos sexos se hallan en una relación análoga. La mujer es quien atrae una fuerza espiritual de las más elevadas esferas del pensamiento, y el hombre es quien está mejor dotado para exteriorizar esta fuerza en los planos materiales de la existencia. Cuando en los tiempos futuros, andando ya por l camino más recto, los hombres y las mujeres reconozcan su poder espiritual propio y sus verdaderas relaciones entre sí, entonces se obtendrán los más grandes resultados para la felicidad de la criatura humana.

Hoy es todavía muy fuerte en el hombre la inclinación a afirmar su entera independencia con respecto a la mujer en todo lo que se refiere a actitudes de mando y de dominio, como la intuición y el juicio femeninos son todavía considerados también con profundo desprecio, aunque este desprecio va disminuyendo gradualmente. En muchos casos las mismas mujeres, absorbiendo del hombre esta idea de su inferioridad, se estiman realmente inferiores, y de esta manera van a fortalecer ellas mismas en el hombre la baja estimación en que las tienen. Todo aquel que a sí mismo se cree inferior a los demás, llegará un tiempo en que lo será realmente. Pero esta condición de las cosas no puede perdurar, porque esta idea de la inferioridad se funda en el error. Toda mujer, por imbécil o frívola que sea, lleva en su espíritu el germen divino de un poder y de una intuición superiores para ver las verdades expresadas por la Mente suprema muchísimo antes que el hombre. Si bien su visión actual puede ser imperfecta i incompleta, es cierto también que muchos de sus juicios pueden ser de ningún valor, pero el germen de la verdadera visión está en ella. Tal vez no sea más que una débil chispa de la Luz suprema, pero no puede extinguirse, no puede morir. Quizás un día quede cubierta o enterrada bajo los escombros de bajos y groseros pensamientos, pero el Fuego sagrado y la Verdad divina son eternos, no pueden perecer, y aumenta cada día su esplendoroso brillo, acentuando sin cesar con la propia fuerza lo íntimo de su esencia.



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