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DE LA FUERZA Y MANERA DE ADQUIRIRLA Capítulo XVIII de PRENTICE MULFORD





Si un día se hallase una medicina con la cual fuese posible dar a los hombres y a las mujeres y a todo ser viviente la fuerza de carácter necesaria, o sea el poder y la capacidad para dirigir toda clase de negocios, para influir sobre los demás y para gobernarse a sí mismos, con seguridad que semejante medicina tendría rapidísima aceptación. Sin embargo, cada uno de nosotros puede, manteniéndonos en ciertas y determinadas condiciones mentales, adquirir continua y seguidamente esta necesaria fuerza de carácter, con la circunstancia de que la Fuerza que una vez hemos adquirido por medio de las condiciones mentales aludidas, ya no la hemos de perder jamás. La primera de estas condiciones es la de mantener la propia mentalidad en el constante deseo de adquirir dicha fuerza. El deseo de obtener algo o de adquirir una determinada cualidad mental es un verdadero poder, siempre en acción, para convertir en realidad aquello que deseamos, lo mismo si es para bien que para mal.

La fuerza es una substancia tan real, aunque invisible, como son reales todas las cosas que vemos. La fuerza que una vez hemos adquirido nos sirve para atraer hacia nosotros nuevas fuerzas y nuevos poderes, en virtud de la ley según la cual toda clase de elementos visibles e invisibles atraen a sus semejantes. Los más pequeños fragmentos de mercurio se reúnen y forman una sola masa; los árboles de una misma especie crecen mejor si viven reunidos formando un bosque; las ovejas re reúnen en rebaño con las ovejas, no con los bueyes ni otros animales; los vagabundos se unen siempre con los vagabundos, porque el espíritu humano débil y lleno de desaliento se dirige naturalmente hacia otro espíritu humano lleno también de desesperanza y de debilidad, del mismo modo que los hombres fuertes, emprendedores y de enérgica voluntad se unen, se asocian y trabajan de acuerdo con otros hombres que tienen las mismas dotes.

¿Qué es la fuerza? Si hemos formado un propósito o hemos proyectado un negocio cualquiera, y para llevarlo adelante lo hemos comunicado a personas que demuestran por él indiferencia y aun hostilidad, y en tal situación podemos, sin embargo, mantener fuerte el espíritu, lleno de confianza y de entusiasmo, por el negocio proyectado, es dable entonces afirmar que poseemos la fuerza. Si a los primeros ataques que se nos dirigiesen nos sentimos ya desalentados y descorazonados, es que carecemos de la fuerza. El vendedor de baratijas o pequeño comerciante que va de puerta en puerta, que persiste en ofrecer a todo el mundo sus artículos, a despecho de toda clase de regaños y de puertas que se cierran violentamente ante él, y sabe mantenerse a pesar de todo en un estado de ánimo alegre y animado, demuestra tener fuerza. La fuerza de Cyrus W. Field fue la que finalmente convirtió en un éxito grandioso la empresa de tender un cable a través del Atlántico, a pesar de los más repetidos fracasos, a pesar de las frecuentes roturas y graves percances que se sufrieron, y a pesar de las invectivas y despropósitos que en su desesperanza y su despecho le dirigieron sus propios colaboradores. Esta cualidad que Field demostró entonces, es uno de los más grandes poderes del espíritu; y la verdadera esencia, la raíz, el origen y la piedra angular de este poder consiste y descansa en la firme y persistente resolución de adquirir la fuerza necesaria y en mantenernos constantemente en un estado mental en que nos imaginemos a nosotros mismos aumentando sin cesar en fuerza y en poder.

Cuando mantenemos en nosotros aquella firme resolución y ese estado mental, no sólo nos atraemos las fuerzas de que hablo, las cuales ya no perderemos jamás, sino que también proyectamos al exterior, noche y día, una corriente de fuerza o substancia mental que impulsa nuestros planes o propósitos y lleva adelante nuestros intentos, accionando sobre otras mentalidades, estén cerca o lejos, y despertando en ellas ideas favorables a nuestros propósitos, de manera que si llegamos a reunirnos físicamente con alguna de estas personas que han de ayudarnos o colaborar en nuestra obra, nos dirá, después que le hayamos expuesto nuestros planes. Esto es precisamente lo que necesito, o bien: He aquí también lo mismo que yo pensaba acerca de eso.

Esta fuerza es el poder que más prestamente nos quita de encima el peso abrumador del desaliento. Esta fuerza es el poder que, después de una noche de tristeza y aun quizá de desesperación, se adueña de nosotros por la mañana, nos renueva la esperanza y la confianza en nosotros mismos, nos ofrece nuevos planes y nuevas ideas y nos hace descubrir nuevas oportunidades de éxito. Esta fuerza es la cualidad o elemento mental que nos hace descubrir y pone a la vista toda clase de equivocaciones o de errores, encarrilándonos otra vez en el buen camino, si acaso lo hemos inadvertidamente dejado. Esta fuerza es la que nos lleva siempre de cara al éxito y nos aparta de toda quiebra o ruina. Siempre hallaremos este elemento en todo triunfo de un hombre de negocios. Esta fuerza es uno de los poderes espirituales, y lo mismo puede usar de ella un hombre malo que un hombre bueno; servirá igual al buen samaritano en la curación de toda clase de heridas y en el consuelo de los desvalidos, como al fariseo para hacer sus largas plegarias; puede hacer uso de este poder lo mismo aquel que se entretiene con insanas habladurías en desgarrar el carácter mental del prójimo, atrayéndose de este modo corrientes de elementos perjudiciales, que por aquel otro, buen amigo de sus amigos, que no aspira sino a hacer el bien a los demás. Y podemos ir adquiriendo y fortaleciendo en nosotros esta cualidad con sólo desearla ardientemente, o pedirla, estando solos y retirados. Pero podemos adquirirla todavía más fácilmente si la deseamos o pedimos en compañía de personas que tienen alguna fe en la verdad de la ley, porque cuantas más sean y más fuertes las mentalidades que se junten para pedir esta fuerza, mayor será la parte que cada una de ellas reciba, debido a esta cooperación en la demanda.

El que tenga este libro en la mano lea otra vez las palabras que anteceden, pues conviene al poder del escritor hacer que llegue una verdad tan adentro como sea posible, cosa de tanta importancia como lo es en la vida cotidiana el sustento o alimentación habitual.

Esta fuerza es el elemento mental que nos aparta de todo miedo, y es la que nos da en todos los actos de la vida el necesario tacto y habilidad. A medida que aumente en nosotros esta fuerza, podemos levantarnos y afirmarnos delante de aquellos mismos que en otro tiempo nos despreciaron o nos humillaron, y aun crecer mucho por encima de ellos merced a nuestra propia voluntad enérgicamente ejercida. Éste es el poder constantemente empleado contra aquellos que con gran trabajo logran abrirse paso en el mundo. No importa que nos portemos amable y benévolamente con los demás, si carecemos de fuerza, si no tenemos la habilidad de hacernos valer, de hacernos justicia; si se ofuscan nuestros sentidos, aunque sea temporalmente, al dirigirnos alguien un desprecio o al reñirnos, ni tendremos ningún éxito en el mundo, ni siquiera obtendremos aquello a que tenemos perfecto derecho.

Esta fuerza es la cualidad o elemento mental que, en el caso de recibir algún golpe moral muy doloroso o de sufrir alguna desgracia o ruina no esperadas, nos mantiene firmes o nos reanima y levanta rápidamente para poder, olvidando cualquier turbación y perdiendo de vista lo pasado, dedicar todas nuestras energías a proseguir adelante. Esta fuerza es el elemento espiritual que ha de regir y gobernar a los elementos materiales. En el mundo físico se producen a menudo accidentes y caídas. Mientras unas casas vayan en decadencia, otras irán en pujanza; los negocios pueden que no marchen bien todo el tiempo que habíamos creído; algunos de nuestros amigos puede caer en la mayor necesidad y miseria. Ensayos y pruebas han de hacerse continuamente en cada una de las fases de la vida, hasta que dejan de ser meros ensayos para convertirse en elementos que aumentan nuestra fuerza.

Lo que puede parecernos ahora alto como una montaña, en lo futuro, debido a poseer mayores fuerzas, no nos parecerá sino una pequeña y accesible colina. Puede que hoy no sintamos el menor miedo por alguna persona o cosa que en nuestra infancia nos llenó de terror. ¿Por qué? Porque hoy somos más fuertes y más sabios; y sabiduría es la que ve con los ojos de la mente, no aquella que retiene en la memoria un pequeño o grande número de asertos o de opiniones sacadas de los libros o de los demás hombres.

Por qué viene la fuerza a nosotros cuando nos proponemos mentalmente en actitud de desear o de pedir esta fuerza, es un misterio, y lo será probablemente siempre. Pero no vamos a ocuparnos en el esclarecimiento de esta clase de misterios.

El misterio de la existencia irá siempre creciendo, y pretender su resolución sería lo mismo que querer hallar los límites del espacio infinito. Lo que necesitamos es conocer todo aquello que ha de producirnos algún bien en la hora presente.

Es una verdad inconclusa que podemos adquirir incesantemente nuevas fuerzas por el solo y simplísimo hecho de pedirlas; y está tanto más en las posibilidades del humano espíritu adquirirlas, cuanto el mundo material puede ser totalmente subyugado y ominado. El infortunio absoluto es, pues, un imposible; y en el caso de que se produzca alguna vez, tenemos siempre el poder de rehacer nuestra fortuna. Puede uno andar perdido por la calle, sin alimento y sin abrigo; pero si llega un día a adquirir completa confianza en este poder, no hay duda que sentirá la verdad de que, manteniendo su mentalidad en disposición de estar constantemente pidiendo esa fuerza, esa fuerza ha de venir por último a él, y así vencerá todas las dificultades de su vida. Esa Fuerza le vendrá en forma de un amigo o en la de una idea que puede ser puesta en acción inmediatamente. Pedir o demandar la fuerza que nos falta es lo mismo que ponernos en conexión con las más elevadas esferas de la fuerza mental, de donde nos han de venir los elementos o los espíritus individuales que nos den, en una forma u otra, la necesaria ayuda; pero se ha de tener presente que toda clase de ayuda individual, proceda de seres visibles o invisibles, no puede ser nunca duradera o perdurable. Además, en cuanto, en cualquier forma que sea, confiamos en otros, cesamos ya de pedir fuerza por cuenta propia, en cuyo caso nos hallamos en la situación del que prefiere ir en carruaje que andar por sus propias piernas.

Cada uno de nosotros necesita ganarse la casa en que ha de vivir, el carruaje en que ha de pasear, el traje con que ha de vestirse, la comida con que ha de alimentarse. Roguemos y pidamos constantemente la necesaria fuerza, y si nos aplicamos a ello con pleno conocimiento, no hay duda que lo merecemos todo.
Y cuando, por medio de la plegaria incesante, hemos adquirido ya la fuerza necesaria, entonces pidamos la sabiduría para dirigirla bien, pues la podemos dirigir de manera que nos perjudique o nos beneficie mucho.

Podemos malgastar nuestra fuerza empleándola en la satisfacción de un simple capricho o de una necesidad imaginaria. Hay quien anda desalado un día entero tras de comprar algo que en realidad no necesitaba, como hay quien se pasa dos horas regateando un artículo que vale diez centavos, y al hacer esto malgasta una cantidad de fuerza que podría hacerle ganar diez dólares.

No basta ser sencillamente industrioso, porque no es ningún provecho emplear fuerzas de gran valor en el fregado de las cacerolas de cobre o en contar los hilos de una alfombra. Lo verdaderamente importante es conocer cuándo y en qué hemos de emplear nuestra industria o nuestra fuerza para que nos dé siempre los mejores resultados.

Durante una media hora que permanezcamos abatidos, o impacientes, o frenéticos, o indecisos, hemos gastado con seguridad la misma fuerza y los mismos elementos que, dirigidos por otros caminos, habrían dado impulso a nuestros negocios o nos habrían favorecido en una forma u otra. La reflexión que nos hemos de hacer todas las mañanas es la siguiente: “Estoy en posesión de una determinada cantidad de fuerza para hoy. ¿De qué modo la podré emplear para obtener los mejores resultados y la más segura felicidad durante el día?” Al levantarnos por la mañana, si nos sentimos faltos de fuerza para llevar adelante nuestros asuntos o hemos de experimentar timidez y encogimiento delante de otras personas, entonces pensemos simplemente en el elemento-fuerza; procuremos mantener la palabra y la idea en la mente todo el tiempo que nos sea posible, sosteniendo de este modo nuestra mentalidad en la dirección de la fuerza, pues ya sabemos que aquello en que pensamos es lo que siempre atraemos hacia nosotros.

El hecho de mantener nuestra mentalidad en una dirección determinada constituye en el reino de la naturaleza una verdadera fuerza, como es una fuerza la corriente de aire o la electricidad. Los elementos mentales que proyectamos en forma de corriente invisible son fuerzas que actúan sobre otras mentes, y es tan real su acción, aunque invisible, como la acción de nuestro brazo para abrir una puerta. La verdadera fuerza no acaba con la acción de nuestros músculos, sino que puede ir, y aun quizá se halle en todos los momentos, muchos centenares de millas lejos de nuestro cuerpo, actuando sobre otra u otras mentalidades, afectándolas en bien o en mal según sean buenos o malos los pensamientos originados en nuestra mente.

Esta fuerza es la que nos da todos los días una nueva idea, un nuevo plan para llevar adelante los negocios, cambiando para cada caso el método que hemos de emplear. La fertilidad de invención es una fuerza, y la fuerza que ha engendrado o dado nacimiento a una idea nueva es la misma que ha de llevarla a feliz término. Aunque sea el inventor un hombre por demás tímido, si pide con sinceridad la fuerza necesaria para presentar al público su invento, no hay duda alguna que la obtendrá. Sucede ahora con frecuencia que el productor de una idea nueva, de una provechosa invención, se deja morir de hambre en un rincón de su casa, mientras que el hombre que conoce únicamente el modo de hacer uso de la fuerza para explotar la idea, se apodera de lo que es una verdadera propiedad del inventor y se labra una gran fortuna.

Muchas veces una artista lleno de talento es tan desgraciado que ni se abre camino, ni logra vender medianamente sus cuadros, a causa de que no ha sabido cultivar sus amistades ni ha acertado a presentarse en adecuada forma ante la sociedad; mientras que otro artista de cualidades muy inferiores hallará fácilmente mercado para sus obras, pues ha sabido presentarse de un modo favorable ante el mundo. Si pretendemos hacer frente de un modo absoluto a las corrientes del mundo, entonces, por muy valiosas que sean nuestras obras, muy difícilmente vendrá la gente a comprárnoslas.

Constituye también una parte muy importante en el negocio de la vida y de nuestra propia felicidad, el hecho de saber hacernos agradables a los demás: y para lograr esto, hemos de empezar por hacernos agradables interiormente, no exteriormente tan sólo. El método por el cual obtengamos hoy un señalado triunfo en cualquier asunto o negocio, no será por cierto, el mismo método que habremos de emplear veinte años después. Nuevas fuerzas, esto es, nuevos artificios, nuevas trazas e invenciones están viniendo continuamente a nosotros. Esta fuerza es la que dio nacimiento al ferrocarril, aunque después algo hubo de perfeccionarse el invento, y algo habrá, sin duda, que lo sustituya con ventaja. Esta misma fuerza es la que engendró el telégrafo, pero todavía es el telégrafo un medio de transmisión asaz lento. Las mentes que se hallan en estado de simpatía, aunque estén los cuerpos en que viven esas mentes muy lejos unos de otros, pueden cambias mutuamente ideas, pensamientos y noticias. Cuando se halla dado por completo con el modo de hacer uso de esa fuerza mental, manteniéndola y educándola, quedarán tendidos a través del espacio invisible alambres por los que correrán vivos destellos de la inteligencia, cruzando los mares y los continentes, sin que ningún monopolio puede apoderarse de su explotación. La atmósfera será también un día cruzada por el hombre, y con velocidades mucho mayores que las del ferrocarril; para cada necesidad, para cada deseo, para cada aspiración de la mente humana, existe una fuerza, un poder, un espíritu que trae a la tierra los medios para su cumplimiento material.

La fuerza que, a través de innumerables edades, ha hecho al hombre tal y como es hoy, es la misma fuerza que lo hará en lo futuro más de lo que es.

El monopolio de los ferrocarriles, que hoy son propiedad del Estado y regidos por reglamentos especiales; el monopolio de las líneas telegráficas, y todo otro monopolio que se ejerza sobre cosas semejantes, serán con el tiempo destruidos y sustituidos ventajosamente, no por la fuerza destructora de la violencia, sino por la fuerte, la pacífica, la constructora fuerza de invenciones nuevas, las cuales hallarán en cosas que hoy son despreciadas y tenidas por de poca importancia, nuevos poderes naturales y nuevos poderes humanos que cada uno de nosotros podrá emplear libremente... Tales maravillas se obrarán entonces como jamás se hayan visto otras semejantes.

Uno de los modos de adquirir nuevas fuerzas consiste en tratar de nuestros negocios, de nuestros planes o de nuestras intenciones con quienes nos liguen estrechos lazos de simpatía.

El éxito en el mundo de los negocios está regido constantemente por esta ley. Los grandes sindicatos y las poderosas corporaciones industriales han podido ser formados por sus creadores gracias a la comunión de mentalidades y haber tratado el asunto largamente y en común. Y a medida que hablan, despiertan el uno en el otro y mutuamente se sugieren nuevas ideas y nuevos métodos de acción. La primera o primordial idea puede parecer que ha venido de un hombre o de una mujer determinada. Pero con seguridad que muchas veces no se le hubiera ocurrido la tal idea de no ser por la previa combinación de pensamientos y de ideas exteriorizados por las distintas mentalidades que han tratado juntas la cuestión. Todos esos elementos mentales forman una combinación, y de esta combinación brota el pensamiento o la idea que en el momento más impensado se expresará por alguna de las personas del grupo, tal vez por la que habla en último término, después de las demás.

La fuerza de mayor intensidad y las ideas más claras serán desarrolladas precisamente allí donde sea la mujer uno de los factores más importantes en la agrupación humana.

Si dos personas combinan armónicamente su fuerza muscular para levantar un gran peso, lo harán con más facilidad que si lo intenta sólo una de ellas. Si son cuatro las personas que combinan sus fuerzas, lo levantarán más fácilmente aún que dos.

La misma ley y lo mismos resultados aplícanse a la fuerza mental. Cada uno de nosotros, consciente o inconscientemente, proyecta cada día y cada hora fuera de sí mismo una cierta cantidad de fuerza mental; esos elementos invisibles a los que damos el nombre de ideas o pensamientos, los cuales afectan favorable o desfavorablemente a las personas en quienes pensamos.

Ésta es la misma fuerza de que nos servimos para levantar una caja o para llevar de una parte a otra un objeto cualquiera, con la única diferencia de que ha de ser diversamente aplicada.
Quien va a emprender un negocio o empresa importante, y puede juntar o reunir varias veces, de un modo regular, dos, cuatro, seis o más personas que sinceramente, hayan de desear su triunfo y les expone su plan y habla del asunto con ellas, siempre en forma llena de simpatía y de benevolencia, se habrá conquistado para cooperar en su obra una gran fuerza mental que contribuirá a su triunfo definitivo muchísimo más que otra causa cualquiera. Lo primero que hemos de hacer, pues, es buscar las personas que puedan sentir simpatía por nuestros propósitos o intentos, de ese modo vendrán a nosotros las personas o iremos nosotros hacia las personas que han de ayudarnos en la empresa, que son aquellas de quienes necesitamos o que necesitan ellas de nosotros. Si hemos hecho un nuevo descubrimiento, si poseemos una verdad nueva, si somos dueños de un progreso industrial cualquiera o algo que signifique adelanto o aumente la comodidad de la vida social y privada, por medio del poder de la petición o plegaria hecha en común por varias personas a la vez, seremos más prestamente puestos en contacto con la persona que ha de ayudarnos, la persona de la cual necesitamos y que a su vez necesita ella de nosotros. Cooperar en un mal deseo es cooperar en una maldición, porque hay un poder maléfico en toda malquerencia; toda malquerencia es una maldición, una plegaria para hacer mal. Rogar no es más que proyectar fuera de nosotros un pensamiento con un fin o propósito determinado. Una maldición o una malquerencia es, pues, una fuerza maléfica, la cual obra en virtud de una ley que es sin misericordia en su acción.

Si tres o cuatro personas empiezan a murmurar malévolamente de otra persona que está ausente y hablan con burla del carácter y de los actos de esa persona, lanzan a través de la atmósfera una verdadera corriente de fuerza o de elementos mentales que perjudican horrorosamente a aquella persona de quien hablan, pues la persona a quien con tanta desconsideración tratan sentirá, de una manera u otra, los efectos de la fuerza así generada, experimentando de pronto un desaliento o una angustia, o una irritación que no sabrá cómo explicarse. Esos estados mentales acaban por dañar gravemente al cuerpo, a menos que la persona que tan malamente se ve tratada no lance día y noche contra todos sus enemigos la corriente mental de su benevolencia y de su perdón. Su bondad es el poder más fuerte y logrará siempre desviar la corriente de la malevolencia que se dirija contra ella. Ésta es la razón por la cual tanto nos encargó Cristo que amásemos a nuestros enemigos. La corriente mental de la bondad es el más fuerte de los poderes espirituales.

Todos deseamos adquirir mayor poder; y lo perdemos cuando dirigimos contra otra persona cualquier clase de perversos pensamientos.

No es sino la idea de la paz y de la no-combatividad que informa el cuaquerismo la que ha hecho y hace progresar tanto esa doctrina. Las ideas pacíficas son un poder constructor; las ideas de guerra y de maldad son siempre poderes destructores.

Cristo nunca quiso recurrir a la violencia ni a las armas, pues sabía que existe en los elementos una fuerza mucho más poderosa por conquistar y que esta fuerza sería generada y empleada más tarde por la mente del hombre.

Cuando se desea que el éxito en algún negocio o empresa signifique al propio tiempo un éxito igual para otros, el modo mental o la plegaria que ha de determinar el éxito real tiene en esas condiciones un poder mucho mayor que si hubiese deseado el triunfo para sí únicamente, importándole muy poco lo que se refiere a los demás. Un éxito verdadero en la vida significa, junto con los medios que nos permitan cubrir todas las necesidades y todos los gustos, la salud y la capacidad para gozar de lo que el dinero sabiamente gastado nos puede proporcionar. Por el más sabio de los egoísmos hemos de desear y de esperar cordial y sinceramente que todas aquellas personas que nos rodeen o estén asociadas con nosotros gocen de una fortuna y de una felicidad iguales a las nuestras. No hemos de querer jamás que nuestros amigos permanezcan pobres mientras nosotros hemos adquirido grandes riquezas, ni hemos de permitir tampoco que nuestros amigos se vean obligados a cobijarse en una barraca mientras habitamos nosotros en un palacio, ni hemos finalmente de dejas que nuestros amigos se presenten ante el mundo llenos de harapos mientras vamos elegantemente vestidos. Menos aún hemos de consentir jamás que nuestros amigos dependan de nosotros, que necesiten de nuestra generosidad para vivir, Hemos de desear, por el contrario, que sean iguales a nosotros, en todo iguales y que puedan, al par de nosotros, mantenerse a sí mismos, sin ayuda ajena.

Todos somos, en cuanto miembros de la sociedad de un cuerpo único. Si uno solo de los miembros de este cuerpo único está enfermo moralmente o físicamente, todos los demás miembros en alguna manera habrán de padecer por ello. Cuanto mayor sea la salud mental y física, o más grande sea también la relativa perfección que nos rodee y esté en torno de nosotros, tanto más sanos estaremos y más perfectos seremos.

Existe una cierta fascinación en contemplar el trabajo de una poderosa máquina de vapor, viendo cómo algunas toneladas de hierro y de acero, que un centenar de hombres podría muy difícilmente levantar, se mueven con gran facilidad y rapidez pasmosa; como la hay también en la contemplación de la incesante caída de las aguas de una catarata. Y esta fascinación se explica porque en la humana naturaleza existe el amor a la fuerza. Nuestro espíritu, ante la contemplación de tales espectáculos, se pone en más estrecha relación con los elementos de fuerza, y atrae a sí mayor cantidad de esos elementos y los retiene por toda la eternidad. Además, esta fascinación y admiración que nos causa la contemplación de la fuerza constituye al mismo tiempo nuestra propia plegaria y nuestro deseo de adquirir la fuerza, deseo que es inmediatamente satisfecho. Es también altamente provechoso estarse una hora contemplando el incesante vaivén de las olas del mar que estallan contra las rocas de la costa. El singular descanso y la profunda tranquilidad de ánimo que experimentamos al pasar un buen rato sumidos en la contemplación del grandioso océano provienen de que estamos absorbiendo sus elementos de fuerza, enriqueciéndonos espiritualmente en esa preciosa cualidad; y al volver a la vida cotidiana estamos seguros de haber adquirido nuevos poderes que podremos emplear donde y cuando nos convenga, ya en el desarrollo de algún negocio importante, ya en alguna forma de arte, ya en la buena dirección de una familia. Y cuando, por la noche, siquiera un momento, levantamos los ojos hacia el inmenso espacio estrellado, y tratamos de formarnos una idea de los innumerables soles que brillan en él, con los incontables planetas que giran en torno, y tratamos luego de comprender la fuerza que representan todos los ríos, y todas las cascadas, y todos los mares que se mueven en nuestro diminuto planeta, comprendemos que comparada con la fuerza infinita que se mueve encima de nuestras cabezas, lo que vemos aquí en la tierra no es sino un débil aleteo... Además, hemos aprovechado el tiempo en la absorción de lo que siempre más necesitamos, o sea elementos de fuerza. Ésta es una de las más apropiadas maneras para adquirir la fuerza necesaria. Porque así llega a su mayor intensidad nuestro deseo de la fuerza; porque toda intensa admiración es una adoración verdadera, y toda adoración verdadera es una ardiente plegaria por la adquisición de la cualidad o cualidades que posee y son características en aquello que adoramos.



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