Todas las cosas que existen en el
mundo físico tienen su correspondiente en el mundo de los elementos
espirituales, y éstas, las cosas del mundo espiritual, son las que existen
verdaderamente.
El sol tiene también su espíritu,
que nos afecta a nosotros y a la tierra que habitamos, y el cual, siendo
invisible para los ojos del cuerpo y no sentido por él, guarda la misma
relación con el sol que vemos brillar en el espacio como guarda nuestro espíritu
con el cuerpo que sustenta.
El sol físico afecta tan sólo a nuestro cuerpo físico; pero el sol espiritual, o sea el espíritu del sol, afecta a nuestro ente espiritual en la proporción en que está dispuesto el mundo a recibir el singular poder o fuerza de aquél. El hombre que se halla en disposición de recibir esta verdad, o de entenderla siquiera, es cierto que le vendrá de esa fuente de qué hablamos un poder mucho mayor que al hombre que cree que el sol, como todas las demás cosas materiales, no es sino aquello que vemos con los ojos del cuerpo, careciendo de los correspondientes elementos invisibles.
Aquellos que sólo creen en la
existencia de las cosas materiales, por fuerza han de decaer físicamente con
gran rapidez, pues con tal creencia no hacen más que atraerse elementos
materiales; y la verdad es que hay muchos más materialistas de los que a sí
mismos se llaman infieles o ateos. Con frecuencia practican el materialismo
muchos que hacen ostentación de profesar esta o aquella religión, y hasta que
viven en estricta conformidad con sus preceptos; pero sin creer, en el fondo,
sino en las cosas puramente materiales. Y esto no pueden ellos evitarlo; su
naturaleza esencialmente “materializada” los domina. Sus cuerpos decaen y al
fin mueren, y es seguro que más adelante entrará su espíritu en posesión de
otros cuerpos, aunque su anterior vida terrenal no habrá sido enteramente
perdida para ellos, pues con cada una de sus reencarnaciones irán
espiritualizándose un poco más, adquiriendo un más claro conocimiento de su
existencia interna. Y cuando, después de las necesarias reencarnaciones, llegue
a ser bastante este conocimiento para darle noción clara de las leyes por que
se rige su ente espiritual, libertados serán de todos los males que afectan hoy
a su ente físico. Ni el fuego, ni el agua, ni la enfermedad, ni la violencia
prevalecerán ya contra ellos, ni sentirán el gusto o la atracción de la muerte.
La verdad los habrá hecho libres…Algunos de estos casos han sido citados en la
Biblia y no hay ninguna razón para creer que no haya habido muchos más, siendo
esta condición vital la última fase de la existencia humana en nuestro planeta,
al espiritualizarse.
La luz y los elementos físicos que
el sol lanza sobre la tierra, los cuales están no solamente llenos de vida,
sino también de inteligencia, constituyen un verdadero poder mental. El sol es
algo más que un simple globo de fuego…Es una mente poderosa, es un espíritu. Lo
que vemos de este espíritu no es más que su envoltura física, o sea el
instrumento para su expresión dentro del mundo físico, exactamente como lo que
vemos de nosotros mismos no es más que el cuerpo físico, es decir, la envoltura
o el instrumento de nuestro espíritu.
Al poner nuestra mente en la
actitud de una sincera plegaria para la adquisición de una parte del poder de
ese espíritu que calienta y da vida al planeta que habitamos, es seguro que
recibiremos del sol la parte de poder que corresponda a la intensidad y fuerza
de nuestra plegaria.
La ciencia de los antiguos tiempos,
mejor conocedora de esta ley, dedicó uno de los siete días de la semana al
descanso del cuerpo y de la mente, con el objeto de ponerse en más apropiadas
condiciones para recibir la fuerza del sol. Es de notar que en inglés el
domingo se llama Sunday, es decir, “día del sol”.
Indicios de la observancia de esta
ley los hay todavía en los pueblos o tribus que continúan aun hoy practicando
la adoración del sol…No hemos pensado siquiera en hacer aquí la apología y
predicación de ese culto singularísimo; pero vemos en esta adoración, como en
otras muchas adoraciones, correr a través de ella el hilo de oro de la verdad.
Es de notar que los pueblos que practican la adoración del sol son los que con
mayor energía se niegan a matar a los animales para comérselos, los que más
profundamente aborrecen la guerra, los que se muestran siempre más generosos,
más benévolos y más honrados. De ahí que haya, por consiguiente, un verdadero
mérito en imitarlos.
El sol, en realidad, no es más que
una fuente de poder que mana constantemente; no es más que una forma o
expresión física del Supremo Poder, el cual se manifiesta bajo muchísimas otras
formas y modos, que nuestro espíritu irá descubriendo a medida que su potencia
aumente, para lo cual tiene por delante toda una eternidad.
Hay que establecer grandes
diferencia entre la verdadera adoración y la idolatría. La adoración exalta, la
idolatría envilece. La verdadera adoración admira y reverencia la belleza de la
flor, la fuerza del océano, la vida y el poder inmenso del sol. Todo aquel que
admira y reverencia lo grande atrae sobre sí la fuerza de lo grande. Esta
admiración y reverencia constituye la verdadera adoración. Así es como se adora
a Dios en espíritu; y así también nos atraemos la fuerza o cualidad espiritual
que se encierra en cualquiera de las expresiones físicas del espíritu de Dios.
En este estado de espíritu adoremos
al sol, y en esa adoración se encerrará un sapientísimo propósito. Así
llegaremos a tener clara conciencia de que al abandonar nuestras cotidianas
ocupaciones un día de cada siete, y al ponernos ese día bajo la influencia
alentadora y alegre de los elementos que el sol nos envía –no únicamente de los
que proceden en línea recta del globo solar, sino también de los que son
expresiones suyas, como las flores y los árboles, y todas las cosas vivientes,
que son partes verdaderas de él-, nos atraemos una cantidad mayor de su fuerza
cuanto más intensa sea nuestra adoración, con lo que damos al propio tiempo el
necesario descanso a la mente y al cuerpo, poniéndolos así en condiciones de
hacer la próxima semana más y mejor trabajo.
Pero si se practica ostentosamente
esa adoración, si se hace en público esa plegaria la sol, con gran facilidad
puede convertirse en una enorme farsa. La verdadera adoración busca siempre el
retiro y la soledad. No cuida el adorador sincero de que sean conocidos de la
multitud sus más íntimos sentimientos, y se confía tan sólo a los que sientes
como él, aunque sean muy pocos, y nunca hace de su adoración motivo de charla o
de vanidad.
El verdadero adorador siente la
influencia mental que dimana de cada flor, de cada planta, de cada ser y
principalmente del sol y las estrellas. Los poetas y los pintores sinceros no
son en realidad más que adoradores, como existen millares de naturalezas
contemplativas que sienten tan profundamente y aún más que los pintores y los
poetas esta verdadera adoración, pero que no tienen fuerza material bastante
para expresar tan elevados y puros pensamientos. La mayoría de esas gentes han
vivido y han muerto en la ignorancia de que con la acción de este sentimiento
singular, que es el verdadero y más hondo amor de la naturaleza; con esta
fusión de nuestro espíritu con el espíritu expresado en tan distintas formas,
recibieron una parte, mayor o menor, del poder de esos espíritus, poder que les
diera no solamente salud y fuerza para conllevar mejor los dolores de la vida
física, sino también energías y habilidades para emplearlas en los negocios o
en las artes. Y aun en muchos casos han muerto los tales sin darse cuenta de
los medios superiores de que disponían para luchar en la vida, pues no llegaron
a entender ni cómo ni cuándo habían de hacer uso de los elementos recibidos
para obtener de ellos el mejor resultado.
Éstas son las naturalezas más
finamente emotivas; éstos son los verdaderos genios; éstos son los que más
profundamente se sienten conmovidos ante la belleza de los cielos y de los
mares, los que más honda fruición hallan en la contemplación de los infinitos
espectáculos de la naturaleza. La naturaleza habla a las diferentes
mentalidades con diferentes lenguas: a la mentalidad tosca y atrasada le dice
relativamente muy poco; a una mentalidad ya muy adelantada le puede decir en un
solo minuto mucho más de lo que podría el hombre expresar durante una vida
entera, porque infinidad de veces el pensamiento no puede ser traducido por la
palabra, ni por la música, ni por el color.
Estos pensamientos o emociones que
despierta en la mente del hombre la contemplación de la naturaleza son un poder
y a la vez fuente de otros poderes. ¿Por qué, pues, vemos con tanta frecuencia
al espíritu genial o sentimental vivir en medio de la mayor miseria o
albergarse en cuerpos débiles y flacos? Porque no acierta a descubrir el modo
como haya de servirse de las fuerzas que ha logrado reunir; porque las leyes
que afectan a su ente no son las mismas leyes que afectan a la naturaleza
totalmente materializada; porque pertenecen más al mundo espiritual que al
material, aunque sin darse clara cuenta de que en la tierra está obligado a
vivir de conformidad con las leyes físicas. Se porta lo mismo que haría un
buque de vapor –suponiendo que esos buques fuesen seres inteligentes-, que,
despreciando el poder del vapor y de la maquinaria que lleva en sus entrañas,
se empeñase en hacer uso únicamente de las velas para competir en velocidad con
los verdaderos barcos de vela.
El domingo es el día que, de los
siete de que se compone la semana, debe ser especialmente destinado a reunir
las fuerzas espirituales de que habremos de servirnos luego, en nuestro trabajo
cotidiano, es decir, el día exclusivamente destinado al cultivo del descanso, y
podemos afirmar que el espíritu descansa verdaderamente cuando está en paz con
todo el mundo. El espíritu obtendrá más y mejores resultados, desde que haya
empezado a cultivar el estado de paz o de reposo, a medida que vaya
compenetrándose con el Espíritu divino o Poder supremo. Los espíritus o mentes
que van con Dios pueden también obrar como Dios obra.
Para asegurarnos la más abundante
corriente de elementos espirituales, conviene ante todo que el domingo cese el
empleo que durante toda la semana hacemos de nuestras fuerzas mentales,
tornando el descanso de ese día tan completo como seamos capaces, y mejor aún
si es absoluto. Decimos que el descanso “ha de ser tan completo como seamos
capaces” porque el descansar más que nada es un arte propio de cada cual. La
capacidad para saber arrojar de nuestra mente toda clase de cuidados, de
inquietudes y de impaciencias mentales es una de las cualidades más deseables y
sin duda también de las más susceptibles de ser acrecidas constantemente. La
paz, que el cultivo de ese descanso trae al espíritu “sobrepuja a toda
comprensión”, según una frase de la Escritura.
Esta paz de que hablamos no tiene
nada de mística o simbólica, como no es tampoco ninguno de esos conceptos
religiosos de que nos enteramos para luego olvidarlos, algunos de los cuales,
aunque tienen mucho de cosa sagrada son también absolutamente impracticables y
además de una comprensión muy difícil, La paz de que se habla aquí es una cosa
real y positiva. Todo hombre que lo pida fervorosamente adquirirá este singular
estado mental que enseña a confiar siempre en el Poder supremo, confianza que
va creciendo cada día más y renueva nuestras energías cuando un esfuerzo
extraordinario las agota o aniquila.
Ésta es la paz que nos llena la
mente de grandezas cuando tenemos vacía la bolsa; que nos mantiene serenos
cuando no sabemos con qué pagar nuestras deudas, cuando nos vemos obligados a
vivir al día. Ésta es la paz que disipa la tristeza, la que mantiene nuestros
ojos vueltos hacia el lado luminoso de la vida, la que aleja de nosotros la
depresión espiritual y el desaliento, la que nos trae la salud y fuerza para el
cuerpo y para el espíritu. Ésta es la paz que, con el tiempo, ha de fortalecer
en nosotros la fe en el cumplimiento de las leyes, adquiriendo así la
certidumbre firmísima de que una vez que siga nuestra mente la buena dirección,
para siempre nos libraremos de la enfermedad y la pobreza, a fin de gozar de
perenne salud y bienandanza.
De la misma manera que el niño,
para subvenir a las necesidades de la vida, confía absolutamente en sus padres,
así mismo hemos de confiar en el Poder supremo, al cual estamos unidos por ser
una parte de él. A medida que aumenta la fe puesta en su realidad, aumentarán
también las pruebas que de ella vengan a nosotros, y “de acuerdo nos será dado
con la cantidad nuestra de fe”.
Yo no sostengo, sin embargo, que
esta fe y esta confianza, con los grandes bienes que de ella se derivan, vengan
siempre a nosotros apenas hayamos hecho los primeros esfuerzos en la indicada
dirección. Se necesita algún tiempo para el perfecto desarrollo de esa fe; se
necesita algún tiempo para desarraigar los errores mentales adquiridos en los
años de vida anteriores a esa fe; se necesita algún tiempo para la renovación
del cuerpo y de la mente, de modo que pueda morar en ellos esa fe; se necesita
algún tiempo para modificar nuestro estado mental permanente, de manera que nos
atraiga el bien en lugar del mal; se necesita algún tiempo para afirmarnos en
la creencia de que nuestro espíritu es dueño de un real y positivo poder, se
necesita algún tiempo para destruir la peligrosa creencia de que solamente los
poderes o sentidos físicos son los únicos mediante los cuales conseguiremos
nuestros fines; se necesita algún tiempo para evitar que nuestra mente caiga
otra vez en sus antiguos errores, y de esta manera nos atraiga el mal en vez de
procurarnos el ansiado bien.
El perfeccionamiento espiritual
consiste en la formación de estados mentales cada vez más adelantados, en los
cuales no sólo ya no creemos como antes, sino que obramos también de un modo
enteramente distinto con relación a la salud y al bienestar personal. Lo que
conviene, pues, es ir desarraigando y destruyendo las viejas creencias.
Muchas personas, debido a un
continuado hábito mental, llegan a ser absolutamente incapaces de descansar y
de rehacerse. No aciertan a detener ni tan sólo por un momento la actividad de
su mente. Y así, lo mismo el domingo que todos los demás días de la semana,
tienen constantemente fijo el pensamiento en sus negocios, en sus planes, en
sus cuidados referentes al almacén que regentan o al arte que profesan, así se
hallen en la iglesia como en su propia casa. Son incapaces en absoluto de
dirigir la corriente mental hacia otras direcciones, y de esta manera su
mentalidad es como una locomotora que no tuviese maquinista: correría la
locomotora hasta que le quedase un resto de fuerza, y otro tanto hacen ellos, y
cuando accidentalmente han logrado recuperar alguna pequeña fuerza, continúan
obrando lo mismo que antes, hasta que por último el cuerpo, que es el
instrumento del espíritu, teniendo tan escasas oportunidades de rehacerse, cae
hecho pedazos, roto y aniquilado, de lo que vemos cada día numerosos ejemplos.
Mientras descansa, la mente se
atrae elementos espirituales que nutren el cuerpo y reparan sus fuerzas, y esta
atracción será cada vez más poderosa a medida que aumente nuestra capacidad
para el descanso. Porque aquellos que han comenzado a comprender tales errores
y consideran el domingo como un día de descanso, es que desean formalmente
estar libres de esos errores para poder siquiera un día ponerse en estrecha e
íntima comunión con el Espíritu infinito del bien, todo lo cual redundará a la
postre en provecho suyo.
Lo más provechoso para nosotros
será, pues, que procuremos el domingo alejar de la mente todo lo que se refiere
a nuestros negocios y trabajos, encaminando la actividad hacia algún arte
placentero o hacia alguna ocupación puramente familiar, pues haciéndolo así
adquiriremos fuerzas para emplearlas en lo que más nos interese durante la
próxima semana.
Al hablar de formal deseo de
descanso no entiendo que nos hayamos de imponer mortificación alguna, como lo
fuera obligarse a pensar en ese deseo durante todo un día, pues ya sabemos que
no se obtiene mentalmente ningún resultado por medio de la coacción y de la
fuerza. Basta comenzar el día con esta intención, y esta intención hará lo
demás. Seguramente que no se cumplirá por entero nuestro deseo ni durante el
primer domingo, ni durante el segundo, ni durante los que sigan luego. Pero,
después de algunos meses o quizás de estar formulando todos los domingos el
mismo ardiente deseo, advertiremos que hemos adquirido y que va creciendo
siempre en nosotros la provechosa capacidad del descanso y no tan sólo para el
domingo, sino para los demás días y todos los momentos de la vida en que nos
sea necesario, pues no habrá esa fuerza a nosotros para estacionarse sino para
crecer incesantemente.
El mandamiento Tú observarás la
sagrada fiesta del Sábado no significa que, de cada siete días, de cada siete
días, uno se ha de consagrar totalmente a la adquisición de nuevos elementos
espirituales. El hombre santo y la mujer santa de la biblia son el hombre y la
mujer cuyo cuerpo es albergue natural de un espíritu completo. Por espíritu
completo entiéndese aquel que está educado fuera de todo error.
Si a consecuencia de una prolongada
costumbre persiste nuestra mente en no abandonar el domingo sus habituales
ocupaciones de la semana; y, aunque sea espiritualmente, se dirige a la tienda,
al almacén o al despacho –lo cual nos fatiga del mismo modo que si nuestro
cuerpo estuviese también allí-, sintiendo físicamente el daño que esta
costumbre nos causa, no nos queda más remedio que pedir al Espíritu infinito y
fuente de todo poder que nos dé la capacidad para el descanso del domingo.
En ese caso, salgamos al campo y
dediquémonos a tomar sol; paseémonos, pero paseémonos descansadamente. No
tratemos de hacer del domingo un día de impaciencias y de inquietudes, por
algún concepto. Si vivimos en la ciudad, no salgamos nunca al campo con grandes
multitudes, o con esas romerías que suelen verificarse los domingos, pues ello
nos fatigará y agotará mucho más que si nos hubiésemos quedado en casa. Vayamos
a la iglesia si el servicio divino descansa nuestra mente y nos sentimos allí
más cerca del Infinito; pero, luego, procurémonos alguna distracción que no nos
cueste más que un ligero esfuerzo físico, y no nos ocupemos en ella más que el
tiempo justo que nos distraiga o recree, abandonándola apenas nos empiece a
fatigar.
No son trabajos propiamente dicho
toda clase de esfuerzos mentales o físicos. Nuestras energías físicas necesitan
a veces de una pequeña labor para concretarse y evitar que se desparramen o
pierdan y malgasten en cosas absolutamente inútiles. Por esta razón, dicha
labor es reconfortante y muchas veces se produce en nosotros un agradable
estado mental mientras la parte física de nuestro ente se ocupa en algo que no
es muy fatigoso, dando así magníficas oportunidades al espíritu, que es la
parte más elevada de nuestro YO, para obrar según su más íntimo sentimiento.
En cada uno de nosotros, repito,
hay dos existencias: la material o física y la puramente espiritual. El ser
físico o corporal tiene una mente y un raciocinio que le son propios y
peculiares, basado en las enseñanzas sacadas de los cinco sentidos. El ser
espiritual goza de una mentalidad distinta, formada por sus sentidos y sus
poderes propios.
Conviene, pues, que el domingo
demos al cuerpo físico todo el posible descanso o diversión, ofreciendo de esta
manera ocasión al espíritu para rehacer sus energías, y aun será altamente
beneficioso que el sábado por la noche procuremos ponernos en situación mental
favorable al descanso del domingo, pues ya sabemos que durante el sueño
persiste l condición espiritual en que nos hemos dormido, lo cual nos
perjudicará o favorecerá al día siguiente, según ella haya sido.
El hecho de pasarnos la noche del
sábado en alguna reunión excitante o en compañía de personas que despierten en
nosotros sentimientos de angustia o de inquietud, y de irnos luego a dormir sin
sentir hondamente el deseo de descansar al día siguiente, mantendrá nuestro
espíritu durante el sueño en el reino de la fiebre y de la excitación,
atrayéndonos tan sólo elementos semejantes que actuarán durante toda la noche
sobre nuestro cuerpo, y por la mañana despertaremos con la mente fatigada y
débil; incapaz en absoluto de procurarnos el alimento espiritual y la fuerza
que, comportándonos de otra suerte, podía darnos el descanso del domingo.
La plegaria que pongo a continuación, la cual puede ser rezada el sábado por la noche y el domingo por la mañana, sería un medio para la formación de nuestra mentalidad y para la adquisición de las fuerzas que nos ha de proporcionar el descanso del domingo. Dígase: “Yo pido de la Fuente de todo bien suficiente poder para alejar mis pensamientos de las vías por donde han corrido durante la última semana. Pido comprender cada vez más claramente el gran bien que han de recibir mi cuerpo y mi espíritu mediante la práctica de dejar mi mente en descanso un día de cada siete. Pido ver cada día más claramente que la práctica repetida de este descanso periódico me ha de dar fuerzas para resistir a la enfermedad, y que estas fuerzas además vigorizarán mi cuerpo y aclararán mi mente, dándome nuevas ideas y nuevas energías para ser empleadas durante la próxima semana, cuyos trabajos pido ahora olvidar enteramente, para permitir la autoadquisición de las fuerzas espirituales que han de impulsar mi actividad hacia futuros éxitos y triunfos. Yo pido además que continuamente se me den nuevas pruebas de la realidad de esta ley espiritual. Pido también poder sentir el espíritu de este maravilloso universo, fuente de toda vida en este planeta que habitamos. Pido que mi sentido espiritual quede iluminado hasta ver en el Sol la más grande expresión de la mente divina y eterna, la cual vea cada día más cerca de mí. Pido poder ver, sentir y recibir energías de todas las formas de la naturaleza, de las plantas y de los animales, los que, del mismo modo que yo, reciben el calor de vida de los rayos del sol y son igualmente expresiones de la vida que se encierra en ellos.”
Muy lejos de nuestro ánimo, sin
embargo, sostener que la forma de la plegaria que dejamos escrita haya de ser
estrictamente observada y seguida. Nada de eso, pues tenemos poquísima fe en lo
que son observancias puramente rutinarias; es siempre mejor hacer lo que nos
dice el espíritu y cuando nos lo dicte. Mejor nos será y de más provecho hacer
la plegaria que nos dicte el propio espíritu, aunque sea nada más que una vez
cada seis semanas, que hacer mecánicamente una laboriosa plegaria cada domingo
sin dejar uno solo. Tampoco creemos necesario que se haga la plegaria con las
mismas palabras, que dejamos transcritas. Solamente deseamos y esperamos que
todos los hombres sientan un día el espíritu o sentido íntimo que en ellas se
encierra. Este espíritu lo es todo, las palabras no son nada. No presentamos
aquí base alguna sobre la cual fundar una religión dominadora y rutinaria. Y
aunque la pura necesidad, o el sistema de vida adoptado, nos obligue a muchos a
trabajar en domingo, podemos sin embargo sentir muy bien en medio de nuestra
labor el profundo sentido de la plegaria que estampamos más arriba, y esto nos
hará todavía un grandísimo bien. No es la letra sino el espíritu lo que
vivifica y alienta, lo que da la vida.
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