sábado

LA LEY DEL TRIUNFO Capítulo V de PRENTICE MULFORD






El éxito en todo negocio o empresa es consecuencia siempre de la acción de una ley; no viene nunca por pura casualidad. En la acción de las leyes naturales no hay nada que sea casual o accidental. Cuando decimos que ha ocurrido el accidente de desplomarse una gran piedra desde lo alto de una montaña, no hablamos con propiedad, pues no ha habido en aquello accidente de ninguna clase, sino que el desplome de la piedra ha sido el resultado de fuerzas que desde época inmemorial han venido accionando sobre ella.

La fortuna o la suerte de cada uno de nosotros no es nunca obra de la casualidad, como no lo es tampoco el nacimiento y crecimiento de un árbol. Nosotros, como el árbol, somos el producto de una combinación de elementos, determinada por la acción de ciertas leyes. Así podemos, conociendo y aprovechando el conocimiento de estas leyes, hacer de nosotros mismos todo aquello que queramos.

El espíritu y no el cuerpo es nuestro verdadero YO. Y nuestro espíritu, nuestro pensamiento, es una substancia invisible, pero tan real como el aire, el agua o los metales. Acciona independientemente de nuestro cuerpo, abandona el nuestro y penetra en el cuerpo de otras personas, estén cerca o lejos, moviéndolas y ejerciendo en ellas su influencia; y todo esto lo hace lo mismo estando nuestro cuerpo dormido que despierto.

Éste es nuestro real y positivo poder. Y cuanto mejor aprendamos a conocer el modo como acciona ese poder; cuanto mejor aprendamos a servirnos de él y dirigirlo como nos convenga, haremos negocios más provechosos, tendrán nuestras empresas mejor éxito y haremos en solamente una hora aquello que antes no podíamos hacer en una semana; además, con su continuado ejercicio iremos siempre aumentando la fuerza de este poder. Esto, esto solamente fue la base de los milagros; en esto, en nada más que esto, consistió la magia y el poder oculto de los antiguos tiempos.

Nuestro carácter predominante, o sea la estructura especial de nuestra inteligencia, más que otra ninguna cosa, es lo que más influye en el éxito bueno o malo de una empresa cualquiera. Nuestra mentalidad actual no es más que un conjunto de substancia espiritual que ha venido reuniéndose desde tiempos inmemoriales y que ha pasado ya por infinidad de cuerpos físicos. La inteligencia del hombre es un imán que tiene el poder de atraer hacia sí los elementos espirituales y el de arrojarlos luego fuera de sí otra vez. No podremos, en realidad, construir por nosotros mismos nuestro espíritu si solamente recibimos y percibimos lo que a nosotros viene sin ser llamado.

Según la clase de elementos espirituales de que esté más cargado el imán –nuestra mente- o según la clase de los que reciba con mayor frecuencia, tal será también la clase de los que atraiga hacia sí. Si, pues, pensamos con frecuencia o mantenemos lo más constantemente posible en nuestro cerebro ideas de confianza, de amistad, de energía, de poder, de justicia, de orden, de exactitud...nuestra inteligencia se atraerá cada día más y más elementos espirituales de esta misma clase.

Entre todos los demás elementos espirituales, existen también los elementos del éxito y el triunfo, y todos ellos son de una tan positiva realidad como lo que vemos y tocamos; si dirigimos siempre nuestro imán en el deseado sentido, aumentaremos continuamente la fuerza para la atracción de estos elementos.

Cuando pensamos, cualquiera que sea nuestro pensamiento, lanzamos al espacio una substancia para nosotros actualmente invisible, pero que acciona sobre los demás. Nuestro pensamiento flota, pues, en el aire, atravesando hacia sí pensamientos análogos o afines de otros hombres, a quienes, sin embargo, no hemos visto nunca ni tampoco veremos nunca, quizás. El espíritu de los seres que en lo futuro han de contribuir tal vez a perjudicar o a mejorar nuestra fortuna, ya hoy, al abandonar los cuerpos en que se alberga, se mezcla y choca con nuestro propio espíritu en los momentos en que éste nos abandona también. Esta atracción tiende a reunir en un solo cuerpo distintos elementos, los cuales seguramente se hallarán por entero reunidos en alguna forma de existencia futura.

Cuando determinados pensamientos vienen a chocar y unirse con otros, juntándose en un mismo propósito u objetivo, surge de esta unión un poder doblado para el éxito, habiten los cuerpos de donde han salido los tales pensamientos, en una misma casa o se hallen muchos miles de leguas apartados unos de otros. Pero si pensamos la mayor parte del tempo en cosas que produzcan en nosotros el dolor, el disgusto o la rabia, o cualquier otra forma de intemperancia, lanzamos entonces muchos centenares y muchos millares de leguas fuera de nuestro cuerpo elementos espirituales de descorazonamiento de desesperanza, de muerte, que constituyen una parte de nuestro invisible YO, y en el espacio chocan, se atraen y se mezclan con otros elementos semejantes, originados en otros seres y que constituyen también una parte del verdadero YO de esos hombres, quienes mutuamente se atraen y mezclan lo que hay en ellos más bajo y miserable, perjudicándose de este modo también mutuamente en su salud y en su fortuna.

Un pensamiento atrae siempre otro pensamiento o idea de su misma clase. Mantengamos fija en nuestra mente una idea cualquiera; por ejemplo, la de fuerza o de salud, y atraeremos cada vez en mayor número hacia nosotros elementos-ideas de salud y de fuerza. Mantengamos mucho tiempo en la mente la idea de energía, de avance, de actividad...y nos enriqueceremos en elementos que nos darán energía y nos impulsarán a avanzar.

Cuando estemos bien confiados y bien determinados, en un estado sereno de la inteligencia, a dirigir nuestra actividad al logro de alguna importante aspiración por completo basada en la rectitud y la justicia, el inconmensurable poder de nuestro espíritu nos atraerá silenciosamente, mientras nos mantengamos en la vía recta, la cooperación de aquellas personas de cuya ayuda necesitamos para nuestros fines. Mas, si nuestra aspiración no se base en lo bueno y lo justo, el silencioso e invisible poder de nuestra inteligencia se moverá igualmente, pero nunca alcanzaremos tan beneficiosos resultados como si fundamos nuestros móviles en ideas de rectitud.

Si deseamos, acaso, atraernos ideas de engaño y falsedad, entonces sí que podemos obrar de ese modo. En virtud de la misma ley y por el mismo método, nos atraeremos, en efecto, elementos de falsedad y de engaño, con ventaja sin duda para nuestro cuerpo, el cual obrará, entonces, con maldad y falsía; pero como, en virtud de esta misma ley natural, las malas y las falsas inteligencias se reúnen, ellas acabarán por perjudicarse mutuamente.

Una idea o un pensamiento, sea bueno o malo, es una cosa, una construcción formada por elementos invisibles, pero tan real como lo es un árbol, una flor o cualquier otro de los objetos que vemos y tocamos, y existe aún antes que nosotros lo hayamos concebido o lo hayamos recibido de fuera, pues nuestro cerebro continuamente está modelando, construyendo y atrayendo a sí nuevos pensamientos e ideas. Cada una de las ideas de nuestra mente es arrojada fuera de nosotros y ejerce inmediatamente su acción y su influencia sobre los demás. Pero si hemos formulado nuestro pensamiento por medio de palabras pronunciadas en alta voz en el retiro y la quietud de nuestro cuarto accionará con mayor fuerza sobre los demás hombres que si sólo lo hemos pensado; y si dos personas, cordial y amablemente, hablan juntas, con un propósito común, de algún negocio o empresa importante, lanzarán fuera de sí proporcionalmente un volumen mayor de fuerzas de lo que hubieran hecho cada uno por separado, fuerzas que ejercerán su influencia sobre otras personas con relación al asunto de que se trata; pero si nuestro compañero arroja fuera de sí elementos-ideas contrarios, se riñe o se enfada con todo el mundo, entonces la energía que su espíritu desarrolla perjudicará al negocio o empresa que se intente. Si hablamos con todos pacífica y amablemente, dejando de lado individuales preferencias o prejuicios con respecto al común propósito que se persigue, en este caso la generada por nuestro espíritu es constructiva y acciona favorablemente sobre otras inteligencias, estén lejanas o próximas, con ventaja para el propósito perseguido.

De manera que, siempre que pensemos, nuestros pensamientos afectan a nuestra fortuna o nuestra suerte, en bien o en mal; y siempre que hablamos con otros damos juntamente origen a una fuerza más o menos grande, capaz de darnos o quitarnos salud, buenos amigos y hasta dinero. Cada uno de nuestros pensamientos, formulados tan sólo o hablado, ha de considerarse literalmente como un verdadero valor.

Si pensamos, o bien si recibimos de fuera la idea –y no la rechazamos en seguida- de que no hemos de obtener éxito en tal o cual empresa, está sola idea atrae y se mezcla con otras ideas de descorazonamientos, nos atrae la desconfianza en nosotros mismos y nos aproxima a personas que habrán de perjudicarnos en nuestra salud, que nos privarán de nuestras habilidades, y finalmente nos pondrá en contacto con aquellos hombres que no saben sino contribuir a la ruina y el hundimiento de los demás. De esta manera habremos puesto en acción nuestro poder espiritual en propio daño, y es que podemos usar de este poder para nuestro bien o para nuestro mal, del mismo modo que un día usaremos el ferrocarril para trasladarnos rápidamente a grandes distancias, y otro día si nos echamos al paso de la loco-motora nos aplastará y triturará.

Al fijar todo plan o intento de negocio en nuestra mente con la persistente idea de salir en bien de él, esto es, de obtener el triunfo, generaremos una energía espiritual que ayudará no poco a nuestras propias fuerzas. Esta ayuda es al principio escasa, pero pronto aumenta la fertilidad de la inteligencia para la generación de nuevos planes con que llevar adelante nuestros propósitos, y pronto nos pone en comunicación con la persona más adecuada para ayudarnos en el intento.

No malgastemos nuestro poder en la sola contemplación de estas fuerzas auxiliares del cuerpo. En cambio, la continuada reflexión sobre ellas lleva nuestra mente a la acción, y no hay duda que hemos de alcanzar nuestro propósito si persistimos en mantener este estado de nuestra mente.

No se habla aquí de un poder nuevo, aunque es posible que sea nuevo para muchos hombres. Es un poder que, para bien o para mal, está siempre en acción en torno de nosotros, aunque sin darnos casi nunca cuenta de ello, pues no es el cuerpo la única fuente de poder de que disponemos; el cuerpo, en realidad, no es más que el instrumento que usa para su acción la inteligencia o el espíritu. Nuestra inteligencia, nuestro YO invisible, para su acción propia se sirve del cuerpo, del mismo modo exactamente que la mano se sirve de un hacha para cortar un árbol. Y cuando esta fuerza espiritual es dejada sin empleo por el propio cuerpo, va a reunirse con otras fuerzas análogas y aumenta el poder de otros hombres.

Pensar con persistencia en un propósito o deseo que hayamos formado, pero pensar únicamente en él y en nada más, creará en nosotros un poder tan verdadero y de tan positivos resultados como los de una grúa que levanta grandes piedras para la construcción de un edificio. El poder así creado por nuestra inteligencia, generadora de fuerzas invisibles, obrará también aun estando nosotros dormidos, inspirándonos nuevos planes y nuevos caminos para llevar adelante nuestros negocios, y a medida que nos hagamos cargo de estos nuevos caminos y de estos nuevos planes, ellos nos inducirán a la acción bien dirigida. No podemos permanecer inactivos cuando una idea de esta clase viene en ayuda para acrecentar nuestro poder. Pero hemos de cuidar de no fatigar nunca el cuerpo hasta el punto de hacerlo inhábil para recibir una idea de esta clase cuando está idea se dirija a él. Todo éxito comercial está fundado precisamente en este continuo flujo de ideas nuevas y de planes nuevos.

Nuestro espíritu, o nuestro pensamiento, ejercen su acción sobre los demás, a pesar de que nuestro cuerpo está dormido, como acciona asimismo sobre aquellos cuyos cuerpos estén también durmiendo. Si al dormirnos, el espíritu está triste o desesperanzado, lo más probable es que, al abandonar nuestro cuerpo, se sentirá atraído hacia algún otro espíritu también triste o descorazonado. Procuraremos que el espíritu, al abandonar el cuerpo durante la noche, esté en la mejor disposición de ánimo, para que, al entrar en nuestra existencia, pueda ponerse en relación con quienes hayan de favorecer a nuestros propósitos. Si no tenemos hecho propósito alguno, nuestro espíritu se irá con otros espíritus que tampoco lo tienen, y no tener un propósito determinado en la vida, seguir simplemente el impulso de los demás, es lo mismo que no tener dónde enfocar o concentrar nuestro poder espiritual. Y si no concentramos este poder, que es nuestro verdadero poder, sino que lo desparramamos, dedicándonos hoy a una cosa y a otra cosa mañana, no lograremos sino inquietar inútilmente y atontar nuestra inteligencia, y mientras nuestra inteligencia permanezca en tan lamentable estado no gozará nunca de buena salud nuestro cuerpo.

El espíritu, o el pensamiento, está siempre en actividad, duerma nuestro cuerpo o esté despierto. Mientras el cuerpo se halla durmiendo y en estado de completa inconsciencia, la mente penetra en una nueva fase de vida y de actividad. No hemos hecho más que cambiar una forma de existencia por otra forma, y cuando despertamos, el espíritu, literalmente, no hace más que tomar otra vez posesión del cuerpo que ha de emplear para la satisfacción de sus deseos en la esfera terrenal de la existencia.

Nuestro espíritu acciona sobre los demás, en favor nuestro o en contra, cuando estamos despiertos, y esto a pequeñas o a muy grandes distancias; pero acciona con mayor energía sobre aquellos hacia quienes nuestro espíritu se sintió atraído mientras nuestro cuerpo dormía, no distraído entonces ni por nuestras esperanzas, ni por nuestros temores, ni por nuestras costumbres, ni por nada de lo que habitualmente nos rodea mientras el cuerpo se siente vivir. Es conveniente, pues, si tenemos formado algún propósito, no fijar con demasiada fuerza nuestro pensamiento, mientras estamos despiertos, en aquellas personas de quienes esperamos que puedan cooperar en nuestra empresa, pues cuando nuestro espíritu está libre tiene mayor amplitud de conocimientos y mayor actividad que mientras está en pleno uso de su propio cuerpo; en cuyo estado corremos el peligro de concentrar con exceso su fuerza sobre alguna persona sin probabilidad de obtener la deseada ayuda, pues el espíritu sobre el cual pretende ejercer su acción puede estar en aquel momento ausente de su cuerpo, y en este caso nuestra fuerza tomaría dos direcciones distintas, cuando es siempre mucho mejor que tome una sola. Mientras hablamos de nuestros planes o proyectos de negocios, estamos en realidad originando fuerzas que nos pueden ser favorables o contrarias. Una idea clara o un plan bien trazado, por el cual podamos ganar mucho dinero, representa para nosotros una gran fuerza, del mismo modo que un proyecto descabellado representa para nosotros una fuerza menor o muy imperfecta. Una invención nueva, un descubrimiento, es una fuerza nueva. Hablando de nuestros asuntos y de nuestras intenciones con aquellos que son verdaderamente amigos nuestros, amigos en actividad como si dijéramos, y en quienes no haya sombra de envidia ni de rencor hacia nosotros, su espíritu y su fuerza nos ayudarán en la formación de planes o de proyectos bien trazados y aun para ejercer nuestra acción sobre otras inteligencias a fin de encaminarlas por las vías que nos sean más favorables. La simpatía es una fuerza. La bondad de una persona es una substancia activa, real, viviente, que fluye hacia nosotros siempre que aquella persona piensa en nosotros, de modo que viene a ser la bondad de esa persona un verdadero valor comercial. La maldad es también un elemento real que arroja fuera de sí la persona que piensa en ella, el cual puede obrar contra nosotros, aunque la persona de quien ha surgido, nunca haya dicho ni haya hecho nada contra nosotros. Solamente podemos oponernos con éxito a esta maléfica acción lanzando contra su elemento de maldad los elementos espirituales de la amistad y del bien. La idea del bien hacia los demás hombres es el más fuerte de los invisibles elementos, y puede, por tanto, vencer y destruir la acción de la idea de maldad, que es la más débil, poniéndonos así fuera del alcance de sus maléficos efectos.

La acción continuada de esta ley expone también a crearnos enemigos, si la causa de tal acción no es justa y buena.

Hablar a la ventura y con cualquiera de nuestros asuntos es no solamente confiar nuestros secretos a aquellos que los contarán a otros más, sino que es lo mismo que lanzar a los cuatro vientos nuestros planes e intenciones, pues sus elementos espirituales recorrerán el anchuroso espacio, con lo cual nuestra idea puede penetrar en otra inteligencia, y el mejor día podemos hallarnos con que nuestra misma intención ha sido puesta en práctica antes por otros que por nosotros. La atmósfera está llena siempre de supuestos secretos, generándose por sí mismos en la inteligencia de los hombres bajo la forma de simples intuiciones.

Toda reunión de personas desordenadas, toda reyerta entre individuos de una misma familia, toda discordancia entre hombres, lanzan al espacio ondas de substancia destructora, afectando del modo más perjudicial a millares de inteligencias, aunque estén a muchísima distancia. El pensamiento procedente de algún centro de turbulencia o de desorden forma una onda o corriente de su propia substancia. Si estamos irritados, aunque sea por una simple tontería, colocamos a nuestra mente en la disposición de un imán que atrae toda clase de dañosas corrientes espirituales. Nuestro enfado o nuestra irritación, originados por una futesa, van creciendo alimentados por estas corrientes. Para aliviarnos, lo que hemos de hacer es dirigir la actividad de nuestra inteligencia hacia un más agradable orden de pensamientos. Haciéndolo así, lograremos que nuestro poder crezca siempre y se haga más fácil el cambiar la índole de los elementos espirituales que vienen hacia nosotros, atraídos por nuestra naturaleza.

El interés o la simpatía que sentimos muchas veces por un asunto o cuestión determinados, viene de que una onda espiritual, surgida en otra inteligencia, despierta o renueva en nosotros dicho interés o simpatía, en la proporción que permite nuestra sensibilidad o capacidad para recibir de fuera esta clase de intuiciones, que para que vengan a nosotros es necesario que en alguna parte hayan sido creadas. La onda espiritual así originada acciona en el mundo invisible del mismo modo que una piedra arrojada a un lago de aguas quietas, cuyas ondas van ensanchándose desde el centro formado por la caída de la piedra; igual sucede en el mundo invisible. La ondulación originada en un punto va ampliándose y alejándose del centro en todas direcciones, hiriendo a otras inteligencias, mientras en el centro productor se mantiene viva la agitación.. No hay ningún pensamiento que de un modo absoluto sea original. La misma idea, o siquiera un reflejo de esa idea, puede muy bien brillar en un millar de inteligencias al mismo tiempo, puesta en acción por una sola persona o por varias que estén hablando de lo mismo. Tratar entre varios amigos de algún perfeccionamiento en maquinaria, de alguna nueva invención, de alguna nueva idea para mejorar la condición de los hombres, arroja al espacio substancias o elementos espirituales que despiertan en otras inteligencias interés o simpatía por aquella cosa de que se trata. La persona más interesada en una cosa es la que más pronto será atraída en nuestra ayuda, o que más pronto también se decidirá por la completa admisión de la cosa sugerida.

Con respecto a nuestro intento, a nuestros propósitos o a nuestras aspiraciones, hemos de hablar con mucha discreción de todo ello, si acaso hemos de persistir en nuestra determinación, pues no haciéndolo así malgastaríamos una parte de la fuerza que necesitamos para obtener el cumplimiento de lo que deseamos. Si empleamos, por ejemplo, nuestras energías durante tres meses seguidos en la consecución de un fin determinado, y al cabo de ese tiempo caemos desalentados, abandonando nuestro propósito, abandonamos también los elementos espirituales que nuestras energías llegaron a construir con su poder de atracción. No sabemos entonces dónde ni cómo ha operado este poder, pues no conocemos el fin de su obra; pero no podemos dudar de la realidad de su acción, la cual nos ha traído la cooperación de aquellas personas que nos son simpáticas o de cuya ayuda hemos necesitado.

Toda disputa o manifestación de malos sentimientos pone en acción las fuerzas destructoras. Las discusiones amistosas y la mesurada exposición de las opiniones de cada cual, ponen, por el contrario, en acción las fuerzas constructoras. Si con persistencia mantenemos en la mente el deseo de obtener la ayuda o la cooperación de la persona que mejor pueda secundar nuestros planes, a ella precisamente se dirigirá nuestra potencia de la espiritual atracción, y al fin se cumplirá con toda exactitud nuestro deseo mental. Pero si el deseo no se funda en algo honrado y honesto, esta misma ley nos atraerá a aquellos que no fundan tampoco sus acciones en lo que es honesto y honrado.

Lo que en toda ocasión podemos pedir es la obtención de un artículo de mejor calidad, un mejor éxito en algún arte, o la mejora de un servicio cualquiera en comparación con los resultados obtenidos anteriormente, y cuando estemos seguros de que el esfuerzo va bien dirigido, entonces démosle impulso, solicitando la cooperación de los demás. El talento para un arte o profesión, de cualquier clase que sea, es una cosa; y muy otra es el talento que se necesita para darle el debido impulso. Para obtener el mejor éxito, pues, es necesario poseer las dos clases de talento. El mundo recompensa siempre mejor a aquellos que los poseen realmente. Centenares de inventores y de artistas se malogran precisamente a causa de que no cultivaron la ciencia de impulsarse a sí mismos en su obra.

Y esta ciencia la podemos muy bien aprender por nuestro solo esfuerzo. Es seguro que llegaremos a adquirirla si nos vemos siempre imaginativamente a nosotros mismos tan fuertes, tan limpios y tan honrados como queremos aparecer ante la gente, haciéndonos agradables a todos. A fuerza de representarnos estas cualidades en la imaginación, acabaremos por convertirlas en cosa verdaderamente real, porque aquello que realizamos en espíritu es una realidad, y aquello que con mayor fuerza anhelamos espiritualmente lo convertimos en realidad. Después de algún tiempo de hacer este ejercicio mental, hallaremos que ha aumentado mucho nuestro nervio, nuestro valor, nuestro tacto, nuestra habilidad, nuestros deseos de mezclarnos con toda clase de gentes, procurando sacar de ellas y del mundo todo aquello que, mirando las cosas rectamente, nos pertenezca.

La pobreza viene la más de las veces de apartarnos y huir demasiado de las gentes y del miedo de asumir excesivas responsabilidades.

Si nos vemos siempre a nosotros mismos imaginativamente desconfiados, temeroso, abandonados, la misma ley de que hemos hablado nos conformará según esas cualidades. Hemos de hacer que siga nuestra inteligencia un proceso totalmente distinto. Hemos de vernos a nosotros mismos resueltos y animosos, haciendo que en nuestra mente se eleve cada vez más la estima de nuestra propia individualidad, que vamos construyendo continuamente por los medios ya expuestos. Es imposible obtener el menor éxito ni atraernos la menor fortuna si permanecemos siempre en un rincón. No podemos tratar de negocios con la gente si nos servimos sólo de cartas o de apoderados que nos representen; en la medida más extensa que nos sea posible, hemos de mostrarnos nosotros mismos a los demás. Cuando nuestro espíritu lleva a nuestro cuerpo delante de alguna persona, es como si llevase consigo el instrumento que le ha de facilitar la exteriorización de un volumen de energía espiritual, cada vez mayor, para ejercer su influencia sobre dicha persona.

Siendo como es el espíritu una substancia o fuerza, es natural que hayamos de poder acumular en nosotros mayores o menores cantidades de la misma, ya en contra, ya en favor nuestro. Pensar que no hemos de hallar sino dificultades y entorpecimientos en los negocios, es poner la mente en la situación de un imán que no atraerá a sí más que entorpecimientos y dificultades, primero espiritualmente, pero muy pronto de una realidad terrenalmente positiva. Esto llega a convertirse para muchos en una especie de manía, de la cual no se librarán después con facilidad.

Al presentarse ante nosotros una dificultad cualquiera, no hemos de hacer más que dirigir la mente como si fuese un imán, hacia una buena dirección de donde recibir nuevas formas, nuevas ideas y nuevos planes con que vencer esa dificultad. Si hemos querellado con alguna persona, o estamos siempre pensando en la injusticia que se cometió con nosotros, tanto si es para lamentarla como para dolernos de ella, lo que logramos es renovar en el mundo invisible una y cien veces la misma disputa y la misma injusticia. Al lamentarnos de un agravio que se nos ha hecho, ya sea mentalmente, o hablando de ello con otras personas, gastamos la misma fuerza que podría servirnos para arrojar de nosotros el recuerdo de la cosa que lo ha causado. Esto se funda precisamente en el hecho de que el albañil necesita desarrollar la misma fuerza para levantar una pared como para echarla abajo. Si damos al cuerpo todo el descanso que necesita, la fuerza mental obrará en nuestro provecho tanto más poderosamente, lo mismo en torno de nosotros que a distancia. En esta disposición, nuestros planes serán profundos y bien calculados, y al exteriorizarse nos darán resultados mucho más provechosos. Cuando se fatiga excesivamente el cuerpo, el espíritu ha de emplear mayor volumen de fuerzas para mantenerse en relación estrecha con el mismo cuerpo, o mejor dicho; para mantener viviente el cuerpo. No hay diferencia en que el espíritu se fatigue por su propia voluntad o que esté obligado a ello para mantener vivo el cuerpo que sustenta: el resultado es el mismo.

Si necesitamos más tiempo para descansar lo que el cuerpo exija, pidámoslo con insistencia. Podemos hallarnos a veces en la imposibilidad de trabajar, para subvenir a nuestras necesidades, sino sólo aquel espacio de tiempo que nos deje horas suficientes para el descanso. Y ello ha de venir seguramente un día, en virtud de esa misteriosa ley de la fuerza de atracción, la cual mueve todas las cosas y todas las personas de conformidad con nuestros más fuertes deseos y con su persistencia de expresión.

Por este mismo poder, la persistencia en los deseos, será dable atraernos, tanto una cosa mala que una cosa buena, y aun la que más fuertemente deseemos puede alguna vez, sin ser mala en principio, volverse en nuestro daño. Si deseamos o pedimos la sabiduría para conocer lo que ha de hacernos siempre felices, en virtud de la misma ley nos atraeremos la capacidad de ver lo que realmente es mejor para nosotros o nos conviene más. Deseemos con incansable persistencia la posesión de una cabeza clara, y este don nos será al fin concedido. Cuando se presente el caso de que podamos disfrutar de algunas horas más de descanso todos los días, aprovechémoslas para acumular energías espirituales en cuyo esfuerzo podremos luego ganar mucho más y acrecentar nuestra fortuna. Esta oportunidad no debe desaprovecharse nunca, pues puede ser el primer paso para entrar en una nueva vida. Démonos todo el descanso posible, no nos espante nunca el reposo, pues mientras descansa el cuerpo, nuestra inteligencia engendra planes para nuestros éxitos futuros, y a medida que estos planes o propósitos acuden a nosotros, nos sentimos impulsados, a exteriorizarlos por medio del cuerpo

Una situación estable y un buen sueldo para toda la vida, como algunos piden, no es el mejor camino para alcanzar un triunfo grande y definitivo. De este modo no seríamos nunca más que un tornillo en la máquina de los negocios, y cuando se hubiese gastado, sin ninguna misericordia, sería cambiado por otro tornillo completamente nuevo. Si en nuestro negocio o profesión hemos llegado a adquirir la mayor habilidad posible, y en cuanto a la recompensa o paga hemos llegado también a la cima, sucede que en adelante ya no estaremos suficientemente recompensados, debiendo aspirar entonces a establecer el propio negocio basándolo en nuestra habilidad adquirida, pues no nos hemos de contentar con dirigir por cuenta de otros lo que es debido a nuestra habilidad y presentado al público por otros hombres, que se quedan con las tres cuartas partes del beneficio. Lo que hemos de procurar, pues, es hacer para nosotros mismos aquello que aprendimos a hacer y presentarlo también nosotros mismos a los demás.

Procuremos también, a fin de poder alcanzar el mayor éxito posible, dirigir personalmente un negocio, o al menos una de las secciones del negocio, pero siendo siempre, lo mismo en uno que en otro caso, el único director, sin injerencia de ninguna clase de intervención de nadie. La propia y personal responsabilidad nos llevará a desarrollar todo el poder de que seamos capaces, y por este camino hallaremos seguramente la buscada prosperidad.

De otro modo, no seremos más simples empleados a las órdenes de un amo, o bien sujetos a las condiciones impuestas por otros hombres, de conformidad con las cuales estaremos obligados a trabajar. A causa de esto veremos malograrse nuestras mejores ideas, pues no podemos dirigir ni seguir su exteriorización y su camino en el mundo, fuera de nosotros mismos.


💗




No hay comentarios:

Publicar un comentario