Muchísimos hombres y mujeres viven hoy en un mundo que no es el verdadero, y
por esta sola razón viven desgraciados y dolientes. El hombre, por lo general,
vive engolfado en su negocio, en su trabajo, en su profesión. Sale por la
mañana, marcha a su oficina, a su despacho, a su tienda o dondequiera que tenga
sus habituales ocupaciones, y, después de haber estado ausente de ella todo el
día, vuelve a su casa por la noche. En la inmensa mayoría de los casos, la
esposa permanece ignorante de los negocios de su marido y de todos sus
detalles, de tal manera que no podría encargarse de ellos en el caso de que su
marido enfermase, por lo que se ve obligada a abandonarlos en manos de gente
extraña, a merced de la cual quedaría enteramente si su marido llegase a morir.
Muchas son las mujeres casadas que
viven absolutamente entregadas a los cuidados de su casa y de sus hijos, sin
otras relaciones, que pueden ser más o menos extensas, que aquellas que se
hacen frecuentando las tiendas y almacenes y entre personas de su propio sexo.
Hoy día, en la inmensa mayoría de
los matrimonios, el marido desconoce los propósitos y anhelos de su esposa, y
ésta ignora por completo los de aquél. La mujer sabe que su marido es un
abogado, un comerciante o un herrero, pero n sabe ya gran cosa más. El marido,
en muchísimos casos, sabe muy poco del esfuerzo que exige el cuidado de una
casa, imaginando a veces, en el vago concepto que tiene de las cosas, que él lo
tendría todo listo y a punto en menos de una hora, pues cree que no se necesita
más para atender los variadísimos y algunos muy delicados trabajos que demanda
el tener una casa siempre en orden.
¿Cómo puede sentir el marido ese
simpático aprecio, que alienta y reconforta, por los menudos aunque siempre
importantes trabajos realizados por su esposa dentro de su propia casa, si los
conoce tan mal y tan escasamente? ¿Cómo puede la mujer sentir, a su vez, ese
mismo simpático aprecio por los asuntos o negocios de su marido, si es tan poco
también lo que conoce de ellos? Cuando tú, la esposa, visitas un día su tienda,
o su despacho, o su taller, es muy poco o nada lo que puedes comprender de
cuanto ves en torno, ni puedes hacerte cargo de la clase de esfuerzos que tu
marido realiza; además, lo que allí puedas ver, máquinas, libros o mercaderías
de todas clases, no te dice nada ni te despierta ideas de ninguna clase, como
si fuese siempre la primera vez que lo contemplas, y aun llega a producirte
todo aquello una especie de hondo fastidio.
Y sucede con mucha frecuencia que
el marido se trae mentalmente a su casa todas estas cosas y siquiera alguna de
ellas; arte, leyes, medicina, comercio, trabajo…y puede suceder también, y
sucede infinitas veces, que se sienta a la mesa para comer teniendo el espíritu
completamente absorbido, y aun por la noche, mientras habla o se entretiene con
su mujer, puede que esté pensando en algún pleito sobre el que lo han
consultado o en una carta que debe escribir a alguno de sus corresponsales
comerciales.
Y mientras piensa en todo esto,
¿Dónde se halla en realidad el pobre hombre? ¿En la habitación donde está su
cuerpo? De ninguna manera. Una persona puede muy bien no hallarse donde su
cuerpo está, pues en realidad siempre se encuentra allí donde está su espíritu.
Si una persona fija su espíritu muy intensamente durante media hora en un amigo
que reside en Calcuta, mientras su cuerpo está en Nueva York, no hay duda que
la más real y más verdadera parte de esa persona se halla en Calcuta más que en
Nueva York.
El marido trajo a casa su cuerpo,
pero se olvidó de traer también su espíritu, el cual quizá se fue a Calcuta en
el momento mismo en que la mujer le abría la puerta de la calle. Y si es acaso
el marido hombre de un trato agradable cuando está su mente dónde está su
cuerpo y obra por medio de él, y habla y expresa ideas que causan placer en sus
oyentes, la esposa se ve entonces privada de su agradable compañía por todo el
tiempo al menos que dure la estancia de su espíritu en Calcuta o en otro lugar
cualquiera donde piensa ir al día siguiente y en el cual se encuentra ya en
realidad.
La esposa de hoy puede recordar
perfectamente que en los tiempos del noviazgo, cuando el que es actualmente su
marido iba a verla, no se olvidaba con tanta frecuencia como ahora de traer
junto con el cuerpo también el espíritu, pues le era más necesaria su presencia
para ganarse mejor la voluntad de su novia.
Estás temporales ausencias del marido, o mejor, del espíritu del marido, no serían para la esposa tan molestas e irritantes si el espíritu de ésta pudiese viajar con el espíritu de él y sentir un interés análogo al suyo por todas aquellas cosas que a él le preocupan hondamente. Pero el marido anda solo por el mundo que le es propio, y así no tiene más remedio que abandonar y dejar muy atrás a su mujer. Lo más acertado es que la esposa procure entrar en ese mundo y que aproveche toda clase de circunstancias para mezclar y fundir su espíritu con el suyo, de manera que pueda vivir y andar libremente por los campos del pensamiento de su esposo.
Ésta es la obligación, éste es el divino deber de la esposa.
La esposa a quien una larga vida en común, limitada a las relaciones puramente corporales, pues sus espíritus han vivido siempre en mundos distintos, no ha vuelto del todo indiferente e insensible, sin duda sentirá o experimentará una especie de descanso o una sensación de honda inquietud sin saber a punto fijo cuál es su verdadero origen. Y esta mujer tiene quizás un buen marido o lo que la gente llama así: un hombre que provee a todas sus necesidades, de modo que la pobre se dice a sí misma que no puede quejarse de nada, y sin embargo le resulta difícil evitar cierto sentimiento muy escondido de queja, y con frecuencia se pregunta a solas: “¿Y son éstas las delicias y las glorias del matrimonio? ¿Una casa, un hogar, un marido…con ausencias irritantes las más de las noches?”
Si la esposa, más o menos
inconscientemente, se ha ido convirtiendo a sí misma en mujer insensible y
resignada, acaba por aceptar el cuerpo de su marido como un compañero para toda
la vida, aunque el espíritu se ausente con frecuencia de este cuerpo; y ya
puede unirse a las muchísimas esposas que hoy existen con maridos cuyas mentes
están siempre en alguna Calcuta muy próxima o muy lejana. Existe una multitud
de mujeres casadas que viven en un mundo exclusivamente femenino; viven en
estrecha asociación con otras mujeres más que con sus propios maridos, pues
hallan más y mejor compañerismo en personas de su propio sexo, y así durante el
día muchas mujeres casadas se juntan con otras mujeres casadas. El marido está
ausente, como es natural, ocupado en sus negocios.
Y así sucede que en muchísimas casas llamadas hogares la entrada del marido, o de un hombre cualquiera en una habitación donde están reunidas tres o cuatro mujeres casadas, es como una señal para que cese toda conversación o se disperse el grupo. ¿Por qué? Porque, debido a una costumbre ya inveterada, o no se atreven a continuar su conversación delante de sus maridos o creen que no les ha de interesar nada lo que estaban diciendo, pues hablaban de cosas exclusivamente relacionadas con su propio mundo. Ni es cosa fácil para un hombre entrar en ese mundo, aun sintiéndose dispuesto a ello, pues a los primeros pasos tropezará con una barrera puesta entre él y ese mundo particularísimo… Sentirá que aquellas mujeres se resisten a seguir hablando en su presencia de lo que tanto les interesaba antes…sentirá que esas mujeres lo que más quieren en aquel momento es que se marche… Y al fin se marcha, pues se sentiría en ese grupo mujeril tan fuera de lugar como una señora que se metiese en una reunión de hombres que estuviesen hablando de política o de negocios, y esto le sucedería, dadas las condiciones en que actualmente vivimos, aún a la mujer que intentase penetrar una vez en el mundo de los negocios para dar aliento a su propio cónyuge, pues existe también un mundo exclusivamente masculino, en el cual han sido educados los hombres desde las más lejanas edades y en el que la mujer considera muy difícil la entrada.
Hasta una cierta edad, los niños y
niñas viven y crecen en el más perfecto compañerismo. Juegan juntos, con igual
placer, y con una misma agilidad brincan, corren, trepan por el monte y se
suben a los árboles. Juntos se deslizan por la nieve durante el invierno, y
juntos corretean por el campo y por el bosque durante el verano.
¿Por qué no continúa después este
compañerismo, esta vida en común? ¿Qué ventaja positiva hay en que el muchacho
abandone la compañía de la muchacha y se entregue solo, con otros jóvenes de su
mismo sexo, a todos sus juegos y diversiones, en los cuales ya no es admitida
la mujer sino como simple espectadora, bien que, en los últimos años, ha ido la
mujer tomando una parte más activa en los juegos y diversiones que se creían
propios exclusivamente de los hombres, aunque no basta eso todavía para hacer
de los mundos masculino y femenino un solo y único mundo?
Durante siglos y siglos ha afirmado
el hombre que él está mejor dotado para determinadas ocupaciones, debido a que
su fuerza muscular es superior a la fuerza muscular de la mujer.
Pero el hombre no sabe, o no sabía,
que sin la ayuda que le presta el elemento femenino, su fuerza muscular no
podría nada. El hombre no sabía tampoco que cuanto más estrechamente están
unidos y es mayor la combinación y confusión de intereses entre marido y mujer,
más grande es también la fuerza de su mentalidad y de su cuerpo. El hombre no
sabía, finalmente, que es la fuerza de la mujer la que lo hace obrar, y que se
si la roba toda y no la paga siquiera con un poco de simpatía, pues así va
quedando exhausta la mujer, lo que sucederá es que un día se hallará con todas
sus energías completamente agotadas.
“Tomar las fuerzas de una mujer”
significa que, cuando una mujer siente alguna simpatía por un hombre, dirige
hacia él una corriente mental, de la que este hombre se apodera, aprovechando
las fuerzas que de este modo recibe para la acción de su cuerpo o de su mente.
¿Por qué produce el baile un encanto mucho mayor si danzan juntos un hombre y
una mujer que si se entregan a ese ejercicio separadamente? Porque la
combinación y la fusión de los elementos masculino y femenino les presta a cada
uno de ellos una fuerza mucho mayor y un mayor embeleso.
Sin la proximidad y la ayuda de los
elementos mentales femeninos, físicamente el hombre decaería con mucha mayor
rapidez, como se ha demostrado en algunos distritos mineros del Oeste, alejados
de toda población y donde había tan sólo hombres.
El mundo exclusivamente femenino es
tan insano y tan contra natura como lo es el mundo exclusivamente masculino. En
el mundo de las mujeres, el hombre es un intruso; y en el mundo de los hombres
es una intrusa la mujer. En todas partes donde el elemento masculino arroja
fuera al elemento femenino reina tan sólo la bajeza y la grosería. En todas
partes donde la mujer desprecia al hombre empieza a dominar la mojigatería y
tal exceso de pudibundez que llega finalmente al extremo de ver motivo de
pecado en todas las cosas de naturaleza masculina…Y por este camino se hace
toda mentalidad realmente impura.
Siempre, en toda ocasión que la mente masculina desprecia o quiere prescindir de una parte o fracción tan sólo de la mente femenina, se produce en el hombre, como resultado ineluctable, una cantidad correspondiente de debilidad mental y física. Y exactamente lo mismo le sucede a la mujer que se empeña en prescindir del elemento masculino y vive recluida en su mundo propio, en su mundo que se ha construido para sí.
“Creados fueron el macho y la
hembra”; pero en parte alguna de la naturaleza vemos que el Espíritu Infinito
del bien haya creado un mundo exclusivamente masculino o exclusivamente
femenino. Busquemos por todas partes, y, lo mismo en la selva virgen que en los
campos, hallamos que en el reino vegetal existe la planta macho y la planta
hembra, siendo necesaria la unión de las dos para hacer posible su relativo
perfeccionamiento y que lleguen una y otra a fructificar.
Lo mismo exactamente sucede con la
mente femenina y la masculina, que son una expresión de vida muchísimo más
sutil, pues es necesario que sus fuerzas espirituales actúen las unas sobre las
otras para producir los más grandes resultados a que puede aspirar la
humanidad. Las mentalidades femenina y masculina necesitan fundirse y
confundirse en toda clase de intereses, en toda clase de negocios, en toda
clase de diversiones, y donde sea más grande y más consciente esta fusión,
aunque imperfecta en su naturaleza, allí también habrá una vida más intensa.
El ente espiritual femenino es de naturaleza muy distinta al ente espiritual masculino, y obra en la naturaleza del hombre, al mismo tiempo que como un elemento restaurador de sus fuerzas, como un poderoso estimulante. El ente femenino da al hombre la fuerza que necesita para emplearla en su trabajo personal o en sus negocios, la cual, la cual, en su ignorancia, cree el hombre que es enteramente suya y que la saca de sí mismo. Y así puede suceder que el marido no se sienta con fuerzas para escribir o trasladarse en espíritu a Calcuta hasta que no se halla su esposa en su misma habitación o cuando menos en su casa; si está ausente la esposa, el marido se sentirá incapaz de toda acción, y no podrá fijar su atención en nada; pero en cuanto penetra su mujer en el gabinete donde trabaja, se siento como aligerado de un gran peso, y empieza el alegre y rápido rasguear de su pluma. ¿Por qué es así? Porque la mente de su esposa, cuyos elementos él absorbe, es la que le da las fuerzas necesarias para trasladarse en espíritu a Calcuta…o donde sea. En estas ocasiones siente el marido algo, no sabe decir exactamente qué, pero algo que le da una fuerte sensación de alegría y bienestar cuando tiene cerca a su mujer. Y todo ello no es más que el resultado de la corriente mental de amor y de simpatía que dirige la esposa hacia el esposo, corriente mental que alimenta y fortalece al hombre mucho mejor que el pan cotidiano.
Si llega el caso de que esa corriente mental de simpatía de la esposa se dirija hacia otro hombre o simplemente hacia otro orden de intereses, el marido se sentirá inquieto y menos hábil que antes en sus negocios, aun ignorando enteramente que la afección de su esposa se ha desviado hacia otras direcciones.
Hay algunos maridos que no saben
entregarse a la lectura de sus periódicos o sus libros si no está presente su
esposa, y esto se debe a que la fuerza para la lectura la reciben de la mente
femenina; de igual manera que muchos maridos utilizan también la fuerza mental
de su esposa en el ejercicio de su negocio o de su profesión, siendo como es el
amor y la simpatía que les llevan sus mujeres una fuente de energía mucho más
poderosa que la producida por los alimentos. Así se explica perfectamente que
al llegar ciertos hombres a la mediana edad, si un día muere su esposa, ellos
desfallecen y hasta mueren también, pues les falta la ayuda del elemento
femenino que han absorbido y utilizado durante su vida física.
¿De quién es la falta en el
desequilibrio que hemos hecho notar? ¿Es toda entera imputable al hombre? No.
Tanta culpa tiene en ello el hombre como la mujer. Mejor dicho, ni uno ni otro
pueden ser culpados mientras viven en la más completa ignorancia de esta ley,
de su valor y del modo de servirse de ella. Al que recibe diariamente algo que
lo ayuda a vivir, pero que no sabe lo que este algo es, ni siquiera quizá que
lo recibe, no se lo puede acusar de que viva diferentemente de cómo tal vez
viviría si tuviese claro conocimiento de todo eso. Pero aquel que tiene
perfecta idea de que transmite una parte de sus elementos vitales a otra
persona, elementos que la mantendrán en condiciones de entregarse con provecho
a cualquier negocio o profesión artística, y no procura ponerse en estado de
plegaria para recibir a su vez elementos vitales en compensación a los dados
por él, éste sí que comete una falta gravísima.
¿Cuál es la compensación a que debe
aspirar la esposa? Su mejor compensación es la de que la mente de su marido
persevere en el deseo de agradarle y entretenerla durante las horas de su mutuo
descanso, como hacía seguramente antes del matrimonio, cuando la cortejaba y
enamoraba, cuyo estado mental fortalecería y alegraría a la esposa, física y
espiritualmente, como ya hizo cuando eran novios. Un buen hogar, una
alimentación abundante y sana, y vestidos decentes, no constituyen todas las
necesidades vitales de la esposa; ninguna mujer ha de creer que se casó
únicamente para eso, pues no sólo con el cuerpo de su esposo se ha asado, sino
también con su alma, pues es el alma la que ejerció su atracción sobre ella, en
virtud de ciertas afinidades. Durante el tiempo de noviazgo, la mujer recibió
del hombre elementos vitales de tal fuerza que fueron para ella fuente
inagotable de placeres, de manera que si una vez casada deja de recibirlos, ha
de sentir su falta, que es debida a que, cuando se halla el marido al lado de
su esposa, se ausenta espiritualmente con demasiada frecuencia.
El marido tiene el derecho de
utilizar la fuerza que absorbe de su mujer en sus negocios o sus ocupaciones
cotidianas; pero no tiene ningún derecho de irse a su casa por la noche y robar
a su mujer más fuerzas todavía para emplearlas también en cosas de negocios,
aunque lo haga tan sólo mentalmente, nada de lo cual hacía en otro tiempo
cuando alegre andaba quizás algunas millas bajo la nieve o la lluvia sólo para
poder hablar un rato con su novia.
Cuando marido y mujer creen
juntamente que es necesario poner en constante ejercicio su fuerza, durante
todas las horas del día y de la noche, para alcanzar un determinado propósito,
es tan sólo porque no saben que para su mejor provecho es bastante más conveniente
que utilicen sus fuerzas mutuas en varios propósitos a la vez, con el objeto de
que mientras esté en actividad uno de los departamentos cerebrales, puedan
descansar los demás y recuperar las energías gastadas en su acción anterior. No
sale nunca mejor un negocio porque esté un hombre pensando en él
constantemente, día y noche, y hasta en las horas destinadas a la comida. Lo
que hace tal costumbre es quebrantar y envejecer prematuramente a los hombres,
abriendo ante ellos el camino del insomnio y aun de la locura. Cuando
experimentamos, cosa muy posible y asaz frecuente, una fuerte sensación de
cansancio con respecto a una cosa determinada, y el mundo y todo lo que se
encierra en él nos parece fastidioso y pesado, es debido a que alguno de los departamentos
del cerebro ha soportado una labor excesiva, perdiendo entonces la capacidad
necesaria para dirigir el conocimiento hacia algún otro aspecto de la vida, que
podría tal vez proporcionarnos un verdadero provecho material o moral.
La mente u organización femenina es la que primero recibe toda idea y todo pensamiento muy elevados, y transmite enseguida este elemento o fuerza a la mente masculina hacia la cual se siente más fuertemente atraída. La mentalidad femenina es una más sutil y más delicado instrumento para la recepción y transmisión de toda clase de ideas o pensamientos, pero necesita que la mentalidad masculina le dé, por medio del amor, la fuerza y la alegría que le son indispensables para rehacer continuamente sus energías vitales y mantenerse en el más perfecto estado. La mente masculina es algo así como el tronco y las raíces que sostienen las ramas y las hojas del árbol. El tronco y las raíces están más cerca de la tierra, son más de la tierra, y por tanto tienen más consistencia y más fuerza. Sin embargo si destruimos violentamente las ramas y las hojas del árbol, el tronco y las raíces mueren también. La mente femenina, a su vez, es como las hojas y el ramaje de los árboles, que se apoderan de la luz del sol y transmiten su fuerza al tronco y a las raíces, de igual manera que la mujer recibe los más sutiles elementos mentales y los transmite al hombre. Y si algo impide a la mente femenina el cumplimiento de esta función, no hay duda que la mente masculina sufrirá por ello, y en consecuencia también su cuerpo. La mente o espíritu femenino, pues, irá marchitándose y decayendo hasta que reciba otra vez del espíritu masculino la fuerza que necesita para vivir; y si la mente decae, llegará también un día a decaer y marchitarse el cuerpo.
La mente masculina será mucho más
clara, más vigorosa y más perfectamente equilibrada si aprende a corresponder y
corresponde siempre a la corriente mental que recibe de la mujer, empleando de
continuo las fuerzas así adquiridas en empresas y en acciones siempre dignas de
un buen esposo. Cuando marido y mujer obran de común acuerdo, sus mentalidades
se ayudan recíprocamente; pero no se ayudan cuando uno de ellos se emplea en
cosa que no despierta en el otro el más pequeño interés. Tampoco se juntan y se
apoyan sus mentalidades cuando siquiera una mitad de la mente del marido se
halla siempre ocupada en cosas que para su mujer no tienen interés alguno y en
las que no puede tomar una parte activa.
Esta activa participación significa
algo más que el hecho de contarse mutuamente marido y mujer todos sus
contratiempos y sus aflicciones; y en realidad, ¿qué provecho puede resultarnos
de contar nuestras cuitas o inquietudes a una persona que no puede ayudarnos en
nada y en cuyo juicio no tenemos ninguna o muy escasa confianza?
Este intercambio y completa fusión
de la mente femenina y la masculina es una necesidad absoluta para la salud del
cuerpo y del espíritu de una y otra. Cuando esta ley sea mejor comprendida y
más practicada, el hombre y la mujer en el estado matrimonial vivirán en
condiciones físicas tan elevadas y tan saludables para el propio cuerpo, que
actualmente no podemos tener de ellas ni una idea aproximada siquiera, debido a
que la unión completa de sus mentalidades les proporcionará una fruición vital
que fortifica y da elasticidad a todos sus músculos y acrece su capacidad para
recibir los elementos necesarios para aumentar la vitalidad de su espíritu…y
quien fortalece su espíritu fortalece también su cuerpo.
El decaimiento y debilidad del
cuerpo que llamamos vejez no es en realidad otra cosa que un estado del cuerpo
producido por el mal uso que se ha hecho o la mala dirección que se ja dado a
las fuerzas espirituales emanadas de la mente femenina y masculina. Son estas
fuerzas tan poderosas para mantener siempre sano el cuerpo y reconstruir
incesantemente sus elementos físicos o materiales proporcionándole elementos
nuevos, como son ahora poderosas para quebrantarlo y hacerlo pedazos,
dependiendo todo de la dirección que se dé a estas fuerzas.
La separación actualmente
establecida entre las fuerzas masculinas y las femeninas, debido a que los
hombres y mujeres, los maridos y las esposas, se empeñan en vivir en mundos
aparte y exclusivos, es lo que determina el decaimiento del cuerpo, la enfermedad
y la muerte. La falta de fusión en los intereses y en las ocupaciones de uno y
otra acaban por determinar, con el tiempo, una falta de amor; y el amor no
puede consentir en el más pequeño sufrimiento, ni consiste en tener satisfecha
a la esposa o en procurar que lo esté, pues si la mujer se hace así misma y con
toda sinceridad la pregunta, tal vez halle, a pesar de tener enteramente
satisfechas todas sus necesidades materiales, que su marido le queda a deber
algo…las delicadas atenciones de que la rodeaba durante el noviazgo, y aun
mucho más, pues todo amor verdadero aumenta, más bien que disminuye, el deseo
de gozar.
Amar, en realidad, no es más que
vivir; la falta de amor lleva a la muerte.
El mundo contra natura en que viven actualmente tantísimas mujeres es lo que en mayor grado contribuye a volverlas desagradables y aun repulsivas, robándoles gran parte de los encantos que las tornan atractivas para el otro sexo, y hace que muchas veces ni ellas mismas se cuiden de serlo, mostrándose descuidadas y negligentes en todo lo que se refiere a su modo de vestir y personal apariencia, les hace menospreciar todo lo alegre, empequeñece su espíritu y las convierte en excesivamente rígidas y melancólicas; porque, sea su intención tan buena como se quiera, no pueden las mujeres que, para alcanzar un propósito determinado, se asocian con otras mujeres, adquirir la fuerza y el ímpetu de elevación que tan sólo pueden producir los elementos mentales masculinos. Por otra parte, el mundo también contra natura en que vive encerrado el hombre, con sus propios intereses, con sus negocios y con sus diversiones, queda también desprovisto de una ayuda importantísima al desdeñar la cooperación de los elementos mentales femeninos. Ésta es la razón principal de que con tanta frecuencia el hombre se desmejore sensiblemente a los pocos años de casado, descuidando todo lo referente a su persona, convirtiéndose en una verdadera bestia de trabajo y rehusando toda idea y toda aspiración novísima, pues necesita vivir en la rutina creada por él mismo, y así mucho antes de llegar a los cincuenta años es ya un hombre viejo.
Nada de lo que se refiera o pertenezca a la vida del marido debe ni puede sustraerse al conocimiento de la ardorosa simpatía de la mujer, pues una mujer amante es capaz de comprender todo aquello en que fija su mente; como tampoco nada de lo que se refiere a la vida o las ocupaciones de la mujer ha de sustraerse a la amorosa y vivísima simpatía del marido.
Nada de esto es el sentimiento
amoroso en la acepción que comúnmente se da a esta palabra. Es una verdadera
ley de la naturaleza, de acción universal, desde el reino de los minerales al
hombre y a la mujer, pues los rudimentarios elementos sexuales existen en el
mineral más tosco y atrasado. No puede haber ninguna clase totalmente feliz si
se desarrolla fuera del verdadero matrimonio. La mujer sólo puede hallar un
complemento en el sexo opuesto, y lo mismo exactamente le pasa al hombre; y
para cada hombre y para cada mujer no hay sino un solo complemento verdadero,
en todas sus posibles encarnaciones.
En más de una pareja unida
verdaderamente por la ley de atracción y de la Bondad infinita, cuando cada
cual se encierra en su mundo exclusivo, ambos viven muy infelizmente, debido a
su ignorancia de que la permanente y aun creciente felicidad conyugal proviene
de la observancia de ciertas leyes y de la reciprocidad de determinadas
condiciones mentales. Para alcanzar la deseada felicidad conyugal es preciso
que el marido y la mujer no tengan en todas las cosas de la vida más que un
solo interés, es decir, que vivan como alentados por un solo espíritu. Si no
pueden hacer esto, es que han sido uncidos a un desigual yugo y no cabe decir
que sean verdaderos marido y mujer. Pero esto puede ser nada más que temporal,
y destruidos los errores o falsos conceptos que aniden en la mente de uno de
ellos o en las de los dos, les será dable, por fin, hallar su verdadero
connubio. Muchos matrimonios hay que, a despecho de repetidas disputas y las
desatenciones que se tienen el uno con el otro, las cuales han acabado por separarlos,
no pueden evitar finalmente volverse a unir otra vez, pues cada uno de ellos
encuentra en el otro algo que no acierta a hallar en ninguna otra parte.
Constituyen ese hombre y esa mujer un matrimonio verdadero, pero uno de ellos,
o tal vez los dos, no están suficientemente adelantados todavía. Pero, sea como
quiera, lo cierto es que están unidos según la ley de Dios o de la Bondad
infinita, y los que han sido unidos por Dios nadie ni nada los podrá
definitivamente separar.
Hay, sin embargo, muchos hombres y
muchas mujeres, unidos según esta suprema ley, que no hallan en el matrimonio
la felicidad por ellos esperada, ni siquiera la felicidad de que gozaron
durante los tiempos del noviazgo, cuando pudo ser este matrimonio el principio
de una paraíso eterno, nada más que recomenzado al pie mismo de los altares el
dulce período de su noviazgo, con todas sus pequeñas atenciones y amabilidades,
con el deseo de aparecer siempre el uno a los ojos del otro agradable y
atractivo, procurando también el dominio del temperamento propio cuando está el
uno en presencia del otro, y reprimiendo toda tendencia a la crítica o al
sarcasmo; en una palabra, manteniendo en pie aquellas pequeñas y tenues
barreras que son, sin embargo, la más segura garantía de que no llegarán a
desconsiderarse o atropellarse mientras las respeten. Porque, cuando uno
permite que caigan y sean destruidas estas barreras, queda igualmente destruido
el respeto que se tenía a nuestra personalidad, y cuando el respeto desaparece,
viene el desprecio a ocupar su puesto. El marido que está blasfemando en el
cuarto de su esposa, o grita y maldice en su presencia, exteriorizando su mal
humor, demuestra que no respeta ni aquel sitio ni la presencia de su esposa,
cosas ambas que deberían serle sagradas, pudiendo ya estar cierto de que
semejante acción le habrá hecho perder en el ánimo de su cónyuge gran parte del
respeto que le tuviese.
También puede la esposa, del mismo modo que el marido, atropellar y destruir por sí misma las barreras de que hemos hablado, garantía la más firme de un buen vivir.
También es necesario que uno se pregunte si aquello que está haciendo o piensa hacer ha de causar o no agrado al otro. Procure cada uno de los esposos que todos sus propósitos o deseos puedan ser causa de alegría en ambos, para lo cual es necesaria la fusión absoluta de sus corrientes mentales y la comunión más completa de todas sus aspiraciones, con lo que fortalecerán su mente y su cuerpo, y aun, si aciertan a dirigir bien sus fuerzas reunidas, labrarán también su fortuna material. Cese de una vez entre marido y mujer esa ruinosa separación espiritual, muchas veces producida, por la frecuencia con que el esposo, aun estando en compañía de su esposa, se ausenta en espíritu, atraído por sus negocios u ocupaciones cotidianas.
No siempre será fácil a esa clase
de matrimonios rehacer su amor primero, cuando lo han ya rasgado y mutilado con
sus intemperancias, o dejado enfriar por su descuido o negligencia. El uso
engendra costumbre en el hombre y en la mujer también. Las palabras duras, la
conducta impertinente, las explosiones de mal humor pueden algunas veces
convertirse en habituales a pesar de que al principio se han hecho esfuerzos
para reprimirlas. Sin embargo, algo se ha de hacer al iniciarse el conflicto
para demostrar que el amor entre los dos esposos puede otra vez ser colocado
sobre su primera y verdadera base, como se puede lograr asimismo que ese amor y
todas las alegrías que le son propias puedan mantenerse y aun aumentarse día a
día.
Y cuando el marido y la mujer hayan
hecho todo lo posible para vencer o corregir los defectos que pueden molestar o
irritar a su compañero, se producirá en ellos un grande, un extraordinario
poder que les hará pensar siempre en la necesidad de pedir más y más,
constantemente, hasta alcanzar la plenitud suprema.
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