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DEL ENSUEÑO MENTAL O ÉXTASIS Capítulo XXVI de PRENTICE MULFORD






No hay ninguna necesidad de que estemos siempre pensando durante las horas en que nos hallamos despiertos. Este hábito mental agota las fuerzas rápidamente y mantiene en potencia activa una misma serie de pensamientos, una corriente de ideas que se irán repitiendo incesantemente.

Una de las más grandes fuentes de poder y de salud, lo mismo para el cuerpo que para el espíritu, consiste en poseer la capacidad de apartar de nuestra mente toda idea positiva siempre que nos plazca, dejar en perfecta quietud el cuerpo físico y, aunque sea por unos pocos segundos, saber ponernos en estado de ensueño mental o éxtasis, sin ver más que el paisaje o panorama que tengamos delante de los ojos físicos, y aun mejor hacer de modo que el espíritu se mueva y viva en lugares ideales, creados por la propia mentalidad.

De esta manera, mediante un proceso semejante, muchas veces inconscientemente practicado, se apodera el pintor de alguna notable visión ideal o fragmento de ella, separándola de todo lo que la rodea y transportándola en seguida a la tela del mejor modo que entiende o sabe. Muchas veces habremos calificado de irreal, de mero producto de la fantasía, lo que se expresa en tal o cual cuadro, que es quizás una obra maestra y representa un sitio o lugar que conocemos muy bien, pero que, mientras lo tuvimos delante, nuestra mente estuvo vagando de una parte a otra y en todas direcciones...tan pronto hallándonos en nuestra casa, o en el paseo, o en la tienda, o en el despacho haciendo en un solo minuto lo que no podríamos escribir en menos de una hora, pues esa excitación mental es trabajo también, es un verdadero gasto de fuerzas, un gasto muchas veces inútil, y además no nos trae claridad de inteligencia ni ninguna idea nueva. Es exactamente lo mismo que si el leñador se pasase dos horas en medio del bosque blandiendo al aire el hacha, antes de empezar a cortar el tronco de un árbol.

Un minuto de ensueño mental o abstracción es un minuto de descanso verdadero para el espíritu y para el cuerpo.

Aun en los inferiores y parciales planos del éxito, que son los de la mera acumulación de dinero, el hombre que puede y sabe procurarse algunos momentos de ensueño mental, o bien, diciéndolo de otro modo, el hombre que puede apartar de sí los pensamientos o las ideas que le plazca, y de este modo descansa la mente aunque sea por pocos minutos, es el que tiene en las manos las riendas del poder financiero, pues mientras descansa la mente, o está en ensueño, tiene abierta la puerta para la adquisición de nuevas ideas y nuevos planes de negocios que primero que nadie podrá poner en práctica, ganando el dinero que quiera, todo ello en virtud de poseer la fuerza mental necesaria que ha acumulado en momentos de descanso o de éxtasis. De no hacerlo así, al andar, por ejemplo, por la calle, no acertaremos a ver algo o algún espectáculo que nos hubiera alegrado, o bien dejaremos sin notarlo que pase al lado de nosotros, una persona con quien nos hubiera convenido mucho hablar, y aun puede que pisemos un fajo de billetes de banco sin advertirlo siquiera.

Con respecto a su condición mental, muchísimas de las personas que nos rodean andan desoladas y precipitadamente por el camino de muerte, persiguiendo año tras año una misma y única idea. Y de esta manera es imposible que vean las oportunidades que se les pueden ofrecer para mejorar o para ascender o para acrecentar su fortuna, y si acaso las ven o las adivinan, no tienen el valor necesario para aprovecharse de ellas. Hacen hoy exactamente lo mismo que hicieron ayer, y no lo hacen sino porque ayer lo hicieron. Son verdaderamente los esclavos, no de los capitalistas o explotadores, sino de su propia condición mental, la cual los tiene siempre ligados a los mismos y monótonos caminos del pensamiento, llevándolos, por consiguiente, a una acción siempre igual y monótona, atados por cadenas más fuertes que las de hierro, sin capacidad alguna para ponerse, cuando les conviniera, en el estado mental de descanso, pues creen que durante todos los momentos del día han de estar haciendo algo con el cuerpo o con la mente, y de esta manera su espíritu obra siempre en esa misma dirección tan persistentemente seguida, aun hallándose el cuerpo en el inconsciente estado al cual llamamos sueño. Y al despertar del cuerpo, su sueño no le habrá traído renovadas fuerzas ni energías nuevas, que adquirirán seguramente quienes cultiven sabiamente en su vida espiritual algunos períodos de ensueño, de abstracción o de meditación, llámese esto como se quiera.

Durante un viaje por mar, esta clase de personas que no saben descansar irán continuamente de un camarote a otro, de un extremo a otro del buque, sin ningún objeto, mirando y observando por todas partes sin saber qué. Estas mismas, si viaja en ferrocarril, no sentirán más que un impaciente deseo: el de llegar lo más pronto posible al punto de destino, y una vez que han llegado no saben ya qué hacer de sus propias personas. En su casa, no paran de dar vueltas, lo mismo que una rueda de alfarero, fatigando extraordinariamente el cuerpo, y al final del día, con respecto al avance de su fortuna o al aumento de sus negocios, es nada o casi nada lo que habrán logrado.

¿Por qué ponerse en una tensión mental tan extraordinaria, por qué un desgaste tan grande de fuerzas positivas, sin verdadero objeto? Si ponemos las cuerdas del violín en la mayor tensión que es posible, no sonará con armonía el instrumento. No pondremos en marcha la máquina motriz si no ha de hacer nada, si no ha de poner en movimiento artefacto alguno.

Ese modo de obrar es fuente de inevitable agotamiento de fuerzas, y de enfermedad y debilidad del cuerpo.

El famoso cigarro del general Grant le ganó muchas más batallas que su espada, pues, aun sin considerar a la acción del tabaco sobre el organismo, el mero hecho de fumar y de arrojar bocanadas de humo al espacio, contemplando las caprichosas espirales que éste forma en el aire, determina en la mente, aunque sea tan sólo por brevísimos segundos, la condición de ensueño o de abstracción que pone a la mente en estado negativo o de receptividad, en cuya situación no sólo descansa, sino que se pone también en buenas condiciones para recibir ideas nuevas. No es que recomiende y menos aún condene el uso del tabaco; no hago más que hablar de él como de un medio, muy imperfecto ciertamente, pero capaz de producir un cierto estado mental que ayudó a Grant, siquiera en lo temporal, para tener en reserva sus fuerzas mentales y ponerlas en acción cuando se le presentara ocasión ventajosa para ello.

Un estado mental análogo y aún más perfecto puede ser creado por otros medios mucho más naturales, y a medida que el hombre los cultive y se eduque en ellos, sus resultados irán siendo más provechosos y más duraderos.

Por ejemplo, ahora mismo, en que estás leyendo esta página de mi libro, te paras de pronto, te echas atrás en la silla, dejando colgar a los lados los brazos o los descansas sobre las rodillas, y no piensas en nada, aunque sea tan sólo por cuatro o cinco segundos…Si una nube que cruza el espacio, o una simple espiral de humo que se remonta al cielo, o una rama de árbol que mueve el viento detienen un momento tu mirada, contémplalos mientras te cause placer el espectáculo, nunca más tiempo. Si no sabe interrumpir, aunque sea por cinco segundos solamente, tu acción física o mental –y son muchas las personas que no saben hacer esto-, procura al menos que no sean rudos o excesivamente rápidos los movimientos de tu cuerpo. Si has de mover los brazos, hazlo tan despacio como te sea posible. Con esto habrás realizado tu primer ejercicio para el cultivo del ensueño o mental abstracción, y te habrás dado a ti mismo siquiera una pequeñísima porción de verdadero descanso. Además, el que así obre habrá enriquecido su mente con un átomo de poder que ya nunca más lo abandonará. Pero nadie debe esperar éxitos inmediatos por medio del cultivo de esta tan necesaria facultad, porque puede tener que combatir e ir venciendo gradualmente el hábito pernicioso de toda una existencia; pero la semilla del descanso estará ya sembrada dentro de él, y jamás esta idea lo abandonará. Nunca es demasiado tarde para ensayar su cultivo, pues la semilla que germina y crece por sí misma cuando se pone tan sólo buena voluntad en ello.

Podemos ensayar esta medicina mental o dominio del cuerpo aun en los actos más insignificantes y triviales –o que llaman erróneamente así- de la vida cotidiana, como al sentarnos o al levantarnos, o al volver las páginas de un libro, o al doblar el diario que tenemos en la mano, o al abrir una puerta o una ventana; porque cuando ejecutamos alguno de estos actos de una manera excesivamente brusca e impaciente, mirando cada una de estas cosas como barrera puesta entre nosotros y aquello que deseamos alcanzar, gastamos sin necesidad un gran volumen de fuerza. Podemos muy bien gastar en el brusco e impaciente volver de las hojas de un libro fuerza bastante para ejecutar algún delicadísimo trabajo en que emplearíamos al menos media hora; de manera que lo mejor de nuestra mente, las más provechosas y fértiles de nuestras ideas, la mayor y mejor parte de nuestro poder espiritual, los malgastamos en actos de impaciencia o de intemperancia mental. Y téngase presente que cuando cultivamos con plena conciencia el modo mental de descansante todo el tiempo que estamos despiertos, cultivamos juntamente en nosotros la capacidad que nos ha de dar un sueño más sano y reparador, porque el estado mental predominante en las horas del día es el predominante también en las horas de la noche.

El insomnio es producido por la falta de dominio mental o el hábito de pensar espasmódicamente, por arranques, que corresponden con seguridad a acciones físicas también bruscas e impacientes; y si la mente no puede o no sabe regir las acciones y movimientos del cuerpo durante el día, manteniéndose cuando le convenga en un estado receptivo o de negación, tampoco lo podrá durante las horas de la noche. Éstos son los que se pasan horas y horas volviéndose y agitándose de un lado a otro de la cama, sin poder conciliar el sueño, hasta dolerles todos los huesos de puro cansancio. Pero a medida que uno progrese en el cultivo del ensueño o descanso mental, adquirirá la mente cada vez mayor poder para inducir al cuerpo a un reposo verdaderamente reparador.

Pero nadie ponga en práctica estos medios ni otros semejantes si han de causarle fastidio o enojo, pues en este caso, en lugar de avanzar, se atrasaría más aún. No se intente la práctica del método explicado sino cuando le haya de causar a uno hondo placer. El hermoso e insondable misterio de todo verdadero crecimiento de la fuerza mental o espiritual está precisamente, lo mismo que sucede con el trigo u otra planta cualquiera, en que no tenemos ninguna conciencia de este crecimiento. Dos, tres, cinco años después, nuestra presencia total, nuestras maneras, los movimientos de nuestro cuerpo, habrán cambiado por completo, cambio que se habrá ido operando poco a poco, cobrando una graciosa elegancia, que nos hará más simpáticos a las gentes, y adquiriendo reposadas maneras y actitudes que denotan gran poder y fuerza. El modo mental inquieto, que obra por arranques, parece que nos desarticula todos los miembros. Las ideas y los pensamientos que fluyen de la mente sin ningún propósito ni objetivo y vuelan perdidos por el espacio, sin fijarse en ninguna parte ni en ninguna cosa –y esto puede durar días y más días, años y más años-, acaban por romper la máquina física que es el instrumento del espíritu.

Todo acto físico, aun el acto trivialísimo de pasearse, si se cultiva el modo mental del reposo, puede convertirse en fuente inagotable de placer; y cuando el movimiento físico nos es agradable, cuando no nos fastidia lo que hacemos, sea lo que fuere, lo haremos siempre mejor, y no solamente esto sino que el mismo placer que experimentamos nos atraerá cada vez más poder, poder que ya no se apartará jamás de nosotros. Este principio es aplicable a todas las artes, a todas las formas de acción humana, y en él está el secreto, mejor diría la razón, de los grandes éxitos alcanzados por el hombre en la oratoria, en el arte dramático, en la pintura, en la escultura, en la música y también en toda clase de empresas industriales o comerciales. Y a medida que la humanidad haga mayor y más inteligente aplicación de este principio, como se hará en los venideros tiempos, los hombres y las mujeres, al aumentar por este método su poder, alcanzarán resultados tan increíbles para las multitudes de hoy en día, como los milagros de la electricidad lo fueron para nuestros abuelos; porque el llamado milagro que se nos cuenta en la historia bíblica no fue otra cosa que el resultado obtenido por medio de esta acumulación y concentración de los poderes mentales.

Moisés y Cristo –lo mismo que todos los adivinos y magos de la antigüedad- sabían mantener su mente en completo reposo, concentrando y acumulando así en ella todo su poder y toda su fuerza; y dirigiéndolos luego, en un momento dado, sobre un hombre enfermo, les infiltraban instantáneamente una vida nueva; o bien, si ponían su corriente mental así fortalecida en otras direcciones, podían sacar aparentemente de la nada peces y panes, o bien calmar una tempestad, o bien hacer brotar el agua de la dura roca. Cuando Cristo ensalzó a María porque “no se cargaba con los inacabables cuidados y minucias que exige la atención de una familia, como hacía Marta”, dijo que María había sabido escoger la mejor parte, pues, manteniéndose apartada de los fatigosos cuidados de la casa, iba adquiriendo un poder que, si lo dirigía bien y lo aprovechaba en el momento oportuno, le permitiría, para el propio bienestar y el de los suyos, hacer mucho más en pocos minutos de lo que hiciera Marta en un día o una semana, con toda su diligencia física y su continuo ir y venir. Marta se afanaba para acercarse antes a la muerte; María trabajaba en su elevación y su crecimiento.

En medio de nosotros viven actualmente muchos millares de Martas que disipan y malgastan sus fuerzas vitales quitando el polvo de todas partes y tratando de conservar objetos sin importancia y sin valor alguno, los cuales llevan a menudo de un lugar a otro, fatigando inútilmente su cuerpo desde la mañana a la noche, sin darse un segundo de descanso mental. Y como son muchas las mujeres que obran así, son muchos también los hombres que hacen lo mismo, en su especial línea o esfera de acción.

Cuando, cultivando y desarrollando la capacidad de ponernos en períodos cortos o largos de mental abstracción y acumulación de fuerzas espirituales, construimos algo dentro de nosotros y aumentamos constantemente el poder y el volumen de los elementos invisibles que, al surgir de la nuestra, pueden ejercer su influencia sobre otras mentalidades, estén próximas o lejanas, propiciamos los más favorables resultados para nuestra propia y material fortuna. Sin embargo, este mismo poder o elementos espirituales pueden otra vez recaer sobre nosotros mismos con efectos o resultados nada agradables, como les sucede alas personas que están siempre en estado mental de impaciencia, o que no saben descansar un solo momento mientras hay en la casa algo, sea una simple cacerola por limpiar o ven un grano de polvo en un rincón cualquiera. La limpieza puede degenerar en una verdadera manía, y un hombre o una mujer cuya fuerza mental se emplee toda en los objetos o las ocupaciones triviales que quedan encerrados entre las cuatro paredes de una habitación carecerá absolutamente de ella para obrar fuera de la casa.

La práctica seguida en estos cortos períodos de descanso mental aumentará en nosotros la capacidad para la presencia del espíritu. Tener presencia de espíritu quiere decir saber poner, en un momento dado, todo nuestro tacto, toda nuestra fuerza mental, en la resolución de un asunto difícil. Presencia de espíritu significa que la mente permanece en su centro, a pesar de todos los choques que pueda sufrir. Ha de ser la piedra angular en la labor perfecta de todo actor, y ella también hará que encuentre el orador la palabra, la frase o la idea para decirla a tiempo y ponerla en su lugar justo, como constituye asimismo una verdadera protección del hombre de negocios, igualmente en su despacho que fuera de él. Una mente fatigada, que ha desperdigado y triturado sus propias fuerzas por no saber regir su funcionamiento, es incapaz de sumar sus energías y de concentrar su acción en una súbita alarma o no esperado giro de los negocios. En cambio, la mente descansada y siempre fresca es como la guarnición de repuesto de la fortaleza de nuestro espíritu.

Tiene presencia de espíritu la mente que sabe mantener sus poderes proporcionándose el descanso necesario para el acopio de nuevas energías, acopio en que consiste el secreto de la desenvoltura y gracia de todo movimiento físico. La danzarina realmente graciosa e inspirada obra de conformidad con esta ley; así lo hace también todo aquel que canta o declama con verdadero sentimiento, y a esta misma ley obedecen cuantos realmente sobresalen en algún arte o profesión. A medida que una mentalidad avanza más en su autoeducación, en el sentido indicado, más hábil se hace para recuperar sus fuerzas en períodos de tiempo cada vez más cortos. Sabe también colocarse en situación receptiva o en la de atracción de poder externo, y un segundo después estar ya en situación positiva o de acción directa y enérgica.

En el arte de la representación plástica, en la oratoria, y en toda otra clase de manifestaciones artísticas, la mente que sabe obrar así puede adquirir nuevas ideas, nuevos métodos de ejecución que no ha visto en sus precedentes esfuerzos, y los cuales podrá poner inmediatamente en planta. Por esta razón los genios, lo mismo sobre una tribuna que sobre un escenario, rara vez se muestran dos veces seguidas iguales a sí mismos. En esto solo consiste el éxito del jugador de billar y también del tirador. Los impacientes, los nerviosos y, en consecuencia, todas las personas que se fatigan excesiva e inútilmente, no pueden nunca hacer buenos blancos y tampoco sobresalir en cualquier cosa que sea.

Una mente que está vacilando y temblando siempre, hace también temblar y vacilar el cuerpo de manera que no puede apuntar con pulso ni tener con firmeza el taco del billar.

Aprendamos a no desperdiciar las fuerzas y a dar a la mente el necesario descanso, y los nervios se harán tan fuertes y tan resistentes como el mismo acero. Nuestros nervios no son otra cosa que los conductos o los canales por los que la fuerza mental es llevada a las partes de nuestro cuerpo que necesitan de ella para obrar en el sentido deseado. Una educación análoga nos hará dueños absolutos del caballo más lleno de resabios y más indomable. Una educación análoga es también el fundamento del verdadero valor. Una mente cansada, y que tiene, por tanto, también fatigado y agotado enteramente el cuerpo, es siempre la más propicia a recibir las corrientes del miedo. Si estamos invadidos por esta clase de miedo en el momento de tomar las riendas, sentirá el animal que nos causa espanto, pues la corriente mental proyectada por nosotros le habrá advertido claramente de ello, al paso que siendo nuestro estado mental el del valor, el resultado será contrario. Esta fuerza superior, adquirida como tenemos dicho, es la de que se sirvió el profeta Daniel para mantener apartados de su cuerpo a los leones, al ser echado dentro de su terrible guarida.

No hay límites para los poderes de esta fuerza, y aun puede convertir el cuerpo humano en algo muy superior a los elementos materiales. Éste es el poder que permitió a los tres jóvenes Jesús, Shadrach y Meshach, y a Abednego, pasar por el interior de un horno ardiendo sin sufrir la menor quemadura; éste también es el poder en virtud del cual no causó a Pablo daño alguno la mordedura de la víbora. Este mismo poder lo poseemos todos, está en germen en cada uno de nosotros, y él puede hacer que cualquiera de nuestros órganos o cualquiera de las funciones de nuestra organización física decupliquen el poder que tienen actualmente.

El ensueño mental, lo mismo que cualquier otra facultad, puede ser desarrollado con exceso, como es el caso de las personas excesivamente soñadoras o distraídas, de las cuales se puede decir que se pierden a sí mismas durante las horas del día, olvidándose del lugar en que se hallan sus cuerpos y hasta, a lo mejor, de lo que están haciendo, pues carecen de la fuerza positiva para despertarse a sí mismas y entregarse a la acción cuando esta acción es necesaria. Lo verdaderamente bueno y provechoso es saber establecer un perfecto equilibrio entre nuestras fuerzas positivas y negativas, de manera que podamos ponernos en uno o en otro estado mental según el propio querer y en el lugar y tiempo que más nos convenga. De esta manera es dable estar siempre en situación descansante aunque se trabaje mucho con la mente o con el cuerpo; y de un modo tan fino y tan sutil puede ser establecido este equilibrio, que nos sea posible en todas las ocasiones recibir alguna mayor cantidad de fuerza de la que hemos gastado, teniendo así siempre alguna fuerza de reserva, exactamente como el maquinista que tiene una reserva de vapor en la caldera. Muchas son las personas que van gastando toda su fuerza a medida que la reciben, siendo uno de los peores resultados de esto que el día menos pensado caen enfermas o pierden enteramente la cabeza en el momento que se les ofrece una situación difícil o en que han de hacer algún esfuerzo extraordinario.

Cuando más cultivemos la capacidad de proporcionarnos, siempre que queramos, estos períodos de descanso mental –suponiendo siempre que nuestro estado mental es el de bondad para con todos los hombres-, nuestra respiración física se irá haciendo más lenta y más profunda, con lo que se aumentará nuestra salud y nuestra fuerza; entonces la aspiración y expiración del aire se operará en lo más hondo de los pulmones, y no en la superficie de éstos, como les sucede a las personas de ánimo siempre impaciente y fatigado.

Todo cambio o mejora de naturaleza mental o espiritual ha de producir indefectiblemente un cambio beneficioso en el cuerpo, porque es el espíritu el que está siempre rehaciendo nuestro cuerpo, de conformidad con su naturaleza, y por el contrario –lo cual no deja de ser cosa muy triste-, si nuestra mente vive tan sólo entre pensamientos de enfermedad o de muerte, el cuerpo se irá conformando a tales pensamientos.

Existe para el espíritu una verdadera respiración, de la que la respiración de los pulmones no es más que una muy tosca imitación, y cuando se halla uno en paz con todo el mundo y vive en una corriente espiritual de fuerzas constructivas, esa habilidad para el ensueño o éxtasis mental, aunque sea nada más que por dos o tres segundos, dará a nuestro espíritu, a nuestro YO verdadero, la fuerza suficiente para remontarse a más elevadas regiones y respirar en una atmósfera de elementos mentales más sutiles, más poderosos, más llenos de vida de los que podíamos hallar en un plano cualquiera dela existencia terrena; y como, mediante este ejercicio, crece continuamente nuestro poder para olvidar o apartar de la mente una idea o un pensamiento determinados, al ponernos en ese estado de éxtasis, recibiremos de aquellos elevados elementos una tan profunda y tan sana alegría como no es posible que la produzca ninguno de los estimulantes o fuerzas terrenales. Éste es uno de los medios para la obtención de la ambrosía de los dioses, como es también uno de los medios más seguros para adquirir el verdadero, el único positivo y real elixir de vida.

Este elixir vital dará, a todo aquel que sepa hallarlo, una fuerza tremenda para la acción en todos los aspectos de la existencia práctica y cotidiana, adivinando siempre el lugar y la oportunidad para desenvolver esa acción. Son hoy día muchos millares las personas que, con su manía de mantenerse constantemente en tensión mental, y aún de creerse enfermas si observan que un solo punto flaquea esta tensión, no hacen sino retrasar por sí mismas, en vez de hacer que avance, su propio mejoramiento o su fortuna. Con su funesta acción más bien repelen que atraen a los hombres que las podrían ayudar, y aunque son a veces personas de mucha energía, acaban por caer en posición bastante más baja de la que hubieran podido ocupar si hubiesen sabido darse el necesario descanso mental.

Además, no son nada escasas las horas y las cantidades de fuerza que pierden continuamente por su empeño en reparar las consecuencias de su propia impaciencia mental y de su imperfecto esfuerzo, pues suelen distraer mucho tiempo en buscar cosas que han perdido o que tal vez inconscientemente han tirado: un lápiz, un cortaplumas, una carta importante…todo ello debido a su modo mental impaciente. ¿De qué puede serles útil una fuerza así malgastada?

El estado mental de bondad para con todo el mundo, de que más arriba hemos hablado, no tiene nada que ver con el estado mental que servil y abyectamente sufre los mayores ultrajes y las más grandes injurias sin resistencia y sin protesta, creyendo que hay algún mérito en ello. No has de desear ningún mal al hombre que intenta poner fuego en tu casa, pero el sentido común te dice que estás en la obligación de impedir, por todos los medios que te sea posible, que cumpla una acción tan funesta para ti. Si un necio, por una circunstancia cualquiera, llega un día a tiranizarte o a perjudicarte en algo, estás en el deber de resistirte a su acción, de oponerte a ella, y sólo cuando su necedad resulte vencida podrás mostrarte magnánimo con él. Cuando Cristo quería arrojar los diablos del cuerpo de una persona por ellos atormentada, ciertamente que no formulaba su mandamiento con dulces voces y palabras humildes.



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