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LA ESCLAVITUD DEL MIEDO Capítulo X de PRENTICE MULFORD





La más común, y sin embargo la menos conocida de todas las formas de esclavitud, es aquella en que estamos dominados por los pensamientos o las ideas que nos rodean o en medio de los cuales vivimos. Puede que estemos al servicio de otra o de otras personas, y en este caso es natural que hagamos en conciencia lo posible para merecer nuestro salario, y, sin embargo, tal vez nos sintamos turbados continuamente por el temor de que no cumplimos a entera satisfacción o de que podemos en el momento más impensado, ser despedidos, viviendo en el continuo temor de caer en la necesidad, si quedamos sin trabajo, o de vernos obligados a proseguir la lucha por la existencia del cuerpo en condiciones peores aún.

La razón de esas desagradables ideas estriba en que algún otro ente mental ejerce su acción sobre el nuestro propio...Hay alguien que nos es hostil, enemigo, y sentimos sobre nosotros la influencia de sus ideas contrarias a nuestro interés, aunque no tenemos noción de ello. Hay muchas personas en el mundo actual que viven bajo el dominio de mentalidades inferiores y de ellas dependen y piensan como ellas durante toda una vida, recibiendo también de ellas inspiraciones e ideas, y hasta fuerza espiritual, aunque todo ello inconscientemente. Esto sucede en virtud de que –lo que nunca nos cansaremos de repetir- el pensamiento es substancia, y esta substancia al ser emitida por una mente, es absorbida por otras.

Sucede con frecuencia que la persona así dominada es de mentalidad superior a la dominadora; tanto es así, que si acaso se ve obligada a mudar de amo a consecuencia de verse injusta y tiránicamente tratada, sentirá entonces aquel amo que se ha marchado de su lado, uno de sus más firmes apoyos...Año tras año, sin embargo, vivirá esta inteligencia superior en perenne esclavitud o dependencia, dando sus ideas a los demás y viendo siempre cómo son imperfectamente realizadas.

Éste es el mayor de los obstáculos, el que encadena más fuertemente el espíritu. En tales condiciones es imposible la realización de la obra propia y personal, y tampoco pueden ser exteriorizados los pensamientos y designios surgidos en nuestra mente. También puede uno verse en grandes apuros para la realización del pensamiento de otra persona, cuando esta misma persona no tiene clara idea de lo que desea ella misma realizar.

Ésta es una de las mayores penalidades que sufre el que vive bajo la dependencia de otro, y si acaso no tenemos en este mundo otra mira o aspiración que la de estar al servicio de alguien, a cambio de un salario o una paga, es cierto que, en más o menos, sentiremos sobre nosotros esta pesada carga; pero también es cierto que, si es así, nos será menos costoso y menos penoso cumplir con esa obligación que obrar por nuestra propia cuenta, aunque al principio puede sernos un poco difícil. Por este camino nos veremos llamados a tomar sobre nosotros grandes responsabilidades, pero si estas responsabilidades nos espantan, seremos siempre esclavos de ellas. Si descubrimos en nosotros el talento especial para algún negocio o invención nueva, pero carecemos de los principales medios para su desarrollo, pidamos un salario apropiado a nuestra labor, sin espantarnos de nada, pues si desarrollamos aquel talento, es seguro que el negocio saldrá adelante y triunfará. Si nos sentimos capaces de robar, somos tan culpables como aquel que nos roba y nos sometemos mansamente a su acción al vernos nosotros también inclinados a lo mismo.

Trabajar y vivir con el miedo constante de tener que ir a parar a un hospicio, es lo mismo que estar en él, y ni aun estando allí nos sentiríamos tan pobres y tan miserables. Vivir continuamente con este miedo en el alma causa un daño inmenso al espíritu y al cuerpo, pues cualquier turbación que sufra la mente, por un camino u otro, ha de perjudicar también al cuerpo.

Nuestra inteligencia no obrará con toda la claridad y fuerza de que sea capaz mientras estemos bajo la esclavitud de algún gran miedo. La claridad de ideas y de propósitos tiene un valor que se traduce siempre en dólares y en centavos.

Si vivimos bajo el dominio de alguna inteligencia mudable o inconstante, si absorbemos las ideas y los pensamientos de una inteligencia de este orden, seremos nosotros tan inconstantes y tan mudables como ella misma, pues uno comunica, en la proporción que su fuerza le permite, su propio sentir o su disposición mental a los que están bajo sus órdenes. Si el jefe o principal no sabe exactamente lo que desea, tampoco los que estén debajo de él podrán conocer exactamente lo que desean o pueden exigir de los demás. Porque del mismo modo que nosotros influimos sobre aquellos que dependen, de una forma u otra, de nosotros, asimismo éstos, a su vez, influirán de forma semejante sobre aquellos con quienes traten. Si el que está al frente de una organización cualquiera, un gran negocio, una empresa, se muestra vacilante e incierto, la incertidumbre y la vacilación reinarán siempre en todos sus dominios. Nadie puede servir a plena satisfacción a persona alguna si esta persona empieza por no estar nunca satisfecha de sí misma.

Si no podemos hallar quien necesite realmente de nosotros, digámoslo; pero no nos demos fatiga alguna por servir a aquellos que no den muestras ellos mismos de necesitarnos.

No nos salgamos nunca de nuestro propio plano, y si vemos una buena razón para persistir en un determinado camino o dirección, no permitamos, aunque se trate de cosas de poca importancia, que nadie nos disuada de ello. El reino de la mente está lleno de tiranos, que aspiran a ejercer su acción simplemente por el amor del poder, pues muchos ni tienen siquiera idea del motivo que los impulsa a obrar. En más o menos extensión, cada uno de nosotros puede convertirse en un verdadero tirano.

Para tener siquiera noticia, podemos con provecho pedir el parecer de muchos; pero no admitamos, especialmente en aquello que nos es más personal, sino el parecer de muy pocos. El más previsor y atento, y el más justo es siempre el que mayor cuidado pone en decir sus opiniones, procurando además hacernos observar que en sus expresiones siempre claras va expuesta su opinión, recordándonos que también podría haberse equivocado. El ignorante y el presuntuoso hablan siempre con expresiones dogmáticas, dando por infalible su parecer, cuando en realidad no hablan sino según el sentir del momento. Guardémonos, pues, de tomar esta clase de expresiones por parecernos de gran firmeza, porque, de hacerlo así, absorberíamos sólo ideas de presunción que nos perjudicarían mucho, resultando siempre más beneficioso para nosotros abandonarnos a nuestra propia inclinación.

Si nos sentimos superiores, y a pesar de esto consentimos en sufrir esta dirección o influencia en cualquier sentido que sea, lo que haremos es imposibilitar nosotros mismos nuestro triunfo. Puede nuestro bienestar ser muy fácilmente destruido por este orden de elementos intelectuales invisibles, los cuales, por otra parte, tanto pueden hacer en favor nuestro, solamente que de aquel modo hemos puesto en acción fuerzas que nos son contrarias, en vez de mover las que podían sernos de alguna ayuda, entendiendo que éstas no trabajarán por nosotros al ver desviada su acción.

El momento en que permitimos que el pensamiento de otro ejerza sobre nosotros su influencia, en contra de nuestras propias convicciones, intuiciones o sentimientos, es el momento en que perdemos, oscureciéndose momentáneamente, lo mejor de nuestro espíritu, empezando desde este punto a pensar con el cerebro de esa otra persona, que puede ser muy inferior a nosotros desde cualquier punto que se considere, con lo cual lo que habremos hecho en realidad no es sino oscurecer nuestra clara inteligencia con una corriente de aguas más o menos turbias.

La persona que así ha logrado dominarnos tiene una disposición mental semejante a la nuestra, esto es claro, y cuando, inconscientemente quizá, nuestro cerebro ha cedido a la influencia del suyo, quedamos subsiguientemente bajo su influencia en todos los demás aspectos de la vida; y lo peor aún, en todo esto, es que nos cerramos el camino para que puedan venir a nosotros nuestros mejores e invisibles consejeros, pues su nefasta acción habrá cortado nuestra comunicación con ellos. Y no es que voluntariamente hayan dejado de venir, sino que nuestra atracción sobre ellos ha quedado muy disminuida, pues ya sabemos que este poder de atracción depende de la actitud mental en que nos mantengamos con respecto a ellos. Aquel que desee conservar su propia personalidad, ser siempre él mismo, pida a sus invisibles amigos los mejores y más sabios consejos para lograrlo, esforzándose mucho en ello, y al fin lo logrará, con lo que se verá libre de toda influencia perniciosa.

Nuestros más elevados e invisibles amigos pueden ayudarnos y nos ayudarán seguramente en nuestros esfuerzos para conservar el predominio de nuestra mentalidad; ellos pueden quitar y quitarán seguramente toda clase de obstáculos de nuestro camino en cualquier campo de esfuerzo en que deseemos ejercer nuestra acción. Pero no podrán obrar en nuestro favor mientras estemos bajo la influencia de una mente de orden mucho más inferior, dirigiendo hoy nuestra acción, como mañana puede ser otra la que nos dirija. Sin darnos cuenta de ello, sucede que, dominados por el pensamiento de otros, seguimos hoy un plan determinado, el cual mañana abandonamos para seguir un plan nuevo.

Sucederá que no nos atreveremos a expresar, en un círculo de amigos, una sana opinión o una idea más o menos inconveniente, mientras seamos presa del miedo y nos atreveremos a expresar aquella idea o aquella opinión mientras estemos dominados por el estado mental de ese amigo, sucediendo así que damos más valor a la conservación de un amigo que a la proclamación de una verdad, lo cual significa que sacrificamos una verdad al bienquerer de una persona; obrando así dejamos de ser libres e independientes. Quizás inconscientemente, esta persona es nuestra dominadora; pero, aun así, no nos respetará más ni estimará más por el solo hecho de vivir bajo su dominio; al contrario, hay en la naturaleza humana un inherente amor y respeto por el hombre que sabe mantenerse libre.

El miedo disminuye la fuerza del espíritu y causa enfermedades al cuerpo. El miedo está en todas partes y afecta las más diversas formas: miedo de la miseria, miedo de la opinión pública, miedo de la opinión privada, miedo de que lo que poseemos hoy podamos perderlo mañana, miedo de la enfermedad, miedo de la muerte. El miedo ha llegado a convertirse, para muchos millones de hombres, en su sentimiento más habitual, hallándose en todas las esferas de la vida humana, y continuamente sus emanaciones se dirigen hacia nosotros desde todas direcciones. El miedo es el verdadero tirano. El miedo hace al amo sin merced; al acreedor, inexorable: “Temo –dice el hombre de muchos millones- que si no exijo de todos todo lo que me es debido, no podré cumplir el deseo de aumentar mi fortuna, fuera de cuya idea nada hay que me cause alegría”. “Temo -dice el agente de este millonario- que si no cumplo estrictamente las órdenes de mi principal, y descuido la percepción de la más pequeña de sus rentas, no podré vivir.” Esto es debido a que el miedo del hombre millonario ha penetrado en su cerebro, absorbiendo continuamente las emanaciones del hombre rico. Luego el agente irá, por cuenta de su amo, a cobrar algún crédito de un impresor o de un sacerdote, y él será quién lleve a éstos al sentimiento del miedo que a su vez se contagió del hombre millonario, y el sacerdote y el impresor quedarán contagiados. Y un día dirá el impresor: “Tengo miedo de imprimir esta verdad”, y el sacerdote dirá otro día: “Tengo miedo de predicar esto...o lo otro, pues mis oyentes o mis lectores me abandonarán, y ¿dónde hallar entonces el dinero para pagar el alquiler?” Esta idea del miedo, constituida por una substancia invisible, aunque tan real y positiva como cualquier otro elemento de la naturaleza, va proyectándose fuera del cerebro de este hombre rico y acaba por invadir todas las esferas de la sociedad, penetrando hasta en las buhardillas y en los subterráneos...Ni el mismo ladrón se escapa de su influencia, pues dice: “Tengo miedo de la miseria”, y esto diciendo, mete la mano en la faltriquera de su vecino y le saca todas las monedas que puede. No hay ninguna diferencia, salvo la forma entre el acto del ladrón y el acto de ese pensamiento dominador.

“Tengo miedo –dice a veces el que empieza a aprender el ejercicio de un arte cualquiera de las críticas de los demás acerca de las imperfecciones de mi trabajo, y temo caer en ridículo.” El que habla así es que está dominado por el miedo de los demás, y no adelantará nada en su aprendizaje mientras no abandone la preocupación de lo que puedan decir de él. Hay, pues, gran ventaja en librarnos cuanto antes de la esclavitud del miedo, que es en este mundo fuente abundante de miserias y de enfermedades. Vivir en continuo temor, en continuo recelo, en continuo miedo de alguna cosa, trátese de la pérdida de amistades, de dinero o de alguna situación provechosa, es tomar precisamente el mejor camino para llegar a la pérdida que ha sido causa de nuestro temor.

¿Puede sernos acaso de alguna ayuda para pagar una deuda el miedo que en nosotros despierte el acreedor, cuando no tenemos dinero con que pagarle? ¿Puede sernos acaso de alguna ayuda para la conquista de un buen modo de vivir el miedo que despierte en nosotros la miseria? ¿Puede sernos acaso de alguna ayuda para aumentar nuestra salud el miedo que sintamos por la enfermedad? Seguramente que no, y, muy al contrario, este miedo será en nosotros causa de debilidad.

¿Y cómo nos libraremos del miedo y del dominio que pueden ejercer sobre la nuestra otras mentalidades que viven también en el reino del miedo? Pues combatiendo mentalmente todo lo que es en nosotros causa de miedo, comenzando por conducirnos mentalmente como valerosos y habituándonos a la idea del valor, como si nos fuese realmente propia. Aprendamos a considerar y a desafiar tranquilamente, en el terreno de lo que llamamos la pura imaginación, todo aquello que puede ser en nosotros causa de miedo, trátese de un hombre o de una mujer, de una deuda que no podemos pagar o de alguna probable catástrofe. Lo que de este modo nos fingimos imaginativamente, obra en nuestra mente como si fuese una realidad, aumentando de un modo positivo las energías mentales y espirituales...Pidamos continuamente que nos sea dado un mayor valor, y la cualidad del valor vendrá a nosotros, aumentando todos los días, pues aquello que una vez se nos ha dado ya nunca más lo hemos de perder.



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