Todo ser humano
tiene derecho a la belleza del rostro y del cuerpo. Toda fisonomía de hombre y
también toda flor que en los campos florece ha de sentirse complacida ante sus
propias miradas y las de los demás, y en los tiempos futuros esto es lo que sin
ninguna duda habrá de ver el hombre. La belleza es uno de los dones más
generosamente concedidos a las infinitas expresiones de la naturaleza, desde la
forma y el color que adquieren las hojas de las plantas o las plumas de los
pájaros hasta el copo de nieve que cae de las nubes, el cual si se examina
minuciosamente se nos muestra cristalizado en innumerables formas de fantástica
simetría y proporción.
Es digno de ser
repetido consecuentemente una y otra vez que nuestra salud, nuestra fortuna,
nuestro triunfo en cualquiera de los aspectos de la vida depende por completo
de nuestra predominante condición mental. Si esta condición mental es la de la
confianza en nosotros mismos y en aquello que hacemos, considerando siempre el
lado alegre y sano de las cosas, con la mira puesta constantemente en el
triunfo, sin desesperar nunca, o bien, en caso de sentirnos inclinados a ello,
luchando con denuedo contra la desesperación, podemos estar seguros de la
victoria final, pues mientras mantenemos la mente en esa condición
exteriorizamos la fuerza que ha de atraernos los elementos del éxito.
Cuanto mayor sea
la persistencia en el mantenimiento del estado mental que acabamos de hablar,
más fuerte y más segura será nuestra confianza y nuestra fe en la eficacia de
los elementos mentales, eficacia hasta ahora poco menos que desconocida en
absoluto y negada, dándonos cada día más numerosas y más fehacientes pruebas de
que ésa es la fuerza que nos trae la felicidad, la salud y el triunfo,
cualquiera sea nuestra situación en la vida.
Pero han de ser observadas ciertas condiciones para el mantenimiento de ese estado mental, en el que reside una de las fuerzas más poderosas .quizás la más poderosa de todas- para procurarnos lo mejor, lo más apetecible que la tierra contiene, haciéndonos a la vez sentir lo que de más hondamente placentero encierra el arte o la profesión, el oficio o el negocio a que habitualmente nos dedicamos. Al persistir largamente en el estado mental de que hablamos, llega a convertirse en una especie de imán que atrae hasta nosotros a aquellas personas que pueden en algo ayudarnos y a las cuales ayudaremos a la vez. Pero si nuestra mente la mayor parte del tiempo cae en estado de desconfianza y de tristeza, y no se esfuerza en arrojarlas fuera de sí, entonces se convierte en una especie de imán negativo, que aleja de nosotros lo bueno y atrae únicamente lo peor. En esta situación, si alguien nos ayuda, nos ayuda tan sólo con la idea de hacernos una caridad –lo cual no es nunca una verdadera ayuda-, y es que aquel que no puede ser útil a los demás, sea cual fuere la situación que ocupe en el mundo, no es considerado como un individuo necesario de la sociedad, no pasa de la categoría de consentido.
El mayor obstáculo para llegar a ese estado mental sereno, tranquilo y confiado –que es la fuente de todo poder- no está sino en el hecho de asociarnos sin discernimiento con toda clase de personas, viviendo en continua promiscuidad con hombres cuyo nivel mental es más bajo que el nuestro. Si nos asociamos, aunque sea de un modo ligero y pasajeramente, con gente frívola, con hombres y mujeres sin ambición, sin nobles anhelos, con personas cínicas y murmuradores, descreídas y sin confianza en las leyes espirituales, moviéndose nada más que por los afectos que radican en lo material, no hay duda que absorberemos algunos de sus bajos pensamientos, aplastando bajo su peso nuestros propios poderes y perjudicando nuestra salud. Si visitamos a una familia cuyos individuos son todos descreídos, o cínicos, o siempre están de mal humor, creyendo sólo en las cosas materiales, aunque una verdadera amistad los una con nosotros, saldremos de su casa con algunos de nuestros propios poderes o disminuido o anulado por completo, sobre todo si estamos inclinados a concederles nuestra simpatía. Cada pensamiento que va de nosotros a ellos representa una parte de nuestra fuerza perdida, y en nada hemos de poner tantísima atención como en su empleo.
Puesta la mira
en algún propósito bien definido, la atmósfera mental de que nos rodeamos al
tratar del mismo con los demás, nos es de una ayuda bastante más poderosa que
nuestras propias palabras,, pues todo lo que esa atmósfera envuelva habrá de
sentir necesariamente su acción. Si tienes confianza en tu talento, si eres
fundamentalmente honrado, aquellos que hablen contigo sentirán esa confianza y
esa honradez, aún después de que te hayas apartado de ellos, y si tú persistes
en tu propósito interno, no hay duda que seguirán sintiéndolo cada vez con más
fuerza, pues ése es un poder que no deja de actuar ni un solo punto.
Pues sí, a pesar
de tener ese talento y esa confianza, nos asociamos con gente mala o descreída,
con gente que no tiene aspiraciones de ninguna clase fuera de lo material, no
hay duda que absorberemos alguna parte de sus cualidades mentales y a donde vayamos
la llevaremos con nosotros. Entonces, al tratar de nuestro asunto con otras
personas, éstas sentirán algo extraño en nosotros y por lo tanto la impresión
que en ellas dejemos será menos favorable a nuestros propios intereses.
Cualquiera de
nosotros puede fabricarse una atmósfera mental que lo acompañe a todas partes,
del mismo modo que puede construir una casa o algún otro objeto material; pero
esa atmósfera puede fabricarse únicamente mediante la asociación con otras
mentalidades que se hallen en un nivel igual al nuestro. Conviene, pues, que
todos nuestros amigos vivan en el mismo plano mental que nosotros, que crean lo
mismo que nosotros y que sus deseos y sus aspiraciones sean también los
nuestros. De esta manera, nuestra comunión con ellos nos será de gran ventaja,
fortaleciendo nuestro cuerpo y nuestro espíritu, y ayudándonos a no caer en la
condición mental de la desconfianza, que es la condición mental de la derrota.
Esta comunión espiritual con nuestros verdaderos amigos nos mantendrá alegres y
perfectamente equilibrados, que es el estado mental del triunfo, y nos ayudará
a mantenernos en una no interrumpida comunión con el Poder supremo, penetrando
ya de una vez para siempre en las corrientes de la imperecedera felicidad, las
cuales han de llevarnos al seno de lo Eterno, como la corriente del Misisipí
lleva los barquichuelos al mar.
Pero si las
mentalidades que se mezclan con la nuestra no son de su mismo nivel mental, si
los pensamientos que fluyen sobre nosotros son procedentes de un plano inferior
al nuestro, si estas amistades nuestras tienen muy poca fe o ninguna en lo que
la gente califica tal vez de ideas singulares, sin lograr convencerlos en lo
mínimo de su verdad, entonces los elementos mentales que de ellos nos vengan
han de causarnos un enorme perjuicio, no sólo porque dejan de ser para nosotros
un auxiliar poderoso, sino porque mezclándose sus mentalidades inferiores con
la nuestra, nos impedirán ver claramente las cosas y dificultarán nuestra
acción en cualquier empresa que intentemos. Desviándonos de las corrientes
verdaderamente rectas y poderosas, nos descorazonarán y harán perder nuestro
propio valor moral, e inclinándonos al malgaste de nuestras fuerzas, nos
acobardarán cuando el azar nos ponga en presencia de los pequeños y los
humildes. Mientras nos hallamos en relación con esa clase de mentalidades, sus
modos peculiares, en más o menos, se convierten en los nuestros; si es
enfermiza su naturaleza, la nuestra irá pronto por el mismo camino; y si es su
estado habitual el de la pobreza, pobres acabaremos por ser también nosotros.
Ha sido siempre
considerada como una obligación del hombre la de prestar oídos y simpatizar con
toda persona desafortunada o sufriente, y esto ha sido una equivocación que ha
tenido consecuencias fatales para muchos, porque cuando simpatizamos con alguien,
le damos una parte de nuestra verdadera fuerza. El que da sin discernimiento de
lo suyo, y no recibe en cambio nada absolutamente que restaure sus facultades
mentales, acabará por quedar él mismo pobre y miserable; su espíritu se irá
debilitando, y al debilitarse su espíritu se debilitará también su cuerpo. Así
han perecido, prematuramente exhaustos, no pocos ardientes ministros de todas
las religiones por su excesivo celo en cumplir con lo que llama el mundo sus
deberes, visitando a los enfermos, consolando a los afligidos y atendiendo a
las innumerables súplicas y demandas que les dirigen…Esas personas, cuya
naturaleza simpatiza tan rápidamente con el infortunio, deberían poner mayor
cuidado, mayor reserva, en dejarse arrastrar por sus generosos impulsos. Se
puede tener lástima de todo el mundo, pero cuando nuestra simpatía se
exterioriza con tan extremada facilidad, a la vista de cualquier dolor o
desgracia, entonces nos ponemos en verdadero peligro de muerte.
El que, al
encontrarse enfrente de ciertas personas de mentalidad inferior a la suya,
sufre dócilmente cualquier imposición o insulto, por el miedo que tiene de
hablar delante de ellas, no hay duda que será dominado por la mentalidad
inferior de aquellas personas. Asimismo el que teme expresar con franqueza las
intimidades de su corazón delante de tal o cual persona, es natural que acabe
por ser dominado por ella, aunque la tal persona sea de mentalidad inferior, y
desde aquel punto participará de sus pasiones, de sus prejuicios y hasta de sus
enfermedades, además de ser dominado por ella y contradicho en sus deseos.
Cierto que tales
personas pueden parecer amigas nuestras, y hasta pueden ellas creer que lo son
efectivamente. Pero es que existen en el mundo innumerables e inconscientes
tiranos y tiranía que se esconden bajo el nombre de amistad; abundan
ciertamente las personas que se dicen y se creen a sí mismas amigos verdaderos,
pero que lo son únicamente mientras hace uno lo que ellas quieren, mientras les
concedemos pródigamente nuestra compañía y consentimos en seguir todas las
direcciones que ellas señalan, pero que se disgustan profundamente si no
estamos con ellas todo el tiempo que desean o bien buscamos otras compañías. Si
toleramos y sufrimos una tiranía semejante, podemos afirmar que somos
verdaderos esclavos de nuestros amigos, esclavitud que nos perjudica
grandemente en el cuerpo, en la inteligencia y en la fortuna, a causa de la
prolongada absorción de los elementos mentales inferiores que de ellos
recibimos, llegando a sentirnos cohibidos ante esas personas dominadoras, lo
mismo física que mentalmente. Nuestra palabra se hace vacilante y nuestro
discurso incierto, negándosenos la lengua a obedecer a las intenciones de
nuestra mente. Tan fuerte es la acción de su querer sobre nuestra
espiritualidad que llega a arrojar fuera de nosotros mismos la mayor y la mejor
parte de la misma, imposibilitándonos de esta manera para servirnos como es
debido de nuestro propio cuerpo…El que se encuentre en tan triste situación,
puede probar de reaccionar y de combatir esa debilidad afirmándose en su
personalidad propia todas las veces que se encuentre a solas, hablando entonces
mentalmente con su dominadora como no puede hacerlo en presencia suya, es
decir, discuta con él y contradígalo…con lo cual irá fortaleciendo su espíritu
hasta poder rechazar un día su dominio. Con esto logra los medios para librarse
de su cobardía moral, y téngase en cuenta que nada como esta cobardía moral
dificulta los éxitos en la vida. El mejor medio para deshacer esta especie de
encanto es el de cortar toda clase de asociación y comunión con mentalidades
bajas y cobardes, pues mientras ella dura absorbemos los elementos de las
mismas, a menos que nos hallemos de continuo en situación de defensa, lo cual
nos fatigaría también de un modo excesivo, debilitándonos igualmente.
No hay en
realidad más que una sola manera de evitar la tiranía mental, y consiste en
cortar toda comunión con espíritus inferiores y trabajar para borrar la que
haya existido.
Alguien tal vez me objete en este punto que semejante género de vida nos condenaría a soledad perpetua, y aun tal vez me pregunté: “¿Es que debo cortar toda relación con la humanidad?”
De ninguna
manera. Obrando como he dicho, no haremos más que prepararnos el camino para
ponernos en relación con lo mejor de nuestra propia clase, con aquellos hombres
que pueden de verdad ayudarnos en todas nuestras empresas y cuyos pensamientos
son realmente dignos de ser absorbidos por nosotros, pues fortalecerán nuestra
mentalidad en cada uno de sus aspectos. Además, en nuestros períodos de soledad
más o menos absoluta, podremos contribuir a la formación de un mundo propio y
personal, en el que nos será dable pasar felices y satisfechos una parte de
nuestra existencia. Evitando todo lo posible ponernos en contacto con
mentalidades inferiores, veremos cada vez con mayor claridad las cosas
familiares y hallaremos fuentes de grandes alegrías allí donde antes no
hallábamos más que fastidio y aburrimiento. Centrados de esta manera en
nosotros mismos, cada día nos haremos más y más fuertes, constituyéndonos en
una especie de imán que nos traerá todas aquellas cosas de que tengamos
necesidad para llevar adelante nuestros propósitos.
Hay personas que
no saben vivir a solas, que necesitan compañía, no importa la clase de compañía
que sea, y que charlan y chismean con los criados si no hallan en torno otra
clase de personas; estas tales poseen escasísimo poder, y aun el poco que
tienen lo malgastan miserablemente. Un verdadero amigo, de esos con quienes
podemos en todo momento mirarnos cara a cara, es mejor y de más provecho que
todos los amigos parciales que podemos hallar en el mundo. Un amigo de esa
naturaleza es digno de que se le aguarde durante muchos años, ciertos de que ha
de venir a nosotros finalmente, en virtud de la ineluctable ley de atracción,
siempre que nosotros lo deseemos ardientemente y con la sola condición de que
para su venida preparemos el camino como se ha indicado aquí.
La soledad así
entendida no significa nunca la ausencia absoluta de toda compañía. Sabremos
hallar compañía en todas partes, y compañía verdaderamente elevada y noble, en
cuanto aprendamos a cultivar la condición mental apropiada para recibirla, para
recibirla y para alegrarnos con ella. Existe también en el universo una Fuerza
suprema o corriente mental que crece en poder a medida que se fortalece también
la mente o espíritu, hasta que adquiere finalmente la capacidad necesaria para
sacar fuerzas positivas de toda prueba o suceso imprevisto, y aún puede llegar
ese poder evitar al cuerpo todo peligro o daño procedente de causas terrenales
o físicas. Este mismo poder, adquirido por determinados hombres mediante la
plegaria mental o la formación de un ardentísimo deseo, ha sido el verdadero
origen de los hechos extraordinarios que en la Biblia son llamados milagros.
Trátese de un poder misterioso e inexplicable, que escapa al examen de la
inteligencia del hombre, cualquiera sea el método científico que se le aplique.
Sabemos únicamente que existe y puede determinar extraordinarios resultados,
que apreciamos cuando, por la observancia de ciertas condiciones, nos colocamos
en el plano de su acción. Y hemos de tener presente que dicho poder puede
producir hoy los mismos resultados que hace muchos millares de años, pues ni
una coma ni una tilde han sido cambiadas desde entonces en la ley por la cual
se rige. La luz y la sombra, la lluvia y la nieve, la vida animal y la vida
vegetal, los vientos y las mareas, fueron en los tiempos antiguos lo mismo que
son ahora, y aún puede afirmarse que muchas de estas leyes, tan mal conocidas
actualmente por nosotros, alguno de los pueblos más antiguos tuvo de ellas
bastante mayor conocimiento, conocimiento que hallamos en la base de los que se
ha calificado de milagros, y que no es en el fondo otra cosa que el resultado
de la acción de ciertas leyes mentales o espirituales.
Lo importante es
aprender a confiar nada más que en nosotros mismos, y esto en todo tiempo, para
acostumbrarnos a lo mismo en épocas de enfermedad o en que vengamos a hallarnos
en alguna situación difícil, no confiando para nada en la ayuda de la naturaleza
terrena, con lo cual irá creciendo incesantemente en nosotros ese poder de la
propia confianza, poniéndonos en completa y perenne comunicación con él. Éste
es el poder que puede ayudarnos no poco en las que se llaman pequeñas molestias
de la vida; a él recurriremos cuando deseemos dormir y no podamos, cuando nos
atormenten pequeñas dolencias físicas, cuando espíritus bajos intenten influir
sobre nosotros, cuando vagos e imponderables temores paralicen nuestras
energías. De ésta manera irá fortaleciéndose nuestra confianza en nosotros
mismos, pues ya dijo el apóstol que “algo podemos sacar de nosotros”, con lo
que nos acercamos al plano de la mentalidad divina, y una vez en él ya no
estaremos nunca solos, pues nos hallaremos dentro de nosotros y fuera de nosotros,
y al mismo tiempo solos y acompañados dondequiera que vayamos.
También por este
camino nos iremos librando cada vez más completamente del deseo de andar en
busca de ciertas promiscuidades y de compañías peligrosas que sólo buscan
esclavizarnos y dañarnos gravemente. Es el camino, por fin, que ha de ponernos
en relación con nuestros verdaderos amigos, los que han de beneficiarnos en
todos los órdenes de la vida; así podremos, durante períodos más o menos
largos, retirarnos a gozar de la soledad y de la divina comunión con el Poder
supremo, no tan solo fortaleciendo nuestro cuerpo y nuestro espíritu, sino
también haciéndonos más atractivos y más útiles para aquellos con quienes
estamos unidos, a cambio de lo cual podremos también apreciar y disfrutar mejor
de lo que hacen ellos por nosotros, pues ellos están asimismo en comunión con
el propio Poder. Cuando verdaderamente estamos con Dios, no podemos sino tener
comunión con otros que están igualmente con Dios, y entonces podemos decir que
ellos y nosotros somos los huéspedes del Espíritu divino prometido por el
Cristo de Judea.
Esto que digo no
es una idea religiosa puramente sentimental. Al cambiar o modificarse más o
menos todos los días nuestro estado mental, nos atraemos aquellos elementos
positivos que están de conformidad con dicho estado. Si tenemos fe únicamente
en las cosas materiales que podemos ver y tocar, nos atraeremos sólo el escaso
poder que dimana de esas cosas materiales, y éstas no son más que una porción
escasísima de las fuerzas positivas que nos rodean. Si no nos esforzamos por
dominar esas fuerzas, ellas acabarán por dominarnos a nosotros y en daño
nuestro. Los medios para llegar a ese dominio de que hablo están enteramente en
nuestra propia actitud mental.
Si tienes el
propósito de llevar adelante alguna obra o empresa especial, con la que piensen
beneficiar a los demás tanto como a ti mismo, y después de haber hecho todo lo
posible te halles todavía con grandes dificultades para llegar a un término
feliz, deja de hacer entonces todas aquellas cosas que no te sean absolutamente
necesarias para vivir, y, poniéndote en la condición mental indispensable,
enciérrate en ti mismo y confía en que esa fuerza misteriosa ha de vencer por
sí sola toda clase de obstáculos; y de este modo irás penetrando cada vez más
en la corriente espiritual del Poder Supremo, al extremo que aun a ti te
sorprenderá el mejor día que la cosa se haya cumplido como por sí misma.
Inesperadamente se te habrán ofrecido toda clase de medios para alcanzar la
deseada finalidad, hallando la más favorable acogida donde pensaste hallar la
oposición. Para esto no has de hacer más que mantenerte firme en tu propósito,
recordando constantemente que aquella fuerza está obrando sin cesar por su
cuenta, a condición tan sólo de que mantengas tu propio deseo sin vacilaciones
de ninguna clase y cuidando de no mezclar tu mentalidad con mentalidades bajas
y ruines. Cuida también de no retroceder un solo paso de la posición que has
alcanzado ya una vez, pues de otra manera perderías la utilidad del esfuerzo
hecho.
Pero si tú, en
lugar de concentrarte en ti mismo, procurando hacer vida solitaria e íntima,
malgastas el tiempo y las fuerzas en ir correteando de aquí para allá, buscando
distracciones fútiles, o charlando y murmurando con este o aquel amigo, o bien
alguno de tus asociados no tiene ninguna fe o tiene una fe muy débil en estas
verdades, entonces rompes el lazo que te unía con el Poder supremo y quedas,
por el contrario, en entera relación con las corrientes mentales inferiores,
sin poder cumplir la mínima parte de lo que seguramente hubieras cumplido a
seguir el primer camino, descendiendo así al plano de la materialidad ruda y
grosera.
Es una
equivocación terrible la que hace que hombres y mujeres consientan en reunirse
con personas de muy inferior mentalidad sólo con el deseo de darse algún placer
o esparcimiento. Nada perjudica tanto la mentalidad de unos y de otros; además,
adultera e infecta la mentalidad de los superiores, destruyendo sus energías y
llenando su cuerpo con los elementos de la enfermedad y de la muerte, las
cuales son por lo general atribuidas a muy diferentes causas.
El mismo
resultado se sigue a aquellas uniones llamadas matrimonios y que sólo basadas
en consideraciones o caprichos puramente materiales, tardan muy poco tiempo en
crear la más tremenda de las desilusiones. Además, esos falsos matrimonios son
el camino de aquellas tiranías mentales de que hemos hablado tantas veces; y en
ellos precisamente queda vencida la más sensible, la más pura de las dos
mentalidades, debido a que, desconociendo su verdadero poder, queda esclavizada
y reducida a la impotencia, del mismo modo que un gigante, si está ciego, queda
a merced de aquel que guía sus pasos, aunque sea un débil niño.
Procuremos, pues, estar constantemente en la más completa y absoluta comunión con el Poder supremo, que es el Poder de la Verdad, y seremos reyes en los imperios de la mente, pues ya nadie podrá ejercer sobre nosotros la terrible tiranía mental, que es la verdadera tiranía. “¡La verdad nos hará libres!”

No hay comentarios:
Publicar un comentario