sábado

RECAPITULANDO Capítulo LXII de PRENTICE MULFORD






Pido al lector que, antes de empezar la lectura del último capítulo de mi obra, procure ponerse en el estado mental de simpatía con las ideas en él expuestas, de conformidad con los que llevo dicho hasta aquí, única manera de sacar algún provecho de todas las enseñanzas recibidas.

Las ideas contenidas en este último capítulo de la obra vienen a ser algo así como un resumen de todos mis escritos hasta el día presente. De nuevo voy a llamar la atención de mis lectores sobre las principales verdades que llevo expuestas, pues en el grado de conocimiento a que hemos llegado y sobre todo teniendo en cuenta el medio en que vivimos será de gran provecho de vez en cuando recordar el fundamento de lo que queda escrito y refrescar el conocimiento de leyes que son demasiado nuevas para los hombres de hoy. Estamos tan acostumbrados a nuestros antiguos y pésimos métodos mentales, que, en medio de los cuidados de nuestra vida cotidiana y de los negocios que absorben toda nuestra atención, muy fácilmente olvidamos la eficacia de las leyes espirituales, aun estando convencidos firmemente de su verdad.

Ninguno de los hombres de hoy puede esperar que de un solo golpe entre en su mente toda la Creencia, y mucho menos cambiar radicalmente su modo de vivir de una sola vez. Aunque convencidos enteramente de la verdad de las enseñanzas recibidas, siempre queda en nosotros una parte no sometida que se resiste y es hostil a aquellas verdades. Esta parte de nuestro ser es la mente material o mente del cuerpo.

Existe un poder supremo que llena todo el universo y predomina en él. Cada uno de nosotros es una parte de este Poder.

Y como parte que somos de este Poder, tenemos la facultad, por medio de la plegaria o demanda y del constante y ardentísimo deseo, de atraernos cada día más las cualidades propias y características de este Poder.

Todo pensamiento es una real cosa y es una fuerza. (Repitamos esta frase con la mayor frecuencia que nos sea posible.)

Todo pensamiento nuestro constituye en realidad, para nuestro bien o para nuestro mal, algo que se desarrollará inmediatamente o en lo futuro.

Preguntar a uno lo que está pensando en determinado momento, preguntarle si llenan su mente pensamientos de alegría o de tristeza, si piensa bien o mal de los demás, es lo mismo que preguntarle: “¿Qué estás haciendo para tu vida de mañana? ¿Cómo será tu existencia futura?

Si estás obligado hoy a vivir en una casa pobre, o a comer alimentos de calidad inferior, o a vivir entre gente grosera y vulgar, no te digas nunca a ti mismo que haya de ser siempre así. Antes al contrario, no dejes un punto de esperar que tu situación mejore; vive mentalmente en el mejor palacio que puedas imaginar, figúrate que comes en la más espléndida de las mesas y que estás siempre entre gente distinguida y bien educada. Cuando logres que ese estado mental persista en ti, no dudes de que todas tus fuerzas se dirigirán hacia la mejora de tu situación social. Sé rico en espiritualidad, en imaginación, y es seguro que alguna vez serás rico también en cosas materiales. El modo mental en que vivimos hoy, sea rastrero o sea noble, es el que constituye, de conformidad con su propia naturaleza, las condiciones físicas de nuestra vida futura.

La misma ley rige para la formación y la perfección del cuerpo; por lo cual, aunque físicamente seamos hoy débiles y enfermizos, nos conviene imaginarnos, que somos ágiles y fuertes.

No hemos de poner nunca límites a nuestras posibilidades futuras. No hemos de decir jamás: “Aquí he de pararme. Siempre estaré por debajo de ese o de aquel grande hombre. Mi cuerpo se debilitará, decaerá y perecerá, porque en todos los tiempos pasados los cuerpos de los hombres se han debilitado y han perecido”.

No hemos de decir nunca tampoco: “Mis poderes y mis talentos son muy medianos, apenas si llegan a los de orden más corriente. Yo viviré y moriré como millones y millones de hombres han vivido y han muerto antes que yo”.

Cuando formulamos estos pensamientos o bien otros semejantes, como inconscientemente, hacen infinidad de hombres, nos hacemos a nosotros mismos prisioneros de una gran mentira, atrayéndonos los males y los dolores que son el producto natural de toda mentira, y con ello también encadenamos nuestra aspiración y la imposibilitamos para obtener recursos superiores al estado presente de los conocimientos del mundo, poniendo una barrera infranqueable entre nosotros y la verdad más elevada y noble.

Cada hombre y cada mujer posee, en estado latente, alguna capacidad, alguna forma de talento distinta de las que poseen los demás hombres y las demás mujeres. No hay dos mentalidades exactamente iguales, pues la Fuerza infinita toma en su expresión externa una variedad infinita de formas, lo mismo si se trata de un rayo de luz que de la formación de la mente humana.

Pide con frecuencia que el Poder supremo te libre permanentemente de todo miedo. Cada segundo que emplees en esa demanda contribuirá a librarte para siempre de la esclavitud del temor. La mente infinita no conoce miedo de ninguna clase, y el destino del hombre es acercarse cada día más a la Mente infinita.

Nosotros absorbemos el pensamiento o estado mental de aquellos con quienes estamos con mayor frecuencia o hacia quienes nos inclina con más fuerza nuestra simpatía. Así puede decirse que injertamos su mente en nuestra mente; y cuando su mente es inferior a la nuestra y no vive siquiera en el mismo plano que nosotros, entonces lo que hacemos con dicha absorción es cultivar un injerto de raza inferior que nos perjudicará muchísimo.

Asimismo, cuando sostenemos larga amistad con personas que no se inquietan por nada, que no aspiran a nada, que no alientan en la vida propósito formal alguno, que no tienen fe ni en sí mismas ni en los demás, nos ponemos en la corriente mental de la quiebra definitiva, de la caída sin remedio, hacia la cual correremos ya desde aquel punto indefectiblemente; porque al estar en estrecha asociación con dicha personas, por fuerza hemos de absorber su mentalidad, y una vez que la hemos absorbido pensamos ya como dichas personas piensan, y poco a poco nos hallaremos con que obramos del mismo modo que ellas obran, a pesar de que nuestras dotes mentales sean muy superiores y a pesar también de que antes obrásemos con gran discernimiento, Sin saber cómo, nos encontraremos con que nuestras acciones habrán perdido una gran parte de su antiguo valor.

Nuestra mente absorbe con toda seguridad la clase de ideas que están en contacto más inmediato con ella. Si nos ponemos en relación con personas afortunadas, absorberemos ideas de éxito y de triunfo. Los infelices o desgraciados, continuamente están exteriorizando las ideas de la falta de orden, e la carencia de todo método o sistema y también toda clase de pensamientos descorazonadores. Y si nuestra mente permanece en largo contacto con ellos, no hay duda que absorberá esos perjudiciales elementos, lo mismo que hace la esponja con el agua.

Para el más completo éxito de tus negocios o para el más rápido progreso de tu profesión es mucho mejor que no tengas intimidad muy estrecha con ninguna clase de mentalidades descuidadas o desordenadas. Cuando mentalmente cortes toda relación con los infelices y desgraciados, físicamente vivirás también separado de ellos, y al mismo tiempo entrarás en otra corriente mental que te pondrá en relación con gente más afortunada y más feliz.

Cuando no sepas qué hacer en algún negocio o en otro asunto cualquiera, cuando no tengas tomada una determinación bien correcta, lo mejor es que esperes, que no hagas nada; aleja de tu mente cuanto puedas la preocupación de ello, que no por eso ha de perder fuerza tu propósito, pues mientras esperas vas acumulando fuerzas que poner al servicio de ese mismo propósito. La resolución que esperas ha de venir del Poder supremo, y algún día vendrá a ti en forma de una idea nueva, de una aspiración, o bien en forma de acontecimiento no esperado y oportunísimo. Por eso puedo afirmar que no has perdido el tiempo mientras has esperado, pues además de la idea nueva o de la aspiración adquiridas tienes también lo que tu mente ha podido atraerse durante ese tiempo.

Cuando en alguna empresa ponemos toda nuestra confianza en uno o en varios individuos y no en el Poder supremo, nos colocamos fuera del camino que había de llevarnos al más completo éxito.

El verdadero éxito del hombre en la vida significa que, junto con las riquezas materiales, obtenga también una salud perfecta, con un aumento incesante en sus poderes para la realización de posibilidades que los hombres de hoy no pueden comprender.

No hables a nadie de tus negocios, de tus planes o de tus proyectos, ni de nada que pueda relacionarse con ellos, a menos que estés completamente seguro de que los tales desean tu fortuna, como tú la deseas. No hables a nadie que no haya de escucharte con la debida atención, pus cada una de las palabras que dijeres entonces sería fuerza enteramente perdida, malgastada, siendo muy pequeño el número de aquellos a quienes puedes hablar con provecho. En cambio, el buen deseo de una amigo verdadero, si te ha escuchado con buena voluntad solamente diez minutos, constituirá para ti una viviente fuerza activa, que te ayudará en tus propósitos, y hará no poco en tu favor. Y si tu propósito es razonable y es justo, no dudes que serás ayudado por aquellos que hayan merecido tu confianza; tu ser espiritual o tu sentido interno te dirá sobradamente quienes son los que la merezcan y quiénes no.

Cuando rectamente pides justicia para ti mismo, la pides también para todos los demás hombres; pero si consientes en ser dominado o engañado por los demás, sin protestar interna o externamente, te haces cómplice de la esclavitud y del engaño común.

Las personas que se entregan a una forma cualquiera de murmuración, de habladuría o de escándalo generan una fuerza especialmente productora de escándalo o murmuración, y los elementos que envían al espacio vuelven luego a ellas y las perjudica en el cuerpo y en la mente. Es mucho más provechoso hablar con los demás de cosas que han de producir bien, pues nunca hemos de olvidar que cada una de nuestras frases, cada uno de nuestros pensamientos expresado en palabras, es una fuerza espiritual que influye sobre nuestros semejantes en bien o en mal, según su índole.

Diez minutos gastados en maldecir de tu propia suerte o en maldecir a otros porque tienen más suerte que tú, significa que has gastado diez minutos de tu propia fuerza en perjudicar tu salud y tu fortuna. Cada pensamiento de envidia o de odio que envías a otra persona es una flecha que cruza el espacio y vuelve a ti para herirte mortalmente. El sentimiento de odio que experimentamos al ver a otros que se pasean en coche y que nadan en la abundancia representa una cantidad de fuerza mental gastada sin provecho, y no solamente esto, sino que con ello hemos contribuido a destruir nuestra propia felicidad y nuestra fortuna de mañana.

Si tal ha sido tu hábito mental predominante, no esperes poderlo modificar o corregir de una sola vez. Ya convencido del daño que te causa semejante modo mental, una fuerza nueva fluirá hacia ti que destruirá poco a poco tu vieja mentalidad y dará nacimiento a una mentalidad nueva, pero siempre ese cambio será lento y gradual.

La habitación más retirada y más íntima de tu casa es la más a propósito para servir de generador a tu propia fuerza espiritual, o sea la que ha de servir para la construcción de tu nuevo YO. Si todas las cosas de tu cuarto están en desorden, si cuando buscas o necesitas un objeto cualquiera no lo hallas nunca a mano, es indicio de que tu mente está en la misma condición desordenada, y en consecuencia, cuando tu mente haya de ejercer su acción sobre los demás, para el desenvolvimiento de tus proyectos, su acción será mucho menos eficaz y menos positiva en virtud de su estado de desorden y de su constitución excesivamente desorganizada.

El estado de mal humor y el e autodesconfianza constituyen una verdadera enfermedad. La mente que se halla sujeta a esos estados en un grado cualquiera, en ese mismo grado se puede decir que es una mente enferma. La mente enferma hace el cuerpo enfermo. Existen en gran número verdaderos enfermos que no guardan cama. Cuando estés de mal humor, piensa que tu mente está enferma, y pide con sincero deseo que tu mente sane.

Cuando te dices a ti mismo: “Voy a hacer una visita agradable, o voy a pasar un buen día de campo”, lo que haces en verdad es enviar delante de tu cuerpo los elementos que han de arreglar las cosas de manera que te sea agradable la proyectada visita o la salida al campo. Si antes de la visita o de la salida al campo te hallas de mal humor o bien bajo el temor o la aprensión de que algo desagradable ha de suceder, no hay duda que envías delante de tus pasos elementos o agentes invisibles que habrán de producirte molestia disgusto.

La naturaleza de nuestros pensamientos, o sea nuestro estado mental, es la que determina por adelantado el bien o el mal de las cosas que han de sucedernos. Pero a medida que se produzca con mayor frecuencia en nosotros aquel estado mental, tendremos menos necesidad de provocarlo artificialmente, hasta que por último se producirá por sí solo, pues llegará a convertirse en una parte de nuestra propia naturaleza, y ya entonces ni podremos salir de él ni podremos evitar que se produzca.

Nuestro YO verdadero es el que no podemos ver, ni oír, ni tocar con nuestros sentidos físicos: la Mente. El cuerpo no es más que su instrumento para poder obrar en el mundo sensible y visible. Podemos afirmar que estamos constituidos por un conjunto de fuerzas a las que damos el nombre de pensamientos. Cuando esos pensamientos son malos o están fuera de sazón nos traen solamente dolor y toda clase de infortunios, por tanto hemos de ir cambiando esos malos pensamientos por otros cada vez mejores, para lo cual basta formular el ardiente deseo de que fluya sobre nosotros una corriente de orden superior, con lo que es seguro que vendrá, haciéndonos siempre más felices, más afortunados, más sanos y más alegres.

En realidad no cesa nunca el hombre de hallarse en el verdadero estado de oración; pero el que esto escribe no entiende por oración ninguna clase de fórmula de palabras. La persona cuya mentalidad esté constantemente de cara al lado oscuro de la vida y reviva todos los días en los infortunios y en las desgracias del pasado, lo que hace es rogar para que otras desgracias y otros infortunios se produzcan en lo futuro; y si al mirar hacia delante esa misma persona no sabe ver más que negruras y tristezas, ruega también para que tales tristezas y negruras se produzcan, las cuales, dadas esas condiciones, no dejarán con toda seguridad de producirse.

Tú no llevas contigo tu cuerpo solamente, sino que, lo que es de mucha mayor importancia, llevas también por todas partes donde vas tu pensamiento o modo mental, y este modo mental o pensamiento, por más que hables muy poco y aun nada, ejercerá sobre los demás una impresión que te será propicia o contraria, y, en la medida en que influya sobre las demás mentalidades, producirá resultados que te serán favorables o desfavorables, de conformidad con su propia naturaleza o carácter.

Lo que piensas es de mucha mayor importancia que lo que dices o haces, pues tu pensamiento ni un solo segundo suspende su acción sobre los otros o sobre las cosas en que se fija por más o menos tiempo.

El pensamiento o modo mental más provechoso para ti y de resultados más permanentes es el deseo de ser justo y bueno. Este deseo no se funda en ningún sentimiento, según generalmente se cree, sino en una verdadera creencia; la índole de tu mentalidad determinará en torno de ti los sucesos conforme a la misma, con tanta y aún con mayor exactitud que el estado de la atmósfera determina la lluvia o el tiempo seco.

Ser justo es atraerte la justicia y la felicidad perdurable. Conviene que experimentes esto por ti mismo. Sin embargo, ser justo no consiste en hacer lo que otros dicen o piensan que es justo. Si no tienes una guía propiamente tuya para el bien y el mal, lo que haces es obrar de conformidad con el criterio de los demás.

Tu mentalidad está continuamente influyendo o actuando sobre otras mentalidades, ya en sentido favorable, ya en sentido desfavorable para ti, esté tu cuerpo dormido o esté despierto. Tu verdadero YO, tomando la forma de un pensamiento, viaja y atraviesa el espacio mucho más rápidamente que la electricidad. Y aún puede afirmarse que mientras tu cuerpo se halla bajo la acción del sueño, tu mente está en las mejores condiciones para la adquisición de sus más exquisitas cualidades, y así también, si te entregas al sueño con el pecho lleno de angustia o el alma de desesperación, tu mentalidad se verá arrastrada; durante tu estado de inconsciencia física, a los dominios altamente perjudiciales de la desesperación y de la angustia, lo cual te atraerá primero los elementos y después la realidad del mal éxito y del fracaso que son el resultado inevitable de todos los estados de angustias y desesperación.

La mejor garantía de salud la hallamos implícita en aquel sabio consejo que leemos en la Biblia: “No permitas que el sol se ponga sobre tu ira”. Todo modo mental trae a nuestra carne, a nuestros huesos y a nuestra sangre elementos o condiciones de vida análogos a su propio carácter. Las personas que año tras año viven tristes y descorazonadas están adhiriendo continuamente a su cuerpo continuamente a su cuerpo los elementos de tristeza y de la falta de fe en sí mismas, cuyos malos resultados no es fácil después destruir.

La costumbre o hábito de la impaciencia debilita más cuerpos y mata más personas de lo que se suele creer. Si por la mañana al levantarte te vistes precipitadamente y te atas el cordón de los zapatos de cualquier modo para acabar antes, te pones en condiciones propicias para vivir en un perjudicial estado de impaciencia durante todo el día. Lo que has de hacer entonces es rogar al Supremo para que te saque de aquella perniciosa corriente mental y te ponga en condiciones hábiles para entrar en la corriente de reposo. Si te entregas a los negocios en ese estado de impaciencia mental, irás a pura pérdida. El poder para mantener tu cuerpo siempre fuerte y vigoroso, el poder para ejercer tu influencia sobre aquellas personas que merecen sufrirla, el poder del éxito en todas tus empresas, no proceden sino de ese estado descansante de la mente, el cual, mientras tu cuerpo trabaja poco o nada, permite al espíritu ver en entera claridad lo que ha de venir.

Si cuando te despiertas por la mañana, seas hombre o mujer, te pones a considerar todo lo que has de hacer durante el día y te sientes ya lleno de impaciencia o angustia por los cuidados de la casa que dependen de ti, por las cartas que has de escribir, por las cosas que has de hacer, siéntate siquiera treinta segundos y piensa o pronuncia en voz alta estas palabras: “No quiero dejarme arrollar, ni quiero que mi espíritu se deje arrastrar por tantas obligaciones juntas. Ahora procederé a hacer una cosa, una cosa sola, y dejaré que todas las demás aguarden mientras no haya terminado la primera”. Así pones de tu parte todas las probabilidades de que la cosa que haces quede bien hecha, y si haces bien la primera, lo más probable es que hagas igualmente bien todas las otras. Por lo demás, la corriente mental que te atraes con este continuado ejercicio te pondrá en relación con personas que te han de servir y te serán de mayor provecho que todas aquellas de que te verías rodeado si predominase en ti el estado mental de la impaciencia.

Todos los hombres creemos hoy día en gran número de mentiras; es ésta una creencia inconsciente, que no se nos ha demostrado el error. Así obramos y vivimos de conformidad con este error inconsciente, y los dolores y las miserias que padecemos no son otra cosa que el resultado de esta creencia errónea.

Pidamos, pues, todos los días que nos sea concedida la capacidad necesaria para descubrir nuestras falsas creencias, y no hemos de descorazonarnos si descubrimos que se albergan en nosotros mayor número de errores de lo que creíamos, teniendo en cuenta que no todos pueden ser descubiertos y corregidos de golpe.

No tomes nunca el sentimiento de fatiga o de profunda languidez que se produzca a veces en ti por síntoma infalible de enfermedad; no es sino que tu mente pide descansar de alguna muy prolongada o muy rutinaria ocupación.

Si tienes indispuesto el estómago, haz de ello responsable a tu mente, diciéndote ti mismo: “La desagradable sensación que ahora experimento procede de un error de mi propia mentalidad”. Si te sientes débil o nervioso, no achaques a tu cuerpo la culpa, siendo mucho mejor que pienses o digas: “Ello se debe a un estado especial de mi mente, el cual es causa de esta dolencia de carácter físico, por lo cual pido al Supremo que me libere de ese estado y que determine en mí otro estado mejor”. Si crees que alguna medicina ha de producirte un bien positivo, tómala sin reparo alguno, pero piensa mientras la tomas y después de tomarla: “Esta medicina la tomo no para curar mi cuerpo, sino para la curación de mi espíritu”.

El niño que ves a tu lado no es otra cosa que una mentalidad que habiendo perdido el cuerpo que usó en una existencia física anterior –viviendo quizás en otro país y hasta perteneciendo a otra raza-, ha adquirido un cuerpo nuevo, como ha hecho repetidamente cada uno de nosotros.

Cuida de que tu hijo no piense nunca primeramente en sí mismo, pues si ése llegase a ser su hábito mental, los demás lo sentirán perfectamente y se acostumbrarán a considerarlo, cuando niño primero y cuando persona mayor después, como un hombre de muy poco valor.

Nada perjudica tanto al individuo como el desprecio de sí mismo, y no son pocos los niños que han visto destruida su existencia nada más que por habérseles estado regañando y riñendo año tras año hasta hacerles creer que eran seres despreciables y sin ningún valor.

Educa a tus hijos de manera que en todos sus planes y en todos sus propósitos tengan siempre plena confianza en el buen éxito. Y esto exactamente haremos con nosotros mismos, pues no somos sino verdaderos niños, aunque con un cuerpo físico algunos años más viejo que el suyo.

Hoy por hoy no tenemos más que una idea muy vaga de lo que la vida es y significa en realidad, y aún menos de las posibilidades que reserva para nuestro bien. Uno de los poderes de la vida relativamente perfecta que la humanidad disfrutará en los tiempos futuros consiste en la conservación de un cuerpo físico tan largo tiempo como la mente o el espíritu deseen, cuerpo que estará por completo libre de enfermedad y de dolor, y el cual, además podrá tomar o dejar según le plazca.

Decir una cosa cualquiera: “debe hacerse” es lo mismo que exteriorizar y poner en acción una invisible y poderosa fuerza para que la cosa se haga. Mientras nuestra mente o espíritu se halle de acuerdo con el modo que significa el debe hacerse –tengamos presente en la imaginación la cosa a que aspiramos o no-, la fuerza puesta en movimiento no cesa un punto su acción hasta conseguir que la cosa quede hecha. En lo que hemos de poner gran cuidado es en fijar bien el punto o el objeto en que ha de aplicar su acción el debe hacerse, pues de otro modo podría traernos los más terribles resultados, y nos los trae con mucha frecuencia actualmente.

En todos tus propósitos y aspiraciones has de poner entera confianza en el Poder supremo y en la Sabiduría infinita. La cosa que más desees puede convertirse para ti en un verdadero castigo. Conviene, pues, mantenernos en el estado mental que significa: “Existe un Poder que conoce mucho mejor que yo lo que ha de procurarme la felicidad perdurable. Si mi deseo no es para mi bien, que Él no permita que se cumpla, y así saldré ganando en ello”.

Si concedes pensamientos de simpatía a todos aquellos que los solicitan, es seguro que te quedará muy poca energía para ayudarte a ti mismo. Es necesario poner gran cuidado en la elección de aquellos en quienes depositemos nuestro amor y nuestro pensamiento. Uno puede ayudarnos a subir a lo más alto, y otro puede hundirnos en lo más hondo. Pidamos, pues, la sabiduría necesaria para conocer quién merece nuestra amistad más íntima y quién no.

Siendo como somos cada uno de nosotros una parte del Poder supremo, bien podemos estimarnos cada cual como la parte mejor y más perfecta de ese Todo, sin que nadie nos iguale y aún menos nos exceda en la expresión de nuestros especiales poderes mentales o cualidades de inteligencia. En el porvenir el hombre mandará como dueño absoluto en el mundo de su mentalidad, así que cometerías un gran pecado en contra de ti mismo si te degradases o envilecieses delante de los demás, siquiera fuese mentalmente.

Idolatría es la ciega adoración de algo o de alguien que no es la Fuerza infinita, única Fuerza de la cual podemos sacar la energía vital y la inspiración que son fuente de la vida verdadera.

El pensamiento de una mujer que fluya con simpatía y con amor hacia la mentalidad de un hombre, y cuyas aspiraciones y deseos sean iguales o superiores a los suyos, constituirá para él una fuente inagotable de salud corporal y de potencia intelectiva. El pensamiento femenino que así fortalece la inteligencia del hombre es un elemento tan real como las cosas que tocamos con la mano. Si tienes por compañera o piensas mucho en una mujer que es mentalmente inferior a ti, no hay duda que tu inteligencia se oscurecerá y hasta es posible que tu salud física padezca mucho, perdiendo gran parte de tus propios poderes.

Seas hombre o mujer, tu vida no será completa y no progresarás rápidamente hacia los más altos y más perfectos poderes mientras no logres reunirte al ser que ha de constituir tu complemento eterno y espiritual, el cual habrás de hallar siempre en el sexo opuesto.

En el acto de comer y de beber, acordémonos siempre de que con cada bocado y cada sorbo ingerimos también elementos espirituales de conformidad con el modo mental en que nos hallemos mientras estamos sentados a la mesa. Así, conviene que estés alegre y lleno de confianza en ti mismo y en tus empresas mientras comas y bebas, y si acaso no puedes, por el motivo que sea, determinar fácilmente en ti ese estado mental, pide al Poder supremo la fuerza necesaria para lograrlo. Pedir noche y día al Poder supremo la más alta y más perfecta sabiduría –que es el mayor de los bienes y la más duradera de las felicidades-, reconociendo en tu demanda o petición la superioridad indiscutible de la Sabiduría eterna sobre tu propia sabiduría, es lo mismo que ponerte con toda certeza en la corriente espiritual de la mayor y más robusta salud física y mental. Porque entonces una nueva y más poderosa corriente de ideas empieza a afluir sobre ti, y ella poco a poco te irá sacando de tus errores y te pondrá en el camino de la verdad. Esta nueva corriente de ideas te irá poniendo de un modo gradual en los más distintos medios de vida y en relación con la mayor diversidad de personas, hasta que, finalmente, con el ser que ha de constituir tu verdadero y eterno complemento.



💗




No hay comentarios:

Publicar un comentario