Pido al lector
que, antes de empezar la lectura del último capítulo de mi obra, procure
ponerse en el estado mental de simpatía con las ideas en él expuestas, de
conformidad con los que llevo dicho hasta aquí, única manera de sacar algún
provecho de todas las enseñanzas recibidas.
Las ideas
contenidas en este último capítulo de la obra vienen a ser algo así como un
resumen de todos mis escritos hasta el día presente. De nuevo voy a llamar la
atención de mis lectores sobre las principales verdades que llevo expuestas,
pues en el grado de conocimiento a que hemos llegado y sobre todo teniendo en
cuenta el medio en que vivimos será de gran provecho de vez en cuando recordar
el fundamento de lo que queda escrito y refrescar el conocimiento de leyes que
son demasiado nuevas para los hombres de hoy. Estamos tan acostumbrados a
nuestros antiguos y pésimos métodos mentales, que, en medio de los cuidados de
nuestra vida cotidiana y de los negocios que absorben toda nuestra atención,
muy fácilmente olvidamos la eficacia de las leyes espirituales, aun estando
convencidos firmemente de su verdad.
Ninguno de los
hombres de hoy puede esperar que de un solo golpe entre en su mente toda la
Creencia, y mucho menos cambiar radicalmente su modo de vivir de una sola vez.
Aunque convencidos enteramente de la verdad de las enseñanzas recibidas,
siempre queda en nosotros una parte no sometida que se resiste y es hostil a
aquellas verdades. Esta parte de nuestro ser es la mente material o mente del
cuerpo.
Existe un poder
supremo que llena todo el universo y predomina en él. Cada uno de nosotros es
una parte de este Poder.
Y como parte que
somos de este Poder, tenemos la facultad, por medio de la plegaria o demanda y
del constante y ardentísimo deseo, de atraernos cada día más las cualidades
propias y características de este Poder.
Todo pensamiento
es una real cosa y es una fuerza. (Repitamos esta frase con la
mayor frecuencia que nos sea posible.)
Todo pensamiento
nuestro constituye en realidad, para nuestro bien o para nuestro mal, algo que
se desarrollará inmediatamente o en lo futuro.
Preguntar a uno
lo que está pensando en determinado momento, preguntarle si llenan su mente
pensamientos de alegría o de tristeza, si piensa bien o mal de los demás, es lo
mismo que preguntarle: “¿Qué estás haciendo para tu vida de mañana? ¿Cómo será
tu existencia futura?
Si estás
obligado hoy a vivir en una casa pobre, o a comer alimentos de calidad
inferior, o a vivir entre gente grosera y vulgar, no te digas nunca a ti mismo
que haya de ser siempre así. Antes al contrario, no dejes un punto de esperar
que tu situación mejore; vive mentalmente en el mejor palacio que puedas
imaginar, figúrate que comes en la más espléndida de las mesas y que estás
siempre entre gente distinguida y bien educada. Cuando logres que ese estado
mental persista en ti, no dudes de que todas tus fuerzas se dirigirán hacia la
mejora de tu situación social. Sé rico en espiritualidad, en imaginación, y es
seguro que alguna vez serás rico también en cosas materiales. El modo mental en
que vivimos hoy, sea rastrero o sea noble, es el que constituye, de conformidad
con su propia naturaleza, las condiciones físicas de nuestra vida futura.
La misma ley
rige para la formación y la perfección del cuerpo; por lo cual, aunque
físicamente seamos hoy débiles y enfermizos, nos conviene imaginarnos, que
somos ágiles y fuertes.
No hemos de
poner nunca límites a nuestras posibilidades futuras. No hemos de decir jamás:
“Aquí he de pararme. Siempre estaré por debajo de ese o de aquel grande hombre.
Mi cuerpo se debilitará, decaerá y perecerá, porque en todos los tiempos
pasados los cuerpos de los hombres se han debilitado y han perecido”.
No hemos de
decir nunca tampoco: “Mis poderes y mis talentos son muy medianos, apenas si
llegan a los de orden más corriente. Yo viviré y moriré como millones y
millones de hombres han vivido y han muerto antes que yo”.
Cuando
formulamos estos pensamientos o bien otros semejantes, como inconscientemente,
hacen infinidad de hombres, nos hacemos a nosotros mismos prisioneros de una
gran mentira, atrayéndonos los males y los dolores que son el producto natural
de toda mentira, y con ello también encadenamos nuestra aspiración y la
imposibilitamos para obtener recursos superiores al estado presente de los
conocimientos del mundo, poniendo una barrera infranqueable entre nosotros y la
verdad más elevada y noble.
Cada hombre y
cada mujer posee, en estado latente, alguna capacidad, alguna forma de talento
distinta de las que poseen los demás hombres y las demás mujeres. No hay dos
mentalidades exactamente iguales, pues la Fuerza infinita toma en su expresión
externa una variedad infinita de formas, lo mismo si se trata de un rayo de luz
que de la formación de la mente humana.
Pide con
frecuencia que el Poder supremo te libre permanentemente de todo miedo.
Cada segundo que emplees en esa demanda contribuirá a librarte para siempre de
la esclavitud del temor. La mente infinita no conoce miedo de ninguna clase, y
el destino del hombre es acercarse cada día más a la Mente infinita.
Nosotros
absorbemos el pensamiento o estado mental de aquellos con quienes estamos con
mayor frecuencia o hacia quienes nos inclina con más fuerza nuestra simpatía.
Así puede decirse que injertamos su mente en nuestra mente; y cuando su mente
es inferior a la nuestra y no vive siquiera en el mismo plano que nosotros,
entonces lo que hacemos con dicha absorción es cultivar un injerto de raza
inferior que nos perjudicará muchísimo.
Asimismo, cuando
sostenemos larga amistad con personas que no se inquietan por nada, que no
aspiran a nada, que no alientan en la vida propósito formal alguno, que no
tienen fe ni en sí mismas ni en los demás, nos ponemos en la corriente mental
de la quiebra definitiva, de la caída sin remedio, hacia la cual correremos ya
desde aquel punto indefectiblemente; porque al estar en estrecha asociación con
dicha personas, por fuerza hemos de absorber su mentalidad, y una vez que la
hemos absorbido pensamos ya como dichas personas piensan, y poco a poco nos
hallaremos con que obramos del mismo modo que ellas obran, a pesar de que
nuestras dotes mentales sean muy superiores y a pesar también de que antes
obrásemos con gran discernimiento, Sin saber cómo, nos encontraremos con que
nuestras acciones habrán perdido una gran parte de su antiguo valor.
Nuestra mente
absorbe con toda seguridad la clase de ideas que están en contacto más
inmediato con ella. Si nos ponemos en relación con personas afortunadas,
absorberemos ideas de éxito y de triunfo. Los infelices o desgraciados,
continuamente están exteriorizando las ideas de la falta de orden, e la
carencia de todo método o sistema y también toda clase de pensamientos
descorazonadores. Y si nuestra mente permanece en largo contacto con ellos, no
hay duda que absorberá esos perjudiciales elementos, lo mismo que hace la
esponja con el agua.
Para el más
completo éxito de tus negocios o para el más rápido progreso de tu profesión es
mucho mejor que no tengas intimidad muy estrecha con ninguna clase de
mentalidades descuidadas o desordenadas. Cuando mentalmente cortes toda
relación con los infelices y desgraciados, físicamente vivirás también separado
de ellos, y al mismo tiempo entrarás en otra corriente mental que te pondrá en
relación con gente más afortunada y más feliz.
Cuando no sepas
qué hacer en algún negocio o en otro asunto cualquiera, cuando no tengas tomada
una determinación bien correcta, lo mejor es que esperes, que no hagas nada;
aleja de tu mente cuanto puedas la preocupación de ello, que no por eso ha de
perder fuerza tu propósito, pues mientras esperas vas acumulando fuerzas que
poner al servicio de ese mismo propósito. La resolución que esperas ha de venir
del Poder supremo, y algún día vendrá a ti en forma de una idea nueva, de una
aspiración, o bien en forma de acontecimiento no esperado y oportunísimo. Por
eso puedo afirmar que no has perdido el tiempo mientras has esperado, pues
además de la idea nueva o de la aspiración adquiridas tienes también lo que tu
mente ha podido atraerse durante ese tiempo.
Cuando en alguna
empresa ponemos toda nuestra confianza en uno o en varios individuos y no en el
Poder supremo, nos colocamos fuera del camino que había de llevarnos al más
completo éxito.
El verdadero
éxito del hombre en la vida significa que, junto con las riquezas materiales,
obtenga también una salud perfecta, con un aumento incesante en sus poderes
para la realización de posibilidades que los hombres de hoy no pueden
comprender.
No hables a
nadie de tus negocios, de tus planes o de tus proyectos, ni de nada que pueda
relacionarse con ellos, a menos que estés completamente seguro de que los tales
desean tu fortuna, como tú la deseas. No hables a nadie que no haya de
escucharte con la debida atención, pues cada una de las palabras que dijeres
entonces sería fuerza enteramente perdida, malgastada, siendo muy pequeño el
número de aquellos a quienes puedes hablar con provecho. En cambio, el buen
deseo de una amigo verdadero, si te ha escuchado con buena voluntad solamente
diez minutos, constituirá para ti una viviente fuerza activa, que te ayudará en
tus propósitos, y hará no poco en tu favor. Y si tu propósito es razonable y es
justo, no dudes que serás ayudado por aquellos que hayan merecido tu confianza;
tu ser espiritual o tu sentido interno te dirá sobradamente quienes son los que
la merezcan y quiénes no.
Cuando
rectamente pides justicia para ti mismo, la pides también para todos los demás
hombres; pero si consientes en ser dominado o engañado por los demás, sin
protestar interna o externamente, te haces cómplice de la esclavitud y del
engaño común.
Las personas que
se entregan a una forma cualquiera de murmuración, de habladuría o de escándalo
generan una fuerza especialmente productora de escándalo o murmuración, y los
elementos que envían al espacio vuelven luego a ellas y las perjudica en el cuerpo
y en la mente. Es mucho más provechoso hablar con los demás de cosas que han de
producir bien, pues nunca hemos de olvidar que cada una de nuestras frases,
cada uno de nuestros pensamientos expresado en palabras, es una fuerza
espiritual que influye sobre nuestros semejantes en bien o en mal, según su
índole.
Diez minutos
gastados en maldecir de tu propia suerte o en maldecir a otros porque tienen
más suerte que tú, significa que has gastado diez minutos de tu propia fuerza
en perjudicar tu salud y tu fortuna. Cada pensamiento de envidia o de odio que
envías a otra persona es una flecha que cruza el espacio y vuelve a ti para
herirte mortalmente. El sentimiento de odio que experimentamos al ver a otros
que se pasean en coche y que nadan en la abundancia representa una cantidad de
fuerza mental gastada sin provecho, y no solamente esto, sino que con ello
hemos contribuido a destruir nuestra propia felicidad y nuestra fortuna de
mañana.
Si tal ha sido
tu hábito mental predominante, no esperes poderlo modificar o corregir de una
sola vez. Ya convencido del daño que te causa semejante modo mental, una fuerza
nueva fluirá hacia ti que destruirá poco a poco tu vieja mentalidad y dará
nacimiento a una mentalidad nueva, pero siempre ese cambio será lento y
gradual.
La habitación
más retirada y más íntima de tu casa es la más a propósito para servir de
generador a tu propia fuerza espiritual, o sea la que ha de servir para la
construcción de tu nuevo YO. Si todas las cosas de tu cuarto están en desorden,
si cuando buscas o necesitas un objeto cualquiera no lo hallas nunca a mano, es
indicio de que tu mente está en la misma condición desordenada, y en
consecuencia, cuando tu mente haya de ejercer su acción sobre los demás, para
el desenvolvimiento de tus proyectos, su acción será mucho menos eficaz y menos
positiva en virtud de su estado de desorden y de su constitución excesivamente
desorganizada.
El estado de mal
humor y el de autodesconfianza constituyen una verdadera enfermedad. La mente
que se halla sujeta a esos estados en un grado cualquiera, en ese mismo grado
se puede decir que es una mente enferma. La mente enferma hace el cuerpo
enfermo. Existen en gran número verdaderos enfermos que no guardan cama. Cuando
estés de mal humor, piensa que tu mente está enferma, y pide con sincero deseo
que tu mente sane.
Cuando te dices
a ti mismo: “Voy a hacer una visita agradable, o voy a pasar un buen día de
campo”, lo que haces en verdad es enviar delante de tu cuerpo los elementos que
han de arreglar las cosas de manera que te sea agradable la proyectada visita o
la salida al campo. Si antes de la visita o de la salida al campo te hallas de
mal humor o bien bajo el temor o la aprensión de que algo desagradable ha de
suceder, no hay duda que envías delante de tus pasos elementos o agentes
invisibles que habrán de producirte molestia disgusto.
La naturaleza de
nuestros pensamientos, o sea nuestro estado mental, es la que determina por
adelantado el bien o el mal de las cosas que han de sucedernos. Pero a medida
que se produzca con mayor frecuencia en nosotros aquel estado mental, tendremos
menos necesidad de provocarlo artificialmente, hasta que por último se
producirá por sí solo, pues llegará a convertirse en una parte de nuestra
propia naturaleza, y ya entonces ni podremos salir de él ni podremos evitar que
se produzca.
Nuestro YO
verdadero es el que no podemos ver, ni oír, ni tocar con nuestros sentidos
físicos: la Mente. El cuerpo no es más que su instrumento para poder obrar en
el mundo sensible y visible. Podemos afirmar que estamos constituidos por un
conjunto de fuerzas a las que damos el nombre de pensamientos. Cuando esos
pensamientos son malos o están fuera de sazón nos traen solamente dolor y toda
clase de infortunios, por tanto hemos de ir cambiando esos malos pensamientos
por otros cada vez mejores, para lo cual basta formular el ardiente deseo de
que fluya sobre nosotros una corriente de orden superior, con lo que es seguro
que vendrá, haciéndonos siempre más felices, más afortunados, más sanos y más
alegres.
En realidad no
cesa nunca el hombre de hallarse en el verdadero estado de oración; pero el que
esto escribe no entiende por oración ninguna clase de fórmula de palabras. La
persona cuya mentalidad esté constantemente de cara al lado oscuro de la vida y
reviva todos los días en los infortunios y en las desgracias del pasado, lo que
hace es rogar para que otras desgracias y otros infortunios se produzcan en lo
futuro; y si al mirar hacia delante esa misma persona no sabe ver más que
negruras y tristezas, ruega también para que tales tristezas y negruras se
produzcan, las cuales, dadas esas condiciones, no dejarán con toda seguridad de
producirse.
Tú no llevas
contigo tu cuerpo solamente, sino que, lo que es de mucha mayor importancia,
llevas también por todas partes donde vas tu pensamiento o modo mental, y este
modo mental o pensamiento, por más que hables muy poco y aun nada, ejercerá
sobre los demás una impresión que te será propicia o contraria, y, en la medida
en que influya sobre las demás mentalidades, producirá resultados que te serán
favorables o desfavorables, de conformidad con su propia naturaleza o carácter.
Lo que piensas
es de mucha mayor importancia que lo que dices o haces, pues tu pensamiento ni
un solo segundo suspende su acción sobre los otros o sobre las cosas en que se
fija por más o menos tiempo.
El pensamiento o
modo mental más provechoso para ti y de resultados más permanentes es el deseo
de ser justo y bueno. Este deseo no se funda en ningún sentimiento, según
generalmente se cree, sino en una verdadera creencia; la índole de tu
mentalidad determinará en torno de ti los sucesos conforme a la misma, con
tanta y aún con mayor exactitud que el estado de la atmósfera determina la
lluvia o el tiempo seco.
Ser justo es atraerte la justicia y la felicidad perdurable. Conviene que experimentes esto por ti mismo. Sin embargo, ser justo no consiste en hacer lo que otros dicen o piensan que es justo. Si no tienes una guía propiamente tuya para el bien y el mal, lo que haces es obrar de conformidad con el criterio de los demás.
Tu mentalidad
está continuamente influyendo o actuando sobre otras mentalidades, ya en
sentido favorable, ya en sentido desfavorable para ti, esté tu cuerpo dormido o
esté despierto. Tu verdadero YO, tomando la forma de un pensamiento, viaja y
atraviesa el espacio mucho más rápidamente que la electricidad. Y aún puede
afirmarse que mientras tu cuerpo se halla bajo la acción del sueño, tu mente
está en las mejores condiciones para la adquisición de sus más exquisitas
cualidades, y así también, si te entregas al sueño con el pecho lleno de
angustia o el alma de desesperación, tu mentalidad se verá arrastrada; durante
tu estado de inconsciencia física, a los dominios altamente perjudiciales de la
desesperación y de la angustia, lo cual te atraerá primero los elementos y
después la realidad del mal éxito y del fracaso que son el resultado inevitable
de todos los estados de angustias y desesperación.
La mejor
garantía de salud la hallamos implícita en aquel sabio consejo que leemos en la
Biblia: “No permitas que el sol se ponga sobre tu ira”. Todo modo
mental trae a nuestra carne, a nuestros huesos y a nuestra sangre elementos o
condiciones de vida análogos a su propio carácter. Las personas que año tras
año viven tristes y descorazonadas están adhiriendo continuamente a su cuerpo
continuamente a su cuerpo los elementos de tristeza y de la falta de fe en sí
mismas, cuyos malos resultados no es fácil después destruir.
La costumbre o
hábito de la impaciencia debilita más cuerpos y mata más personas de lo que se
suele creer. Si por la mañana al levantarte te vistes precipitadamente y te
atas el cordón de los zapatos de cualquier modo para acabar antes, te pones en
condiciones propicias para vivir en un perjudicial estado de impaciencia
durante todo el día. Lo que has de hacer entonces es rogar al Supremo para que
te saque de aquella perniciosa corriente mental y te ponga en condiciones
hábiles para entrar en la corriente de reposo. Si te entregas a los negocios en
ese estado de impaciencia mental, irás a pura pérdida. El poder para mantener
tu cuerpo siempre fuerte y vigoroso, el poder para ejercer tu influencia sobre
aquellas personas que merecen sufrirla, el poder del éxito en todas tus
empresas, no proceden sino de ese estado descansante de la mente, el cual,
mientras tu cuerpo trabaja poco o nada, permite al espíritu ver en entera
claridad lo que ha de venir.
Si cuando te
despiertas por la mañana, seas hombre o mujer, te pones a considerar todo lo
que has de hacer durante el día y te sientes ya lleno de impaciencia o angustia
por los cuidados de la casa que dependen de ti, por las cartas que has de
escribir, por las cosas que has de hacer, siéntate siquiera treinta segundos y
piensa o pronuncia en voz alta estas palabras: “No quiero dejarme arrollar, ni
quiero que mi espíritu se deje arrastrar por tantas obligaciones juntas. Ahora
procederé a hacer una cosa, una cosa sola, y dejaré que todas las demás
aguarden mientras no haya terminado la primera”. Así pones de tu parte todas
las probabilidades de que la cosa que haces quede bien hecha, y si haces bien
la primera, lo más probable es que hagas igualmente bien todas las otras. Por
lo demás, la corriente mental que te atraes con este continuado ejercicio te
pondrá en relación con personas que te han de servir y te serán de mayor
provecho que todas aquellas de que te verías rodeado si predominase en ti el
estado mental de la impaciencia.
Todos los
hombres creemos hoy día en gran número de mentiras; es ésta una creencia
inconsciente, que no se nos ha demostrado el error. Así obramos y vivimos de
conformidad con este error inconsciente, y los dolores y las miserias que
padecemos no son otra cosa que el resultado de esta creencia errónea.
Pidamos, pues,
todos los días que nos sea concedida la capacidad necesaria para
descubrir nuestras falsas creencias, y no hemos de descorazonarnos si
descubrimos que se albergan en nosotros mayor número de errores de lo que
creíamos, teniendo en cuenta que no todos pueden ser descubiertos y corregidos
de golpe.
No tomes nunca
el sentimiento de fatiga o de profunda languidez que se produzca a veces en ti
por síntoma infalible de enfermedad; no es sino que tu mente pide descansar de
alguna muy prolongada o muy rutinaria ocupación.
Si tienes
indispuesto el estómago, haz de ello responsable a tu mente, diciéndote ti
mismo: “La desagradable sensación que ahora experimento procede de un error de
mi propia mentalidad”. Si te sientes débil o nervioso, no achaques a tu cuerpo
la culpa, siendo mucho mejor que pienses o digas: “Ello se debe a un estado
especial de mi mente, el cual es causa de esta dolencia de carácter físico, por
lo cual pido al Supremo que me libere de ese estado y que determine en mí otro
estado mejor”. Si crees que alguna medicina ha de producirte un bien positivo,
tómala sin reparo alguno, pero piensa mientras la tomas y después de tomarla:
“Esta medicina la tomo no para curar mi cuerpo, sino para la curación de mi
espíritu”.
El niño que ves
a tu lado no es otra cosa que una mentalidad que habiendo perdido el cuerpo que
usó en una existencia física anterior –viviendo quizás en otro país y hasta
perteneciendo a otra raza-, ha adquirido un cuerpo nuevo, como ha hecho
repetidamente cada uno de nosotros.
Cuida de que tu
hijo no piense nunca primeramente en sí mismo, pues si ése llegase a ser su
hábito mental, los demás lo sentirán perfectamente y se acostumbrarán a
considerarlo, cuando niño primero y cuando persona mayor después, como un
hombre de muy poco valor.
Nada perjudica
tanto al individuo como el desprecio de sí mismo, y no son pocos los niños que
han visto destruida su existencia nada más que por habérseles estado regañando
y riñendo año tras año hasta hacerles creer que eran seres despreciables y sin
ningún valor.
Educa a tus
hijos de manera que en todos sus planes y en todos sus propósitos tengan
siempre plena confianza en el buen éxito. Y esto exactamente haremos con
nosotros mismos, pues no somos sino verdaderos niños, aunque con un cuerpo
físico algunos años más viejo que el suyo.
Hoy por hoy no
tenemos más que una idea muy vaga de lo que la vida es y significa en realidad,
y aún menos de las posibilidades que reserva para nuestro bien. Uno de los
poderes de la vida relativamente perfecta que la humanidad disfrutará en los
tiempos futuros consiste en la conservación de un cuerpo físico tan largo
tiempo como la mente o el espíritu deseen, cuerpo que estará por completo libre
de enfermedad y de dolor, y el cual, además podrá tomar o dejar según le
plazca.
Decir una cosa
cualquiera: “debe hacerse” es lo mismo que exteriorizar y poner en acción una
invisible y poderosa fuerza para que la cosa se haga. Mientras nuestra mente o
espíritu se halle de acuerdo con el modo que significa el debe hacerse
–tengamos presente en la imaginación la cosa a que aspiramos o no-, la fuerza
puesta en movimiento no cesa un punto su acción hasta conseguir que la cosa
quede hecha. En lo que hemos de poner gran cuidado es en fijar bien el punto o
el objeto en que ha de aplicar su acción el debe hacerse, pues de otro modo
podría traernos los más terribles resultados, y nos los trae con mucha
frecuencia actualmente.
En todos tus
propósitos y aspiraciones has de poner entera confianza en el Poder supremo y
en la Sabiduría infinita. La cosa que más desees puede convertirse para ti en
un verdadero castigo. Conviene, pues, mantenernos en el estado mental que
significa: “Existe un Poder que conoce mucho mejor que yo lo que ha de
procurarme la felicidad perdurable. Si mi deseo no es para mi bien, que Él no
permita que se cumpla, y así saldré ganando en ello”.
Si concedes
pensamientos de simpatía a todos aquellos que los solicitan, es seguro que te
quedará muy poca energía para ayudarte a ti mismo. Es necesario poner gran
cuidado en la elección de aquellos en quienes depositemos nuestro amor y
nuestro pensamiento. Uno puede ayudarnos a subir a lo más alto, y otro puede
hundirnos en lo más hondo. Pidamos, pues, la sabiduría necesaria para conocer
quién merece nuestra amistad más íntima y quién no.
Siendo como
somos cada uno de nosotros una parte del Poder supremo, bien podemos estimarnos
cada cual como la parte mejor y más perfecta de ese Todo, sin que nadie nos
iguale y aún menos nos exceda en la expresión de nuestros especiales poderes
mentales o cualidades de inteligencia. En el porvenir el hombre mandará como
dueño absoluto en el mundo de su mentalidad, así que cometerías un gran pecado
en contra de ti mismo si te degradases o envilecieses delante de los demás,
siquiera fuese mentalmente.
Idolatría es la
ciega adoración de algo o de alguien que no es la Fuerza infinita, única Fuerza
de la cual podemos sacar la energía vital y la inspiración que son fuente de la
vida verdadera.
El pensamiento
de una mujer que fluya con simpatía y con amor hacia la mentalidad de un
hombre, y cuyas aspiraciones y deseos sean iguales o superiores a los suyos,
constituirá para él una fuente inagotable de salud corporal y de potencia
intelectiva. El pensamiento femenino que así fortalece la inteligencia del
hombre es un elemento tan real como las cosas que tocamos con la mano. Si
tienes por compañera o piensas mucho en una mujer que es mentalmente inferior a
ti, no hay duda que tu inteligencia se oscurecerá y hasta es posible que tu
salud física padezca mucho, perdiendo gran parte de tus propios poderes.
Seas hombre o mujer, tu vida no será completa y no progresarás rápidamente hacia los más altos y más perfectos poderes mientras no logres reunirte al ser que ha de constituir tu complemento eterno y espiritual, el cual habrás de hallar siempre en el sexo opuesto.
En el acto de
comer y de beber, acordémonos siempre de que con cada bocado y cada sorbo
ingerimos también elementos espirituales de conformidad con el modo mental en
que nos hallemos mientras estamos sentados a la mesa. Así, conviene que estés
alegre y lleno de confianza en ti mismo y en tus empresas mientras comas y
bebas, y si acaso no puedes, por el motivo que sea, determinar fácilmente en ti
ese estado mental, pide al Poder supremo la fuerza necesaria para
lograrlo. Pedir noche y día al Poder supremo la más alta y más perfecta
sabiduría –que es el mayor de los bienes y la más duradera de las
felicidades-, reconociendo en tu demanda o petición la superioridad
indiscutible de la Sabiduría eterna sobre tu propia sabiduría, es lo mismo que
ponerte con toda certeza en la corriente espiritual de la mayor y más robusta
salud física y mental. Porque entonces una nueva y más poderosa corriente de
ideas empieza a afluir sobre ti, y ella poco a poco te irá sacando de tus
errores y te pondrá en el camino de la verdad. Esta nueva corriente de ideas te
irá poniendo de un modo gradual en los más distintos medios de vida y en
relación con la mayor diversidad de personas, hasta que, finalmente, con el ser
que ha de constituir tu verdadero y eterno complemento.

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