sábado

LA COMUNIÓN DE LOS ESPÍRITUS Capítulo XXXIX de PRENTICE MULFORD




Es indudable que la palabra Espiritismo ha creado en torno determinadas asociaciones poco agradables, lo que hace que a muchas personas esa palabra les sugiera la idea de engaño y del fraude, acompañada de las insanias que resultan de un comercio continuado con ella, no atinando a ver por todas partes más que personas engañadas y que andan continuamente tras de los queridos espíritus evocados por los buenos oficios de algún médium. De todo esto y aun de muchísimo más puede ser fundadamente acusado el Espiritismo moderno; sin embargo, debajo de esa espuma formada por el engaño y la frivolidad se oculta el océano de la verdad infinita, del mismo modo que las aguas del mar están cubiertas constantemente por la espuma de sus olas.

Cuando alguien me pregunta: “¿Eres acaso espiritista?”, yo contesto casi siempre: “No”. Esto me ahorra un gran trabajo en el empeño de explicar y de hacer entender lo que yo creo y lo que yo no creo en lo referente a la comunicación entre el mundo visible y el mundo físicamente invisible.

Los escritos de Moisés y los demás profetas de la Biblia son considerados por nosotros como una recopilación de historias verdaderas; y en esas historias se hace repetidísima mención de seres que no pertenecen a nuestro mundo y que en las más variadas ocasiones y circunstancias sostuvieron relaciones con los hombres. La historia contenida en la Biblia abarca un período de algunos miles de años, y si tales comunicaciones fueron posibles entonces, ¿por qué no han de serlo ahora? Si hoy existen en la naturaleza las mismas fuerzas y elementos que entonces produjeron tales resultados ¿por qué no habrán de producirlos hoy si los pusiésemos en juego igualmente?

La mentalidad de toda persona que goza al presente de un cuerpo físico está unida o asociada con otras mentalidades que carecen de cuerpo material. El mentiroso atrae a sí espíritus mentirosos; el jugador atrae espíritus jugadores; la mujer que sufre por nada y se mata por tener la casa con una limpieza y un orden excesivos e innecesarios, tiene siempre la compañía invisible de algún espíritu enteramente igual al suyo y que sufre con ella. El borracho atrae a sí espíritus semejantes al suyo, quienes aún alimentan su vicio y lo estimulan a él; el hombre dado enteramente a los negocios está siempre rodeado de mentalidades sin cuerpo material que tienen sus mismas aficiones; el artista tiene también sus seguidores de los mismos gustos que él. Aquellos, pues, que deseen poseer la más elevada de las ciencias y quieran vivir rodeados de las mejores comodidades, atraerán a sí mentes sin cuerpo físico del todo conformes con sus deseos y sus creencias. En este orden de hechos, siempre nos atraeremos lo que está más acorde con nuestra propia manera de ser.

Ignorar todas estas cosas tan sólo por el miedo de que le puedan llamar a uno espiritista es igual que querer negar la existencia y los efectos de la pólvora solamente porque algún loco ha cometido grandes crímenes valiéndose de la pólvora.


Quienes, con respecto a la comunicación espiritista, se mantienen enteramente incrédulos y escépticos –porque no han podido obtener de esa comunión los testimonios que hubieran deseado, porque algunos de los fenómenos que presenciaron les han parecido excesivamente triviales, o porque han visto que la imperfección y aun el engaño iban mezclados en ellos- están pidiendo que se les ofrezca completamente desarrollada y limpia de mácula una ciencia que se halla todavía en los primeros y más bajos escalones de su crecimiento. Los que así obran hacen lo mismo que si pidieran que se les diese de un solo golpe y enteramente perfeccionada la máquina de vapor, sin los experimentos y los ensayos, no siempre afortunados, que nos han llevado finalmente a la construcción de la locomotora moderna. Además, los que así piensan tampoco tienen en cuenta, al tratar y al juzgar de esas cosas, las deficiencias, las falsas concepciones y la profunda ignorancia que son características de nuestra terrena mentalidad.

La mente material del hombre pide pruebas de la existencia del espíritu y del poder del espíritu por medio de demostraciones puramente materiales; y sucede que cuantas más pruebas de este orden se le dan a la mente física, menos convencida se muestra, pidiendo siempre más y más pruebas, se le dan todas las que pide, y apenas ha salido de la sesión donde se le han enseñado tales maravillas empieza a dudar. Es condición irreductible de la mente material dudar de todas las cosas que no son materiales también. Es imposible hacerle comprender que las cosas del espíritu no pueden tener por base una demostración material. Hay personas entre nosotros que durante tres o cuatro años seguidos han visto toda clase de mediumnidades, a pesar de lo cual no están más convencidas que antes de la existencia positiva del espíritu; siguen pidiendo incansablemente nuevos testimonios, y no alcanzarán nunca, en esta vida, el testimonio que las pueda convencer. Pero cuando sean para ellas llegados los tiempos, el Poder supremo llenará su mentalidad con una nueva luz y las hará seres nuevos con la facultad de ver y de sentir claramente todo lo que hoy no pueden sentir ni ver. Ha de quedar la mente material desembarazada de toda clase de errores antes que pueda la mente espiritual hacernos ver y comprender las cosas del espíritu.

Como la mente es un factor de mucha importancia, lo mismo para el bien que para el mal, me parece muy conveniente saber algo acerca de la acción que le es propia; por consiguiente, considero útil y muy provechoso saber que si frecuento un círculo donde tienen su asiento las más bajas pasiones, atraeré sobre mí bajos y degradados espíritus, que llevaré conmigo a mi casa y que, influyendo más o menos intensamente sobre mi mentalidad, me obligarán a pensar con sus mismos pensamientos y a obrar según sus tendencias, con lo cual ejecutaré actos que por mí mismo no hubiera ejecutado jamás. De igual manera, si frecuento grupos de personas muy dadas a la maledicencia o a la burla, cualquiera que sea su estado social, y simpatizo con sus burlas y sus habladurías, no hay duda que atraeré sobre mí mentalidades de ese mismo orden, mentalidades sin cuerpo físico que formarán parte de mi propia individualidad mientras dure mi comunión con ellas, mientras permita que sus pensamientos den su forma definitiva a los míos, sin pensar que con un comercio semejante mi mentalidad ha de adquirir tan sólo elementos de inercia, no de fuerza; elementos de enfermedad, no de salud; elementos de debilidad, no de vigor.

Y todo eso no es más que una pequeñísima tarde de las ventajas y provechos que se pueden sacar de un más o menos limitado conocimiento de las Leyes espirituales. Pero no podemos observar y seguir las leyes del espíritu negando la existencia positiva de los individuos espirituales.

Si una persona desea conocer del mundo invisible solamente aquello que se refiere a los golpes, a las mesas parlantes o demás fenómenos de esa índole que le son dados de vez en cuando por médiums oyentes o videntes; si es la curiosidad o el deseo de contemplar maravillas lo que principalmente la impulsa, cuando debiera ser, antes que ninguna otra cosa, el deseo ardiente de conocer la verdad; si la comunicación o trato espiritual se consideran nada más que como un modo de hacer dinero; si la comunicación espiritual es buscada sólo con la intención de relacionarse con los seres que nos fueron queridos en esta vida, entonces lo más probable es que se saque escasísimo bien del trato o comercio con los espíritus y de la práctica del Espiritismo.

No digo que no pueda obtener ningún bien absolutamente de la práctica espiritista, aun hecha en las condiciones indicadas. Millares de personas que han mantenido durante algún tiempo el comercio espiritual, aun con todas sus actuales imperfecciones y con su mezcla de cosas verdaderas y falsas, al fin se han visto obligadas a reconocer que no acaba ciertamente todo con la llamada muerte del cuerpo. Esto es ya un paso adelante y una convicción muy provechosa pata toda mente que tenga el deseo de avanzar.

Son muchos los espíritus desencarnados que permanecen estacionados un largo espacio de tiempo, como hacen no pocos de los espíritus que disfrutan de un cuerpo y a los cuales llamamos vulgarmente hombres y mujeres. No se crea de ningún modo que la pérdida del cuerpo físico convierta al pícaro en un santo, como tampoco el cambio de vestido hará de un ladrón un hombre honrado. Los espíritus con quienes podemos tratar por los buenos oficios de la inmensa mayoría de los médiums, tienen las virtudes y las debilidades más comunes en la humanidad. Algunos, sin embargo, se dan pomposamente aires de sabios y hasta se atribuyen los nombres de Platón o Pitágoras, de Shakespeare o de la reina tal o cual. Muchos se atreven hasta a dar consejos, pero cometen con frecuencia los más graves errores. Ninguno es infalible.

Las personas de quienes se dice que el Espiritismo las ha vuelto locas, o cuya razón se ha extraviado más o menos a consecuencia de su trato con los espíritus, pertenecen a esa clase de mentalidades que fácilmente caen en una locura más o menos pronunciada a poco que vivan bajo cualquier excitación más o menos fuerte. Por lo cual creo que la práctica del Espiritismo puede encerrar grandes peligros para esa clase de gente. Porque los grupos de practicantes donde hay personas más próximas a la insania de lo que ellas mismas se imaginan, tienden, claro está, a traer espíritus poco sanos, de manera que ejerciendo su influjo sobre una inteligencia ya poco firme, fácilmente la desbaratarán y hasta pueden llevarla a un estado de verdadera locura.

Durante una serie de años bastante larga he podido conocer y observar toda clase de mediumnidades, en círculos públicos y en círculos privados. Más ahora no me inspira ningún interés esta clase de sesiones, ni me importan los fenómenos físico de cualquier clase que sean. Al contrario, no hay ahora nada tan opuesto a mis gustos personales y a mi sosiego como una de esas sesiones en las que suele pagarse un dólar de derecho de entrada, y a las cuales acuden lo mismo los ultracrédulos que van dispuestos a creerlo todo, como los ultraescépticos que van dispuestos también a no creer nada.

Yo no veo que la materialización de una flor sea una maravilla mucho más grande que la construcción del puente de Brooklyn. Yo sé perfectamente que ciertos poderes existen y obran por la mediación de determinadas personas; pero sé también que a veces esos poderes han sido fraudulentamente imitados, como toda cosa verdadera ha sido alguna vez imitada y falseada. Creo que lo que se llama Espiritismo moderno, el cual comenzó en nuestro país con los golpes de Rochester, hace algunos años, ha caído también en la baja condición del engaño y del fraude, debido a que la corriente curiosidad de muchas personas ha pedido que se hiciesen investigaciones y experimentos siempre nuevos, abandonando los ya viejos o muy conocidos. Y la superstición y el miedo cayeron inmediatamente sobre esta clase de fenómenos, porque la superstición, en el fondo, no es otra cosa que un temor ciego o una ciega credulidad.

El Espiritismo, tal y como se nos ofrece hoy día, presenta un desarrollo anormal e insano, aunque no deja de ser en esencia absolutamente verdadero. Tiene su origen en la sazón prematura de algunos de los sentidos o funciones espirituales de ciertos individuos, pero en realidad esos poderes resultan en último término perjudiciales mientras no han alcanzado los demás hombres un desarrollo o crecimiento proporcional. Mientras el espíritu de los hombres no ha llegado a la madurez, su poder espiritual participa también de esa falta de madurez. El continuado ejercicio de alguno de nuestros poderes espirituales, con exclusión de todos los demás, acaba por causar gran perjuicio al individuo. Ese poder que exclusivamente se ejercita puede ser lo mismo una mediumnidad física que una mediumnidad mental. Puede ser también el poder de la clarividencia o de la inspiración, el cual atrae un fuerte corriente de ideas y de pensamientos que son inconscientemente trasladados al papel, como hacen también los que el mundo llama poetas, quienes obran en virtud de una verdadera mediumnidad, lo mismo aquéllos.

Al lado de lo médiums profesionales, de los que cobran para ejercer el oficio de tales, existe en la vida privada un sinnúmero de médiums mucho mayor de lo que se cree generalmente, y con relación a éstos tan sólo un reducido número de amigos puede comprobar su verdadera capacidad mediumníca, aunque no por esto, y quizá por esto precisamente, deja de ser muy peligroso el don de que disfrutan.

Un espíritu toma posesión temporalmente de la mentalidad de un médium en trance, en virtud de la misma ley por la cual el hipnotizador domina la mentalidad de la persona sobre la cual opera. El que ejerce, pues, su dominio sobre la mente de una persona –sea aquél un ente encarnado o desencarnado- puede dominar también el cuerpo de que esa mente se sirve.

Toda mentalidad, sea la de un hombre o la de un simple espíritu, que ejerce su acción sobre nosotros una vez y muchas veces más, irá depositando en la nuestra las semillas o ideas de sus propios errores, especialmente cuando puede con facilidad dominar nuestro cuerpo, como sucede en el estado de trance. Durante todo el espacio de tiempo que nuestro cuerpo es dominado por una mentalidad ajena, nuestro espíritu se ve obligado, voluntaria o involuntariamente, a abandonar el cuerpo que considera y es en realidad una cosa suya, y si esto se repite con mucha frecuencia, cada vez hallará más dificultad el espíritu para ejercer su dominio y su acción sobre el cuerpo que propiamente le pertenece. Dos mentalidades distintas no pueden vivir bien de ninguna manera en un mismo cuerpo; no es natural y puede ser causa de grandes males.

Pero hay todavía mayores peligros que el médium que diariamente pone en ejercicio su capacidad para transmitir comunicaciones que le son dadas desde el mundo invisible, aunque esto lo haga siempre bajo la vigilancia de su espíritu guía. El médium que se entrega a ese ejercicio puede absorber las condiciones mentales de aquellas personas que a él acuden, no menos que de los entes invisibles que buscan comunicarse. El médium es visitado muchas veces por gente que sufre grandes dolores o tristezas y que desea ponerse en comunicación con alguno de sus seres más queridos. Estos seres, que no son ya de este mundo, quizás estén sufriendo también, y entonces el médium, colocado entre los encarnados y los desencarnados, viene a ser como un puente por el cual pasan los tristes y dolorosos pensamientos de uno y de otro lado; y como los pensamientos son cosas tan reales y tan positivas como las que vemos con los ojos físicos, la mente del médium absorbe, como es natural, una gran parte de tan insanos elementos, cuya acción sobre el cuerpo ha de ser forzosamente muy perjudicial. La prematura muerte de muchos conocidos médiums, durante los últimos veinte años, es debida en gran parte a la causa que he señalado. Y la tristeza no es el único modo mental insano que el médium, público puede absorber, pues igualmente absorberá con frecuencia estados de avaricia, de egoísmo, de irritabilidad, de angustia…todos los que resulten predominantes en los espíritus o en los hombres que se acerquen a él, de modo que ni poniendo el precio de cincuenta dólares para cada sesión se le pagarían los perjuicios que ese comercio le ocasiona.

La mediumnidad conocida y confesada es muy poco con relación a la que permanece ignorada en torno de nosotros. Verdaderas legiones de personas viven dominadas, más o menos intensamente, por mentalidades del mundo invisible, entre las cuales hay, como es natural, muchas que padecen de locura en mayor o menor grado y cuyo espíritu se ha visto obligado finalmente a abandonar su propio cuerpo bajo la presión ejercida sobre él por una gran multitud de espíritus insanos. Ni el origen ni los medios para la curación de la locura serán bien conocidos hasta que no se juzgue a las leyes espirituales dignas de una mayor atención.

El Espiritismo, aun con todos los males que lo acompañan, ha prestado un inmenso servicio a la humanidad. Ha sugerido a un número incontable de hombres la idea de que la muerte o la pérdida del cuerpo no es más que un episodio sin importancia en la vida verdadera, que es la vida del espíritu. Una vez cumplida su misión, el Espiritismo, en su forma actual, habrá de pasar para siempre, pues se acercan ya los tiempos en que los hombres no necesitarán de ninguna clase de fenómenos físicos para convencerse de la realidad de la vida espiritual. Entonces los hombres tendrán absoluta fe en su comunión mental con los espíritus y reconocerán las sugestiones recibidas de los seres invisibles, que están más cerca de ellos, es decir, cuya naturaleza es más semejante a la suya, produciéndose la más perfecta de las fusiones entre las mentalidades que disfrutan de un cuerpo físico y las que de él carecen; y esta fusión dará por resultado un mayor sazonamiento del espíritu, permitiéndole tender un verdadero puente sobre el precipicio que actualmente separa los dos mundos o condiciones de existencia, estableciéndose entonces una verdadera y saludable comunión espiritual. La persona que llegue a comprender y a practicar esa verdadera comunión se preocupará bien poco de que su mente material, o sea la que se refiere al mundo exterior, sepa o deje de saber que está en posesión de ella, como nadie se preocupa ahora de poner su cualidad de comerciante, de financiero o de político en conocimiento de un niño de cinco años.

En el mundo invisible o de los espíritus existen también todos los grados y todas las cualidades mentales, y existe, por tanto, en las mentalidades del espacio una cantidad de errores mayor o menor según se acerquen o se aparten más o menos de la atmósfera mental terrestre, lo mismo que sucede con nosotros. Si ponemos toda nuestra fe en un individuo o ente espiritual y aceptamos sus enseñanzas como infalibles, no importa quién sea o pretenda ser ese espíritu, nos colocamos en inminente peligro de caer en error. No hay más que un solo espíritu que pueda ser con toda seguridad seguido, y éste es el Espíritu eterno y el Poder supremo que domina sobre todas las cosas. En otro sentido, ninguno de los más sabios y más fuertes espíritus que hay en el mundo invisible permitirá jamás que cualquiera de nosotros dependa de él y de su sabiduría únicamente y aún menos permitirá que se lo idolatre, por grande que sea el asombro que pueda causar su saber y su poder entre los mortales. Antes bien, ellos nos dirán todos: “Id en busca de ayuda, de consuelo y de poder a donde nosotros hemos ido y vamos todavía: a la Mente suprema e infinita, que es fuente de la vida eterna, pues sabed que esa Mente suprema no es un mito, sino la más grande de todas las realidades”.

La sumisión a este poder, a éste solamente, que puede sernos de provecho para el saludable crecimiento de nuestro espíritu. Toda otra sumisión o dependencia dará a nuestro espíritu un crecimiento desigual y anómalo. Cuando el progreso de nuestro espíritu se efectúe normal y rectamente, los sentidos espirituales llegarán a su debido tiempo a la sazón necesaria para que podamos ponernos en comunicación con aquellos entes espiritualmente puros, más conformes con nuestra propia naturaleza y que puedan ser de mayor provecho para nuestro adelanto.

La sumisión y la fe creciente en la realidad del Poder supremo nos produce una creciente serenidad y da a nuestra mente siempre mayores probabilidades de descanso, aumentando incesantemente nuestros poderes espirituales esa completa liberación de todo temor de perturbaciones o desórdenes mentales, con lo cual damos cada día mayores facilidades a las inteligencias invisibles para que ejerzan su acción sobre la nuestra. Cuando sintamos verdaderamente el deseo de esa comunión espiritual, esas elevadas inteligencias invisibles nos infiltrarán el necesario conocimiento para que sean derribados los últimos obstáculos que nos separen del mundo espiritual y podamos vernos, reunirnos y mezclarnos con los espíritus, del mismo modo que hacemos ahora con las gentes de este mundo.

Pero esta comunión, este poder para mezclar nuestra vida con la vida de los espíritus, de ninguna manera puede dársenos por la mediación de los sentidos físicos. Primeramente esta comunión se producirá sólo durante los períodos en que los sentidos físicos se hallen parcialmente suspendidos, como sucede algunas veces cuando caemos en estados de abstracción muy profundos.

Cuando nuestro mayor deseo consiste en la realización de una vida simétricamente perfecta, atraemos a nosotros espíritus de un orden del todo análogo, sin cuya condición no podrían vivir bien en nuestra atmósfera mental. Esa atmósfera constituye lo que desea la mayoría de ellos; un hogar en la tierra, un hogar en su antiguo plano de vida, al cual tal vez deseen volver. Porque los seres puramente espirituales disfruten ahora de mansiones mucho más ricas y más hermosas, no se sienten tan unidos a ellas que no se acuerden y deseen volver siquiera por cortos períodos al hogar que fue suyo un día en la tierra. Tal vez alguno de nosotros ha visto la primera luz y ha pasado los días de su infancia en una cuna y en un hogar muy humildes, y aunque ahora viva en casa más rica y más lujosa tendría verdadero placer en visitar su primera patria y aun vivir en ella algún tiempo en medio de los placenteros recuerdos infantiles. Lo mismo les sucede a los espíritus, pues son tan humanos como nosotros. No han muerto para las cosas que les fueron familiares un día, y hasta podría decirse que se hallan más vivos que nosotros. Y además que esta causa de atracción, existe el hecho de que los espíritus pueden desear vivir muy cerca de alguien que les fuese querido en la tierra, en la vida actual o en alguna vida anterior, para de este modo poder vigilar más asiduamente el adelanto moral del ser que aman hasta que puedan reunirse con él.

Los pensamientos bajos, groseros, tristes o envidiosos constituyen las más altas y más fuertes barreras para que puedan aproximarse a nosotros las inteligencias más adelantadas del mundo invisible, pues si bien podrían sufrirlo durante algún tiempo, sobre todo cuando se propusiesen un fin determinado, no podrían de ninguna manera vivir permanentemente en una atmósfera tan impura. Para los entes invisibles, los pensamientos son cosa tan real y tangible como la madera y la piedra para nosotros. Un orden de pensamientos bajo y oscuro es siempre rechazado por ellos, como nosotros rechazamos todo lo que está sucio o corrompido.

Y puede suceder que el espíritu más relacionado o unido con alguno de nosotros, es decir, que se halle en una perfecta comunidad con nuestros gustos, nuestras inclinaciones y nuestras simpatías, puede muy bien ser uno que no ha tenido vida física contemporáneamente con nosotros.

Como es probable que algunos de los que lean este libro tengan el don de la clarividencia y posean la capacidad necesaria para ver a los espíritus, cumple que diga que el poder de la clarividencia es frecuentemente un poder que se ha desarrollado fuera de toda proporción y aún fuera de toda sazón verdadera, y añadiré que no siempre proporcionan las satisfacciones y placeres que muchos imaginan. El clarividente está muchas veces falto de fe y muy inclinado a dudar de la realidad de sus mismas visiones espirituales. De ahí que muchas veces el clarividente no logre entrar en más estrecha relación con el mundo de los espíritus de la que logra cualquiera de nosotros, y es que seguramente vive en algún plano de la vida muy inferior al nuestro.

La mente ha de levantarse hasta un cierto nivel relativamente a la comprensión de los sentidos espirituales, o no sacará ningún provecho de su clarividencia. La clarividencia viene a ser muchas veces para quien la posee algo así como un ojo capaz de ver las cosas del mundo espiritual unido a una mente que duda de la verdad de su visión. Existen médiums que dudan de la realidad de sus propios poderes espirituales; pueden ver o sentir algo de lo que está más allá de la capacidad física de los hombres, y sin embargo se hallan de tal modo dominados por la materialidad de su propia mente o por las opiniones y los juicios de quienes los rodean, que pondrán una fe muy escasa y tal vez ninguna en sus elevados poderes.

Existe todavía otra fase en ese desenvolvimiento espiritual, cuando ha de luchar con las dificultades que opone la materia a toda investigación. Si colocamos un médium entre un grupo de mentalidades positivas y escépticas, es muy probable que al cabo de un corto tiempo este médium, en virtud de las mismas leyes de su propia mediumnidad, quedará convencido –es decir, completamente sugestionado- de que su clarividencia fue una alucinación temporal, o bien que su mediumnidad, de cualquier naturaleza que fuese, descansaba totalmente sobre una base física, es decir, que no era más que un fenómeno físico más o menos extraordinario.

Ser sólo capaces de ver el espíritu de una persona que nos fue muy querida en este mundo, con frecuencia puede darnos más pena que verdadero placer. La podremos ver, ciertamente; pero no la podremos oír, ni tocar, ni comunicarnos con ella de ninguna manera. Verdad que no podríamos hallar placer alguno en la visión más o menos duradera del que fue nuestro amigo más querido en la tierra, si nuestro poder había de limitarse a verlo únicamente, sin posibilidad de comunicarnos por ningún otro camino, pues no porque no fuese un espíritu nos libraríamos del deseo de tener una más completa unión con él. Un espíritu no es más que un ser igual a nosotros, con la única diferencia de que disfruta de un cuerpo compuesto de elementos muchísimo más sutiles que el nuestro. Como el pensamiento es también un elemento físico, según he demostrado ya varias veces, cuanto más puro y más sutil sea el producido por nuestra mente, mejor se asimilará el que proceda de los más elevados espíritus. Cuanto más no apartemos de las mentalidades bajas y atrasadas y sean en menor número los errores que alimentamos, más estrecha y más completa se hará la fusión de nuestro espíritu con el de los más adelantados ente del mundo invisible que no sean amigos; está fusión fortalecerá todos nuestros sentidos espirituales; hasta que lleguen por sí mismos a una sazón tal que puedan bastarse para nutrir toda una existencia espiritual. A medida, pues, que nuestro espíritu logre atraerse mayor número de sabias y poderosas mentalidades del mundo invisible, mayor será nuestra capacidad para fundirnos con ellas más rápida y más completamente.

Un espíritu poderoso, esto es, un espíritu con el poder y el conocimiento necesarios para dominar las fuerzas de la naturaleza, podría determinar ciertas condiciones que tendremos más o menos por artificiales – por lo que se separarían de lo comúnmente admitido-, en virtud de las cuales haríase accesible a nuestros sentidos físicos, afinando nuestras cualidades perceptivas y fundiéndose siquiera en parte con él, aunque esto no nos sería al fin de ningún provecho para el adelanto del espíritu, pues constituiría en realidad un gasto inútil de sus fuerzas. Esto sería para nosotros lo mismo que criarnos en estufa o hibernáculo, y todo crecimiento tenido por medios artificiales o forzados ni es natural ni puede ser de ninguna substancia. La flor que ha sido criada y ha crecido en una estufa, luego no puede vivir si se la pone en las condiciones de vida que son naturales a las de su misma clase; no podrá; resistir el más insignificante cambio de temperatura. Ni siquiera es capaz de propagar su misma especie, ya que depende en todo y del modo más absoluto de los cuidados del hombre.

Lo mismo sucede con el crecimiento y adelanto de los poderes espirituales. Dejemos que crezcan naturalmente y en el más perfecto equilibrio posible, y de este modo su crecimiento será sólido, no se producirá en ellos ningún retroceso y su marcha será siempre hacia adelante. Pues el progreso obtenido por medio de ciertas condiciones artificiales que, análogas a las de que disfruta la planta que vive y crece en la estufa, darían tal vez satisfacción a nuestro capricho, no puede persistir al llegar a la separación definitiva, pues ningún adelanto artificialmente logrado perdurará jamás. La planta que es criada y crece merced a medios forzados alcanza un punto de perfección más allá del cual no puede ya avanzar; y no sólo esto, sino que tampoco puede mantenerse mucho tiempo en él; es muy pronto atacada por varias enfermedades y dolencias. Ella misma engendra y da nacimiento a innumerables parásitos que de ella viven y finalmente la destruyen. Por esto toda vegetación lograda por medios artificiales y dependiendo en absoluto de los cuidados del hombre acaba siempre por debilitarse, agotarse y enfermar mortalmente, pues las condiciones de artificio en que se la obliga a subsistir acaban por destruir todas sus fuerzas vitales.

No sucede lo mismo, por cierto, con el crecimiento natural. El roble, el pino, la vid silvestre, las flores de los campos, proveen por sí mismos a sus propias necesidades, y cuando el tronco padre pierde su fuerza vital o enferma no faltan retoños suyos que crecen fuertes y sanos. La misma ley rige también en la cría artificial de toda clase de animales. Por medio de los mayores y más continuos cuidados, por medio de una alimentación adecuada y eligiendo los mejores y más perfectos tipos para la cría y los cruzamientos, el hombre llega a obtener lo que llama ejemplares selectos, y esto lo mismo en corderos, en caballos, en bueyes o en perros. Pero estos animales no pueden bastarse en absoluto a sí mismos; necesitan, para vivir, de los cuidados del hombre, cuando sus antepasados prescindían perfectamente de ellos viviendo en su estado silvestre o primitivo. Una vez carentes de los cuidados del hombre, todos estos animales perecerán o volverán indefectiblemente a su tipo originario, y decimos entonces que la especie ha degenerado, cuando la verdad es en absoluto contraria a eso. No hay duda que si los animales de que se trata pudiesen hablar por sí mismos, diríamos que sus condiciones de vida han mejorado, que han progresado mucho, pues al librarse dela influencia que sobre ellos ejerce el hombre, se libran también de la esclavitud y de todas las enfermedades que ésta origina con sus artificiales condiciones de vida. El hombre suele escarnecer y tener en menos a los animales que viven en la más completa libertad y según su propio gusto, y, sin embargo, no siempre puede el hombre hacer lo mismo.

Las leyes físicas y sus efectos en el mundo visible son guías segurísima para deducir sus correspondientes en los reinos invisibles de la naturaleza. Para que produzca los más duraderos y más felices resultados, todo crecimiento y desarrollo ha de ser absolutamente natural, ha de estar de acuerdo por completo con las leyes de Dios, sin subordinarse jamás a las hechas por los hombres, que son siempre burdas imitaciones de la ley natural. La planta o el animal que han sido criados y desarrollados por medios artificiales no son en realidad más que copias muy mal hechas de una obra original. Cierto que incidentalmente puede alguna de estas copias causarnos un gran placer a los ojos o darnos alguna mayor comodidad que el mismo original, pero es seguro que, como organización individual, es muchísimo más débil, de una fuerza vital siempre inferior. Lo mismo sucedería con nuestros sentidos espirituales si, antes de ser llegados los tiempos, en virtud de circunstancias excepcionales, se desarrollase excesivamente alguno de ellos, como el de la vista o el oído, por ejemplo. Esto sería vivir en condiciones espirituales de artificio, condiciones que no pueden ser mantenidas si no es a costa de algún otro de los sentidos propios del cuerpo, y en definitiva a costa también del verdadero avance y progreso del espíritu. Nunca las verduras y demás productos de la tierra que se crían y se desarrollan a fuerza de abonos y de cuidados de toda clase, pues, podrán tener ni el sabor ni las propiedades nutritivas de los productos crecidos en un suelo virgen.

Nuestros mejores amigos, los seres del otro mundo más próximos a nosotros, pueden también, mediante ciertos artificios, hacer de manera que sean para nosotros físicamente visibles y hasta tangibles. Pero esto, aun siendo cosa muy agradable, no puede de ningún modo durar. A lo mejor pueden dejar de hallar los materiales físicos necesarios para lograr el buscado efecto, o bien los cuidados y atenciones que necesitan poner en el mantenimiento de condición tan artificial convertirse finalmente para ellos en una verdadera e insoportable carga.

Un canario encerrado en una jaula nos causa a ratos algún placer, pero nos exige también muchos cuidados y atenciones; bastante mejor estaría el pájaro viviendo libremente en el bosque. En las condiciones de espíritu artificiales de que hemos hablado, seríamos lo mismo que el canario enjaulado. Antes de buscar la asociación o comunión con seres de naturaleza más pura o más adelantada que nosotros, conviene que perdamos enteramente el gusto por la comunión con los seres terrenales. De otra manera seríamos como el pájaro que es alimentado artificialmente, lo cual le hace perder su innata capacidad de alimentarse por sí mismo, y viviendo en tales condiciones de artificio nuestros verdaderos y propios sentidos espirituales no serían jamás abiertos, pues poniéndonos y poniéndose los entes del mundo invisible en condiciones e que les pudiésemos ver y tocar por la mediación de nuestros sentidos físicos, los sentidos propios del espíritu quedarían así descartados y no progresarían; pero estas condiciones ya hemos dicho que no pueden ser mantenidas mucho tiempo, y entonces nos veríamos obligados a volver a nuestro estado primitivo, es decir, el estado en que nos hallábamos al abandonar el camino recto y natural, lo cual quiere decir que todo el tiempo pasado en aquellas innumerables condiciones no nos habría servido para nada. Hasta volveríamos al punto de partida muy debilitados por ese período de vida artificial, como el pájaro se debilita en su vida de cautiverio, y además quedaría maltrecha nuestra capacidad de vivir y de crecer sana y alegremente.

Alguien tal vez diga al llegar a este punto: “Pero es que la esperanza que se nos tiene dada de alcanzar esa tan ansiada comunión con nuestros amigos del mundo invisible es muy vaga y muy incierta, y su realización puede exigir un tiempo indefinido”.

¿Por qué habría de exigir esto un tiempo tan indefinidamente largo, cuando vemos que en este planeta todo adelanta y mejora rápidamente? El que ha vivido sólo cincuenta años y vuelve un día la mirada hacia atrás no puede menos que quedar admirado al ver el camino recorrido y al contemplar los progresos y las perfecciones logrados en todos los órdenes de la vida, lo mismo en la esfera artística que n la esfera de la ciencia pura. El hombre que tiene ahora cincuenta años o sesenta años puede afirmar que cuando nació se hallaba el ferrocarril, esa maravilla de los tiempos modernos, en su verdadera infancia. El telégrafo apenas si era conocido. El buque de vapor era tenido por cosa insegura y hasta inútil. Con la luz eléctrica ni se soñaba tan sólo. La máquina de coser estaba todavía en la mente de su inventor. En arquitectura, lo que entonces se consideraba elegante y rico, es hoy cosa corriente y vulgar. La práctica médica de aquellos tiempos no sería actualmente tolerada. Las corrientes religiosas de aquella época eran de acritud, de intolerancia; las sectas disputaban entre sí. El arte escénico de entonces empleaba expresiones tan bajas y groseras que hoy ningún auditorio consentiría. Tenemos actualmente mejores casas y mejores vestidos; la gente va más limpia y más aseada, y se alimentan mejor. Disponemos también de más tiempo para el descanso, pues las horas destinadas al trabajo van siendo menos cada día. Hay más dulzura en el trato social y más tolerancia en todas las cosas. Las nuevas ideas lanzadas a la circulación son recibidas por los hombres con mayores consideraciones que antes…La verdad es que para detallar los progresos que en el mundo físico se han realizado durante el insignificante período de medio siglo se necesitaría un grueso volumen. ¿Y podemos creer que esa marcha progresiva ha acabado ya? De ninguna manera. Continuamente está viniendo hacia nosotros lo nuevo, lo inesperado, ¿Pueden ser los sentidos físicos el límite de nuestro poder? Nadie, de seguro, lo creerá así. Marchamos hacia delante, y nuestra marcha nada la puede detener. Crecemos sin cesar y avanzamos día tras día hacia una existencia puramente espiritual que en belleza y en felicidad excede a la vida física tanto como ahora no alcanzamos a comprender. Nadie es capaz de señalar el momento en que esta vida espiritual surgirá esplendorosa de la vida física y terrena, como los tiernos y florecientes capullos, al ser llegados los tiempos, brotan del árbol añoso. Dicho está que el día del Señor vendrá como viene el ladrón por la noche. El día del Señor significa para nosotros el tiempo en que nacerá para este planeta una resplandeciente vida espiritual, el tiempo en que todas las cosas serán cambiadas y mejoradas rápidamente, no por medio de violencias, no por medio de revoluciones y derramamiento de sangre, no por medio de las leyes de los hombres, sino por la poderosísima fuerza de una inmensa oleada de elementos espirituales y de impulsos hacia lo más elevado y lo más puro, aclarando con su luz los ojos de los hombres e iluminando su inteligencia…Entonces todas las cosas se pondrán por sí mismas en el orden debido y regularizarán su marcha, como en los cielos las miríadas de astros se mueven eternamente siguiendo su propia órbita, sin desviarse ninguno, en medio del orden más absoluto, en admirable concierto.



💗









No hay comentarios:

Publicar un comentario