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LA ADQUISICIÓN DE UNA MENTALIDAD NUEVA Capítulo XLVII de PRENTICE MULFORD






Es vida nueva todo pensamiento nuevo. Cuando una invención o un descubrimiento de cualquier clase que sea surge de pronto en la mente del hombre, éste se siente lleno de una alegría y de un placer inmenso, y corre la sangre por sus venas con mayor impetuosidad. El pensador y el poeta son elevados al éxtasis más sublime cuando se les ofrece de pronto con entera claridad algún nuevo concepto. Me refiero a los pensadores y poetas verdaderamente creadores, los cuales son pocos relativamente, pues la inmensa mayoría piden prestado el fuego de la inspiración, del cual se sirven como si fuese propio y alcanzan con él muchas veces grandes triunfos.

La buena noticia que esperamos en un período de tristeza o descorazonamiento; la posible realización de una esperanza; la ansiada desaparición de un peligro o un mal muy grande, nada de esto es más que un simple pensamiento; es la imaginación de la cosa deseada, no es la cosa misma, y sin embargo nos trae fuerzas y energías para el cuerpo.

Un espectáculo entretenido, un drama tan perfectamente representado que absorba por completo nuestra atención, una conversación con persona que nos sea muy simpática, un rato de agradable pasatiempo en algún arte que nos interese mucho, todo esto son verdaderos alimentos que nutren y estimulan el cuerpo, de tal manera que mientras dura su absorción o nos hallamos bajo la excitación producida por ellos, nos olvidamos por completo del hambre material o física y aun dejamos de pensar en cosas de muchísima mayor importancia.

No sólo vivimos de pan, pues nuestra naturaleza está pidiendo sin cesar que le proporcionemos siempre nuevo alimento mental. El espectáculo o el juego que nos causó gran placer cuando lo vimos por primera vez, puede llegar a causarnos fatiga si después se nos repite mucho. La canción que más nos gustó cuando nueva para nosotros, se nos hará pesada si la cantamos todos los días. No hay duda que mediante un cambio operado en nuestras cualidades mentales puede prolongarse algo el placer; basta para ello con que sea nada más que temporal el espectáculo, o mejor dicho, que dejemos pasar algún tiempo. De esta manera la comedia, la ópera, el artista que nos causó gran placer la primera vez, nos lo causará también la segunda y la tercera, y aun puede suceder muy bien que nuestro placer aumente, debido a la influencia de recuerdos que se asocian con aquel espectáculo, o bien a y que su contacto no nos transmitiese sensación alguna. Nos convertiríamos en algo parecido al no ser, cuando una hora antes era vista y sentida nuestra presencia y aun causa de inmensa alegría. Algo muy semejante a esto es la condición de aquellos que, al perder su cuerpo físico, pierden también el contacto con sus amigos y parientes terrenales.

Las lágrimas que vierten los vivientes por las personas queridas que han perdido son frecuentemente correspondidas por los vivientes invisibles, con lo que se añade a su dolor un dolor nuevo, pues no pueden decir con voz que sea oída por los terrenales: “Aquí estoy, y vivo entre vosotros, siendo mi único deseo continuar aquí, y consolaros y alegraros”. Y puede que sea aún mayor que el de los seres a quienes llamamos vivos, el dolor que sienten aquellos a quienes creemos muertos, aquellos que han perdió su cuerpo, pero no su amor por alguna persona de la tierra y por lo tanto, en virtud de las leyes de atracción, se ven obligados a permanecer cerca del ser querido, y que a medida que los años pasan se ven a sí mismos gradualmente olvidados, hasta borrarse por completo su recuerdo, y más pronto o más tarde ocupado su lugar por otras personas.

Vendrá con toda seguridad el tiempo en que los que se quedan en la tierra con su cuerpo físico podrán de infinitos modos comunicarse con los que ya han muerto, de la misma manera que i gozasen aún de la vida carnal. Y cuando los muertos sean considerados lo mismo que si estuviesen vivos, entonces la tierra se resquebrajará por todos lados para reestablecer en ella la vida en todos los sentidos.

Aquellos que están en el otro mundo, sea la que fuere su condición en éste, mientras persista su amor y su inclinación hacia los vivos, no hacen más que deplorar sentidamente la pérdida de su cuerpo físico, el instrumento por medio del cual se habían acostumbrado ya a expresar sus afectos y sus emociones. Y a su gran pesar se añade un nuevo dolor cuando ven que el cuerpo que perdieron constituía el medio más a propósito para una comunicación tangible con las personas a quienes tanto aman.

De manera que si los que hemos perdido a buenos y queridos amigos tratásemos de reaccionar, pensando en ellos como si estuviesen todavía vivos, aunque invisibles, no hay duda que lograríamos al fin derribar la barrera que hoy se levanta entre nosotros y aquellos por quienes tan amargamente lloramos. Si además fortaleciésemos en nosotros la idea de que aquellos a quienes erróneamente llamamos muertos están no solamente vivos, sino que sienten también con gran avidez el deseo y aun la necesidad de volver a su antiguo hogar, de ver otra vez su casa, de sentarse de nuevo en la silla acostumbrada y de reanudar sus relaciones con sus viejos amigos y compañeros, ciertamente que con ello destruiríamos otra altísima barrera.

Pero alguien tal vez me pregunte: “¿Cómo puede tener fe en que alguno de mis muertos necesite o desee venir a mí?” Ciertamente que no esperamos de nadie tan implícita creencia. Pero puede quien quiera empezar por dejar en su mente un sitio a estas ideas, prestando oídos, aunque sea al principio con visible indiferencia, a las verdades que ellas representan, pues, como verdades que son, ya llegarán a demostrarse por sí mismas.

Sin embargo, cualquiera puede decirme, con respecto a lo que dejo apuntado y a otras cosas que expuse anteriormente: “Pero, cuando nos decís no son más que teorías. ¿Cómo podéis demostrarnos algo de ello?” No es posible, en verdad, demostrar nada de esto por medio puramente materiales. Pero si en este orden de ideas hubiese algo que se os presentase un día como encerrando una verdad, entonces vosotros mismos habéis de ser quienes lo demuestren. Cada uno de nosotros posee una singular maquinaria espiritual, que ha de servirnos para experimentar con ella y para obtener por medio de ella toda clase de testimonios. No llegaríamos nunca a adquirir creencias verdaderamente arraigadas si siempre hubiéramos de fiar en lo que los demás nos contasen. Dudaríamos toda la vida si no pudiésemos demostrar nada por nosotros mismos.

Existe una ley por medio de la cual, cuando una verdad o la parte siquiera de una verdad se ha posesionado de la mente y no se le hace violenta oposición, acaba por arraigar en ella cada día con mayor firmeza y por dejarse sentir como verdad que es. Si la idea que penetra en la mente es una mentira, no tardará mucho en ser arrojada fuera. Si es realmente una verdad y al principio se ha mezclado con alguna mentira o una pequeña porción de mentira siquiera, no hay duda que ésta acabará por ser expulsada, no quedando en la mente más que el oro puro.

Existe también otra ley según la cual todo anhelo de la mente humana ha de llegar un tiempo en que determine para el hombre su representación material. Sin embargo, hay anhelos que pueden necesitar varias generaciones de hombres para verse cumplidos. Siglo tras siglo, han deseado las gentes hacer más veloces los medios de locomoción y de enviar a lejanas distancias los destellos de su inteligencia. Y un día el vapor y la electricidad vinieron a satisfacer esa necesidad.

Siglo tras siglo, han estado los hombres lamentándose de ese fenómeno a que dan el nombre de muerte y deseado detenerla siempre. ¿Habrá de ser esta ansiedad una excepción y quedará, entre todas las demás, para siempre totalmente insatisfecha?

Pero algo faltaba que fortaleciese este clamor y lo hiciese más imperativo. ¿Qué era? El conocimiento, o mejor dicho, el sentimiento de que cuanto más poderoso es nuestro deseo de reunirnos con aquellos a quienes hemos una vez amado, más fuerte es también en ellos el deseo de poder gozar otra vez de un cuerpo material para comunicarse nuevamente con sus antiguos amigos.

Este anhelo así reforzado está generándose ahora en el mundo, y así vendrá más pronto su total cumplimiento. No importa que sean ahora pocos los que lo compartan. Que sean pocos los que lo sientan no quitará nada absolutamente a tal posibilidad. Hay quienes practican esta oración, y son aquellos que, al leer este libro, se dirán, en virtud de aquel conocimiento que viene de dentro: Esto es verdad. Y de cada uno de éstos saldrá entonces un pensamiento que irá a llamar a un corazón o a varios corazones, en los otros dominios de la existencia, quienes se lo devolverán con las mismas palabras: Esto es verdad, y puede que añadan todavía: “Nosotros os hemos perdido también a vosotros, y así deseamos, con tanta avidez como vosotros mismos, podernos comunicar tangiblemente. Viendo y fundiendo nuestras mentalidades, lo mismo en los visibles que en lo invisibles dominios de la vida, fortaleciendo en unos y en otros este común deseo, se nos abrirán caminos seguros y se nos darán medios para llegar a esa anhelada comunicación, porque para Dios, o sea el Espíritu infinito del bien, nada hay que sea imposible”.

Tiempos vendrán, y no están lejanos, en que aquellos que hayan perdido su cuerpo material se manifestarán por sí mismos, en forma que sea percibida por los sentidos físicos, a las personas por quienes hayan sido más y mejor amados en la tierra. A medida que el conocimiento y la fe aumenten en este y en el otro mundo, las pruebas de que es posible el dominio de la materia por el espíritu serán cada vez más numerosas y más sencillas. He dicho en este y en el otro mundo porque el conocimiento y la fe son tan necesarios en el mundo visible como en el invisible para poder obtener los resultados de que hablo, pudiendo además afirmarse que si esto se ignora generalmente aquí, se ignora del mismo modo en el mundo que no vemos. Si una mente desconoce todas las verdades de que habla en el momento de perder el cuerpo, no se crea que queda inmediatamente corregida de esta ignorancia. Es un gran error creer que, en el instante mismo de perder el cuerpo, la mente adquiere toda sabiduría y toda felicidad, pues puede muy bien permanecer durante un período larguísimo tan ignorante y tan infeliz como antes fuera. La ignorancia es la madre de toda miseria y de todo dolor. Encarnada o desencarnada, la mente sólo aprenderá de aquellos hacia quienes se sienta más fuertemente atraída, y de quienes no podrá separarse aunque lo quiera. Es probable que en torno de nosotros se halle siempre alguna o tal vez algunas mentes sin cuerpo físico, que no nos abandonan porque así hallan más agradable compañía que en ninguna otra parte; y a medida que aprendamos estas verdades las aprenderán también los espíritus que están con nosotros, con la circunstancia de que éstos no pueden aprenderla más que de nosotros. Sienten, en nuestra atmósfera mental, un sosegado entusiasmo que no sienten ni pueden sentir en ninguna otra parte, y de esta manera absorben todas nuestras ideas y todos nuestros sentimientos.

La amable compañía que una mente que ha perdido su cuerpo material puede sentir hallándose en la atmósfera psíquica de una mente todavía encarnada, aunque ésta no legue a percatarse jamás de tal presencia, es muy semejante a ese sentimiento de bienestar y de tranquilo sosiego que se experimenta a veces bajo el hermoso ramaje de un bosque o en una casa alegre y llena de sol, aunque no haya nadie que hacernos compañía. Hay lenguas que ni se ven ni se oyen y que, sin embargo, pueden comunicarnos toda clase de pensamientos e ideas, pues es dable efectuar la transmisión mental por medios que no se fundan en los sentidos físicos.

Lo que en algunos casos venga del mundo invisible al nuestro no será para que sirva de pública manifestación, ni para satisfacer la vana curiosidad de las gentes y aun mucho menos como un medio para ganar dinero. Las mentalidades mejor dispuestas para la comprensión y obtención de todas estas cosas procurarán siempre tenerlas enteramente secretas, como ninguno de nosotros se apresura a propalar aquello que constituye lo más íntimo de su propia existencia.

No debe esperarse que tales cosas sucedan o se obtengan ni en un día, ni en un mes, ni en un año. Sólo quienes son capaces de preservar en la fe durante años y más años han de poder realizarlas.

Tratar ahora de estudiar metódicamente los medios por los cuales se ha de obtener los resultados de que hablo, sería en nosotros tan impertinente presunción como lo hubiera sido que el constructor del primer ferrocarril, con todas sus imperfecciones y sus errores, hubiese querido realizar los progresos y perfeccionamientos que medio siglo después nos ofrecería ese rápido sistema de locomoción.

El conocimiento y el poder aumentan siempre sin cesar y se levantan por encima de sí mismos y aun alcanzan muchas veces resultados que nadie espera. ¿Quién se aventuraría hoy a afirmar que no entre un día en juego alguna fuerza ahora en estado latente o desconocida y la cual cumpla tal vez maravillas tan grandes como no se han soñado siquiera en este planeta?

Si dos personas, marido y mujer, hallándose una de ellas en el mundo visible y en el lado invisible de la existencia la otra, desean ardientemente comunicarse y aun hacerse tangible el uno al otra, en verdad que pueden lograrlo, si son realmente marido y mujer, y siempre que en la mentalidad de ambos se hallen fuertemente establecidas las siguientes verdades:

Que la mente no puede morir, y que lo que llamamos la mente del cuerpo no será nunca la mente del espíritu, que es donde reside la verdadera existencia.

Que así como dos mentalidades pueden hallarse en la más perfecta unión y armonía mientras gozan ambas de un cuerpo físico, del mismo modo pueden seguir su vida en común cuando una de ellas se ha desprendido del cuerpo.

Que no hemos de considerar a aquellos que han perdido su cuerpo, que han muerto según la gente dice, como si viviesen en lugares muy lejanos de nuestro mundo, gozando de toda clase de beatitudes e indiferentes a las cosas de la tierra; antes bien, hemos de creer que viven en la más estrecha simpatía con nosotros, que participan de nuestras alegría y de nuestras tristezas, y que se interesan por todos los detalles de nuestra vida, grandes y pequeños, exactamente lo mismo que cuando estaban en posesión de su cuerpo físico.

Cuanto más completa y más amplia sea la comprensión de estas verdades, más hondo arraigarán en nuestra propia existencia. No hay necesidad alguna de que nos empeñemos en convencernos de ello; por sí mismas influirán ellas sobre nosotros, y a medida que vaya transcurriendo el tiempo, con sorpresa inmensa, advertiremos, si nos detenemos un momento a reflexionar sobre nosotros mismos, que pensamos y hasta que obramos como si el ser invisible, el muerto, se hallase a nuestro lado y gozase de un cuerpo físico.

Si es semejante al descrito el estado de nuestra mente, constituirá una ayuda poderosa para los difuntos que están en torno de nosotros. Y sucede muy al revés de esto cuando al pensar en ellos los tenemos por muertos y enterrados en profundas sepulturas.

En el verdadero matrimonio, el marido y la mujer han de reservarse siempre, el uno para el otro, el primer puesto en su corazón y en su mente, en todo tiempo y en toda circunstancia. Si cuando uno de ellos pierde el cuerpo físico, su lugar de preferencia es tomado por una tercera persona, quedan ambos separados y una altísima barrera los separa. El amor entre el hombre y la mujer es cosa que ha de ir creciendo incesantemente, en cuanto a su intensidad y a su pureza. Este amor es tal, que puede llegar a un punto en que el marido y la mujer sean eternamente los novios que fueron cuando la juventud, aumentando sin cesar la felicidad que se dan mutuamente, y puede afirmarse que no existe el verdadero matrimonio cuando falta en los dos esa perfecta comunión de espíritus.

Si existe un amor como el que acabamos de describir, y en su casa tiene el marido un cuarto consagrado exclusivamente a la buena memoria de su difunta esposa, y no permite la entrada allí sino a aquellos que sienten una fuerte simpatía por él y por ella juntamente, éste será el sitio donde hallará con preferencia el espíritu de su esposa difunta, fundiendo allí su pensamiento con el marido y viviendo, mejor que en otra parte alguna, su propia existencia. Ese cuarto o habitación habrá de ser siempre considerado como el cuarto de la esposa, no destinado a ningún otro objeto que al de la oración mental, haciendo de manera que su moblaje y su ornamentación sean lo más conformes posible con los gustos propios de la esposa difunta. Una vez venida la esposa, al principio intangible para sus sentidos físicos, ella puede con el tiempo llegar a fundir el pensamiento con el suyo propio y ser así el consuelo y la alegría de su vida. Una vez venida la esposa, y a medida que la fe del esposo en la realidad de la existencia crezca más y más, permitirá a ésta, aunque invisible y no sentida, hacer de modo que su existencia sea cada día más real y más positiva para el esposo. Y como, por su parte, éste ve también crecer su convicción y fortalecerse, y como los viejos errores y falsas ideas acerca de la muerte van disipándose en él gradualmente, se desarrolla allí un poder tan grande que un día permitirá a la esposa convertir ese cuarto en un medio de comunicación con el esposo, débil al principio, pero cada vez más poderoso, hasta permitir a la esposa materializarse, al principio en mílites muy reducidos.

Pero el cumplimiento de esta posibilidad exige tiempo, fe, paciencia y un amor capaz de sobrevivir a la muerte del cuerpo físico del esposo o de la esposa.

En la fusión de dos mentalidades semejantes, constituyendo la una para la otra un real y positivo elemento, que cambian sin cesar el mismo y formal deseo de comprenderse día a día más completa y profundamente, tan grande puede llegar a ser el poder de concentración, que su pensamiento tome al fin una expresión física; de manera que si el formal deseo de ambos es el de constituir un cuerpo físico para aquel de los dos que haya muerto, no hay duda que la fuerza de su concentración lo llegará a formar.

Así como los pensamientos son cosas o elementos reales, asimismo los espíritus pueden llegar a tomar alguna forma de expresión material, buena o mala, y lo hacen con muchísima frecuencia. En realidad, toda expresión física de la naturaleza, pertenezca al reino o al orden que se quiera, no es más que la material encarnación de un pensamiento.

La magia no significa sino este poder, ahora todavía latente en la mentalidad humana, en virtud de la cual, y gracias a una fuerte concentración de la mente sobre la substancia material, se puede hacer tomar a ésta la forma del objeto en que se piensa.

Éste poder fue conocido y practicado no hace muchos siglos, más parece que respondía a una ciencia considerada puramente masculina, si se puede decir así. La utilidad, la necesidad de que el pensamiento femenino fuese puesto en conjunción con el masculino no parece que hubiese sido reconocida y menos aún observada.

Los mayores y más perfectos resultados, en una fase cualquiera de la vida, sólo se obtendrán cuando el pensamiento femenino se una y se funda con el masculino para formar una fuerza nueva mucho más poderosa que cualquiera de las dos separadamente. Son muy pocos los hombres que hoy dan algún valor a los consejos y a los avisos de la esposa en asuntos de negocios. Y sin embargo, en ello vemos el más puro reflejo del valor que tiene para el hombre el elemento femenino. Cuanto más perfecta sea la unión entre el hombre y la mujer, más grandes y más perfectos serán los resultados que obtengan en cualquiera campos de la existencia en que desarrollen su acción.

El amor no es un mero sentimiento. Es también una fuerza gigantesca, capaz de llevar adelante las más difíciles empresas y mover las más grandes naciones. Las mujeres gozan de un poder que ellas desconocen todavía. Si fuese posible que todas las mujeres a un tiempo negasen a los hombres su simpatía y su amor, los negocios y los cuerpos de los hombres caerían deshechos y en pedazos, lo cual no sería solamente desastroso para los hombres sino también para las mujeres.

Pero esto no es posible, no lo será jamás. Lo cierto es que el pensamiento femenino y el masculino se ayudan y cooperan en una obra misma, aunque hay por una parte la ignorancia en que el hombre vive con respecto al valor de la mente femenina, y por otra parte que tiene la simpatía que de ella fluye constantemente hacia el hombre.

Se debilitará y perderá toda fuerza el espíritu que desee la muerte con el objeto de poderse reunir con el ser amado que haya perdido en este mundo, y lo mismo sucede con el deseo que sienten ciertos espíritus desencarnados de que se les junten en el mundo invisible los seres que han dejado en éste. Así muchas veces sucede que el marido o la esposa, una vez desencarnados, atraen al ser querido hacia el mundo de los espíritus. El deseo constante de morir es el más poderoso para llegar pronto a la muerte; y el resultado de esto, cuando se hallan los dos en el mundo invisible, no es sino un gran desencanto. Comprenden entonces que no han acabado con ello, ni muchísimo menos, su obra; y hallan que es menor el placer que cada uno de ellos encuentra en la mutua compañía de lo que habían antes creído; descubren que no pueden acercarse más el uno al otro de lo que se habían ya acercado en la tierra en gustos e inclinaciones; sienten también, entonces, que cuando alguna diferencia de gustos los separa, esta separación es mucho más penosa de lo que era en la tierra; comprenden lo que cada uno de ellos piensa o siente acerca del otro tan claramente como si se lo dijesen con las propias palabras: cada uno de ellos contempla el pensamiento del otro como reflejado en un clarísimo espejo, y esto les causa un inmenso desagrado…

Uno de los resultados de la vida relativamente perfecta que se desarrolla en este planeta consiste en la adquisición de este poder espiritual que nos facilita el tomar o el dejar, según nuestra voluntad o deseo, el cuerpo terrenal, poder que solamente puede hallarse en un verdadero matrimonio, y cuando uno de los que lo constituyen continua en el mundo visible gozando de su cuerpo físico, la sabiduría del que se ha marchado al invisible le sugerirá la idea de que continúe viviendo y le infundirá todo el valor de que sea capaz para que prosiga su camino sobre la tierra, porque, aumentando cada día su conocimiento, el que goza todavía de un cuerpo físico puede ser de grandísima ayuda para aquel que lo ha perdido ya.

Todas las fuerzas de que el hombre hace uso en la vida le son transmitidas por la mente femenina. Cada mentalidad masculina tiene como suya propia una sola mentalidad femenina, que le transmitirá a través de las edades su mayor y más elevada fuerza mental, fuerza mental que sólo a él pertenece y que él solamente podrá utilizar, siendo imposible que ningún otro hombre nunca pueda apropiársela.

No existe ningún espíritu, ni macho ni hembra, que no tenga su propio y eterno complemento en el otro sexo, y los lazos de la plegaria acabarán por juntar y reunir un día definitivamente a aquellos que de verdad se pertenecen el uno al otro. Estos tales son los que Dios ha juntado y que nadie, ni en esta ni en sucesivas encarnaciones físicas, podrá mantener separados.

La última fruición, la más perfecta, la más grande y poderosa felicidad de la vida, puede ser realizada únicamente por medio de la unión y fusión creciente del hombre y de la mujer que están destinados el uno al otro por toda una eternidad. La muerte de un cuerpo no puede nunca destruir el matrimonio, y si alguien llegase a interponerse entre los que fueron unidos por el Infinito en porque no constituían el matrimonio verdadero.

La relativa perfección de la vida consiste en gozar de una salud perfecta, de sumo vigor y de una capacidad siempre creciente para toda clase de alegrías, con el más grande poder sobre el cuerpo que sea dable, a fin de usarlo en este mundo físico tan largo tiempo como a nuestro deseo convenga, lo cual, sin embargo, no es más que un principio de la vida y de las posibilidades que están latente en nosotros y que algún día gozaremos en toda su plenitud.

Sólo por medio de la eterna unión y mutuo sostenimiento de los espíritus masculino y femenino podrán estas últimas posibilidades ser alcanzadas, y mediante la acción de las Leyes. Los dos espíritus que se han de pertenecer en la eternidad, algún día se hallarán el uno al otro, debiendo por sí misma demostrarse su mutua correspondencia, como se demostrará también por sí misma en toda otra unión la falta de la necesaria correspondencia.

No hay vida que pueda ser perfecta ni en salud física, ni en fortuna, ni en ninguna de las otras grandes posibilidades que se anuncian, si no es por medio del verdadero y único matrimonio, que crecerá cada día en perfecciones, en poderes y en felicidades y cuya luna de miel es, no solamente perdurable, sino eterna y cada día más pura y esplendorosa.



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